¿En clases no? - DISPONIBLE E...

Por JamWalker

28M 1.8M 1.9M

Tras su ruptura amorosa, Rachel Lombardo se verá involucrada en rumores que la llevarán a conocer a Mark Harv... Más

IMPORTANTE
Disponible en físico y digital
Derechos de autor ©
TRAILER
BOOKTRAILER - NUEVA VERSIÓN
1. Su rostro
2. El número
3. La llamada
Extra: Inicio | Mark Harvet - 01
4. Un rumor
5. El rumor real
6. ¿En clases no?
7. Un bonito para siempre, o la peor desilusión amorosa
8. ¿Un hijo?
9. El malo
10. Ambos...
11. ilegal
12. La razón 🔞
Detalles y meme
13. Encuentros 🔞
Nota: Libro de Steven y Amy || Dozvert
14. Celos
15. No hay rosas sin espinas
16. Cuñada
17. Discutirlo en la cama
18. Sin locura no hay felicidad
19. Una noticia
20. Compañías...
21. El Adiós
22. ¿Mi dulce chico?
23. Entender...
24. Te quiero a ti, idiota.
25. Roma no se construyó en un día
26. Decide.
27. El muro que nos separa.🔞
28. Candente hoguera🔞
29. Mentales y momentos🔞
31. Comparaciones
32. Por cada segundo...
33. Razones
34. La familia
35. Gemelos en acción🔞
36. Culpable
37. Estás aquí
38. Primer día de clases
39. Tan justo a mi vida
Epilogo. Invitados inesperados
Extra I
Extra II - Celos
Extra III. Especial de navidad

30. Un fiel adicto

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Por JamWalker

Mark Harvet:

Los rayos refulgentes del sol logran filtrarse por las persianas de la pequeña ventana, obligándome a despertar. La lluvia incesante de hace unas horas finalmente se ha evaporado. No hago más que disfrutar del silencio que reina en el dormitorio ahora un poco más iluminado, de la calma que me brinda el lugar y de la mujer a mi lado... Mi mujer, de quien soy un fiel adicto.

Observo con dedicación la silueta de su cuerpo apenas cubierto por la sábana blanca que nos rodea desde los muslos hasta la cintura, con su espalda ligeramente pegada a mi pecho, apoya la cabeza en mi brazo estirado en su dirección. Me deleito en ella y la manera en la que su piel corrompe mi mente, dominando mi alma, mi cuerpo y cada uno de mis sentidos. No quiero despertarla, por lo que reprimo, por el momento, mi deseo de besar su espalda, mientras me hundo en su tersa y redonda carne.

El recuerdo de nuestro encuentro en la bañera no ayuda a mi autocontrol, sin embargo, de pronto todo en mí se paraliza. Mierda.

—Joder —se me corta la respiración— No, no.

Susurro bajo, inhalando profundamente al borde de una crisis nerviosa, siento la sangre subir a mi cabeza; No nos cuidamos.

«Más vale condón en mano que bendición el próximo año» El comentario de mi gemelo al darme el preservativo cuando visité su bufete, me acompaña en la tortura.
«Mark, me alegra que Rachel y tú hayan decidido intentarlo, su relación inició tan inesperada e intensa que ahora solo puedo aconsejarte que vayan despacio, con calma» Y las palabras de mi hermana, Romina, se le unen.

Bueno, al menos esperaba que nueve meses sean considerados el tiempo suficiente de "ir con calma"

Siento mi cuerpo temblar, la paranoia empieza a asfixiarme, por lo que —esforzándome, realmente esforzándome por no despertar a Rachel—, salgo de la cama, necesitando aire.

—Basta, Harvet —susurro, llevándome las manos a ambos lados de mi cintura, observo a Rachel, es evidente que sus horas de sueño no han sido las adecuadas últimamente, por lo que despertarla para hablar de la situación no es una opción. No ahora.

Decido que lo mejor es ir por algo de comida para ella, durante el viaje apenas comió una fruta. Caminando al otro lado de la habitación donde habíamos colocado la ropa húmeda, tomo la mía, agradeciendo que la desgastada lavadora de la casa lograra secarla.
Aún nervioso me visto y al regresar a la habitación donde se encuentra Rachel, opto por hurgar en uno de los cajones cerca de la cama, buscando papel y lápiz para dejarle una nota.

Ansiolíticos y sedantes son lo primero que encuentro en aquel cajón. Mis ojos se humedecen y mi corazón se encoge al pensar que pertenecen a Rachel. Me duele ella, su madre, los planes que tenían y que no podrán cumplir. Pensar en la soledad en la que la mujer que amo afrontó su dolor me lastima. Daría todo por haber estado a su lado, pero no juzgo sus decisiones, desde que la escuché culparse por ser una mala hija, supe que la soledad era su forma de castigarse, se culpaba y mi corazón se rompía cada vez que pensaba en ello.

¿Cómo pude creer en Jackson? Fui un imbécil.
No merecía su distanciamiento, pero ella tampoco merecía mi desconfianza. Ambos éramos culpables e inocentes a la vez. ¿Qué irónico no?

«Mes tras mes me acompañaste, mi amor, cerrando mis ojos te sentía a mi lado; Porque las personas que se aman aunque físicamente no estén cerca, siempre estarán juntas. Te amo tanto, Rachel.
Pd: Saldré a comprar para preparar comida, no tardo.
Pd2: Que bonito es el despertar cuando tiene tu rostro, tu aroma... Cuando estás tú.
Tuyo,
Mark Harvet»

Dejo aquella nota, encima del cajón, deseando estar de vuelta antes de que ella despierte.

Saliendo de casa, camino en dirección a la tienda que logré observar cuando llegamos. Al acercarme a la entrada no puedo evitar sonreír por la fila de ramos de peonias —las favoritas de Rachel y de su madre—, a los que una mujer mayor dedica su total atención antes de recibirme.

—Hola, muchacho —dice sonriente—. Adelante.

Ella me invita a tomar de la tienda lo que necesito y eso hago al entrar por completo al local, agregando en una bolsa cada ingrediente útil para preparar un almuerzo. El hombre que está en la caja saca las cuentas, no dejo de observar a través del vidrio las peonias.

—¿Quién entiende a las mujeres? —Pregunta el señor mirando a la misma dirección que yo, aunque evidentemente él se centra en la animada anciana—. Creo que le gustan mas las flores que yo. Y eso que me ama.

Su comentario me hace reír, aunque por alguna razón me causa ternura. El anciano continúa hablando mientras recibe el dinero que le doy por las compras. Cuando la mujer se reúne con nosotros, decido hablarle.

—¿Podría venderme dos ramos de peonias, por favor —le pido.

—¿Ves, viejo? Te dije que algún día una persona de este lugar iba a apreciar la belleza de estas flores —dice ella con evidente emoción, dirigiéndose nuevamente a la fila de peonias en la entrada— ¿Dos ramos? Déjeme adivinar. ¿Para su esposa e hija?

"Esposa e hija" Aquel comentario me ha hecho tragar grueso, trato de respirar con normalidad, algo que ahora me es imposible.

—No seas curiosa mujer, venga, atiende al señor, ya hasta pálido lo has puesto —interrumpe el hombre—. Bien podrían ser para su esposa y madre...

Reprimo con todas mis fuerzas la sonrisa nerviosa que pugna por asomarse a mis labios.

—Para mi esposa —mi corazón se llena de ilusión al pronunciar esas palabras—. Y suegra.

Decido acabar con las deducciones de la indiscreta pareja.

—Qué bonito hombre, mira hijo —me llama la señora con la mano para que me acerque a ella, lo hago—. El cascarrabias que ves ahí, odia las plantas, flores, rosas, pero cada día desde que nos casamos me ha traído peonias, tantas que no caben en casa y debemos venderlas.

La mujer comenta y admiro el amor con el que ella habla y él la mira.

—Debes ya tener cansado al caballero, vende rápido esas flores mujer —responde acercándose.

—Señor Ross, ya te he dicho que la paciencia es la mejor arma para tratar con una mujer —ríe—¿Qué colores desea?

—Blancas, por favor —pido, la mujer rápidamente desaparece del lugar hablando de decorados y demás. Por otro lado, el señor Ross inicia una plática amena sobre lo importante que son las mujeres en nuestras vidas, seguido de preguntas sobre mi estadía en el pueblo con mi esposa.

— ¿Y ya tienen hijos?

Mierda. Temo por los latidos tan acelerados de mi corazón.

—No. Eh, aún no—menciono sin soltar el aire de mis pulmones.

—Pareces asustado —ríe, dando palmadas a mi hombro—. Tranquilo muchacho, veo que aun estás muy joven para hijos y es comprensible que no quieras...

—Los quiero—interrumpo al anciano con mi confesión efusiva, una de la cual me sorprendo.

¿Deseo hijos con Rachel? Sí, mierda, lo deseo tanto, me hace ilusión tener una pequeña o pequeño parecido a ella. Ahora, dentro de varios años, da igual. Los quiero, con ella. Pero no deja de asustarme los pensamientos de Rachel. ¿Si en sus planes no está tener una familia? ¿Querrá hijos?
Joder ni si quiera es seguro y ya estoy imaginando tantas cosas.

—Entiendo hijo, entonces llegará en el momento adecuado.

—Así sea —replico. El sonido de mi móvil nos interrumpe, me disculpo con el anciano alejándome para atender inmediatamente la llamada.

—Hola —dice Rachel con timidez o al menos eso percibo en su tono—. Acabo de ver tu nota. Me preguntaba hace cuánto tiempo la dejaste, quería saber que estabas bien.

—Estoy bien, amor —respondo—. Salí hace poco, no tardo. ¿Necesitas algo?

—Solo a ti —su voz dulce hace que sonría.

—Rachel —musito con la respiración entrecortada, me pregunto si ha pensado en lo sucedido—. Ya te extraño.

—Yo a ti, Mark... Por favor, ¿Puedes traer unas galletas saladas con manjar?

—¿Algo más, cariño? ¿Deseas algo más para comer? Podría conseguir lo que sea para ti —hablo rápidamente y siento mi estómago revolverse. Venga hombre, calma. Solo son ganas. ¿En qué cabeza cabe que sean antojos?
No ha comido durante horas, por supuesto que tiene hambre. No antojos.

—Amor —ríe—, estás muy raro, ¿seguro estás bien?

—Si —respondo. Ella acepta mi respuesta no muy convencida, sin embargo no comenta más y cuelga.

—Aquí está —la señora aparece con los dos ramos de peonias—. Me ha dicho mi esposo que no tienen hijos así que con esto, vaya preparándose para tenerlos.

Ríe a carcajadas mientras su esposo guarda las galletas y manjar que he pedido, entregándomelas.

—Deja de ser tan imprudente, cariño —la regaña sutilmente el señor Ross.

Brindo una sonrisa a la pareja que de alguna manera han logrado calmar y al mismo tiempo alterar mis nervios. Antes de pagar les agradezco y pronto me retiro de la tienda caminando lo más rápido que puedo a casa. Me detengo un momento en el cementerio, dejando una de las peonias sobre la tumba de mi suegra.

—Karla —apoyando sobre mis talones, hablo, observando cada detalle de su nombre grabado en aquella lápida, lágrimas ruedan por mis mejillas, ni siquiera puedo hablar. Me duele pensar que se ha ido, para siempre—. La última vez que la vi me pidió que cuidara de su hija, se lo prometí aquel día y se lo prometo ahora. Cuidaré de ella, por los dos, sé que sus últimos pensamientos fueron dirigidos a Rachel, mientras la vida nos la arrebataba de nuestro lado no pude sostener su mano, asegurándole que jamás dejaría sola a su hija, pero lo hago ahora, porque la amo. A ella y a usted.

Un nuevo camino de lágrimas recorre mis mejillas, respiro profundamente, me toma unos minutos calmar la presión en mi pecho, cuando logro hacerlo, decido abandonar el lugar, dejando —como todos los que la conocimos—, una parte de mi corazón con ella, Karla Lombardo.

El camino a la casa de Rachel. Es corto, secando por última vez mis lágrimas, termino por acercarme a la puerta, la cual no tarda en abrirse, la mujer que me recibe aleja todo sentimiento de tristeza y nostalgia.

—Mark —se lanza a mis brazos y sosteniendo las compras que llevo en la mano, le rodeo la cintura.

—Que bonito recibimiento, señorita Lombardo —juntos mis labios a los suyos.

—Has traído peonias —dice entre besos, emocionada, a ella al igual que a su madre le gustan y me hace feliz verla tan alegre.

—Te compraría tantas peonias que las venderías porque no caben todas en nuestra casa.

Digo recordando aquella pareja encantadora con la que me encontré. Rachel ríe.

—¿Qué dices?—beso sus labios. Dando paso hacia adelante, entrando por completo a la casa.

—Que haría lo que fuera por verte siempre feliz.

—Soy feliz, tú me haces feliz —asegura.

Rachel deja de abrazarme para tomar el ramo de peonia, la sonrisa que dibuja en su rostro me cala el alma.

—Cariño, lo que sucedió en la bañera... Nosotros no...

—No nos cuidamos —exclama ella—. Lo sé, me desperté y fue lo primero que pasó por mi mente. Estaba nerviosa —comenta y asiento entendiendo perfectamente—, pero sobretodo ilusionada, aunque me hubiese encantado terminar mis estudios antes de que sucediera, no importa si es ahora o después Mark, quiero hijos contigo.

—También los quiero, Rachel. Una familia contigo es lo que deseo.

—Imagina —sonríe—, unos gemelos...

—Yo nervioso por tu reacción ante la posibilidad de tener un hijo y usted señorita Lombardo pensando en dos...

—Aún no sabemos ni siquiera que lo esté. Así qué, solo hay que esperar —se calla, la noto nerviosa.

—¿Nueve meses una ilusión? —Bromeo.

—¿Una ilusión? ¡Dos! —finge asombro—. Mira profesor si estoy embarazada, más te vale que sean dos.

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