Ni tan bella ni tan bestia ©

By LunnaDF

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Leonardo acaba de descubrir algo muy importante, algo que ha cambiado su esencia y todo lo que él creía corre... More

Dedicatoria
Prólogo
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Epílogo
Aclaraciones

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By LunnaDF

Los días siguieron y pronto las clases terminaron, entre exámenes y trabajos prácticos ambos trataron de mantenerse ocupados. Tefi no sabía cómo sentirse, ver a Esme y Leo separados la hacía sentir triste justo cuando ella y Adrián finalmente habían avanzado un pequeño paso cuando el chico le dijo que iba a quedarse porque no quería separarse de ella.

Esmeralda decidió tomar la oportunidad que la vida le daba y fue a la entrevista con aquel hombre que se acercó a ella en el concurso, luego de unas cuantas entrevistas más y algunos exámenes, fue admitida para tramitar la beca en aquella importante universidad. Recién allí decidió decírselo a sus padres, su madre no reaccionó enseguida, fue su padre quien la felicitó y le dijo que le apoyarían. La verdad es que Magali sintió mucho miedo ante la idea de que su hija fuera a estudiar al exterior, pero sabía que sería bueno para ella... solo necesitaba tiempo para asumirlo.

Leo decidió ir con Héctor a navegar durante los meses de vacaciones antes de iniciar la universidad. No tenía nada en claro y sentía que necesitaba respirar, el hombre le había ofrecido aquello y le pareció una buena idea. Bea lo apoyó sabiendo que su hijo no estaba bien, la verdad era que como madre sentía mucha tristeza al verlo así, desde que había perdido a su padre y se había enterado de todo era como si no hubiera tenido un respiro, incluso cuando creyó que finalmente en ese pueblo había recobrado a su hijo y que el amor podía iluminarle la vida, nada había salido bien y Leo se veía desdichado.

Aquella tarde había sido la ceremonia de graduación de la escuela. Esme, Leo y todos sus compañeros recibieron el diploma de graduación en un evento al cual asistieron familiares y amigos. Ya todos estaban retirándose cuando Esme se acercó a Leo con una sonrisa tímida. Él pensó que ella se veía más bonita y radiante que nunca.

—Felicidades —dijo con timidez, hacía días que no hablaban. Solían verse y saludarse, pero no mucho más. No porque ella no quisiera, pero notaba que él la evitaba y ella solo respetaba las distancias que él ponía entendiendo que quizás estaba muy dolido.

—Igualmente —respondió Leo. Esme pensó que se veía especialmente guapo ese día. Tenía ganas de abrazarlo, de darle un beso y contarle lo mucho que lo extrañaba, pero se contuvo.

—¿Quieres ir a tomar un helado? —preguntó la chica.

—No sé si sea buena idea, Esme... —respondió él algo dubitativo, estar cerca de ella no le hacía nada bien a su endeble salud emocional.

—Bueno... yo... solo quería contarte algunas cosas...

—Bien... —asintió el chico al darse cuenta de que ella en realidad necesitaba hablar.

Caminaron por las calles de la ciudad en silencio, ambos pensaban en las ganas que tenían de tomarse de la mano, de olvidar todo y solo comenzar de nuevo.

Acababan de girar en la esquina que llevaba a la heladería cuando un chirrido de freno llamó la atención de ambos. Un auto blanco que venía a gran velocidad intentó esquivar a un motociclista y subió a la vereda llevándose todo por delante. Un grito agudo les caló hasta los huesos cuando entendieron que una persona fue prácticamente aplastada entre el auto y una pared por la que este acababa de impactar.

—¡Dios! ¡Llama a una ambulancia, Leo! —gritó Esme asustada cuando vio un charco de sangre formándose en la calle. El conductor del vehículo salió atajándose la cabeza, también ensangrentada, e intentando orientarse. Leo sacó el celular y marcó a la ambulancia lo más rápido que pudo mientras Esme corrió a acercarse a la zona del accidente.

Leo la siguió, pero se mantuvo un poco distante, una presión en el pecho le hizo sentir una especie de pánico que no supo precisar de donde salía. Dos señoras y un hombre se acercaron saliendo de casas cercanas para brindar auxilio. Todo sucedió muy rápido, la mujer que había sido atropellada yacía al costado del auto y de su estómago brotaba mucha sangre. Esme intentaba dar auxilio al conductor que también se hallaba herido y completamente desorientado mientras las mujeres intentaban contener la hemorragia de la mujer en el suelo y Leo la observaba atónito y en shock.

—Leo... Leo... —Los sollozos se oían lejanos, se oían de alguna manera borrosos en el aire cargado de nerviosismo y dolor, sin embargo, él siguió la voz, y también lo hizo Esme.

—¡¿Leo?! ¡Leo! —gritó Esme cuando entendió quién era la mujer que agonizaba en el suelo—. ¡Acércate a ella! —ordenó.

Leo siguió las órdenes de Esme sin saber bien qué hacer o qué decir. La mujer lo miró entre lágrimas y esbozó una sonrisa temblorosa. Ya podía oírse el sonido de la ambulancia llegar. La mujer estiró su mano llena de sangre y Leo la tomó entre las suyas.

—Tranquila, va a estar bien —dijo casi sin pensar.

—Leo... y-yo solo quería que t-tú estuvieras... b-bien... p-perdón. —Entonces cerró los ojos.

Leo no respondió, una lágrima caliente rodó su mejilla mientras observaba la sangre en sus manos. La ambulancia llegó y un montón de paramédicos se encargaron de llevar a Soraya al interior del vehículo lo más rápido posible. Leo no pudo pensar, no pudo hablar, no pudo entender por qué le dolía la situación, por qué se sentía tan mal, tan culpable.

No supo en qué momento todo sucedió ni cuánto tiempo pasó, pero cuando volvió en sí, Esme lo abrazaba por la espalda y le repetía una y otra vez que todo estaría bien.

—Es mi sangre... esta es mi sangre, Esme... —dijo viendo la sangre que había quedado en su mano—. Ella es mi abuela —añadió justo antes de largarse a llorar como un niño pequeño.

—Vamos, Leo. Vamos al hospital —dijo Esme y él asintió siguiéndola.

Una vez que llegaron allí, él se dejó guiar. Esme preguntó dónde estaba la mujer a la que habían traído recién y una enfermera le indicó que estaba siendo atendida pero que no podían pasar. Le dijo también que estaba delicada porque había perdido muchísima sangre.

Leo y Esme se quedaron en la sala de espera, en silencio, Esme quiso que Leo se lavara las manos, pero este no quiso hacerlo, observaba la sangre seca como si en ella estuvieran las respuestas a todas sus preguntas. Esme solo se quedó allí, a su lado esperando que él decidiera hablar. Sin embargo, el médico se acercó a ellos antes de que Leo dijera nada.

—¿Familiares de Soraya Matto? —preguntó el galeno.

—Yo... —respondió Leo aun observando su mano.

—¿Usted es su hijo? —inquirió el hombre.

—Soy su nieto —respondió con certeza levantando la vista al fin.

—Bien... ¿Hay algún adulto?

—Soy mayor de edad, lo que sea puede decirme —informó Leonardo.

—Bien... Hemos logrado estabilizarla, pero ha perdido demasiada sangre. Tenemos que hacerle una trasfusión lo más urgente posible, el problema es que su tipo de sangre es muy extraña, joven —explicó el hombre.

—¿Cuál es? —inquirió Esme ante el silencio de Leo—. ¿Qué podemos hacer?

—Tiene sangre O- y solo puede recibir ese mismo tipo de sangre que es muy raro de conseguir. Nuestro banco de sangre es pequeño y no contamos en este momento con ese tipo de sangre, podemos mandar pedir a los hospitales de los pueblos aledaños, pero no estoy seguro de que lo consigamos en brevedad. ¿Es probable que en la familia de ustedes hubiera alguien compatible que puediera donar hasta que consigamos más?

Leo no respondió, bajó la mirada perdiéndola de nuevo en la sangre seca en su mano.

—No conocemos bien al resto de la familia —dijo Esme haciendo que el médico frunciera el ceño confundido.

—Yo voy a donar —añadió entonces Leo interrumpiendo y sorprendiendo a ambos.

—¿Tiene usted ese tipo de sangre, señor? —inquirió el médico no muy seguro de que el muchacho le hubiera entendido.

—Así es —dijo Leo con seguridad.

El médico asintió dándole algunas indicaciones y luego se marchó. Leo se dejó caer en la primera silla que le quedaba cerca y Esme se acercó con suavidad, se lo veía perdido, confundido, distante.

—No pude ayudar a papá, mi sangre no sirvió para salvarle... era demasiado distinta a la suya... —dijo con tristeza mientras una lágrima pesada se derramaba por su mejilla—. Pero ella la necesita, ella necesita mi sangre y yo la puedo salvar —añadió abrazando a Esme.

Esme lo dejó llorar en su hombro y besó su frente con ternura.

—Haces lo correcto, Leo... —añadió con cariño.

—Ya no sé qué es lo correcto...

—Todo lo que nace de aquí es lo correcto —dijo Esme señalando el pecho de Leo, apuntando a su corazón.

Leo no esperó más y se acercó a ella, Esme no se alejó. Él la besó, primero con temor al rechazo, pero al entender que no lo alejaría, sino que por el contrario lo recibía entre sus labios, continuó sin miramientos. Un rato después, se alejaron con lentitud.

—Eso me nació de aquí —dijo y señaló su pecho, Esme sonrió asintiendo.

***

Durante los siguientes días, tanto Esme, como Bea y Leo no se alejaron del hospital. Soraya estaba reponiéndose con lentitud y ellos estaban haciéndose cargo de todo. El niño —como le decía Leo a Ramiro—, aparecía cada tarde y se sentaba alejado en una silla esperando que le dejaran ver a su abuela. No hablaba con nadie, más que con Esme que solía acercarse a él y darle algo para comer, como en esa ocasión.

—Es muy parecido a ti —dijo Bea sentándose al lado de Leo.

—Lo sé... —respondió él.

—Deberías hablarle —añadió.

—Quizás...

—Hoy llevarán a Soraya a una habitación común, Leo. ¿Estás listo para hablar con ella? —preguntó su madre abrazándolo, el chico asintió.

Durante todos esos días habían conversado mucho, Bea le había vuelto a contar la historia de su adopción y la forma en que Soraya había buscado la ayuda. Le había dicho que la escuchara, que quizás eso le haría bien, le preguntó si no le daba miedo, ella respondió que no, que ella solo quería lo mejor para él y que sabía que siempre sería su hijo.

Esa misma tarde, el médico dijo que solo una persona podría pasar y que la mujer quería hablar con Leonardo. Leo asintió y luego de un abrazo de su madre y uno de Esme, ingresó a la habitación.

—Leo... —dijo la mujer mirándolo con ternura. Se veía mucho mejor pero aún estaba conectada a algunos cables y máquinas que hacían sonidos extraños. Leo se acercó temeroso y se sentó en la silla al lado de la cama.

—¿Cómo se siente? —preguntó.

—Mejor, hijo... mejor —sonrió con cariño—. Me dijeron que tú...

—No hice nada extraordinario. —Se apresuró a interrumpir.

—Gracias... me salvaste —dijo la mujer—. Y no es que quisiera seguir viviendo, Leo, la vida puede ser muy dura... pero no quiero dejar solo a mi pequeño, no tiene a nadie más que a mí...

—Entiendo —respondió Leo dejando que un silencio extraño se apoderara de ambos.

—Ella era una chica buena, Leo... pero se enamoró del hombre equivocado. —Leo bajó la vista cuando supo de quién hablaba—. Al igual que yo... A veces repetimos los patrones una y otra vez, y en vez de alejarnos de lo que tanto odiamos lo aguantamos, lo callamos. —Continuó la mujer—. Sufrí maltratos durante años, Raúl me pegaba y yo callaba, porque creía que me lo merecía, ¿sabes? Al principio pensaba que había tenido solo un mal día, luego él me pedía perdón y prometía no hacerlo más y yo le creía, le justificaba, lo amaba o creía hacerlo. Pasaron los años y callé, esperando el día en que todo cambiara, encontrando justificaciones para él: la pobreza, el cansancio, la rutina. El maltrato no era solo físico sino también verbal, cada palabra y cada golpe hizo mella en mí, apagó cualquier luz que alguna vez haya podido tener... Empecé a creer en sus palabras, empecé a creer que yo me merecía los golpes, que no era digna, que era una mala esposa, una mala mujer... —Soraya hizo silencio como para juntar aliento y seguir, Leo no sabía qué decir así que solo continuó callado—. Leticia era lo que más amaba en el mundo, iba a hacer todo lo que fuera por ella, pero no lo hice, no la salvé del infierno en el que se convirtió mi hogar, pretendí que ella no se daría cuenta si yo ocultaba los golpes con maquillaje, pero ella oía mis llantos, veía la infelicidad en mi rostro.

La mujer hizo un silencio y miró a Leo como si en sus ojos buscara aceptación, él se mordió el labio para contener esa bruma cargada de sentimientos que experimentaba. La mujer continuó.

—Entonces se hizo adolescente y comenzó a salir, no quería estar en casa y yo no podía culparla. Su padre empezó a enfurecerse, la trataba de la peor manera y la comenzó a golpear cuando llegaba tarde o no venía a dormir por días. Entonces conoció a Manuel, parecían enamorados y me hizo feliz, parecía un buen hombre y pensé que era su pase a la salvación. Entonces se embarazó y Raúl la echó de la casa, ella fue a vivir con Manuel y él se transformó, primero fueron maltratos verbales y luego físicos, pero ella hizo lo que aprendió de mí, calló... aguantó... pensó que cuando tú nacieras todo cambiaría y que quizás era solo el estrés lo que lo hacía reaccionar así. Aún me pregunto si fue mi culpa que ella se buscara alguien tan igual a su padre —sollozó—. La noche en que volvimos del hospital contigo en brazos, Manuel se apareció borracho, dijo que te llevaría y que nunca te volveríamos a ver. Leticia me pidió que te trajera a la casa, me rogó que no dejara que nadie te llevara hasta que ella lograra conseguir el dinero para escapar contigo... —Soraya lloraba mientras Leo sentía que la garganta le quemaba—. Ella te amaba, Leo, solo quería que estuvieras a salvo.

—Yo... —Leo comenzó a llorar.

—Escucha, por favor —rogó la mujer y él asintió—. Raúl se dio cuenta que te tenía en la casa y se enfadó, no quería saber nada de ti ni de su hija, decía que era una mujer fácil que se había embarazado de cualquiera sin casarse. Me dio un plazo, si no te llevaba a algún sitio en cuatro horas, iba a matarnos a golpes a ambos... lo dijo así mismo —sollozó—. Sé que suena estúpido, Leo, pero yo no sabía qué hacer y él era capaz de todo. No supe hasta mucho tiempo después y con la ayuda de muchas personas que yo pude haber buscado salida en ese momento, que yo pude denunciarlo. No me creía capaz de enfrentarlo, le temía demasiado y le había dado todo el poder sobre mi persona. Llamé a Leticia, pero no respondió, probablemente estaba siendo golpeada también en ese momento. Y no quise esta vida para ti, Leo, me culpé por la vida que le di a mi hija y no quise repetir el error.

»Busqué a Magalí porque la conocía desde siempre, sabía que era una mujer de la iglesia y que me ayudaría, no me dejaría desamparada. Sabía que estaba embarazada y pensé en la posibilidad de que te criara como mellizo de su hijo o hija. Pero ella me habló de Beatriz... y ellos te recibieron con tanto amor, los ojos de esa mujer se iluminaron al verte y te cargó en sus brazos de una manera en la que yo supe de inmediato que estarías bien, hijo, que serías feliz y tendrías las oportunidades que yo no tuve y que no le pude dar a Leti...

El silencio volvió a inundar la habitación.

—¿Y qué pasó con ella? —preguntó Leo limpiándose las lágrimas.

—Ella logró escapar, vino a buscarte, pero le conté lo sucedido. Iba a ir a retirarte de nuevo, pero le pedí que no lo hiciera, ella no tenía trabajo ni hogar, pensaba escaparse de ese hombre e ir a otra ciudad. ¿Qué iba a hacer contigo? ¿Cómo iban a vivir? ¿Y si ese loco los encontraba? Tú estabas tan bien con esos padres, tendrías una familia bella, serías amado y nunca vivirías lo que nosotras pasamos. Y Leticia lo entendió, lloró, mucho... su corazón nunca volvió a sentirse completo, hijo... pero ella te amó, tanto como para darte la libertad de ser feliz y regalarte lo que ella no hubiera podido darte...

—¿Ella? ¿Dónde está? —sollozó Leo sintiendo por primera vez las ganas de conocerla.

—Murió hace unos años... Escapó de ese hombre e intentó sobrevivir. Se mudaba a cada rato por miedo a ser encontrada por él, él creía que tú estabas con ella y amenazaba con encontrarlos, nosotros no queríamos que nadie supiera tu destino por miedo a que te encontraran, por eso me alegré cuando tu familia se mudó a la capital. Luego conoció a un buen hombre, Juan, y se volvió a embarazar, nació tu hermano y ellos regresaron, este hombre prometió cuidarlos a los dos y lo hizo... En ese tiempo falleció Raúl y yo, con la ayuda de mi hija y su familia, pude recuperar mi vida. Hasta que los dos murieron en un accidente en un ómnibus que viajaba a la ciudad de los padres de Juan, Ramiro se había quedado conmigo por eso se salvó. Imagino que mi niño estará muy asustado, un accidente llevó a sus padres y casi lo deja sin abuela también.

Leo no pudo decir palabra alguna, escenas de todas las veces que la mujer se había intentado acercar y de lo mal que él la había tratado sobrevolaban su mente y lo atormentaban con culpa, el pequeño niño en la bicicleta pidiendo comida y él negándosela.

El médico ingresó en la sala pidiendo que la visita se retirara para que Soraya pudiera descansar, Leo asintió y la observó, la mujer solo sonrió con mucha paz, como si finalmente se hubiera sacado un peso de encima.

—Te pareces a ella, Leo... —dijo y él solo asintió.

Cuando salió de allí no quiso hablar con nadie, las lágrimas se derramaban por su rostro y él solo necesitaba estar solo. Esme y Beatriz lo entendieron y lo dejaron ir mientras ambas se quedaban allí por cualquier cosa que se ofreciera.

Esme supo en ese momento que Leo había obtenido su verdad.


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