Soy tu cliché personal

By OMCamarena

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Claudeen, mejor conocida como "Cliché", es la típica chica nerd, estudiando en el típico colegio de niños ric... More

AVISO
Sinopsis
I
II
III
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
Epílogo

IV

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By OMCamarena

Henry dejó que Claudeen se fuera. ¿Ir tras ella? No, eso sería muy cliché... aunque le vendría como anillo al dedo a la chica, siendo tan cliché. Se hizo una nota mental para preguntarle en concreto por qué le decían "Cliché". No creía que su condición como alumna becada, chica cerebrito y bastante reservada se llevara todo el crédito, había algo que se le estaba pasando.

Sin nada más que hacer, habiendo checado cierto problema reportado por uno de los clubes deportivos y con el folder de Claudeen en las manos, se fue a meter a la sala del consejo estudiantil. El olor a fresas lo hizo buscar a Amelie con la mirada rápidamente. La encontró leyendo el libro que le había dado de regalo un par de días atrás, se sintió orgulloso de haber encontrado un libro que mantuviera a la chica pegada a sus hojas, o más bien, un libro que mantuviera todas sus hojas. La siguiente vez ya sabía qué libros le gustaban.

—Te estaba buscando una chica... —dijo Mei, al verlo llegar a la sala. Lápiz en mano y hoja siendo sujetada por la otra—. Una pelirroja, ¿sabes quién es?

—¿Pelo corto y lentes negros? —Mei asintió energéticamente, Henry había caído en el anzuelo. Le sacaría respuestas—. ¿Qué quería?

—Hablar contigo —respondió la rubia, sin levantar la mirada del libro, recostada en el sillón de un rincón—. Cliché.

—Claudeen —corrigió Henry, sin darse cuenta—. ¿Dónde están Ashton y Collins?

—Haciendo la compra en la cafetería. —La rubia dio la vuelta a la página.

—Veo que no piensan bajar nunca —alzó una ceja en desaprobación y Amelie lo fulminó con la mirada. Comentario equivocado—. Empezaremos a turnarnos, ¿estás de acuerdo, Amelie?

Con eso consiguió que la rubia alzara la vista de su libro, una línea recta en los labios y unos ojos asesinos fueron a clavarse en Henry.

—¿Pretendes que salga de este oasis habiendo encontrado, por fin, un libro de mi agrado? —inquirió ofendida—. Eres tú el que me lo regaló.

—Porque no leías. —Respondió con brevedad, sin profundizar en el tema. Se sentó en la misma silla que Amelie había ocupado cuando Claudeen estuvo por ahí.

—Fuiste tú quien dijo que debería estar aquí más tiempo, que me la pasaba papaloteando con las Blondie. —Espetó, mirándolo por encima del sofá. Una vez que las fuerzas se le acabaron, se dejó caer de espaldas al sillón.

—Porque nunca estabas. —Abrió la carpeta dando por finalizada la conversación.

Mei pasó la mirada de Henry a Amelie. Se detuvo en un punto intermedio y negó con la cabeza. Discutían por todo. Por momentos estaban felices, convivían como gente civilizada y la siguiente vez que los veía ya estaban jalándose de los pelos. ¿Sería que todos los rubios eran iguales? Ella nunca había sentido esa afición por las discusiones. Sí, debía ser eso, era un problema de color de pelo, o eso pensó.

Se sirvió unas cuantas galletas, comió una de camino a la mesa de té. Volvió a sentarse en su silla. Mei observó en silencio a Henry, viendo el cambio de expresiones al leer los papeles que había sacado de la carpeta beige. El presidente alargó la mano y con la mirada pidió permiso para tomar una galleta, Mei le respondió con una pequeña sonrisa, acercándole el platito.

—¿Papeles de qué son?

—Información de un estudiante. —Respondió, dándole una mordida a la magdalena.

—¿Algo malo ha sucedido? No me enteré... ¡Espera! ¡No tienes permiso para eso!

Henry advirtió que la chica se inclinaba hacia adelante, le puso un dedo en la frente para evitarlo.

—Nada de tu incumbencia —Mei hizo un puchero—. Has de tener algo que hacer, no sé... ¿molestar a Amelie?

—¡Hey! ¡Te escuché!

—No intentaba lo contrario. —Repuso antes de centrarse en los papeles.

Mei se dio por vencida momentáneamente.

La poca información que pudieron darle acceso difícilmente le ayudaba para hacerse una idea de quién era Claudeen Brooks. La mayoría de los papeles eran de su ingreso al instituto, muy pocos eran los papeles relacionados con su panorama familiar, el cual le interesaba tanto como lo demás. Se hablaba de premios y competencias. Guiándose por la larga lista de méritos, cualquiera se imaginaría a Claudeen como una chica de buena familia. Al leer la entrevista de admisión, cuyas respuestas eran cortas, quedó con más preguntas que respuestas. Ella evitaba hablar de sí misma en la medida de lo posible, vivía con su madre y su hermana, pero prefirió no hablar de la figura masculina en su familia.

Una de las respuestas le llamó mucho la atención. Se le había preguntado por qué quería la beca, la psicóloga escribió entre comillas:

"Mi futuro depende de esta beca."

Revolvió su cabello con las manos, dejó que su cuerpo se recargara contra el respaldo de la silla. Dos cosas sabía: esa chica necesitaba la beca a toda costa y, la segunda, había roto las normas. No se creía con suficiente valor para quitarle a alguien lo poco que tenía, como suponía que era por la respuesta dada, pero de igual forma sabía que iría en contra del juramento que había hecho al tomar el puesto de Presidente Estudiantil. Estaba contra la pared y una filosa espada se le clavaría en la garganta de no tomar la mejor decisión. De la misma forma, pensaba que tener más información le ayudaría. El problema era, ¿dónde la encontraría? Claudeen estaba cerrada herméticamente y había lanzado la llave al abismo.

—Ilumíname con tu pensamiento chino. —Dijo Henry, sin abrir los ojos.

Mei rio.

—Japonés —corrigió, sonriendo ampliamente. Estando en un país extranjero donde a los asiáticos se les llama "chinos" por ignorancia al no saber reconocer las diferencias entre chinos, japoneses, coreanos y demás, Mei se acostumbró a ser llamada "china" y corregir sin hacer coraje, como le pasaba al principio.

—¿Cómo conseguirías información de alguien?

—Lo que necesitas no es pensamiento asiático, sino sentido común —respondió, esbozando una sonrisa burlona—. Ve y pregunta.

—Eso no es posible —Mei hizo un gesto con las manos exigiendo la razón—. Uno, no voy a llegar con una desconocida a preguntarle ese algo y dos, nunca me va a responder la pregunta que le voy a hacer. Antes saldrá corriendo.

—¿Quién correría de Henry Winters?

—Cliché —dijo, por fin lo había hecho, un peso de encima se le caía de los hombros. Henry vio claramente como la emoción iba abriéndose paso en la pelinegra—. ¡No! ¡No es lo que piensas!

—¡Esa chica vino hace unos minutos! ¿Qué hay entre ustedes dos? ¿Desde cuándo se hablan?

—Ya le diste cuerda... —comentó Amelie, enredando un mechón rubio en su dedo—. Felicidades, Henry —volvió a centrarse en su libro—. ¡No! ¡No! —chilló, cerrando el libro de golpe. Alcanzó el vaso de agua que descansaba en la mesa de enfrente—. ¡Alaska es una estúpida! ¿Qué tenía en la mente? ¿Por qué no la detuvieron? —Mei y Henry la vieron en silencio, esperando que se callara—. Ok, sigan con lo suyo —dijo, moviendo la mano como quien quiere alejar a un perrito.

La conversación se interrumpió momentáneamente, pues entraron dos muchachos con los brazos llenos de comida. Unas galletas de fibra y una botella de agua para Amelie. Un pan dulce relleno de chocolate recién salido de la panificadora que tenían cruzando la calle, una bolsa de papas y un refresco para Mei. Y aunque no pidió nada, tres rebanadas de pizza para Henry, acompañadas de su "deliciosa" combinación de manzana con Sprite.

—¿Entonces, Cliché? —Siguió Mei, insistiendo en el tema. Henry le dedicó una cara de pocos amigos. No, no era lo que ella se imaginaba. Únicamente quería tener motivos para no delatarla.

Además, le podría sacar mucho provecho a ese secretito suyo. Las solas ideas de lo que podría hacer Cliché a cambio le hacían divertirse. La trataría como su sirvienta personal... o la pondría a hacer sus tareas.

—No, necesito información de ella.

—¿Pues qué hizo? ¿Qué puede ser tan malo para que te ande buscando? —Mei se lamió los labios, eliminando los restos de chocolate.

—Algo.

—Si vas a contar algo, cuéntalo bien. —Exigió cruzándose de brazos.

—Algún día lo sabrás... si es necesario.

Uno de los muchachos se puso al día vía Amelie, quien, aunque no prestó mucha atención, pudo captar lo más importante y le narro en breves segundos lo que necesitaba saber para entrar en la conversación.

—Yo que tú la observaría —dijo Ashton, era un chico castaño, de piernas largas que se movían sin cesar. No se mantenía quieto, jugaba con una pelota de tenis en una mano. Henry le mantuvo la mirada unos segundos antes de asentir con la cabeza—. Esa chica nunca va a responder ninguna pregunta, mucho menos a cualquiera de nosotros.

—Ya sabes —intervino Amelie—. Somos "babosos" ante sus ojos.

Esa tarde, al terminar el entrenamiento del equipo de soccer, Henry se dirigió al café. A comparación de la primera visita, estaba vacío, y lo más importante para los ojos de Henry, los meseros ya no estaban disfrazadas. Lo que significaba que Claudeen no vestiría con ese traje corto de sirvienta, extrañaría poder apreciar una figurita joven ceñida a la ropa y sus piernas desnudas. Como el buen hombre joven que era, cualquier par de piernas bien formadas le llamaban la atención. Se imaginó a todas las meseras escondiendo sus bellas piernas por unos pantalones, debía estar prohibido. A cambio tendría un trasero bien definido. ¿Piernas o trasero?

—¿Para qué me sirve un trasero si no lo puedo tocar? —Masculló, aceptando un menú.

La mesera se limitó a sonreír, llena de pena.

—¿Listo para ordenar, caballero? —Una mesera distinta. Seguramente, se dijo Henry, la otra había huido.

—Sí —movió el dedo por el menú hasta toparse con lo que pediría—. Un chocolate caliente con crema batida y trozos de chocolate.

La chica, un par de años más grande que él, asintió, desapareciendo al minuto siguiente.

Una pequeña pelirroja se le quedó mirando con muchísimas curiosidad, la boquita ligeramente abierta. Henry se acomodó los lentes oscuros y bajo el frente de su sombrero amarillo, que no combinaba para nada con el uniforme rojo y negro del instituto. En un intento de no llamar la atención consiguió todo lo contrario, ¿qué tenía en la cabeza cuando tomó ese sombrerito? Parecía que tenía un letrero encima.

La pequeña entró corriendo al café tras escuchar su nombre.

—Hay un niño raro en la terraza —dijo, sentada en el taburete disponible en la zona para trabajadores—. Tiene lentes negros y sobrero amarillo.

Claudeen se volteó inmediatamente hacia Molly, que pedía su vaso de agua.

—¿Cómo era? —Preguntó, pensando que se trataba de Frank.

—Rubio... e iba con el uniforme de tu escuela —Claudeen se relajó un poco, aunque no del todo.

—Estaba diciendo algo sobre tocar traseros —comentó una mesera, haciendo una mueca—. Debe ser uno de los morbosos que a veces viene.

Claudeen rodó los ojos. Ella sabía que no se trataba de alguno de ellos, esos causaron muchos problemas y se les había prohibido regresar, sin contar que no iban a su escuela. El único rubio que se le ocurría era Henry. Oh, Dios. ¿Por qué le estaba haciendo eso? Suficiente tuvo con verla aquel día vestida de sirvienta. Un torturador personal para Claudeen, desgraciadamente no sabía cuándo terminaría ni qué haría Henry cuando estuviera satisfecho. ¿Diría su secreto? Esperaba que no, si es que no lo había hecho ya...

—Es el rubio de ayer.

—¿El que no te quitaba los ojos de encima? —Dijo casi a grito otra chica, se tapó la boca al pasar a su lado la dueña del café. Una mujer agraciada y felizmente casada con el chef del café.

Con la atención de todos los presentes en la cocina, aquellos que no tenían nada qué hacer, siguió hablando.

—¿Lo conoces? —inquirió la chica. Claudeen asintió con la cabeza—. ¿Te llevas con él?

—¿Con ese baboso? Estaría loca o me faltaría un tornillo —dijo, juntando las cejas—. No, es el presidente estudiantil.

—¡El presidente! ¡Perfecto para Clau! —Exclamó el cocinero al fondo, le sacó la lengua a la chica. Recibió a cambio una mirada de pocos amigos.

Marissa, la dueña, puso sus manos en los hombros de Claudeen.

—Nos encargaremos de que sea tu amigo —Claudeen desencajó su boca. Molly se reía por el alboroto que se había armado. Marissa salió a la terraza unos segundos, haciendo a la que buscaba alguien que necesitara algo—. ¡Qué digo! ¡Amigo no! ¡Un chico tan guapo debe ser el padre de tus hijos! Si no fueras tan chica te casaría con él en este instante y te mandaría de Luna de Miel al siguiente parpadeo —exclamó al regresar a la cocina. Se giró hacia una chica—. Una rebanada de cheesecake, cortesía de la casa.

—No es necesario —susurró Claudeen, siguiéndola como perrito—. No necesito un amigo como él...

—Todos necesitamos un buen amigo como él. —Repuso Marissa, claramente no se refería al mismo tipo de "amigo" que su empleada.

—No quiero a un amigo como él.

—Lo tendrás.

—Marissa —rogó Clau, a punto de rendirse. La mujer era demasiado terca cuando se proponía algo—. Por favor.

La mujer optó por ignorar ese y sus demás ruegos.

Marissa decoró el plato con caramelo rojo y una pequeña fresa. Una vez que la rebanada estuvo en el plato, se lo entregó a Claudeen poniendo la sonrisa que amenazaba un huracán. Claudeen tragó saliva. Por si su vida no se había salido de balance más de lo normal en los últimos días, después de entregar ese plato ya no quedaría nada de equilibrio. Eso ella no lo sabía, mucho menos se lo imaginaba Henry al verla cruzar la terraza en su dirección. Incluso se hizo pequeño en su silla.

Su plan no involucraba a Claudeen cerca de él, solo la iba a observar y recaudar información. Cuando la mirada de Claudeen y la suya se encontraron, se encadenaron. Allí supo que iba a él, no al vecino de al lado, ni cualquier otro. Estaba yendo a su encuentro con un postre en sus manos y no el que había pedido. Pensó que lo descubrió, quizá intentaba conquistarlo para ganarse puntos a su favor. Reconsideró lo último, Cliché conquistaría a un colibrí antes que a él.

Un silencio incómodo se instauró mientras ella asentaba el platito en la mesa.

—Yo no pedí esto. —Indicó con el dedo.

—Cortesía de la casa —Henry no se veía del todo convencido—. Acéptalo.

—¿Qué es lo que traman? —hizo un leve movimiento con la cabeza, esta vez señalaba al interior del café. Claudeen se giró discretamente. Marissa levantó los pulgares en señal de ánimo. A su alrededor estaban dos chicas más y Molly. Claudeen quiso convertirse en polvo... o aire, cualquier cosa que la hiciera desaparecer—. Parece como si estuvieran presenciando el gran robo del siglo.

—Es la forma en que Marissa intenta buscarme novio —soltó un largo suspiro—. Piensa que venir dos días seguidos significa algo. —Agregó viendo que Henry no decía nada.

—Pensé que me había disfrazado bien. —Se sorprendió al sacarle una risita a Claudeen. Se quitó los lentes y el sombrero.

—Lo tuyo no es hacerte pasar por un humano, Tudor.

—Si no soy humano, ¿qué soy? —Preguntó, entrelazando las manos y apoyando los codos en la mesa—. Un Dios, eso te hace... ¡mi súbdita!

—Solo si fueras rey.

—Soy un Tudor, ¿o no? —Claudeen enmudeció—. ¿Sin palabras, Cliché Brooks?

Una sombra apareció en el rostro de la chica. Se estaba burlando de ella, eso la enfurecía. Se limitó a cerrar los puños, debía de controlarse mientras trabajaba. El semblante divertido de Henry cambió por uno serio.

¿Buscar información de esa chica? Demasiado difícil, mejor iba al grano y le proponía lo que deseaba desde haber sido llamado "baboso". Probablemente de no haber sido llamado así, hubiera cuidado del secreto de Claudeen sin pedir nada a cambio.

—Hay que hablar —anunció. La piel se le erizó a la chica—. Te estaré esperando cuando termines tu turno.

—Falta mucho.

—Puedo esperar, no llevo prisa —dijo con tranquilidad.

Una esencia extraña salía de Henry, Claudeen no pudo nombrarla hasta haber salido de su vista y recobrar el color, porque por segunda vez en una semana había quedado pálida al terminar de tratar con ese chico de ojos cobalto. Anunciaba un cambio radical a su vida.

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