EXORCISMO.

By Alex607600

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Como fotógrafo de reportajes viajas a diferentes lugares del mundo, en otras ocasiones viajas mucho por el in... More

EXORCISMO.

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By Alex607600

Como fotógrafo de reportajes viajas a diferentes lugares del mundo, en otras ocasiones viajas mucho por el interior de la república, en uno de esos viajes llegué a un pueblito escondido entre dos cerros, a una hora de la ciudad de Iguala, azotado por las guerras entre narcos. Es una comunidad agrícola casi abandonada, actualmente encontraron oro cerca del rio Balsas lo que ha reactivado un poco el movimiento de vehículos en la zona, las corridas de trenes dejaron de pasar hace muchos años, pero los vecinos no pierden la esperanza de volver a escuchar el silbato de la locomotora haciendo eco entre la montaña una vez más.

Su población está compuesta de ancianos y mueres entre 30 y 50 años, la mayoría de los hombres partieron a los Estados Unidos a probar suerte, solo llegan de visita para pasar la navidad y año nuevo, para después regresar a California y Chicago mayormente. Los niños nacidos en esas fechas se quedan en el pueblo hasta que son adolescentes, luego se los llevan al campo americano para piscar vegetales.

Además del abandono y de la violencia, los habitantes del pueblo han sido atacados por lo que ellos llaman "un demonio", cuentan los vecinos de otros pueblos que los niños de la comunidad son devorados por el diablo.

Llegué por la tarde del sábado, la camioneta colectiva cruzó el puente de piedra sobre el rio casi seco, me dejaron en la explanada, cerca de la vieja estación del tren, la calle estaba desierta.

Hacia demasiado calor ese día, fui a una de las tienditas para comprar agua, pensé que no había nadie porque la señora tardó mucho en salir a atenderme, cuando le pregunte por las personas me dijo que todos estaban en la casa de Don Natalio, rezando para que el diablo no se llevara a otro niño. Me señaló la calle por donde podía llegar, deje mis cosas con ella y salí con cámara en mano a las faldas del cerro, la casa de adobe y madera estaba montaña arriba, tardé como veinte minutos en llegar hasta allá.

Todas las casas estaban cerradas, podía ver animales de granja abandonados por los vecinos en sus patios; gallinas, vacas, perros, todos esperaban a que sus amos volvieran de rezar. Apunté con el lente un par de veces hacia ellos y puedo jurar que vi entre los árboles unas sombras grises, parecían siluetas de niños entre los árboles. No hice caso, pensé que solo era un desajuste en la lente.

Cuando encontré la casa estaba rodeada de casi todo el pueblo, todas las señoras llevaban velos en la cabeza, un rosario en una mano y un libro de oraciones en la otra, los hombres trataban de seguirlas en los rezos, pero nadie mejor que ellas para llevar a cabo los rituales religiosos. Hable con los vecinos, me contaron que el sacerdote de la parroquia y los padres del niño estaban dentro, se escuchaba una señora que lloraba como si fuera un bebe, le suplicaba al diablo que no se llevara a su hijo. Todos los presentes habían perdido a un hijo de la misma forma, y compartían el dolor de la señora como si fuera suyo. Rezaban con toda la devoción que sus corazones sentían. Invocaban al señor para que les ayudara, sin embargo toda su fe no era suficiente, muchos de los niños murieron a pesar de sus rezos, o de los esfuerzos del padre por sacar al demonio de sus cuerpos.

Dentro de la casa de adobe se escuchaba el lamento del niño, como el chillido de un animal acorralado.

Dentro de la casa había más señoras rezando, de rodillas a la puerta de la recamara, el piso estaba lleno de veladoras, algunas desnudas, otras dentro de un vasito de vidrio, el piso de cemento se sentía fresco comparado con la arena caliente de las calles del pueblo. Pude escuchar mejor las suplicas de la señora:

- Déjalo... no te lo lleves por favor, te lo ruego, déjame a mi hijo... déjame a mi hijo...

Traté de abrir la puerta, pero estaba atrancada por el otro lado. Hable con unos vecinos, me contaron que dios estaba enojados con ellos, se estaba llevando a sus hijos y no sabían el motivo, iban a la iglesia, daban diezmo, hacían lo que el sacerdote les decía. Pensaban que dios los estaba castigando por tomar cerveza y decir groserías los domingos saliendo de misa, o porque habían escondido narcos en sus plantíos para que la federal o el ejército no se los llevara. No les quedaba claro, no entendían porque de repente se ensaño con ellos y dejo que ese demonio se llevara lo que más amaban.

Como ya no podían mas pidieron ayuda, el sacerdote había escrito al obispo, le conto de la situación y le prometieron que le enviarían ayuda. Pero no dijeron cuándo. Afortunadamente llegaron ese mismo día, y pude ser testigo de cómo ayudaron al niño.

Una camioneta blanca se estacionó afuera de la casa, de ella bajaron dos sacerdotes, hombres blancos, de casi 40 años, se veían fuertes y en forma, nada que ver con la imagen del padrecito de cualquier pueblo en medio de la sierra. Venía con ellos también una monja, señora de sesenta y tantos ataviada con su uniforma azul marino, toco la puerta con fuerza para que el padre le abriera, mientras los dos sacerdotes se preparaban para empezar a trabajar, uno de ellos llevaba lo que pensé en ese momento un bastón, cubierto en una funda de tela negra, tenía un bordado dorado en un costado, no pude reconocer el símbolo. Alcancé a ver también que calzaban botas, como militares, debajo de las sotanas negras. El chofer se quedó dentro de la camioneta, parecía que era inmune al calor, solo apago el motor y se acomodó en el asiento para tomar una siesta larga.

La monja empezó a organizar a los vecinos para que rezaran al mismo tiempo, los preparó para rezar todos los rosarios que fueran necesarios, hasta el día siguiente si lo ameritaba. Algunas mujeres se fueron a preparar café y pan, la noche se les venía encima y no descansarían hasta que el niño estuviera a salvo. Aproveche ese momento para hablar con la monja, le explique mi trabajo como fotógrafo y le pedí de favor que me dejara entrar con ellos, la mujer se me quedo mirando, como evaluando mi fe y mi acercamiento con dios, me dijo que esperara, hablo con los sacerdotes, me señalo como si fuera un pecador que va a ser juzgado, ellos me miraron y uno de ellos se me acerco:

Sacerdote: - ¿Qué haces aquí?

Fotógrafo: - trabajo en la capital, el periódico me mandó a fotografiar las bestialidades de los narcos, fue cuando me entere de este pueblito, oí de su problema y vine a verlo personalmente.

Sacerdote: - ¿y crees en cristo resucitado?, ¿en el hijo de dios muerto en la cruz para salvarnos a todos?

Pensé un poco en lo que iba a responder, mi fe no era la más fuerte o firme, pero no podía dejar una oportunidad así.

Fotógrafo: - si padre.

Sacerdote: - ¿sabes lo que hay del otro lado de la puerta?

Fotógrafo: - no padre...

Sacerdote: - ¿y aun así quieres entrar con nosotros?... no estamos jugando, que te quede claro, si entras con nosotros podrías morir...

Quede perplejo por lo que dijo, ¿morir?, mi curiosidad aumentó.

Fotógrafo: - si me lo permite padre... con todo respeto... solo quiero cumplir con mi misión de informar al mundo lo que pasa en el pueblo... sea lo que sea...

Sacerdote: - pero yo no puedo dejar que mueras por algo que no entiendes, además, no quiero que nos estorbes, no vamos a jugar ahí dentro sabes... nuestro trabajo no es como el de los demás curas o padres de por aquí, nos encargamos de encomiendas muy especiales.

Fotógrafo: - lo se padre, le prometo que no les estorbare, solo llevare mi cámara y algunas memorias para respaldar mi trabajo... eso es todo...

Se me quedo mirando un momento, incrédulo de levanto y se fue a hablar con su compañero y con la monja, me miraron un segundo y mandaron a la monja conmigo.

Monja: - acompáñeme...

Fotógrafo: - si hermana.

Me acerque con el otro sacerdote tenía la voz más gruesa que su compañero, me pregunto por la última vez que me confesé, le dije con honestidad que no lo recordaba, acto seguido me aparto de los demás y me pidió que me confesara, le conté los pecadillos más apropiados y menos comprometedores, después de eso me dio la ostia y me bendijo. Me dibujó una cruz en la frente con agua bendita y me dio una medalla de san Benito, me pidió que por nada del mundo me la quitara, y que no me asustara, por lo que viera o escuchara.

La monja se quedó fuera de la habitación rezando con las señoras del pueblo, el sacerdote que me dio la comunión le pidió al padre que abriera la puerta, se escuchó como levanto unos maderos pesados, abrió la puerta y los tres entramos. Cerró detrás de nosotros.

Estábamos en la recamara de los papás, había en el centro una cama de fierro muy vieja, el óxido apenas dejaba ver que fue verde cuando era nueva, había mueblecitos de madera, una mesa, un par de sillas, fotografías viejas enmarcadas en cuadros. La pared se estaba pelando, podía ver el adobe del que estaba hecha, la pintura estaba desgastada. Varios cuadros de santos adornaban el interior de la habitación, el santo niño de Atocha, el sagrado corazón, la virgen de Guadalupe, la virgen de san Juan de los lagos, todos ellos estaba repartidos en la paredes, al centro, en la cabecera de la cama estaba un crucifijo de madera rustica. Al fondo de la habitación había una puerta más ancha que la anterior, daba al patio de la casa, estaba lleno de plantas y árboles muy verdes, la tierra se veía seca en el caminito que llevaba a la parte de atrás dela casa, recuerdo mucho el olor a humedad, a madera quemándose, a estiércol y a tierra. El techo estaba sostenido por unos maderos viejos, los insectos habían hecho sus casas entre las tejas, pero se habían ido asustados por el humo del sahumerio del padre del pueblo.

En medio de la cama estaba un niño muy flaco, moreno como sus papás, con el pelo muy corto y mal cortado, estaba vestido solo con una camisetita y su calzoncito, se nos quedó viendo cuando entramos, apretaba la mandíbula y nos miraba con desprecio, bufaba como los gatos cuando están enojados. Sus padres estaban en un rincón, y el cura del pueblo estaba parado junto a la cama, moviendo el sahumerio, llenando la habitación de humo con olor a incienso, como el que se puede oler en día de muertos.

El sacerdote les explico a sus padres lo que iban a hacer para ayudarlos, atranco la puerta y se preparó para orar, el sacerdote que me dio la comunión saco su libro de oraciones, un rosario y una botella con agua bendita.

Sacerdote: - en el nombre sea del padre, del hijo y del espíritu santo. Primer misterio gozoso: la encarnación del hijo de dios, padre nuestro que estas en el cielo...

Empezó a rezar un rosario, uno muy largo, el niño empezaba a gritarle al sacerdote, se escuchaba como si fuera un animal herido, el otro sacerdote se acercó a mi despacio y me dijo al oído: cuando te diga, cubre tu ombligo con tu mano, y metete esto en la boca, quédatelo ahí. Me dio un tetragrammaton pequeño, me lo metí en la boca y ahí lo deje toda la noche, aún tengo el sabor a metal grabado en la mente.

Seguía rezando. El niño no se movía de su lugar pero tampoco dejaba de chillar como animal, de pie frente al sacerdote le gritaba como si le exigiera que de detuviera, se reía de nosotros y le gritaba al sacerdote, le tome un par de fotografías, no me miraba mucho, como si no fuera importante para él. Los padres del niño lo miraban desde la esquina del a recamara, tirados en el suelo, llorando y pidiéndole a dios que lo liberara del demonio.

Sacerdote: - segundo misterio: la visitación de nuestra señora a su prima santa Isabel... padre nuestro...

El padre seguía rezando y el niño seguía gritando y bufando como animal, de la nada se le acercó al padre y le dio un puñetazo en la cara.

Hizo una pequeña pausa y siguió rezando con la misma firmeza con la que había empezado, su compañero estaba atento a lo que acontecía, cargaba la funda de tela con el bastón en su interior, esperando, rezando. Cada Padre Nuestro y ave María le rociaban agua bendita, dibujaban una cruz en el aire y cada vez que el agua lo tocaba el niño gritaba como animal herido de muerte.

Volvió a acercarse al sacerdote para darle otro puñetazo, pero su compañero no se lo permitió, puso la funda con el bastón entre ellos y lo mantuvo a raya. El niño no dejaba de gritar y de reírse de nosotros, todo eso lo tengo en las fotografías.

Se quedó quieto un momento, no dejaba de mirarnos con burla y odio, babeaba y respiraba muy profundo, como si estuviera agotado, metió su mano en su ropa interior y se sacó un poco de excremento, se lo lanzo a la cara la sacerdote.

Se rio de todos nosotros.

El sacerdote se limpió en seguida y siguió rezando, el niño hizo de nuevo lo mismo, se sacaba excremento y nos lo lanzaba sin vergüenza, bailaba en la cama burlándose de nosotros, el padre seguía rezando y lanzándole agua bendita.

Sacerdote: - tercer misterio: el nacimiento del hijo de dios en Belem...

La noche nos alcanzó y aun no terminaban de ayudar al niño, afuera se escuchaban los rezos de las mujeres del pueblo, y en la esquina de la recamara se escuchaban los lamentos de los padres por su hijo.

No dejaba de mirarnos con burla y odio.

Seguía tomando fotografías cuando un olor nauseabundo me distrajo de lo que pasaba con el niño, un sapo gigantesco, pardo y lleno de granos purulentos estaba sentado en mi bota. Me dio asco, me lo sacudí de inmediato, casi me tropiezo con otro que estaba atrás de mí, fue cuando lo noté, toda la recamara se estaba llenando de sapos como el que tenía el na bota, buscaban a las personas y se quedaban cerca de ellos, supuraban un líquido blanco de sus lomos, el hedor que emanaba de ellos era insoportable.

El niño le dijo algo al sacerdote en un dialecto que no conozco y que no he vuelto a escuchar, el otro sacerdote le puso el bastón con la funda negra en la cara:

- cuida tus palabras...

Le dijo al niño, este le aventó el bastón con la mano y le respondió con tono irónico, con el mismo dialecto que no había entendido, los sapos empezaron a vomitar, el cuarto se llenó de sus flemas verdes malolientes, el sacerdote los roció con agua bendita, salían saltando de la habitación, se amontonaban entre ellos para protegerse, vomitaban y supuraban unos encima de otros.

El niño no dejaba de bufar y de reírse de nosotros. El sacerdote no dejaba de rezar.

Sacerdote: - cuarto misterio: la presentación del niño Jesús en el templo...

Afuera empezaba a nublarse, pronto caería un aguacero, como los que solo caen en campo abierto, como si el cielo no volviera a darnos agua en mucho tiempo. Los sapos seguían saltando sobre ellos, sus padres no dejaban de llorar. Al cura del pueblo se le acabo el sahumerio, solo se limitó a rezar con todos nosotros, yo seguía tomando imágenes, no acababa de asimilar lo que estaba presenciando, nunca había visto una posesión, nunca había estado en medio de un exorcismo, siempre pensé que la iglesia solo era la administradora de una fe en extinción. El fervor de los feligreses del campo es muy diferente a la devoción que pudiera sentir una persona de la ciudad.

El calor aumentaba, y la paciencia del niño se agotaba, de nuevo se lanzó contra el sacerdote, trató de nuevo de golpearlo en la cara, pero su compañero no se lo permitió, empezaba a desesperarse, les lanzaba excrementos y les gritaba y maldecía con palabras que no entendía, volvió a sorprendernos cuando saltó sobre el sacerdote con el bastón, se montó encima de él y empezó a golpearlo, el cura y el padre del niño les ayudaron a quitárselo de encima, le rasguñó la cara profundamente. El sacerdote no dejaba de rezar, pasara lo que pasara el no podía detenerse, podría perder al niño.

Entre los dos lograron lanzarlo a la cama de nuevo, se paró sobre ella e inmediatamente comenzó a gritar y a maldecir como un niño haciendo el más grande de los berrinches, trató de saltar de nuevo pero no se lo permitieron, lo sujetaron sobre la cama mientras pataleaba, su madre le suplicaba que se quedara quieto, pero no le hacía caso a nadie.

Sacerdote: - quinto misterio: Jesús perdido y hallado en el templo...

Ya no se contuvo más, de la nada saco la fuerza de un caballo y lanzo al cura y al sacerdote hacia las paredes, casi pierdo la cámara cuando el cura me golpeó, ahí fue cuando me asuste de verdad, me dijo:

- tapate el ombligo.

El niño se recargo en la pared y empezó a caminar sobre ella, como si estuviera pegado a los muros, apoyaba pies y manos en la pared y se movía como una araña mirándonos con odio, gritando y maldiciéndonos, el sacerdote le lanzo más agua bendita, pero solo sirvió para hacerlo enojar más, se arrancó las ropas, pudimos ver su cuerpo, empezaba a ponerse rojo muy intenso, como si fuera una braza azuzada por el viento, se veía como un líquido negro corría por sus venas, los sacerdotes siguieron rezando, pero esta vez más fuerte, casi gritaban el ave María, los tres hacían una sola voz, rezaban con todas sus fuerzas, le lanzaban agua bendita y lo obligaban a bajar de la pared.

El niño solo les gritaba y se arrastraba pegado a la pared, de repente se quedó quieto. No hubo más ruido que el de los tres rezando el final del rosario. No podía enfocar muy bien con una mano. Pero tampoco quería descubrirme el ombligo como me lo pidieron, nunca supe por que debía hacerlo. Empezaba a llover, sentí el agua salpicando detrás de mí, mire hacia la puerta que daba al patio y volví a verlas, varias sombras grises, esta vez pude ver lo que creo que eran sus ojos, color blanco, del tamaño de niños de ocho o nueve años. Se escondían detrás de los árboles, en el marco de la puerta, detrás de las piedras, miraban muy atentos todo lo que pasaba con el otro chico, se podía ver que tenían miedo de ser descubiertos, tome un par de fotografías de ese momento pero cuando las revelé no se apreciaba nada de lo que vi.

El niño seguía en la pared, pero esta vez algo cambio, sus ojos se pusieron blancos y sus dientes se veían afilados como colmillos, las uñas de una de sus manos empezaron a alargarse, afiladas y puntiagudas, les grito algo en ese dialecto que no comprendía y empezó a clavarse las uñas en la parte superior del pecho, inmediatamente aumentaron la intensión de sus oraciones, le lanzaron agua vendita y le imploraron al señor que les ayudara para salvarlo.

El sacerdote saco el bastón de la funda, que resultó ser una espada curva, la funda estaba lacada en negro y la empuñadura y los remates eran de oro sólido, saco la espada de su protección la tomó con la mano derecha y apunto hacia el niño, le dio un golpe a la empuñadura con la mano izquierda, se escuchó como un campanazo, un golpe de metal muy fuerte, el niño grito de dolor, se aferró a la pared mientras se retorcía de dolor, seguían los rezos, el niño trato de nuevo de lastimarse pero el sacerdote no se lo permitió, de nuevo un golpe a la empuñadura, otra vez se escuchó el golpe ensordecedor del metal y de nuevo el niño se revolcó en la pared, gritando y maldiciendo.

Se quedó quieto por un momento, su cabeza colgaba de su cuerpo como si estuviera desmayado, seguía pegado en la pared de la recamara, de repente se levantó, algo había cambiado, su semblante era muy diferente, su mirada era la de un niño asustado, nos miró a todos y cuando vio a su madre empezó a gritar:

Niño: - ¡MAMÁ!... SACAME DE AQUÍ, SACAME DE AQUÍ...

El cuerpo empezó a moverse pegado a la pared, de esquina a esquina, los sacerdotes le lanzaban agua vendita y aumentaron el fervor en sus rezos, el otro sacerdote de nuevo golpeo la empuñadura de la espada, el niño no dejaba de gritar y de suplicarle a su madre que lo sacara de ahí, parecía que su cabeza estaba desconectada del resto de su cuerpo y era un pasajero dentro de él. Ya no podía contener las lágrimas, nunca me imaginé lo que vería ahí dentro. El sacerdote tomo la espada y atravesó el costado del niño, este lanzo un alarido que hasta ahora no he podido borrar de mis pensamientos. Lo atravesó y lo clavo contra la pared, dejo de gritar, su cabeza colgaba otra vez de su cuerpo, mientras este se retorcía tratando de zafarse de la espada, los otros sacerdotes se acercaron a él y siguieron con sus rezos y lanzándole agua ventita, se miraron entre ellos, lo tomó con la espada y lo dejo caer en la cama de nuevo. Se alejaron un poco, fue cuando lo vi.

El niño estaba abrazando al sacerdote que no dejo de rezarle, escondido detrás de su pierna, lo abrazaba colgándose de su sotana, mirando como su cuerpo se revolcaba en la cama, entendí, el niño ya había muerto, lo que quedaba en su cuerpo era ese... demonio. Sin dejar de rezar, el sacerdote se tocó la pierna, como si supiera que el niño ya estaba seguro detrás de él, miro a su compañero y asintió con la cabeza.

En la cama, el cuerpo del niño se puso de pie, seguía bufando y gruñendo, justo cuando trato de lanzarse de nuevo para atacar su compañero lo corto a la mitad con la espada. Su cuerpo cayo inerte en el suelo, cerca de mis pies. Fue la última foto que tome dentro de la habitación.

Su madre no dejaba de gritar, maldecía al sacerdote por haber matado a su hijo, pero no vio lo que yo vi, no vio cuando lo salvaron.

Cuando abrieron la puerta todos nos miraban en silencio, esperaban una respuesta llevando veladoras en sus manos, la monja y su chofer ya estaban esperándolos, los ayudaron a sentarse, les dieron agua y los limpiaron. El cura le dijo a su pueblo, ya no deben temer más, esto se ha terminado, ya no hay que temer, ya se ha ido. Las señoras rompieron en llanto, los hombres gritaron de júbilo, y los padres del chico lloraron desconsolados toda la noche. Me aparte de todos ellos, busque un lugar donde nadie me viera llorar, ya no aguantaba, me sentía devastado. No podía creer lo que acababa de vivir. Me escondí detrás de un árbol, me saqué la medalla de la boca y ahí, me puse a llorar como un niño.

La monja me encontró, se arrodillo junto a mí, me limpio la cara con un paño blanco, la miraba a los ojos como a mi madre cuando estaba enfermo y me dolía todo el cuerpo. Me dijo que no fuera tonto, que no debería llorar, que celebrara la victoria de dios, pero no entendía, el niño murió, no lo salvaron como prometieron.

Pero me dijo que no fuera tonto y que mirara, señalo hacia las plantas del patio y ahí los vi; no puedo explicar cómo fui capaz de hacerlo, pero pude, vi al niño de pie, como si nada le hubiera pasado, rodeado de esas sombras grises, parecía que hablaban, cono los niños en el recreo. Una señora vestida de blanco, de pelo negro muy largo se acercó a él, lo tomo de la mano, el niño se despidió de las demás sombras con un gesto con la mano, y se fue con la señora de blanco.

Después de eso ya no vi nada.

La monja me abrazó, me reconfortó, me llevó de nuevo a la casa y me ayudo a acomodarme en un rincón para que pudiera descansar. Me quede dormido en un silloncito dentro de la casa.

Cuando desperté no había nadie, estaba solo en la habitación, Salí del sillón, me estire y camine hacia la cocina, ahí estaba el sacerdote que había atravezado el cuerpo del niño con la espada. La monja le preparaba café y huevos con jamón:

- siéntese. Me dijo.

Me acomodé junto al sacerdote y me arrimo una taza de café negro sin azúcar. Cuando le pregunte donde estaba su compañero señalo una de las habitaciones.

Estaba acostado boca abajo sobre una cama, aún seguía vestido con la sotana, se escuchaba su respiración incomoda. Pude notar que en la base de la cama había un círculo hecho con un polvo blanco.

Sacerdote: - sal...

Lo mire con asombro.

Sacerdote: - es sal, permite que descanse y aleja a cualquier cosa que trate de acercársele.

Fotógrafo: - ¿Qué era?...

Sacerdote: - ¿eso?, era un demonio muy viejo, de casi el principio de la creación, hijo de Lilith, devoraba las almas de los niños, los que lograban escapársele quedaban vagando en la tierra, rondando a sus padres, ¿viste unas sombras grises?, eran esos niños...

No podía creerlo.

Sacerdote: - ven, debo confesarte.

Salimos de la cocina, la monja retiro el menaje y limpió la mesa donde habíamos comido, el sacerdote me llevo a otra habitación, rezo para mí un padre nuestro, me pidió que me confesara de nuevo, y me dio la comunión. Acto seguido me dijo:

Sacerdote: - no le cuentes esto a nadie, muy pocas personas están preparadas para saber lo que viste anoche, te voy a pedir discreción con todo el material fotográfico que llevas ahí, nadie más puede saber esto.

Fotógrafo: - ¿y qué debo hacer ahora?

Sacerdote: - ese ya es tu problema, nosotros tenemos que salir de aquí lo antes posible, nos han llamado a Brasil, tomaremos el siguiente vuelo a Rio.

Fotógrafo: - ¿Qué son ustedes?, ¿trabajan para el papa?...

Sacerdote: - somos hombres de dios, pero trabajamos aparte de la iglesia romana, atendemos este tipo de situaciones, y nos valemos de reliquias que no forman parte de la aprobación del papa.

Fotógrafo: - la espada...

Sacerdote: - así es, esa katana tiene más de 4500 años, y somos pocos los que tenemos el honor y la responsabilidad de usarla.

Fotógrafo: - ¿Quién la forjo?, ¿de dónde la sacaron?

Sacerdote: - solo sé que mi padre me la heredó, que fue forjada en Asia, y que su nombre es la espada del cielo...

Se levanta, me lleva a la puerta, y me pide que me vaya.

Sacerdote: - toma tus cosas y vete, termina de hacer tu reportaje, y por amor de dios, no le digas a nadie.

Me dejo en el marco de la puerta, cuando iba a cerrar la puerta de la recamara, le pregunte su nombre, pero no me respondió.

Regrese a la tiendita donde había dejado mis cosas, de nuevo no había nadie en la explanada, le pregunte a la señora de la tienda que pasaba. Me dijo que todo el pueblo se había ido al funeral de Emiliano, el niño que había muerto la noche anterior.

Me quede mudo y helado. Tome mis cosas y Salí de ahí, caminé hacia la parada de los autobuses y fue cuando me los encontré.

- bendito, bendito, bendito sea dios, los ángeles cantan y alaban a dios, los ángeles cantan y alaban a dios. Yo creo Jesús mío que estas en el altar, oculto en la ostia te vengo a adorar. oculto en la ostia te vengo a adorar. bendito, bendito...

Casi todo el pueblo pasó frente a mí en una procesión, primero el cura del pueblo, después varios hombres cargando el ataúd blanco, con Emiliano dentro, después sus padres, seguidos de todas las señoras que habían rezado la noche anterior, cantando bendito sea dios, con esa voz y entonación tan característico de ellas, todas al unísono. Y detrás de ellos los hombres, tratando de seguirlas en sus cantos, pero con menos pericia, al final uno de ellos lanzaba cohetes, se escuchaba como raspaba el viento cuando salían disparados hacia el cielo, un destello y un segundo después el ruido de la explosión.

Muy despacito detrás de la procesión venia mi camión, me subí, me acomode en el asiento de atrás para descansar, doblamos a la izquierda en la esquina y los perdimos de vista, ya solo podía escuchar los cohetes en el cielo.

El sacerdote no me reclamo las medallas que me dieron de regreso, aun las conservo, todavía las uso, les tengo una fe enorme. Hace años que paso esto, no me he vuelto a topar con algo parecido. No sé nada de los cuatro tampoco. Solo espero que estén bien.

Haciendo su trabajo.

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