LA PROFECÍA DE LA LLEGADA - L...

By adrianawiegand

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De donde vengo, no soy nadie. Soy menos que una mota de polvo llevada por el viento a su antojo. Alguien se h... More

INTRODUCCIÓN
Primera Parte: EL ALUMNO - CAPÍTULO 1
Primera Parte: EL ALUMNO - CAPÍTULO 2
Primera Parte: EL ALUMNO - CAPÍTULO 3
Primera Parte: EL ALUMNO - CAPÍTULO 4
Primera Parte: EL ALUMNO - CAPÍTULO 5
Primera Parte: EL ALUMNO - CAPÍTULO 6
Primera Parte: EL ALUMNO -CAPÍTULO 7
Primera Parte: EL ALUMNO - CAPÍTULO 8
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 9
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 10
Segunda Parte: EL MARCADO -CAPÍTULO 11
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 12
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 13
Segunda Parte: EL MARCADO -CAPÍTULO 14
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 15
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 16
Segunda Parte: EL MARCADO -CAPÍTULO 17
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 18
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 19
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 20
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 21
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 22
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 23
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 24
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 25
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 26
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 27
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 28
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 29
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 30
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 31
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 32
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 33
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 34
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 35
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 36
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 37
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 38
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 39
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 40
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 41
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 42
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 43
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 44
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 45
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 46
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 47
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 48
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 49
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 50
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 51
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 52
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 53
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 54
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 55
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 56
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 57
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 58
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 59
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 60
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 61
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 62
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 63
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 64
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 65
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 66
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 67
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 68
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 69
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 70
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 71
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 72
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 73
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 74
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 75
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 76
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 77
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 78
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 79
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 80
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 81
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 82
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 83
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 84
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 85
Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 87
Tercera Parte: EL ELEGIDO - CAPÍTULO 88
Tercera Parte: EL ELEGIDO - CAPÍTULO 89
Tercera Parte: EL ELEGIDO - CAPÍTULO 90
Tercera Parte: EL ELEGIDO - CAPÍTULO 91
Tercera Parte: EL ELEGIDO - CAPÍTULO 92
Tercera Parte: EL ELEGIDO - CAPÍTULO 93
Tercera Parte: EL ELEGIDO - CAPÍTULO 94
Tercera Parte: EL ELEGIDO - CAPÍTULO 95
Tercera Parte: EL ELEGIDO - CAPÍTULO 96
Tercera Parte: EL ELEGIDO - CAPÍTULO 97
Tercera Parte: EL ELEGIDO - CAPÍTULO 98
Tercera Parte: EL ELEGIDO - CAPÍTULO 99
Tercera Parte: EL ELEGIDO - CAPÍTULO 100
Tercera Parte: EL ELEGIDO - CAPÍTULO 101
Tercera Parte: EL ELEGIDO - CAPÍTULO 102
Tercera Parte: EL ELEGIDO - CAPÍTULO 103
Tercera Parte: EL ELEGIDO - CAPÍTULO 104
Tercera Parte: EL ELEGIDO - CAPÍTULO 105
Cuarta Parte: EL SEPARADO - CAPÍTULO 106
Cuarta Parte: EL SEPARADO - CAPÍTULO 107
Cuarta Parte: EL SEPARADO - CAPÍTULO 108
Cuarta Parte: EL SEPARADO - CAPÍTULO 109
Cuarta Parte: EL SEPARADO - CAPÍTULO 110
Cuarta Parte: EL SEPARADO - CAPÍTULO 111
Cuarta Parte: EL SEPARADO - CAPÍTULO 112
Cuarta Parte: EL SEPARADO - CAPÍTULO 113
Cuarta Parte: EL SEPARADO - CAPÍTULO 114
Cuarta Parte: EL SEPARADO - CAPÍTULO 115
Cuarta Parte: EL SEPARADO - CAPÍTULO 116
Cuarta Parte: EL SEPARADO - CAPÍTULO 117
Cuarta Parte: EL SEPARADO - CAPÍTULO 118
Cuarta Parte: EL SEPARADO - CAPÍTULO 119
Cuarta Parte: EL SEPARADO - CAPÍTULO 120
Cuarta Parte: EL SEPARADO - CAPÍTULO 121
Quinta Parte: EL HIJO - CAPÍTULO 122
Quinta Parte: EL HIJO - CAPÍTULO 123
Quinta Parte: EL HIJO - CAPÍTULO 124
Quinta Parte: EL HIJO - CAPÍTULO 125
Quinta Parte: EL HIJO - CAPÍTULO 126
Quinta Parte: EL HIJO - CAPÍTULO 127
Quinta Parte: EL HIJO - CAPÍTULO 128
Quinta Parte: EL HIJO - CAPÍTULO 129
Quinta Parte: EL HIJO - CAPÍTULO 130
Quinta Parte: EL HIJO - CAPÍTULO 131

Segunda Parte: EL MARCADO - CAPÍTULO 86

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By adrianawiegand


CAPÍTULO 86

Ya estaba oscureciendo cuando regresé a mi tienda. A pesar de la llegada de la noche, el campamento bullía de actividad. Todos parecían estar extremadamente ocupados con las tareas más diversas. Vi muchos Tuatha de Danann dedicados a fabricar flechas. Otros acarreaban provisiones de todo tipo. Vi mujeres y hombres hilando y tejiendo prendas, reparando botas y armaduras, afilando espadas y atendiendo a los caballos. Pude ver grupos de soldados que estaban siendo aleccionados por sus líderes. Todos me saludaban respetuosamente al verme pasar.

Ya dentro de mi tienda, me saqué la capa plateada y la colgué de una silla. Cuando estaba a punto de sacarme el tahalí con la espada, vi pasar una sombra por el costado de la tienda. La femenina silueta me pareció familiar.

—¿Dana?— la llamé, saliendo de la tienda. Vi que se internó en el bosque oscuro y la seguí. Con su vestido negro, apenas podía distinguirla en la oscuridad. Seguí los destellos pasajeros de su cabello rubio entre los árboles. La alcancé en un claro iluminado por las estrellas y le toqué el hombro.


—Dana.

Ella se dio vuelta bruscamente.

—Lug.

—¿Qué haces aquí?— le pregunté.

—Necesitaba tomar aire— respondió ella. Me rozó la mejilla con la punta de los dedos. Enganchó un dedo en el tahalí y lo recorrió, sintiendo los dibujos repujados en el cuero hasta llegar a la vaina con la espada.

—Linda espada— comentó.

—Tu padre me la dio.

—Sí, siempre le ha gustado regalar armas. A todos menos a mí, claro.

La miré sin comprender.

—¿De qué hablas?

Ella posó su dedo índice sobre mis labios para callarme. Con la uña estiró mi labio inferior, y recorrió mi mentón y mi cuello hasta llegar al pecho, mientras se mordía el labio inferior, excitada.

—Te extrañé, Lug— murmuró en tono lujurioso. Comenzó a desatar el cordón que cerraba el cuello de mi túnica, y muy lentamente, lo aflojó, abriendo el centro de la túnica hasta dejar mi pecho expuesto.

—¿Qué estás haciendo?

—Te deseo— dijo ella, lasciva, pasando su lengua por mi oído.

—¿Aquí?

—Aquí, ahora— respondió ella, deslizando su mano derecha por adentro de mi túnica. Con la vista clavada en la mía, recorrió mi pecho con la palma de la mano. Los labios entreabiertos, la respiración agitada. Movió sus dedos hacia el lado izquierdo, justo a la altura del corazón, justo donde había estado la dolorosa marca. Frunció el entrecejo de pronto. Sus labios hicieron una mueca de disgusto. Con los dientes apretados y los ojos llenos de ira me gruñó:

—Rompiste tu promesa, mi amor.

Se me heló la sangre. El corazón se me detuvo por un momento. Bajé la vista hasta su mano y pude ver los anillos con salientes puntiagudas. Invadido por el terror, con los ojos desorbitados, demoré unos segundos hasta que pude volver a respirar.

—¡Murna!

Sus labios se curvaron en una sonrisa perversa. Clavó las uñas en el lugar de mi pecho donde había estado su marca y me rasguñó con fuerza, arrancándome la piel. Apoyó con fuerza la mano izquierda sobre mi hombro, y con un gruñido, me pateó en el estómago, haciéndome caer al suelo de espaldas. Mientras me recuperaba de la sorpresa y del golpe, vi que ella lamía la sangre de las puntas de sus dedos. Tosiendo y agarrándome el estómago, intenté ponerme de pie. Mientras estaba de rodillas con una mano apoyada en el suelo y la otra sosteniendo mi estómago, ella me pateó la cabeza haciéndome caer de costado. Medio atontado por el golpe en la cabeza, escuché voces y pasos que se acercaban. Murna miró hacia el lugar de donde venían las voces y luego volvió su mirada de odio hacia mí:

—Nos volveremos a ver— prometió, y dando media vuelta se alejó corriendo, internándose en lo más profundo del bosque.

En unos instantes, estuve rodeado de guardias kildarianos armados, portando antorchas.

—¡Es Lug!— exclamó uno de ellos, acercando la antorcha a mi rostro. Otros dos me ayudaron a ponerme de pie.

—Murna está aquí— articulé, aún mareado.

El soldado que me había reconocido se dio vuelta hacia los demás y les ordenó:

—Búsquenla. Recuerden que es igual a la Mensajera. Que eso no los engañe. Tráiganla viva en caso de que nos equivoquemos de hermana.

Los demás asintieron, desenvainaron sus espadas y se internaron en la oscuridad del bosque sin demora. El soldado se volvió hacia mí:

—No sé cómo pudo atravesar el perímetro, pero la atraparemos— me aseguró.

Asentí, pero sabía que Murna era demasiado astuta para dejarse atrapar.

—Está herido, lo llevaremos con Cathbad— me dijo, mirando el costado de mi cabeza. Me toqué la sien y sentí la humedad de la sangre.

—Estoy bien— dije—, lo más importante ahora es ir tras ella.

El soldado asintió:

—Buscaré refuerzos y alertaré al resto de mis hombres.

—Iré con usted— decidí. El me miró, dudando.

—¿Cómo es su nombre?— le pregunté.

—Soy el capitán Loras.

—Muy bien, capitán Loras, vamos.

El capitán Loras abrió la boca para protestar, pero la cerró y se dirigió adonde estaba el resto de sus guardias. Yo lo seguí de cerca. Loras explicó a sus hombres la situación, y partimos de inmediato en distintos grupos.

—Capitán, será mejor que envíe a algunos de sus hombres de vuelta al campamento para alertar a los guardias de los Tuatha de Danann. Murna podría volver hacia allá y hacerse pasar por Dana— le dije a Loras mientras nos internábamos en el oscuro bosque.

—Ya lo hice, señor Lug.

—Bien hecho.

Entre más avanzábamos entre los árboles, más me daba cuenta de lo inútil de la búsqueda. Éramos demasiados, llevábamos antorchas y avanzábamos haciendo tanto ruido que Murna seguramente nos oía desde lejos y podía desviarse de nuestro camino y ocultarse sin dificultad. Frustrado, le expliqué a Loras que lo mejor sería volver al campamento. Debía advertirles a Nuada y a Dana sobre la presencia de Murna. La cabeza me había empezado a latir dolorosamente del lado de la herida, y el roce de la túnica me hacía arder las laceraciones del pecho, pero el enojo conmigo mismo por haber caído otra vez en las redes de aquella mujer me llenaba de una furia que me hacía olvidar el dolor. Llegando al campamento, escuchamos pasos rápidos que se acercaban a nuestro grupo. El capitán Loras alzó una mano y sus hombres se detuvieron, haciendo silencio. Quienquiera que fuera, se acercaba corriendo desde el noreste. Los soldados se esparcieron sin hacer ruido, tomando posiciones de ataque, las espadas empuñadas, las ballestas listas. Con el corazón galopando dentro de mi pecho, apreté con fuerza la empuñadura de mi espada con la mano derecha y la desenvainé lentamente. El sonido metálico de la hoja al ser liberada de la vaina llenó el vacío de la oscuridad del bosque. Con la espada en alto frente a mis ojos, los músculos tensos, esperé en silencio junto a los demás.

—Es uno de los nuestros— anunció Loras de pronto. Los soldados bajaron las ballestas, pero las espadas siguieron desenvainadas. Un jadeante soldado kildariano detuvo su vertiginosa carrera frente al capitán Loras.

—La tenemos— resolló agitado.

—Llévanos— le ordenó el capitán. El soldado asintió con la cabeza y partió nuevamente hacia la dirección por la que había venido. Lo seguimos sin demora.

Estaba parada con la espalda apoyada en un árbol. Diez soldados kildarianos la tenían rodeada y le apuntaban con ballestas a la cabeza. Estaba furiosa. Aún así, no se atrevía a moverse. Cuando me vio, suspiró aliviada.

—¡Lug! ¿Quieres decirles quién soy?— me pidió con urgencia.

—¿Y quién eres?— pregunté con tono helado, poniéndome frente a ella.

—Lug, soy yo, soy Dana.

—¿En serio?— dije, levantando mi espada y apoyándola en su cuello. Ella no se inmutó ante la amenaza de la afilada hoja sobre su piel.

—Estás sangrando— dijo, preocupada al ver mis heridas.

—¿Te sorprende?

—Lug, soy Dana. Mientras estamos aquí discutiendo mi identidad, Murna se está escapando.

—¿Cómo puedo saber que no eres ella?

Ella resopló impaciente.

—Entra en mi mente, verás que te digo la verdad, verás que soy yo.

—¿Crees que soy tan estúpido como para caer en eso? ¿Crees que puedes engañarme para luego arrastrarme a la oscuridad en la que te revuelcas con tu señor?— le grité, apretando más la hoja de la espada contra su cuello. Ella cerró los ojos, apoyando la cabeza contra el tronco del árbol. Hizo un visible esfuerzo para calmar su respiración y los volvió a abrir:

—Pruébame, pregúntame cualquier cosa, algo que solo yo podría saber.

—¿Qué fue lo primero que me dijiste cuando me conociste, la primera vez que me viste?— le pregunté.

—Te dije que estabas hecho un desastre— respondió ella sin titubear. Suspiré, retirando la espada de su cuello.

—Esta es Dana— dije a los demás, envainando mi espada. Los soldados bajaron las ballestas.

—Lo siento— le dije a Dana. Ella rasgó un pedazo de la falda de su vestido, y lo usó para vendarme la cabeza y hacer parar la sangre.

—No hay problema— dijo, mientras examinaba mi pecho—. Vamos, te acompañaré a ver a Zenir.

El capitán Loras ordenó a los soldados continuar la búsqueda, mientras él y dos de sus hombres nos escoltaban a Dana y a mí de vuelta al campamento. 

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