Irene y el Ave de Fuego

By AnthonyTesla

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Una vieja historia que Irene piensa que es sólo algo para entretener a los niños toma una mayor importancia d... More

Capitulo I: Un Viejo Cuento
Capitulo II: La Hija del Loco
Capitulo III: Brilla Estrella, Brilla
Capitulo IV: Despertando
Capitulo VI: La Espada y la Pluma
Capitulo VII: Liberación
Capitulo VIII: La Noche de las Antorchas
Capitulo IX: Dos Tierras
Capitulo X: Ciudad de Esperanza
Capitulo XI: La Huida
Capitulo XII: Entre la Flecha y la Nieve
Capitulo XIII: Espejos
Capitulo XIV: Emboscados
Capitulo XV: Valor Sobre Poder
Capitulo XVI: Lo Que No Podemos Cambiar
Capitulo XVII: Las Altas Esferas
Capitulo XVIII: Sangre Joven
Capitulo XIX: Ingenuidad
Capitulo XX: Culpables
Capitulo XXI: Ave de Plumas Ocultas
Capitulo XXII: Recordar y Recontar
Capitulo XXIII: Sobre Hielo Delgado
Capitulo XXIV: Miedos

Capitulo V: De un Cuento a un Hecho

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By AnthonyTesla

Como en los viejos tiempos. Casi. Una chica y un chico en caminata hacía el bosque a las afueras del pueblo en medio de la noche, y bajo el frío viento de una región que sentía el aliento invernal en su nuca cada vez más cercano y cada minuto más fuerte.

—Me hubiera traído algo más grueso si me hubieras dicho que saldríamos del pueblo —Ruslán comentó.

—No sea niña, que también tengo frío, y no me ves quejándome.

—Vale, de acuerdo, mira, que sólo estoy bromeando —Ruslán se quitó el abrigo que traía consigo.

—¿Qué haces?

—Tomalo. Se ve que te afecta un poco más a ti qué a mi.

—¡Claro que no!

—Tus dedos están azules.

—¿En serio? —las extendió y ella les hecho un ojo.

—Ahora tú no seas la niña; claro que no las tienes así, pero el que las hayas visto significa que inclusive eso no te parece algo tan lejano a la realidad.

Ruslán extendió su mano con aquella indumentaria; Irene lo observó con reservas, tratando de ocultar el temblor en sus manos, pero era eso o pretender que sus mejillas no se encontraban coloradas de una emoción que no se permitía expresar.

—Dame eso —Irene aceptó reluctante.

—Que amable...

—Vamos —continuó tras ponerse sobre ella el abrigo de Ruslán—. Tenemos a alguien a quién espiar.

Y así fue; siguieron, entre los arbustos, siguiendo el caminar de un extraño que extrañamente se estaba yendo en medio de la noche.

¿Pero cómo llegaría lejos sin un caballo? ¿Y sin provisiones? ¿O es que había algo más que no sabían aún?

—¿Tenemos algún punto de interés por aquí? —preguntó Irene.

—¿Punto de interés?

—Algo que la gente quiera ver: un sitio de peregrinación, quizá alguna gran maravilla...

—¿Cuenta el burro de dos cabezas del señor Filipenko? Ya sabes, el que tuvo que sacrificar.

—No Ruslán; ciertamente no es algo que creo que pueda contar como “maravilla”.

Y mientras trataban de no perder a Aleksei de la vista, él volteaba constantemente a sus alrededores: era difícil hacerse camino entre los espesos árboles, y a la distancia se oían el aullido de lobos, lejos por lo pronto, por lo que él podía identificar, pero estaba listo para salir de problemas por la fuerza si así lo viera requerido.

—No puedo estar tan errado —se dijo—. Tiene que ser por aquí...

—Hay algunas cosas que me extrañan —Irene murmuró entre los matorrales, empezando a acumular un poco de nieve en sus hojas.

—¿Cómo cuáles?

—¿Qué tipo de persona en sus cinco sentidos querría salir, en vísperas de la estación más frías, desde una de las zonas más remotas del país, y dice por otro lado ser un comerciante...sin nada que aparente comerciar?

—Era para mi uno de esos casos de “hacerse la vista gorda”; también me pareció algo raro, pero...no quise preguntar.

—Yo tampoco, pero...creo que aquí hay gato encerrado.

—Tal vez, pero empiezo a creer que no fue muy inteligente hacer esto.

—¿Seguirme?

—Sí, y porque te sigo porque sigues a un completo extraño...es...más confuso ahora que lo dije en voz alta.

—Y yo no estoy mejor...

Mientras tanto, Aleksei proseguía su búsqueda; miró al cielo, como si siguiera una luz, y dicha luz fuera la guía, pero se decepcionaba al ver sólo las mismas estrellas que había visto durante mucho tiempo.

—No creo que sé encuentre aquí...no parece tener sentido —se dijo.

Pasaron los minutos, y Aleksei había caminado casi en círculos; se volvía cada vez más difícil para Irene y Ruslán mantenerse a la distancia, discretos y escondidos, y ellos sabían que la búsqueda había acabado cuándo el extraño dio vuelta en dirección hacía el pueblo, y empezó a regresar.

—¿Eso fue todo? —Ruslán se preguntó—. ¿No hay tesoros secretos? ¿No hay un cadáver que enterrar?

—Por esta noche, no —Irene tomó a su viejo amigo de la muñeca—. ¡Ahora, de vuelta antes de qué alguien se entere!

Y con prisa, se adelantaron al caminar de Aleksei, y en breve regresaron a sus hogares. La noche de aventura no fue más qué una de frío y oscuridad.

—¿Ya despierto, Aleksei? —Gregory preguntó al ver a su invitado consciente, en esa madrugada a punto de mañana, posado en la puerta, viendo al exterior.

—Estoy acostumbrado a madrugar señor.

—Puedo imaginarlo; has viajado mucho, ¿no?

—Algo.

—Ustedes deben de partir como no me imaginó, siempre temprano, estando fuera del hogar durante tanto tiempo.

—Es una profesión algo solitaria.

—Sí, y aunque se hace mucho dinero, bueno, creo que en ese sentido soy muy hogareño.

—Puedo entenderlo...pero, ¿pudiera también hacer algo por mi?

—¿De qué se trata amigo?

—¿Recuerda lo de la historia del...ave de fuego?

—Vagamente, sí.

—¿Usted dijo que logro sobrevivir con una sola pluma del ave, no es verdad?

—Sí, le digo: tenía una fuerza impresionante esa increíble luz, ¡era como tener un millón de lamparas entre tus dedos! ¡Era un milagro!

—Pero no me contó un detalle: ¿Aún tiene...la pluma?

—Oh...supongo que, quieres pruebas —Gregory contestó nervioso—. Bueno...en realidad...creo que sí, venga conmigo, le mostraré algo.

Gregory se acercó a un cofre en un rincón de su hogar; abrió la caja y sacó de su contenido una aún más pequeña.

—¿Qué es eso?

—Esto, jovencito...es mi única prueba de que lo ocurrió de verdad...bueno, ya sabe, ocurrió.

Y reveló su contenido; en la caja, una pluma, pero no era como la que Gregory narró: no tenía brillo, sino que era opaca, deslucida, apenas mantenía una forma que vagamente parecía ser lo que su anfitrión decía que era.

—¡Papá! —Irene exclamó tras salir vestida de su habitación—. ¡Te dije que no le mostraras a nadie eso!

—Él me preguntó, y no pude negarme, además...¿Tienes los ojos rojos? ¿Te quedaste despierta hasta tarde?

—¡N-no! —respondió nerviosa—. P-pero de todas formas, ¡deja eso! ¡Nadie va a creer jamás que eso fue parte de lo del ave!

—Ya Irene, calma —cerró la caja y la puso de nueva cuenta en el cofre—. Sólo quería ilustrar un poco la historia, no tienes porque ponerte así.

—Yo sé que no papá. Sólo...me preocupas.

—No tienes que hija...l-lo siento...

Irene se preparó para salir, pero antes, se dirigió una vez más a Aleksei.

—Oye, de nuevo, perdón si mi papá te molestó con lo de su historia.

—No es nada, está bien.

—No, no está bien. Él...no está de todo bien de la cabeza, ¿entiendes, no?

—Sí, creo que sí.

Pero claro, además, Irene deseaba abordar el tema de su ausencia en la noche. Una simple pregunta, “¿Qué estabas haciendo?”. La curiosidad le consumía el alma.

Mas no encontraba el valor suficiente para pronunciar ni una letra de esa oración.

—Disculpa —Aleksei se dirigió a ella antes de que partiera —. ¿Puedo preguntarte algo?

—¿Él es el que tiene dudas? —Irene pensó antes de mirarlo a la cara—. Sí, ¿qué pasa?

—¿Alguien más en el pueblo ha visto lo del ave de fuego?

—¿Qué? ¿No me digas que te ha estado empezando a contagiar su locura?

—Es un mito famoso, y...muchas personas dicen haber visto a ese ser.

—Eso lo sé, pero...bueno, respecto a lo que preguntas: no, nadie más. Mi padre es el único que ha tenido ese honor.

—Eso pensé...y...puedo imaginar que lo que él dice muchos puede ser considerado por otros como un poco excéntrico.

—Te quedaste corto, pero...sí —Irene cruzó los brazos y resopló a un flequillo rebelde de su castaño cabello sobre su frente—. Creo que es una manera más “bonita” de decirlo.

—¿Cuándo dijo que pasó eso?

—Hace mucho tiempo, antes de que yo naciera.

—Eso fue algo que olvidó decirme.

—¿Cómo? —Irene posó su muñeca derecha en un costado de su cintura—. ¿Pensabas que pasó ayer?

—Esa impresión me dio—Aleksei suspiró—. Pero creo que por eso uno debe hacer todas las preguntas en el momento correcto.

—Es un pueblo algo aburrido, como puedes suponer; tú eres un comerciante, apuesto a que has visto toda clase de ciudades y lugares mucho más emocionantes qué este.

—No diría aburrido, y créeme: muchas ciudades son sólo negocios. No siempre es tan interesante de ver.

—Pues te diré: daría por ver algo diferente, nuevo, algo aparte de las mismas calles y las mismas estrellas. Casi me vuelvo loca de la emoción con una estrella fugaz que vi un par de noches atrás, creo.

—¿Estrella fugaz?

—No es la gran cosa, lo sé —Irene se rió por un segundo—. Esta era un poco diferente...un color dorado brillante.

—¿Dorado, dijiste? —Aleksei puso más de su atención en lo que Irene decía.

—Sí, bueno, las estrellas fugaces casi siempre son blancas, ¿no? Al menos así han sido las que me han tocado ver a mi.

—Sí, pero...¿Dijiste que la viste hace dos noches?

—Creo que sí...ja, estaba con un amigo y...bueno, ¡eso no se lo digas a nadie!

—Yo...

—El caso es que se me hizo curioso. Siempre me gustó ver las estrellas, en parte porque no tengo que hacer nada en realidad; al final de un día de trabajo, no me quedan demasiadas ganas para nada aparte de recostarme, leer, y levantar la cabeza al cielo y...y...¿Aleksei, que pasa? —preguntó, asustada por la sorpresa de ver a ese joven acercarse a ella.

—Esto es muy importante —comentó, con mayor vigor de la que le había escuchado—. ¿En qué dirección viste esa...estrella fugaz?

—Pues...no recuerdo, o dejame pensar —Irene giró su cabeza—. Creo que fue hacía el sur, aunque no estoy segura.

—¿Sabes dónde podría conseguir un caballo por estos lares?

—¿Un caballo? Hay unos establos al oriente del pueblo, pero no los vende baratos precisamente...

Aleksei no pareció escuchar ese detalle final; sólo marchó apresurado hacía la dirección que Irene le había indicado. Ella, a su vez, lo siguió.

—Sí, tengo algunos —la señora encargada de los establos, la señora Petrovich, le indicó tras ser cuestionada sobre uno—, pero cuestan...

—Creo que con esto será suficiente —Aleksei le entregó en la mano el contenido del interior de un bolsillo dentro de su abrigo.

—¿¡Qué!? —exclamaron, tanto la comerciante, como Irene al atestiguar ese contenido.

—¿Sabes cuánto vale esto, muchacho? ¿Cuánto oro debe haber aquí?

—Eso es lo de menos, ¡por favor, deme su mejor caballo!

Y ella obedeció; lo llevó hacía sus equinos, le dio aquel más joven, sano y fuerte que tenía (aún dando su mejor bestia, Aleksei pagó mucho más de lo que en realidad valía), y se lo entregó.

—Vamos —le dijo al animal tan pronto como se montó en él.

—¿Qué sucede? ¿Por qué tanta prisa?

—Señorita, muchas gracias por su hospitalidad, de verdad apreció lo que usted y su padre hicieron por mi; de no ser por ustedes, no sé si aún estaría con vida, pero como debe adivinar, es el momento en que me vaya.

Y de nueva cuenta, sacó de su bolsillo un nuevo puñado de monedas de oro, y se las entregó a la joven que le había dado comida y refugio.

—¿¡Qué!? —volvió a exclamar al ver y sentir aquel dinero en su palma—. ¡N-no! ¡No puede hacer esto! ¡No hay manera en la que pueda aceptar esto!

—Lo siento, no la escuché —contestó Aleksei conforme se marchaba.

—¡Hey, momento! ¡Vuelva!

Pero no la escuchaba; estaba muy enfocado en su propio objetivo, se le notaba en su mirada, más dura qué discreta, más objetiva que silenciosa. Lo que tenía que esperar, para él, estaba por acontecer, y todo lo demás ocupaba un lugar secundario.

—Muchacha —la señora Petrovich se le dirigió—. ¿No quieres tomar un caballo?

—¿C-cómo? —sacudió la cabeza confundida—. No, gracias; no me interesa comprar uno.

—No importa, tómelo —insistió—. Lo que tu amigo me pagó es tanto que me siento culpable, ¡casi completa para haberme comprado todo el establo!

Eso tenía un poco más de lógica, y la buscaba porque quería hacer una cosa: rechazar, o al menos que le diera la oportunidad de eso. Irene se sentía mal por aceptar tal pago por algo que debería ser simple decencia humana: dar ayuda al débil y al desafortunado.

—Creo...creo que aceptaré su oferta, señora Petrovich...¡Pero sólo en préstamo!

Irene tomó una bestia más humilde, y siguió en dirección tan rápido como sus cascos podían a Aleksei.

Mientras tanto, al borde del pueblo, Ruslán terminaba de cerrar una negociación con un comerciante de carne de una aldea cercana.

—Es de buena calidad, al menos sabe bien —preguntó el extranjero, tras probar un poco de carne seca ofrecida por Ruslán—. Pero diga la verdad, porque ya me he encontrado con muchos que me quieren hacer trampa...¿Es de verdad, de res, no?

—Sí, no se preocupe: lo que ve en los dibujos es lo que vendo.

—Eso espero, que no tiene idea de cuántas veces me he llevado una sorpresa o dos.

La discusión sobre la dudosa procedencia de algunos de los productos base de la alimentación de un buen número de personas en la región se vio interrumpida por el galopar vigoroso de un corcel marchando a toda velocidad.

—Alguien tiene prisa —pensó en primera instancia, pero luego notó que se trataba del invitado de su amiga —. ¿Qué? ¿A dónde irá con esa urgencia?

La duda sólo se subrayaría al ver el turno de Irene de cruzar en caballo a su lado en la misma dirección.

—¿¡Irene!?

—¡Hey! ¡Es en serio! ¡Por favor, regresa! —la joven trató de gritar y hacer su voz escuchar, pero Aleksei le ignoraba, y no sabía sino porque sus palabras no llegaban a sus oídos, o porque no deseaba prestarle atención alguna.

Se adentraron ambos al bosque; un pequeño sendo cortaba aquel lugar por el medio, usado por jinetes y comerciantes que encontraban en ese camino un recorrido un poco más sencillo que adentrarse en la oscuridad de las arboledas espesas y salvajes.

—¿Qué estoy haciendo? —la joven se preguntó, notando que conforme avanzaba el tiempo, se alejaba de lo familiar y se dirigía a lo desconocido.

Ella nunca había cruzado más allá de cierto punto del bosque; parecía en primera instancia interminable, pero todo lo parece, hasta que termina, y así lo hizo esa extensión: cada vez menos árboles se veían a su alrededor, hasta finalmente llevarla a un claro cerca de una colina y una cueva.

Vio a Aleksei: él se había bajado del caballo, y estaba caminando por pie propio, hundido de los tobillos en una nieve suave.

—¡Por favor! —siguió gritando Irene—. Disculpa, ¡tienes que dejarme explicar algo!

Curioso; Irene sintió desde el primer momento en que sus botas tocaron el suelo una nieve diferente: no era la espesa y pesada de alrededor de su pueblo, sino una más suave, casi arenosa. No era común tener algo así en la región, dónde las nevadas son fuertes e inclusive hasta violentas. Ella casi pierde el balance y se cae de la inesperada delicadeza de la substancia bajo sus pies.

—Vamos...¡Vamos! —Aleksei se decía, enfocado por completo al grado de no notar que casi tenía a su lado a Irene—. ¡Sé que debes estar cerca!

—Hola.

—¿Hola? —el muchacho volteó a su costado—. ¿Qué? ¿P-pero...qué hace usted aquí?

—Es algo que me pregunto todos los días, pero supongo que te refieres al motivo por el cuál te seguí: verás —sacó la bolsa con monedas que él le había entregado—. Eres muy amable, pero me temo que no puedo aceptar esto...por más...generosa...y hasta necesaria muestra de agradecimiento que has tenido conmigo y con mi padre.

—¿Qué? Pero...no es nada —Aleksei dejó de verla, y volvió su atención a su búsqueda—. De verdad, no es nada.

—Yo sé que debes ser un comerciante de alta alcurnia y lo que nos diste para ti deben ser poco menos qué migajas, pero es demasiado, no me siento a gusto aceptando un regalo así.

—Que no es nada; me ayudaron, es todo lo que cuenta —respondió parcamente sin apartar sus ojos del frente.

—Tal vez, pero mira, te diré la verdad: yo soy algo orgullosa, es una cosa de nacimiento. Mi padre es más humilde y acepta estas cosas con mucha más facilidad, pero, ¿qué puedo decir? Salí a mi madre en ese sentido, aunque no me consta de primera cuenta, dado que no conozco a mi madre...no creas que me abandonó, ¡ay Dios! ¡Así era justo cómo no quería que sonara eso! Ella...murió cuándo yo era muy niña y, bien —Irene notó que ni siquiera estaba siendo vista al rostro—. ¿No te interesa en lo más mínimo lo que estoy diciendo, verdad? ¿Puedo decir cualquier cosa y no me verás? ¡Bosta de alce, gusanos en el cabello!

—Ajá, no es nada.

—¿Sabes? Por un lado eres muy amable pero por otro eres seco y algo cortante. ¡De pronto ya no tengo la urgencia de devolverte este dinero! ¡Es lo menos que puedo hacer dado que prácticamente te rescatamos y te salvamos la vida! ¡Y ni siquiera puedes poner atención a lo que tengo que decir!

—No es por ser grosero, disculpe usted —Aleksei se detuvo y se tomó la molestia en contestarle cara a cara—. Pero estoy cerca de algo que he estado buscando por algo de tiempo ya, y...de eso...bueno, es algo muy importante para mi.

—Eso lo comprendo...pero tampoco tienes...vale, creo que también soné muy agresiva, ¿no?

—No lo sé; de todos modos, no hablo con muchas personas últimamente.

—Sí...eso también lo puedo entender...y además, tengo la maña de hablar demasiado, creo que ni siquiera me doy cuenta cuándo comienzo a fastidiar a las personas —Irene comenzó a explicar dando vuelta alrededor de Aleksei—. Es un problema, y es que tampoco tengo muchas personas con quién hablar. Sólo con...Ruslán, ya lo conoces, y mi padre. Los demás son tan...tan...¡TAN!

Ese último grito no fue causado por ganas de enfatizar aún más su intención, sino por una sorpresiva caída: un mal paso y cayó hacía el interior de una cueva subterránea escondida por la nieve.

—¡Hey! ¡Amiga! ¿Te encuentras bien? —Aleksei preguntó.

—¡Creo que sí! ¡Y me llamo Irene! ¿Ni siquiera te has aprendido eso, verdad?

La cueva era un poco estrecha; no podía ingresar ahí un hombre de complexión normal con facilidad. Si Irene había caído, fue por su cuerpo pequeño y frágil.

Mas algo resaltaba de esa cueva; un resplandor tenue, pero perceptible: una luz amarilla, como si hubiera una antorcha encendida en su interior.

—¿Crees que puedes salir de ahí, Irene? —Aleksei dijo mientras de su costal sacó una cuerda.

—No lo sé...es algo pequeño el camino, pero si pude entrar, creo que podré salir.

Irene abrió sus ojos, y en lugar de la oscuridad propia de una cueva, se encontró un interior iluminado casi como el de un hogar.

Parecía una bóveda: era más espaciosa en su centro que en el túnel por el cuál llegó ahí, y en medio de la tierra, las piedras y las raíces, encontró un objeto que se asemejaba en primer vistazo a algo que sus ojos nunca habían presenciado, pero de los que sus oídos habían escuchado bastante.

—¿Qué es...eso?

Y en frente de ella, una pluma dorada tan brillante que se preguntó si fuera posible que fuera el objeto del cuál estaba emergiendo tanta luz. Lo tomó en sus manos, y la luz se movía con ella. Sí, era aquel artículo la fuente.

—¿Me escuchas? —Aleksei le preguntó, habiendo entrado un poco dentro del túnel, listo para extender la cuerda.

—Sí, me encuentro bien, tranquilo —Irene respondió, siendo su turno de contestar sin realmente dejar de poner su atención a algo más; en su caso, aquella bella pluma.

Y de pronto, el dorado de esa luz se volvió todavía más fuerte al grado que su luz casi cegaba a la joven.

Y perdió la consciencia por un par de segundos.

De pronto, la cueva estaba oscura; la luz de la pluma parecía haber desaparecido.

—¡Aleksei! ¡Aleksei ayudame! ¡No puedo ver nada!

—Estoy soltando una cuerda, por favor, trata de acercarte a la salida, y tomala con toda la fuerza que puedas. ¿De acuerdo?

Irene guardó la pluma dentro de su abrigo, y al sentir cerca el extremo de la cuerda, se acercó y la tomó con todo el vigor que podía.

—¿Estás lista?

—¡Sí!

Aleksei jaló con fuerza; poco a poco sentía como Irene iba saliendo de esas profundidad y emergiendo hacía la superficie.

—¡Ya casi salgo! ¡Ya casi veo la luz! —ella exclamó, aguantando los raspones de las piedras y las raíces a su alrededor

Y finalmente, logró salir: Irene tenía partes de su vestido rasgadas y sucias, y su rostro y manos manchadas por esa tierra, pero al menos había logrado dejar ese lugar atrás.

—¿¡Lo viste!? —Aleksei preguntó con gran urgencia.

—¿Qué cosa? ¿Qué quieres decir?

—¡La pluma! ¿La tienes? ¿La pluma del ave de fuego?

—¿Hablas de...? ¿Eso era lo que estabas buscando?

—¿Lo tienes?

—Bueno, en realidad, sí —Irene buscó el objeto y se lo mostró a Aleksei—. ¿Es esto, no?

—Tiene que ser —lo tomó—. Pero...hay algo mal.

—¿Qué tiene de malo?

—No está brillando.

—Sí...eso es un poco extraño: cuándo llegué al fondo, la pluma brillaba tanto que era como una lámpara o algo así.

—No puede ser...

—Aleksei, amigo, creo que ya viene siendo hora de qué aclares una cosa o dos.

—¿Cómo fue que la hiciste brillar? —preguntó con gran prisa y exigencia—. ¡Dime! ¿Cómo lo lograste? —acercó su rostro casi al de Irene.

—¿Hacer que brille? ¿Estás loco? ¡No sé de qué hablas! ¡Esto no es una rueca! Sólo bajé...

—Más bien, caíste.

—¡Cómo sea! ¡Esto es una pluma! ¡Nada más y nada menos! —ella tomó el objetode nueva cuenta en sus manos—. ¡Por un momento creí que eras alguien sensato! ¡Pero resulta que eres otro loco al igual que mi padre!

—Eh, amiga...

—...Te ví y casi pensé que tenías algo de cerebro y sentido común...

—...amiga...

—...y luego, ¡no tienes idea de lo que es tener que soportar esa maldita historia! ¡La mitad del pueblo se burla a mis espaldas! ¡Y la otra a en mi cara! ¡Es una constante tortura de irrespeto y acoso que no sé si algún día va a terminar!

—¡Amiga! ¡Irina!

—¡Me llamo Irene!

—¡Irene! ¡Mira la pluma!

Ella se había cegado al hablar, pero de pronto, notó que de la pluma, brotaba una vez más esa poderosa y dorada luz.

N/A: Gracias a todos aquellos que siguen la historia, apreció su atención, al igual que sus comentarios por todo lo bueno...y sí, lo malo también XD

Nos vemos la siguiente entrega, agradezco su paciencia.

Shalom camaradas.

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