Salimos del salón de clases. Seguía tus pasos Loan, parecías furiosa contra el mundo entero, contra mi.
Me habías encontrado, sabias mi pequeño secreto. Sentía miedo Loanmy, miedo de que mi actitud te hiciera más daño.
Ya no éramos los mismos niños, éramos adolescentes con sentimientos encontrados.
Tomaste asiento en una pequeña banca. Tus manos fueron directamente al dobladillo de tu falda. La estrujaste con tanta fuerza.
Mientras tanto yo, solo estaba ahí. Esperando que millones de palabras hirientes brotaran de tu boca.
El nerviosismo, la angustia y el pánico se arremolinaban en mis entrañas con tanta fuerza, era solo cuestión de que tu voz soltara alguna palabra para que todo mi mundo se inundara.
El veintidós de febrero del dos mil doce quedaría para siempre marcado en mi mente Loan, siempre.
—¿desde cuando me envías flores?.—tú voz sonó como un susurro, uno tenso y desconfiado.
Observe mis manos, pase minutos que me parecieron horas observándolas. No sabía que decirte, hubiese sido patético de mi parte Loan, confesarte mi verdadera razón, quizás te hubieses reído de mí.
Todos los sentimientos que sentía por ti, quería brotar y hacerse conocidos. Como las mariposas que solíamos ver en el jardín de tu casa. Ellas me estaban matando, yo era solo un cascarón en el cual ellas se escondían.
Loan no sabía que decirte ese día, quería hablarte con la verdad, pero lo único que salió de mis labios fue la mentira.
—fue un reto—alce mis hombros,
Como si decir esa mentira no me destrozara.—uno sin importancia.