Irene y el Ave de Fuego

By AnthonyTesla

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Una vieja historia que Irene piensa que es sólo algo para entretener a los niños toma una mayor importancia d... More

Capitulo II: La Hija del Loco
Capitulo III: Brilla Estrella, Brilla
Capitulo IV: Despertando
Capitulo V: De un Cuento a un Hecho
Capitulo VI: La Espada y la Pluma
Capitulo VII: Liberación
Capitulo VIII: La Noche de las Antorchas
Capitulo IX: Dos Tierras
Capitulo X: Ciudad de Esperanza
Capitulo XI: La Huida
Capitulo XII: Entre la Flecha y la Nieve
Capitulo XIII: Espejos
Capitulo XIV: Emboscados
Capitulo XV: Valor Sobre Poder
Capitulo XVI: Lo Que No Podemos Cambiar
Capitulo XVII: Las Altas Esferas
Capitulo XVIII: Sangre Joven
Capitulo XIX: Ingenuidad
Capitulo XX: Culpables
Capitulo XXI: Ave de Plumas Ocultas
Capitulo XXII: Recordar y Recontar
Capitulo XXIII: Sobre Hielo Delgado
Capitulo XXIV: Miedos

Capitulo I: Un Viejo Cuento

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By AnthonyTesla

Dicen los que saben y saben los que dicen que el Rus de Vasilea es protegida por un ente sobrenatural: le llamaban el “ave de fuego”; un impresionante ser de alas que se extendían como los brazos de un gigante hacia los cielos, y que una sola pluma de su cuerpo tenía tal luz que bastaba para aclarar una casa entera, aún en las noches más oscuras del invierno.

Nadie sabía dónde se localizaba con exactitud, sólo parecía hacer acto de presencia cada vez que el reino lo necesitara, y gracias a ella, Vasilea permanecería seguro y a salvo. Cualquier persona, sin importar en la oscuridad en la que su rumbo hubiera caído, si es que tenía suerte, podía salvarse con su ayuda, y la luz regresaría a su jornada.

—¿Y tú llegaste a ver el ave, papá? —preguntó la pequeña Irene tras escuchar la historia sobre aquella criatura que le habían contado para que por fin pudiera conciliar el sueño.

—Alguna vez, hace ya mucho tiempo —contestó Gregory, su padre, a orillas de la cama de la niña.

—¿Cómo fue?

—Una vez, mientras llegaba de mi camino tras un compromiso en Kiev del cuál me había tomado muchos días y muchos noches en llegar, y en una noche tormentosa, con un viento que te golpeaba como si fuera un muro cayendo en frente de ti, me encontré en un enorme peligro; recorría sobre mi caballo sobre la nieve y la escarcha tratando de luchar en vano con los poderosos ventarrones, hasta que uno, ¡pam! ¡Me tumbo de la silla de montar y caí! ¡Mi caballo salió corriendo en la otra dirección, asustando, dejándome herido, y solo expuesto a los elementos!

—¿Y entonces el ave de fuego te ayudó?

Gregory sonrió, y continuó su historia:

—Fue con poco más tarde, porque verás: aún con toda la ropa encima, el frío resultó ser demasiado, ¡pero demasiado! ¡Si hubieras llorado, las lágrimas se hubieran congelado tan pronto como cayeran de tu rostro!

—¿Y qué hiciste? —la pequeña dijo, nada cansada ni aburrida, sino al contrario; sujeta de su colcha, con los ojos abiertos y sus oídos atentos sin querer perder el más pequeño detalle.

—Supe que sería imposible atravesar esa región, al menos no esa noche, así que junte todas mis fuerzas, y caminando con mis pies hundiéndose en la nieve quise llegar a una cueva, pensando que quizá sería al menos un buen refugió para pasar unas cuantas horas, y después decidir qué hacer...pero la nieve era extraña: no era solida, sino más bien, como arena, o tierra, y podía sentir mi cuerpo adentrándose más y más en lo profundo.

—¿Te hundiste poco a poco?

—Al principio fue poco a poco, pero después, ¡kaput! ¡Me hundí hasta caer como si fuera un lago de nieve suave! Y pensé entonces que ese sería el final...pero después, noté sobre el agujero en el cuál había caído un extraño e intenso color dorado...

—¿Era el ave?

—Era el ave, o por lo menos, una pluma; luché como nunca antes había luchado en mi vida, y alcancé aquel objeto.

—¿Era sólo una pluma?

—¡Sí! ¡Pero era todo lo que bastaba!

—¿Bastar? ¿Para qué?

—¡Para sobrevivir! La pluma era caliente, pero al mismo tiempo, no de una manera que quemara; sólo te reconfortaba, aún si tenía un poder como si tuvieras un sol en la mano. Con la pluma, derretí la nieve a mis alrededores, y logré alcanzar la cueva...y finalmente pude descansar...

—¿Y te quedaste a dormir en la cueva?

—Con la pluma, me sentí casi como dentro de una casa, y logré pasar la noche, y sobreviví..al día siguiente, al llegar a mi pueblo, me habían dicho que fue la peor nevada en años.

—¿Cuántos años?

—Diez, veinte, treinta, ¡acaso importa! ¡Fue la peor nevada, y punto! Y me dijeron: “Gregory, no hay manera en que hubieras podido quedar vivo”...¡Pero lo hice! ¡Viví! ¡Y comí! ¡Y dormí! ¡Pero eso claro que ya lo podía contar!

—¿Cómo?

—Porque dicen que el ave de fuego te avista cuándo va a aparecer: esa noche, vi en el cielo, una especie de estrella fugaz, pero no era una estrella fugaz...bueno, no sé si me explique: eso apareció arriba, en medio de la oscuridad del cielo nocturno, pero era uno dorado e intenso. Si lo ves, el ave de fuego está cerca...y...creo que deberías dormir —Gregory dijo acercando su rostro al de su hija—.

—¡Es que no estoy cansada! ¡Fue demasiado interesante!

—Quizá deba cambiar mi estrategia —se levantó de la cama y le dio la espalda por un momento—. ¡A ver! ¡Ayudame a palear algo de nieve de la entrada, ya que te veo con tantas energías!

Y de súbito, pero predeciblemente, Irene cayó dormida debajo de sus cobijas, o más bien, pareció quedar dormida debajo de sus cobijas.

E Irene creció con esa historia: su padre, un humilde lechero, había tenido un contacto cercano con el ser más espectacular y bello qué cualquiera se hubiera encontrado jamás. Una experiencia única en la vida que, aunque siempre se le dijo que el ave ayudaba a aquellos en gran peligro y la pequeña no deseaba encontrarse en una situación de riesgo jamás, del mismo modo, sintió curiosidad, y enormes deseos de encontrarse con tal ser mágico alguna vez.

La vida no era sencilla, y desde que pudo sostenerse en pie, la pequeña Irene tuvo que aprender a ayudar en su actividad a su padre; él procuraba no darle tareas demasiado pesadas, pero si podía repartir una lata aquí o una lata allá, algo que le ayudara a aligerar su labor, y que de paso le enseñara quizá el oficio que tendría que desempeñar una vez que fuese una mujer adulta, era una pequeña ganancia.

Pero Irene siempre sintió curiosidad por lo que hubiera más allá de los horizontes que se extendían hasta dónde sus ojos podían alcanzar.

Entre tarea y tarea, Irene tenía ocasión para jugar con Ruslán, el niño hijo del carnicero que vivía frente a su hogar al otro lado de su calle.

—No puede ser —le dijo el muchacho aquella tarde.

—¡Te lo digo! ¡Mi papá vio el ave de fuego!

—El ave de fuego no ha aparecido en mucho tiempo.

—¡Pero justo así fue! ¡Mi papá fue el último en verlo!

—¿Él sabe cómo verla?

—Me dijo que siempre se le aparecía a aquellos que estuvieran en necesidad o peligro.

Y entonces, Ruslán se le ocurrió una manera de comprobar la veracidad de la historia del padre de Irene; una idea ingeniosa en cierto modo, y sumamente idiota en muchos otros.

—Entonces, creo que ya sé cómo ver el ave.

Aunque no había llegado oficialmente el invierno, las noches se dejaban sentir con un buen anticipo de la que la temporada iría a traer: frías, ventosas, tal y como siempre habían sido en la aldea; aún en una noche otoñal, el salir al bosque, a deshoras conllevaba un riesgo grande.

Justo el momento perfecto para que el ave de fuego apareciera.

—No sé si deberíamos estar aquí, Ruslán —Irene, temerosa, preguntó conforme ambos niños se adentraban más en el bosque al exterior de su aldea.

—No iremos tan lejos —Ruslán replicó—, sólo lo suficiente: si tu papá dijo que el ave está por estos lares, pues...a menos que sea un mentiroso.

—¡Mi papá no es un mentiroso!

—Entonces, el ave no debe tardar en aparecer...si es que está por aquí.

Ambos niños se quedaron rondando y paseando mientras la oscuridad iba poco a poco apoderándose del firmamento; no le habían dicho a nadie de su ausencia, así que nadie vendría en su auxilio, si es que surgía algún riesgo.

Sólo tendrían que confiar en el ave.

Aquellos árboles y rumbos conocidos poco a poco se volvían más extraños; habían estado antes en el bosque, pero eventualmente llegaron a un punto en que aquellos lugares familiares se habían quedado atrás; cada pino, cada roca, cada pequeño riachuelo era nuevo a sus ojos. Emocionante desde cierto punto de vista, pero la emoción se iba desvaneciendo poco a poco conforme seguían en su caminar.

—Se está poniendo muy oscuro —Irene aseveró.

—Traje una lampara, no te preocupes.

Ruslán encendió una lampara de aceite que había tomado de su padre; en breve, un brote de luz emergía en medio de unos alrededores cada vez más negros.

Continuaron su marcha, y encontraron frente a ellos un rio congelado.

—¿No es un poco temprano para que se haya vuelto hielo? —Ruslán preguntó.

—Sí. Pensé que faltaría otro mes.

Era un poco inusual sin duda; si bien se hacía sentir algo de frío, no parecía ser lo suficiente para que las aguas se hayan solidificado. Eso sólo lo verían entrados en diciembre, al menos así era casi todos los años.

—¿Crees qué sea seguro? —ella preguntó.

—¿Seguro qué?

—Caminar por sobre el hielo.

—No lo creo; mi papá me ha dicho que nunca deberíamos caminar por ahí a menos que ya haya entrado bien la estación.

—Por otro lado, parece estar bien.

—¡Ruslán! ¡Ruslán, por favor no lo hagas! —Irene exclamó al ver como su amigo se acercaba a la orilla de esas aguas gélidas

—No te preocupes, mira.

Y señaló al hielo debajo de sus pies; parecía estar tan solida como el suelo.

—No pasa nada.

—Te lo dije: el hielo ya está apto para caminar, vamos. Crucemos que será más fácil qué darle la vuelta hasta quién sabe dónde vaya a terminar.

—Supongo...s-supongo que está bien —Irene dijo reacia.

Y puso sus pies por sobre el rio congelado mientras que Ruslán había alcanzado el otro lado. Caminaba con miedo, con prudencia, esperando que pudiera soportar su cuerpo.

—¿Escuchas eso? —ella preguntó.

—¿Qué cosa?

—Un ruido...como si fuera un...

—No es nada Irene, sólo ven, vamos.

Pero el ruido se empezó a escuchar más fuerte; sonaba como si se quebrara un cristal fino, como si se rompiera...

Y entonces, sintió un hundimiento leve.

—¡Irene! ¡Salta! —gritó Ruslán al verla caer al agua.

Mas era demasiado tarde; siguió un hundimiento mayor, y el cuerpo de Irene quedó atrapada en ese gélido rio.

Era mucho más frío de lo qué Irene había sentido en su joven vida: su cuerpo sentía esas aguas como si fueran espinas pinchando con un toque tan fuerte que la paralizaba; Irene trató de nadar y emerger, pero al tomar los bordes del hielo, estos sólo se desprendían y se fragmentaban.

—¡Ayuda! —alcanzó a decir en un breve momento en que su voz logró salir de la corriente.

Ruslán trató de encontrar algo: un bastón, un tronco, algo que pudiera servir como agarre, pero no encontraba objeto alguno.

Irene llegó a sentir de un enorme golpe de frío, a un vació total, como si su piel simplemente se hubiera cansado de percibir aquella baja temperatura; su sentido, embotado, y su consciencia, poco a poco perdiéndose.

—¿Te das cuenta de lo que ha pasado? —Ivan, el carnicero, preguntó.

Irene había despertado; su cuerpo se encontraba débil, no podía moverse, ni siquiera sentía que tuviera la capacidad de pronunciar palabra alguna.

Pero podía ver, apenas, pero podía; se encontraba con todas las cobijas y colchas de la casa sobre su cuerpo, en la cama de su habitación, con su padre al borde de la cama, con el padre de Ruslán a su espalda.

—Mi niña pudo...pudo haber...

—Tienes suerte que hubiera estado cerca el cazador; sin ayuda, ella...

—¡Lo sé! —gritó, con un coraje y una rabia atípica en su padre.

—Ruslán me dijo que querían ver al...ave de fuego.

—¿El ave de fuego?

—¿Sigues contando esa historia, Gregory amigo?

—¿Acaso importa? Un padre...necesita contarle historias a su hija.

—Yo sé que sí, pero creo que has estado contado ese cuento durante mucho tiempo, ¿no lo crees?

—¡Yo sé lo que vi!

—Lo entiendo, pero también debes de pensar que mi hijo estuvo con ella durante el accidente. Ruslán pudo haber sido el que hubiera caído, ¿sabes lo que me hubiera hecho eso a mi? ¿O a mi esposa? ¿Perder a nuestro primer hijo?

—Lo siento de verdad, Ivan.

—Yo sé que sí...perdón si sueno algo rudo, pero estoy asustado...ojala la pequeña Irene se recupere, pero yo que tú, mejor dejo de contar ese cuento Gregory; tienes una niña, debes de criarla tú solo...no necesita oír que su padre repite una y otra vez aquella historia incoherente.

Ivan trató de sonar compasivo; ahí yacía un padre que había recibido el peor susto que cualquiera que había dado vida a un infante podría recibir, pero al mismo tiempo se encontraba furioso: pudo haber sido Ruslán, y todo por querer seguir un cuento infantil que Gregory había narrado demasiadas veces.







Una mujer joven llegó pidiendo auxilio a quién escuchara su voz; no podía moverse más allá de unos cuantos pasos a la vez, e inclusive el volumen con el que pedía la ayuda denotaban su debilidad; la nieve y el viento azotaban la ciudad capital con una fuerza tal que no parecía corresponder a lo ordinario.

—¿Qué es lo qué sucede? —preguntó un clérigo, el principal monje del monasterio la ciudad, acercándose a esa dama, con ropas maltratadas, como si hubiera estado en una trifulca, y lagrimas en sus enormes ojos ámbar —. ¿Pero...qué es lo qué pasó?

—Tiene que ayudarme —respondió, cayendo de frente hacía las escaleras del monasterio—. Por favor, tiene que hacer algo.

—¡Pero por supuesto! ¡Por favor! ¡Alguien traiga mantas y cobijas! ¡Tenemos que ayudar a esta mujer!

Le pusieron una manta gruesa por sobre su cuerpo, y la llevaron al interior del recinto. No lo sabían en ese momento, pero daban refugio a alguien de una importancia que no podían siquiera empezar a entender.



N/A: Muchas gracias por leer el primer episodio de "Irene y el Ave de Fuego". Se trata de mi primer intento de novela de fantasía, así que evidentemente quizá no tenga la habilidad de autores más experimentados en el género, pero no espero consideraciones extra aparte de simplemente saber si están disfrutando esta obra.

Shalom camaradas.

PD: No olviden de unirse al grupo de facebook del libro;  el enlace está en la sección de "link" en el episodio y aquí mismo.

https://www.facebook.com/ireneyelavedefuego

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