Latido del corazón © [Complet...

Od KralovnaSurovost

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Sebastián Videla poseía los ojos de un demonio melancólico, tan frágil y dañado que Ángela nunca recuperó lo... Viac

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Anexo, Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
II Parte
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Anexo, Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Anexo, Capítulo 40
Capítulo 41
III Parte
Capítulo 42
Primera carta
Capítulo 43
Segunda carta
El Malo
Capítulo 44
Capítulo 45
Tercera carta
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Anexo, Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Epílogo
Agradecimientos
Capítulo extra
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Fotografías del libro en papel

Capítulo 37

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Od KralovnaSurovost

Desperté rodeada por unos brazos y una silueta estilizados. Me revolví, somnolienta, y enterré mi nariz en el pecho de aquella persona. Sus piernas se enredaban con las mías y me sujetaba con tal fuerza que para ir al baño tendría que separarnos con pinzas. Fue entonces cuando recordé que algunas horas antes yo había caído dormida entre los brazos de Traian y, con la esperanza de robar un vistazo de su hermoso rostro mientras aún dormía, abrí un ojo para espiarlo.

Fui sorprendida al ver labios de cereza y un cabello con reflejos color champaña. Aquello me espabiló inmediatamente y abrí ambos ojos por completo para darme cuenta de que era Valerie, y no Traian, quien me abrazaba en la cama. ¿Había imaginado todo lo acontecido horas antes? ¿Tan desesperada estaba por un poco de su atención? Mi mejor amiga se pegaba a mí como si deseara fundir nuestros cuerpos, así que tomó mucho esfuerzo separarme de ella y sentarme. Valerie era demasiado fuerte y al alejarme frunció el entrecejo.

Giré para mirar el reloj en mi mesita de noche y me encontré con otra sorpresa: Camila estaba sentada en el suelo junto a la cama, con un brazo estirado hacia mí, como si hubiera permanecido sosteniendo mi mano hasta caer dormida. Aquel gesto me hizo sonreír con dulzura, pensando en cuánto le dolerían la espalda y el cuello cuando despertara, a juzgar por el incómodo ángulo en el que descansaba su cabeza.

Mi sonrisa se borró al notar los círculos morados debajo de sus ojos. Todos los acontecimientos de los últimos días explotaron dentro de mi cabeza.

—Ustedes tres son encantadoras.

Reconocí las notas pecaminosas que solo su voz poseía y alcé la mirada para encontrar a Traian apoyado en la pared junto a la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho y una sonrisa tímida retozando en sus labios. Vestía la misma ropa que, entre mi bruma, creo haberle visto puesta el día anterior. Sus ojos parecían particularmente brillantes aquella mañana y al enfocarse en mí sentía cada vello de mi cuerpo erizarse.

—¿En qué momento se colaron en mi habitación? —pregunté, haciendo una mueca al notar mi voz ronca producto de las últimas horas.

—Hace como una hora y media. Me despertaron y me enviaron a la ducha para poder estar contigo.

Eso contrajo mi estómago con un sentimiento de amor puro. Posé la mirada en la posición incómoda de Camila y en la forma en la que Valerie me sostuvo protectoramente al dormitar, y me di cuenta de cuánto realmente me querían, como si todo el apoyo que me habían dado desde mucho antes no fuera un claro indicio de ello. Saber que quisieron velar mi descanso me hizo desear levantarlas y abrazarlas para siempre. No merecía unas amigas como ellas.

—¿Tienes hambre? —cuestionó Traian, descruzando los brazos y metiendo las manos en sus ajustados pantalones—. Son las nueve treinta de la mañana.

—¡Mi madre llegará en media hora!

—Lo sé —rascó su barbilla, pensativo—. He cocinado algo. Una vez más, disculpa el atrevimiento.

Salté de la cama, casi tropezando con Camila en el proceso. Me detuve frente a Traian y este posó inmediatamente sus ojos en mi cuerpo, lo cual me hizo consciente de mis pantalones extra grandes de One Direction y la blusa, vieja y manchada de pintura, que me coloqué antes de irme a dormir. Una sonrisa extraña se extendió por su rostro y sentí mis orejas calentarse por la vergüenza. ¿Por qué siempre que estaba cerca de él terminaba haciendo o diciendo alguna estupidez? 

—Yo, uh, iré a ducharme. Mamá no debe tardar en venir.

—Claro, claro... —Caminé hasta la puerta y la abrí. Al encontrarme a su lado, mi cabeza apenas llegaba a la mitad de su pecho, haciéndome sentir ridículamente pequeña—. ¿Ángela?

—¿Sí?

—¿Puedo pedirte un favor? —Se frotó el cuello, luciendo nervioso por primera vez desde que nos conocimos. Aquello me inquietó tanto que me contuve para no saltar de mi propia piel.

—Te escucho.

—Perdona a Antonio. Él no tuvo la culpa de mi estadía en prisión. Yo merecía estar allí.

Aferré la perilla de la puerta con tal fuerza que mis manos perdieron el color.

—Fue su error, pero tú perdiste seis años de tu vida que nunca vas a recuperar.

—Ya estoy libre —insistió, dando un paso más cerca—. Elegí protegerlo, pero asesiné a un hombre. —Tensó tanto su rostro que pareció esculpido en mármol—. Merezco pasar mucho más que seis años en prisión. No debería estar afuera.

—No puedes hablar en serio.

—Maté a un hombre, bueno o malo, era humano. —Sus ojos perdieron el brillo que poseían minutos antes, opacados por un arrepentimiento tan profundo que me partió el corazón—. Fue un accidente pero..., joder, el arma se disparó estando en mi mano. Nunca voy a perdonármelo.

—No fue tu culpa.

—¿No lo fue? Según yo, tú eras la primera en desear que volviera a la cárcel. —Ante mi expresión atónita, cruzó los brazos sobre su pecho y me miró entornando los párpados—. No luzcas sorprendida, pequeña. He visto la mirada en tus ojos cada vez que menciono la prisión. Cambias el tema o te alejas de mí.

—No pretendas que acepte con facilidad algo como eso —mascullé, sintiendo una opresión extraña en mi pecho. ¿Culpa? ¿Enojo? No lo sabía—. Estuviste en prisión por asesinato. Oírte hablar de ello como si no importara me vuelve loca.

—Esa es mi manera de afrontarlo. Pasé cada día durante seis años deseando haber hecho algo diferente la noche en que salvé a Antonio y que aquel hombre no hubiera muerto. No sabía nada sobre él, pero me sentí menos humano cuando lo maté. Me siento menos digno ahora, y no tienes una maldita idea de cuán loco me estoy volviendo.

—¿Menos digno de qué?

—De ti —tragó con fuerza, esquivando mi mirada. Tomó la perilla de mi mano y abrió la puerta, marchándose y dejándome atónita.

Pasé varios segundos tratando de asimilar lo que había dicho. Luego, cuando comprendí que en Traian yacían sentimientos en conflicto, entre ellos muchísima culpa y autodesprecio, fue muy tarde. Quería rogarle que me perdonara por mirarlo como si fuera un inmundo asesino después de todo lo que había hecho para salvarme, dándome cuenta de que para él todo aquello debía ser extremadamente difícil de sobrellevar y mis juicios no hacían más que lastimarlo, pero cuando fui a la cocina y lo llamé por su nombre no apareció en ninguna parte. 

Se fue de mi casa y esta vez no dejó una nota prometiéndome que volveríamos a vernos.

Mamá llevaba más de una hora llorando en mis brazos. Estaba muy preocupada por ella. Sabía que no había estado bien de la presión últimamente y el horror que debió experimentar pudo poner en peligro su vida. Odiaba hacerla sufrir tanto, a su edad merecía vivir cómoda y sin altibajos emocionales. Su cabello, cada vez que la veía, parecía más lleno de canas, y en aquella ocasión lucía tan demacrada que perfectamente aparentó ser diez años mayor.

—No puedo creer lo que hizo. Él era mi niño —sollozaba.

La abracé, sintiendo el tejido de mi corazón desgarrarse también, pero extrañamente ya no me quedaban lágrimas para botar, solo un sentimiento de vacío desde que Traian se había marchado.

—Lo sé, él también era mi niño, mamá.

—Casi te pierdo. Oh Dios mío, Ángela.

—Tranquila. ¿Lo ves? Estoy aquí, por favor deja de llorar. Estoy preocupada por ti.

—Desde hace mucho tiempo no tengo a tu padre, no voy a permitir que te arranquen de mi lado.

—No me iré a ninguna parte. —La abracé con más fuerza, hundiendo mi nariz en su cuello y aspirando aquel aroma tan familiar, que me recordaba mi infancia, irónicamente—. Te amo tanto, mamá. Todo se ha acabado. Estaré bien.

—¡Por supuesto que estarás bien! No permitiré que nadie vuelva a tocarte.

—Somos dos —murmuró Valerie, observándonos con una ligera sonrisa desde el otro sillón.

—Tres —aclaró Cam, secándose una lágrima. No había tenido la oportunidad de charlar con ella después de que se despertara y comenzara a llorar sobre mí, pero hablaríamos en cuanto estuviéramos solas—. Angie, ¿qué te dijeron en el hospital?

Apreté los dientes con dureza pero me esforcé y logré que mi rostro siguiera impasible. Nunca en mi vida mencionaría la posibilidad que tuve de haber sido violada. Quedaría guardado para siempre entre las telarañas y las rocas negruzcas de mi corazón.

—Me realizaron diversos exámenes. Estoy bien, solo tengo una contusión en la cabeza y por precaución me pusieron algunos puntos —les conté, tocando la sutura en la parte trasera de mi cráneo—. Antes de salir del sótano, los policías fotografiaron la escena y mis golpes, así que esa parte de la investigación ha finalizado.

—¿Fuiste al Estatal? —Valerie se refería al hospital donde yo hacía mi labor de interna, trayéndome malos recuerdos a la cabeza.

—No, al Saint Lucy. Dios mío, ¿qué estarán pensando de mí en el Estatal y en la universidad? —Me levanté inmediatamente—. Tengo que llamar.

—Cálmate. —Valerie me empujó por los hombros hasta sentarme junto a mamá otra vez—. He llamado yo misma. Eres consciente de que fuiste secuestrada, ¿verdad, nena? Tu vida está en pausa. Puedes retomarla en el momento que quieras, sin prisa.

Suspiré, sintiendo un enorme peso descender de mis hombros.

—Gracias, Val.

—Antonio ha estado llamando mucho para preguntar por ti —dijo Cam. Debieron conocerse cuando yo desaparecí—. También ha venido aquí con Traian. Salieron a buscarte juntos. Se alegró mucho cuando supo que te encontraron. Quiere saber cuándo puede venir a visitarte.

—Todo el mundo ha estado muy preocupado —concordó mi mejor amiga.

—Y no es para menos. —Mamá sorbió por la nariz—. ¿Cuándo es el juicio? —cuestionó, echándose hacia atrás y secándose los ojos con un pañuelo que ella misma bordó en su tiempo libre.

—En dos meses, más o menos. Sebastián permanecerá en la cárcel hasta entonces. —Me parecía increíble ser capaz de hablar de ello con tal facilidad, sin sentir nada más que un hueco en el pecho. Había llevado la insensibilidad emocional a un nuevo nivel.

—Iré contigo —informó con tanta autoridad que me devolví diez años atrás, cuando me exigía que limpiara mi cuarto aunque yo lo hiciera terriblemente mal.

—¿Segura que quieres verlo? Mamá... —suspiré, apretando su arrugada mano entre las mías—. No es fácil. Ha cambiado físicamente, pero sigue teniendo parte de la esencia del niño de antes. Verlo como es ahora va a lastimarte. —Lo sabía de primera mano. Había tomado mi corazón y lo había convertido en pedazos sangrantes.

—Estoy segura. Lo quise como a un hijo y su madre fue mi mejor amiga —carraspeó para ocultar el quiebre en su voz al recordar a Sofía—, pero te lastimó, Ángela, y tú eres mi vida. Vas por encima de todo el mundo, más allá de cuánto haya querido a Sebastián. Si te hizo daño, sea quien sea, voy a asegurarme de que pague.

—Siempre me ha gustado cómo piensa —le dijo Val a Cam, sonriendo con malicia.

—Ya veo el porqué —rió—. Me alegra que no supiera de mi comportamiento en el colegio.

—Oh, te habría dado unas nalgadas —juró mamá, sonriéndole a Camila—, con un buen palo de madera.

—Por favor, no me dé ideas —dijo Valerie con perversión y Camila la golpeó entre risas.

El momento doloroso quedó en el pasado y mamá ya se había tranquilizado. Conseguí relajarme en el sofá y moví mi cuello en un intento por liberar toda la presión pero fue vano. Tenía la sospecha de que no me sentiría en paz hasta que pasáramos el juicio.

—Y bien, ¿dónde voy a dormir? —preguntó mi madre.

—¿Vas a quedarte?

—¡Por supuesto! No planeo alejarte de mi vista, al menos por unos días. He dejado mis maletas en la puerta.

—De acuerdo —sonreí con verdadero aprecio, mirando a las tres mujeres que más amaba en la vida—, supongo que puedo hacer espacio en mi habitación.

Valerie dejó de acunar a Camila contra su pecho y se encaminó hacia la cocina, soltando un silbido extenso.

—¡Joder!

—Valerie —riñó mamá—, cuida ese lenguaje tuyo. Que seas toda una mujer no significa que puedas hablar como camionera.

—Lo siento —rió. Me levanté y me acerqué a ella para buscar el desastre que debió captar su atención en la cocina—. ¿Quién hizo toda esta comida?

—Traian —respondí inmediatamente, recorriendo con una mirada consternada los diversos platos allí servidos—. Tiene un fetiche con las cocinas. Dijo que había cocinado algo pero lo olvidé... y honestamente no pensé que fuera tanto.

—Cocinó para un ejército —alabó la voz soprano de Camila—. Y huele realmente bien.

—¿Quién es Travis? —preguntó mamá detrás de nosotras, pero fingí no escuchar su pregunta.

—Recalentaré todo —anuncié—, vamos a desayunar.

—Ángela, ¿quién es Travis?

Valerie comenzó a desternillarse de la risa. Me tensé de los pies a la cabeza, rogando al cielo volverme invisible y desaparecer de la cocina. Mamá no iba a detenerse hasta extraerme toda la información.

—Se llama Traian —le respondió Val, sonriendo con descaro hacia la mujer detrás de mí—. Es el hombre vivo más atractivo de todo el planeta y resulta que está locamente enamorado de su hija.

—No lo está —espeté yo.

—Sí lo está.

—¡Que no!

—Oh Dios, para —las carcajadas de Valerie eran estridentes—, suenas como una niña de cinco años. Madura.

—Entonces no digas mentiras.

Ella dejó de reír pero mantuvo una ligera sonrisa en sus labios carnosos. Sabía que no auguraba nada bueno y por un momento deseé que mi mejor amiga fuera menos bocazas y dejara de hundirme más y más en las arenas movedizas frente a mi madre.

—¿Es mentira, Angie? —Alzó una ceja con insolencia, retándome a replicar—. Porque yo estoy segura de que todas aquí sabemos la verdad sobre lo que siente por ti.

—No, todas no. —Mi madre empujó a Valerie a un lado y se plantó frente a mí, entrecerrando sus conocedores ojos de una manera que me hizo encogerme mientras Cam y Valerie gozaban del espectáculo—. ¿Quién es Traian y por qué no sé nada sobre él?

—Yo tampoco es que sepa mucho sobre él, en mi defensa —bufé. Permaneció fulminándome con una mirada terca, así que resoplé como una adolescente y comencé a hablar—: Es un amigo de hace años. No lo conoces porque nunca fuimos cercanos, solo... hablamos un par de veces. —¡Dormimos juntos en el sillón de tu sala, mamá! Incluso usó tu delantal, no, definitivamente no iba a contarle aquello—. Pero el martes llegó a urgencias con un traumatismo craneoencefálico y lo salvé.

Su expresión cambió, mostrando verdadero asombro y algo que tocó una fibra sensible en mi corazón: lucía complacida. Sabía que ella me amaba muchísimo y se sintió orgullosa de mí cuando obtuve la beca universitaria, pero poner esa mirada de adoración en sus ojos era más de lo que mi corazón podía soportar. Me derretí en mi lugar, hinchando el pecho.

—Salvé su vida aunque acabó en coma. Cuando despertó quiso buscarme pero yo estaba desparecida.

—Y desde entonces ha estado buscando a su hija en cada esquina de la ciudad —añadió Valerie, genuinamente emocionada—. Obligaba a los policías a trabajar más deprisa y no durmió ni un solo minuto hasta esta mañana, cuando él y An...

Salté sobre mi mejor amiga, pero Camila se me adelantó y con su mano cubrió la boca de Valerie, haciéndola producir sonidos ahogados. Camila sonrió con tensión hacia mi madre y trató de desviar el tema. Mi corazón se detuvo ante el hecho de que Valerie casi le cuenta a mi madre de cincuenta años que su hija durmió con un hombre extraño justo después de haber sido secuestrada por uno conocido.

Fulminé a Val con la mirada y ella solo agrandó los ojos, fingiendo inocencia.

—El punto es que Traian es un amigo nuestro —ofreció Cam—, un gran hombre.

—Eso lo juzgaré yo cuando lo conozca —masculló mamá, sonando demasiado atemorizante para una pequeña mujer que vivía sola en una diminuta casa a varias horas de aquí—. Ángela, realmente espero que tú y Tadeo no comiencen una relación. Es demasiado pronto.

—No, mamá. Traian y yo apenas nos estamos conociendo. Además —añadí, sintiendo un escalofrío recorrerme y abrazándome a mí misma mientras mi voz se debilitaba—, no me creo capaz de amar a un hombre en este momento.

—Necesitas tiempo para sanar —asintió mi progenitora.

—Bueno, ¡veamos qué tenemos aquí! —Valerie prácticamente gritó, cambiando el tema radicalmente y salvando mi pellejo como hacía siempre, aunque en esta ocasión ella fue la causante del problema—. El Tadeo de Ángela nos cocinó huevos, salchichas... ¡Oh Dios —chilló emocionada, destapando otro de los platos cubiertos que Traian alineó en la isla de la cocina—, el hombre hizo tostadas francesas!

—¡Quiero, quiero! —Camila corrió y le arrebató el plato de las manos a Valerie, zambulléndose en las tostadas y llenando sus manos de azúcar y crema batida. Fue tan infantil que no pude evitar esbozar una sonrisa y posteriormente soltar una carcajada cuando Valerie intentó robarle una tostada y Camila gruñó como un perro callejero.

Mamá se acercó y terminó de destapar el resto de los platos, que contenían comida suficiente para alimentarnos por una semana entera. Me mantuve en el umbral de la cocina, sintiendo aquella extraña calidez recorrer mi pecho. El gesto no pasó desapercibido ante mi corazón y me sentí abrumada, incapaz de entender por qué razón el ojigris era siempre tan bondadoso. Su altruismo hacia mí parecía no tener límites. Mi estómago se llenaba de nudos de emoción y... ¿esperanza? ¿Sentía ilusión pensando cómo sería todo si Traian me amara?

Eso estaba terriblemente mal. Él era demasiado... Demasiado hombre para mí. Y yo estaba destrozada emocionalmente. Nunca seríamos buenos el uno para el otro.


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