Latido del corazón © [Complet...

By KralovnaSurovost

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Sebastián Videla poseía los ojos de un demonio melancólico, tan frágil y dañado que Ángela nunca recuperó lo... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Anexo, Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
II Parte
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Anexo, Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Anexo, Capítulo 40
Capítulo 41
III Parte
Capítulo 42
Primera carta
Capítulo 43
Segunda carta
El Malo
Capítulo 44
Capítulo 45
Tercera carta
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Anexo, Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Epílogo
Agradecimientos
Capítulo extra
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Fotografías del libro en papel

Capítulo 36

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By KralovnaSurovost

Traian me despertó posando su mano en mi mejilla y acariciando mi rostro con su pulgar.

—Despierta —repitió sin cesar, nunca cambiando la voz de un tono cálido.

Abrí los ojos sin recordar en qué momento quedé dormida; lo último que escuché debió ser su declaración de averiguar qué era lo que había entre nosotros, pero mi cabeza se encontraba tan obnubilada por el sueño que me prometí analizar todo más tarde. Lo único que deseaba al bajar del automóvil era una cama y cinco frascos de somníferos.

No me sorprendí cuando me tomó en sus brazos en cuanto puse los pies en la tierra. Estaba demasiado exhausta para seguir rechazándolo, así que abracé con fuerza su torso y dije con voz ronca:

—Estoy hecha un asco, tengo suciedad por todas partes.

—Lo noté.

—Y apesto, demasiado.

—Podríamos hacer una competencia —dijo, encaminándose hacia el ascensor de mi edificio de apartamentos como si hubiera estado allí cien veces antes—. Los dos pasaremos una semana sin ducharnos y el que huela peor cocinará la cena un mes.

Contra todo pronóstico, reí. Fue tan inesperado que me cubrí los labios con la mano e intenté controlarme. ¿Cómo podía mantener algo de humor en mi interior después de todo lo que había experimentado?

—Tengo la impresión de que seguirías oliendo igual de bien.

—Lo dudo mucho. —Presionó el botón del ascensor—. Cuando estuve en la cárcel no pasé un solo día sin ducharme, y aun así mi celda apestaba como un chiquero.

Para evitar profundizar en el tema de su estadía en prisión, porque yo era una cobarde y hablar de ello me haría verlo de una manera menos noble, dije:

—Un cerdito.

—¿Disculpa?

Reí otra vez al ver su expresión confusa.

—Eres un cerdito, y yo también. Los dos apestamos ahora que me has cargado tan cerca de ti.

Eso hizo que una magnífica sonrisa alzara las comisuras de sus labios hasta mostrar una hilera perfecta de dientes y aquellos hoyuelos que solo vi dos veces en el pasado. Aguanté la respiración.

—Somos cerditos, entonces —aceptó—. Tú eres uno muy adorable.

Entramos en el ascensor sin poder borrar una diminuta sonrisa de mi rostro y una brillante del suyo. Por un momento me encontré en blanco, repitiendo sus palabras en mi cabeza. Los problemas quedaron relegados mientras el ascensor subía, y ni siquiera me importó cuestionarle cómo sabía dónde vivía; la manera en la que Traian me miraba conseguía envolver mi cerebro en un manto color plata.

Antes de que pudiéramos dar un paso fuera del ascensor, la puerta de mi apartamento se abrió con fuerza y Valerie, con su rímel corrido en las mejillas y los ojos rojos, soltó un descorazonador sollozo. Inmediatamente salté fuera de los brazos de Traian y corrí hasta fundirme en los de ella. Ambas caímos sentadas dentro del apartamento pero no nos importó. Comenzamos a llorar con fuerza mientras nos sosteníamos la una a la otra para recordarnos que estábamos vivas.

—Perdóname —gimoteó.

—¿Qué? —balbuceé, incapaz de observar su rostro a través de mis lágrimas—. ¿Por qué?

—Por no encontrarte antes. Él te hizo daño y yo... tuve que estar allí.

—¡No! Val... Val, te amo. Nunca, ni por un segundo, pensaría que tuviste algo de culpa en lo que sucedió. Pensé en ti demasiado, sabía que estarías buscándome... —Sollocé, tomando su rostro con mis manos—. Eres mi persona favorita en el mundo, ¿escuchaste? Gracias por buscarme. Gracias por no descansar hasta que diste conmigo.

—Yo también te amo. —Se lanzó a mis brazos y volvió a abrazarme—. Quiero matarlo. Quiero tomar su cuerpo y despedazarlo miembro por miembro hasta...

—Silencio. Eso no va a pasar. Él está en la cárcel —le informé, tragando con dificultad—. Será juzgado en unos meses. El detective dice que no habrá forma en que quede libre. Esto ha acabado.

—Señoritas —ambas nos detuvimos al escuchar el timbre profundo de la voz de Traian—, arriba. Ángela necesita darse un baño y descansar. Después de eso podrán continuar con su charla.

—No quiero soltarla —susurró Valerie, tan rota que una parte de mí deseaba que nunca se hubiese enterado de nada.

Sin embargo me puse en pie con dificultad y la ayude a reincorporarse. Traian cerró la puerta de entrada y nos hizo un gesto para que nos dirigiéramos al sofá. Me sorprendí cuando, en lugar de sentarse con nosotras, se metió por el pasillo que daba al baño. Escuché cómo abría y cerraba gabinetes.

—¿Por qué es tan atrevido?

Val no pudo evitar alzar su ceja con picardía luego de limpiarse el rímel corrido junto con las lágrimas.

—Lleva aquí desde la medianoche del martes.

—¿Qué día es hoy?

—Jueves —exhaló—. El martes y el miércoles fueron los días más infernales que he pasado en mi vida.

—Créeme, para mí también lo fueron.

—Hablo en serio, Ángela. —Tomó aliento, cuadrando sus hombros. Casi parecía la chica ruda y extrovertida que habituaba ser—. Fui a buscarte a la azotea pero no estabas. Te esperé un par de horas, dejaste tu teléfono en el apartamento. Cerca de las diez treinta yo estaba desesperada y llamé a la policía. —Presionó las manos en puños sobre sus muslos—. Ese detective hijo de puta no quería comenzar a buscarte.

—No habían pasado cuarenta y ocho horas.

—No me importa una mierda. Estaba a punto de ir a incendiar la estación cuando Traian apareció en la puerta. —Casi sonrió al ver mi rostro pasmado—. Sí, esa misma fue mi reacción, imagínate la cara que hice cuando vi a un hombre del tamaño de un elefante preguntándome por ti. Casi salí corriendo a buscar el gas pimienta.

—¿Cómo llegó Traian aquí?

—La mañana del martes, cuando fuiste a mi habitación, no estaba en coma —escuché la voz del susodicho desde algún punto detrás de mí, pero permanecí observando el rostro de Valerie porque mi cuerpo temblaba—. Fingí que dormía porque... joder, me sorprendí y realmente quería saber qué tanto ibas a decir.

Sentí vergüenza. Mis mejillas se tiñeron de rojo mientras recordaba cuánto le supliqué a Traian que despertara; cuando tomé su mano y le dije lo mucho que me importaba aunque fuera un fantasma del pasado al que apenas conocí. Había hecho el ridículo de mí misma creyendo que no podía escucharme.

—Cuando te fuiste, inmediatamente entró ese bastardo a mi habitación. Me dijo todo tipo de basura psicótica y desconectó mi respirador. Yo no lo estaba usando desde que había despertado unas horas antes, pero de todas formas la alarma se activó y llegó Antonio, mi tío..., sé que ya lo conoces.

—Lo hago —mascullé a través de mis dientes, recordando cuántas cosas horribles le dije al dejarme llevar por el pesimismo.

—Conversé con Antonio hasta que me dio de alta.

—Eso no es cierto. —Valerie se levantó, señalándolo con su dedo—. Lo empujaste contra la pared y amenazaste con hacerle tragar sus...

—El punto es —interrumpió Traian— que salí del hospital ese mismo día. Fui a mi vieja casa, me duché, me cambié de ropa y regresé al hospital. No estabas allí.

Me levanté del sofá y giré, por fin mirándolo. Se encontraba apoyado contra la pared e inclinaba su cabeza a un lado, estudiándome. Era una inspección tan intensa que seguí hablando mientras clavaba los pies en la alfombra.

—Verte me dejó mal. Necesitaba dar un paseo y... pensar —confesé.

Traian se enderezó como si aquello hubiera llamado su atención. Me preocupé de que malinterpretara mis palabras, así que me aclaré la garganta y le pedí abruptamente que siguiera con lo que me estaba contando.

—En el hospital se negaron a darme tu dirección —lucía irritado— y Antonio tampoco la sabía. Tuve que hablar con muchas personas hasta que encontré a un viejo amigo que localizó la residencia de Valerie. Vine aquí esperando encontrarte con ella, fue entonces cuando me enteré de que estabas desaparecida —tensó cada músculo de su cuerpo con una fuerza aterradora.

—Traian tuvo la idea de revisar las cintas de la cámara —informó Val—. Cuando vi cómo te llevaban, yo... yo... Me sentí morir. Angie...

Me acerqué y la abracé. Acaricié su espalda mientras sus sollozos sacudían mi pecho y sus lágrimas empapaban mi ropa. Me concentré en Traian y la manera en la que sus ojos se suavizaron al vernos juntas. Continuó:

—Conseguimos que el detective comenzara a buscarte. No había ni un maldito rastro... Recorrí toda la ciudad. Era como si te hubiera tragado la tierra. —Tragó saliva con fuerza, mostrándome sus puños—: El miércoles por la noche comencé a darme por vencido, creí que estarías... —No pudo decirlo, maldiciendo y pasándose las manos por su cabello.

—¿Y qué sucedió?

—¿No lo sabes? —Val sacó su cabeza de mi pecho y me miró con confusión. Sequé las lágrimas de sus mejillas y negué con la cabeza—. Sebastián...

—¿Qué? —Mi estómago cayó en picada.

—El infeliz llamó a la estación de policía. Dijo que te tenía.

—Eso no puede ser cierto. ¿Por qué lo haría? ¿Se entregó?

—No —vociferó el ojigris—. Llamó y habló con el detective, le dijo que estabas con él desde la noche anterior, pero no se entregó. —Traian clavó su mirada en el suelo. Su mandíbula se movía a causa de la fuerza con la que rechinaban sus dientes—. Dijo que esperaría a que te despertaras y hablaría contigo. Si te negabas a quedarte con él, entonces volvería a llamar y daría tu ubicación para que fuéramos a buscarte.

—No puedo creerlo.

En esa ocasión fue mi mejor amiga la que me consoló, sentándome otra vez en el sillón y tomando mi mano entre las suyas. Mi boca estaba muy abierta producto de la impresión. Nunca pude imaginar que Sebastián llamara a las autoridades en un intento por dejarme en libertad si así lo deseaba yo. Recuerdo cuántas veces se lo supliqué y cuán destrozado lucía ante la idea de permitirme alejarme. Entonces, ¿qué cambió?

Allí fue cuando recordé el golpe. Quedé inconsciente por Dios sabrá cuánto tiempo y al despertar él lucía hecho pedazos. Sostenía un teléfono entre sus manos como si se debatiera qué hacer con él. Recuerdo que me pidió perdón muchas veces y dijo que aquella no era la manera en la que deseaba amarme, pero también dijo que cambiaría si me quedaba. ¿Me estaba dando la opción de dejarme ir? No lo parecía. Lucía trastornado, por momentos decía cosas que me hacían pensar que iba a liberarme pero la mayoría del tiempo se volvía fiero cuando le suplicaba.

Sabía que era muy cambiante a causa de su daño psicológico. Tal vez, producto de la culpa que sintió al golpearme, tuvo un lapsus de lucidez en el que llamó a la policía, pues los primeros minutos al despertar lo noté retraído y muy arrepentido, pero conforme yo me recuperaba y comenzábamos a hablar, algo volvió a fallar en su cabeza y el secuestrador irracional ocupó otra vez su lugar.

—Entonces —susurré, mirando la sangre en mis manos—, ¿cómo me encontraron?

—La policía rastreó su llamada —dijo Traian con satisfacción llameando en sus ojos—. Nosotros estábamos allí cuando sucedió. Escuché la localización y salté en mi auto. Yo solo... necesitaba encontrarte.

Nos miramos fijamente. Chispas de electricidad comenzaron a saltar y mi estómago se llenó de nervios y emociones contradictorias: alegría, dolor, tristeza y satisfacción. No sabía qué era lo que nos decíamos al mirarnos en silencio de aquella manera, solo reconocía que fuera cual fuese nuestra conversación, mi corazón se aceleraba como si estuviera hablándome.

—Nunca encontraré la forma de agradecerles a ambos por haberme salvado —me obligué a apartar la mirada y me centré en Val—. Sin ustedes podría haber pasado años encadenada en aquel sótano.

—Y yo habría pasado años buscándote —me tomó de las manos—. Jamás dudes que movería cada piedra y cada árbol en el mundo si hay una diminuta esperanza de que estés allí.

—Te amo —repetí, abrazándola con fuerza y fundiéndome con su alma fiel y aventurera.

—Te amo más, hermana heterosexual.

—¡Joder! —grité, alejándome y mirándola con pánico—. ¿Y mamá?

Eso borró la sonrisa del rostro de mi amiga.

—Tuve que decírselo, Ángela. Al principio tenía la esperanza de que aparecieras y solo fuera un susto terrible, pero cuando el tiempo pasó y no encontraban rastros... La llamé anoche, antes de que Sebastián llamara a la comisaría. Decir que enloqueció sería poco. No pudo conseguir un autobús, pero estará aquí a eso de las diez de la mañana. Hablé con ella hace como una hora y le dije que apareciste, pero sigue oyéndose muy mal.

—Entiendo —suspiré, sintiendo más estrés acumularse en la parte trasera de mi cuello—. Hablaré con ella cuando esté aquí. No seré capaz de... —No logré acabar la frase y contuve las lágrimas ante la idea de contarle a mi cariñosa madre todo lo que Sebastián había hecho. Tendría que omitir muchos detalles; ella, a su edad, no merecía sufrir de esa manera.

—Creo que Ángela debería darse un baño y descansar antes de que llegue su madre —por un momento olvidé que Traian también se encontraba allí.

—De acuerdo. Esperen... ¿Y Camila? —Recordé todo lo que Sebastián me había dicho sobre su época de novios. Necesitaba hablar con ella y confrontarla, aunque eso no sería posible ahora mismo debido a mi estado.

—Tuvo un ataque de nervios. —Valerie lucía devastada ante el dolor de su novia—. Los somníferos no funcionaron. Antonio vino y le puso un sedante. En cuanto se despierte le diré que te hemos encontrado.

—Ángela —insistió Traian—, ¿baño?

—¿Tanto apesto? —gruñí, malhumorada.

Eso provocó una sonrisa de medio lado.

—Somos cerditos, ¿recuerdas?

—Sí —concordé, sintiendo mi interior ablandarse—, lo somos.

—Par de tórtolos, voy a vomitar.

—Calla, envidiosa.

—Traian —ella me ignoró, encarándolo—. ¿Te busco las almohadas y las mantas?

—No. —Él no dejó de mirarme mientras hablaba—. Ahora que Ángela está bien, supongo que no hay razón para dormir aquí.

—Puedes dormir en el sofá si quieres —me encontré respondiendo con timidez—. Sé lo cansado que debes estar. No manejes a tu casa en estas condiciones. Quédate.

—No quiero molestarte.

—No me molestas.

—¿Segura? —Sonrió, mordiendo su labio inferior y soltándolo lentamente en un gesto inconsciente.

—Muy segura —susurré.

La mirada de Valerie lucía entre divertida y fascinada, saltando de uno a otro como si estuviera contemplando un partido de ping pong.

—¿Comenzarán a follar en la sala?

—¡Valerie!

Levantó las manos con una descarada expresión de inocencia.

—No me molesta. Solo deberían avisarme para no dejar que el pobre Félix entre y los vea.

—¿Dónde está ahora, por cierto? —pregunté, haciéndome aire con la mano para bajar el bochorno que sentía ante la bocota de mi mejor amiga. Ahora todos éramos adultos, pero parecía que algunas cosas no cambiaban ni con el pasar de los años.

—Durmiendo con Camila. Ha estado muy nervioso y puse algunas gotas de relajante en su agua. —Abrí la boca a punto de gritar cuando me interrumpió—: Relájate, mamá gallina, me aseguré de que fueran seguras para él. Las necesitaba.

—Ángela, baño —Traian se irguió en toda su estatura y cruzó los brazos sobre su pecho de tal manera que las venas en ellos se remarcaran con fuerza—, ahora.

—A mí no me des órdenes —repliqué en son de broma, dirigiéndome a la ducha.

Al pasar frente a él, sentí un golpe como un latigazo. Valerie soltó un chillido y comenzó a desternillarse de la risa, sin tener consideración por los pobres vecinos. Giré con mi rostro en llamas, tan avergonzada que podría evaporarme en el acto. Traian sonreía con malicia después de haber utilizado la toalla blanca que tenía en las manos para hacer un torniquete y golpearme el trasero. Parecía tan satisfecho consigo mismo que quise borrarle la bonita expresión de la cara.

—Dije baño, ahora. Y no olvides tu toalla.

Sebastián y yo habíamos atrapado dos mariquitas en un frasco de vidrio y nos encontrábamos en la cocina de su casa mientras debatíamos sobre qué sería mejor utilizar para alimentarlas. Él insistía en que debíamos ponerles algún pedazo de fruta pero yo sabía que ellas comían cochinillas, pues papá me lo había enseñado meses atrás. Nuestra discusión se tornaba demasiado profunda para niños de nueve y diez años, así que decidí ponerle un punto final porque me aburría:

—Démosles ambas cosas y veamos qué comen.

Él me ayudaría a buscar cochinillas en el jardín. Nos encaminábamos hacia la puerta con el frasco en mis manos cuando la voz de Sofía, la madre de Sebastián, lo llamó desde la lavandería de la casa.

—¿Qué sucede, mamá? —gritó de regreso.

—Ve a la tienda y tráeme tortillas.

—¿Qué? ¿Ahora? ¡No! ¡Estamos a punto de hacer un experimento!

—Las necesito para el almuerzo.

—Ve —le dije yo—. La tienda está cruzando la calle. Regresarás pronto y averiguaremos qué comen las mariquitas.

—Pero... —Golpeó el suelo con su pie—. ¡No quiero ir!

Fue entonces cuando la puerta de una de las habitaciones se abrió y asomó la cabeza una chica hermosa. Tenía cabello oscuro y muy rizado; totalmente indomable, por lo que siempre lo llevaba suelto. Su piel era ligeramente más clara que la de Sebastián, del color del chocolate con leche. Sus ojos eran muy grandes para su rostro, con largas pestañas, y era más alta que mi mejor amigo y yo. 

Olivia era la hermana de Sebastián, casi tres años mayor que él, y aunque apenas salía de su habitación yo la consideraba mi amiga también.

Sebastián y yo llevábamos dos meses de ser amigos, así que había ido muy pocas veces a su casa y apenas había entablado conversación con su hermana, pero era muy amable. Mi mamá decía que Olivia estaba pasando por algo llamado «adolescencia» y que no le gustaba hablar con la gente, pero nunca me trató groseramente, solo no le gustaba jugar en el jardín con nosotros.

—Yo iré —dijo ella, como siempre, cuidando de su hermano.

Si había algo que Sebastián quería, Olivia lo buscaba. Tal vez no los conociera desde hacía mucho tiempo, pero ella le daba siempre la mitad de su comida y cuando no tenían dinero para llevar almuerzo, ella le daba el suyo antes de que Sebas se fuera a la escuela. Tener una hermana me parecía algo genial, yo realmente quería ser familia de alguien como ella. Era tan bonita que en su colegio debía ser muy popular.

—No, Olivia —gritó su madre—. Le dije a tu hermano que me hiciera el favor. Deja de consentirlo siempre. Tiene que aprender a ser obediente.

Olivia tomó el dinero de la mesa y la ignoró. Sebastián le regaló una sonrisa de dientes ligeramente torcidos.

—Iré rápido y dejaré las tortillas aquí —murmuró la joven—. Si pregunta, di que tú fuiste a comprarlas.

—¡Gracias, gracias! —gritó Sebastián, luego tomó mi mano y comenzó a tirar de mí hacia el jardín—. ¡Ven, Angie, vamos a buscar cochinillas!

Pero algo terrible sucedió. Cuando estábamos escarbando en la tierra, un vecino llegó corriendo hasta nosotros. No podía ser mucho mayor que Sebastián, pero su expresión se contrajo con tal horror que recuerdo el mal presentimiento que experimenté en el corazón.

—¡Sebas! ¡Sebas! ¡Atropellaron a tu hermana!

Olivia no sobrevivió, ni siquiera soportó hasta que llegaran los paramédicos. Su cuerpo quedó tendido a mitad de la calle con un charco de sangre roja debajo de él. Su vestido de flores estaba roto y su expresión quedó en blanco, mirado al cielo con la boca ligeramente abierta. Recuerdo que los vecinos habían hecho un círculo alrededor de la escena y la mamá de Sebastián lloraba a gritos mientras dos hombres la sostenían. Veía a muchas personas llorando y susurrando entre sí, sin prestarnos atención a los demás niños, y a lo lejos escuchaba el anuncio implacable de una sirena de ambulancia.

—Sebas... —le llamé, posando una mano sobre su hombro.

Giró su rostro lentamente y me miró, temblando detrás de él. Sacudió su hombro y mi mano cayó con brusquedad. Se abrió paso a empujones entre el tumulto de personas que no hacía más que aumentar y corrió tapándose los oídos para no escuchar los lamentos y las súplicas de su madre. Corrí detrás de él mientras gritaba su nombre, pero siempre había sido mucho más rápido.

Unos segundos después se detuvo en seco y choqué contra su espalda, cayendo sentada al suelo. Me miró desde arriba con lágrimas en sus ojos y no se ofreció a ayudarme como lo hacía siempre. Esa fue la primera vez en la que un pedacito de mi corazón se cayó y fue entregado a él. Nunca olvidaría la desolación y la culpa que había en su mirada.

—Olivia no debió morir. Ese debí ser yo.

—¡Sebas, no!

—No volveremos a hablar de esto, Ángela. Nunca, ¿escuchaste? Jamás. Si mencionas su nombre otra vez, o si me haces recordarla, dejaré de ser tu amigo para siempre. ¡Para siempre!

Asentí repetidamente con la cabeza, asustada. Él se alejó corriendo. Y después del funeral, no volví a verlo durante una semana.

Por primera vez en mi vida soñé con la muerte de la hermana mayor de Sebastián, un acontecimiento que había bloqueado de mi mente desde los nueve años. Y aún así me desperté llorando con toda la angustia que recuerdo haber sentido en el pasado. Encendí la lámpara de noche y me di cuenta de que apenas habían pasado dos horas desde que había cerrado los ojos.

La puerta de mi habitación se abrió sin miramientos y la silueta de Traian apareció contra luz. Tuve un momento para darme cuenta de que se encontraba vistiendo únicamente unos bóxer del color de sus ojos antes de que cerrara tras de sí y se acercara, sentándose en la cama sin despegar sus ojos preocupados de los míos.

Acercó su pulgar y limpió una lágrima bajo mi mejilla.

—¿Pesadilla? —Asentí, abrumada por el peso de aquel recuerdo—. ¿Quieres decirme qué soñaste?

—Prometí que nunca hablaría de ello. No es mi historia para contar.

Traian lo aceptó, sin forzarme a hablar. Ascendió por la cama hasta que apoyó su espalda contra el cabezal. Un líquido cálido nació en el centro de mi pecho y se expandió por todo mi cuerpo cuando tiró de mí y me acurrucó contra su costado, acariciando mi antebrazo con círculos suaves de su mano. Suspiré y acepté los latidos de mi corazón, acepté los nervios y la emoción que aquella situación me producía como si fueran un efecto colateral del sueño desgarrador que tuve instantes antes.

—Tienes demasiada confianza en ti mismo —dije después de un rato de absoluto silencio, sintiendo la piel fría de su pecho ascender y descender bajo la palma de mi mano.

—¿A qué te refieres?

—Mírate nada más. ¿Dónde está tu ropa?

—La he puesto en la lavadora, espero que no te moleste.

—A mí no, pero a mis compañeras podría incomodarles.

—Lo lamento —dijo de corazón—. Me cubriré.

—Gracias —suspiré, acercándome más a él. Cerré mis ojos y saboreé la amnesia temporal que la cercanía de Traian siempre me proporcionaba.

—Ángela —murmuró tiempo después—, tener pesadillas y llorar por alguien a quien perdiste no te hace débil. Débil es quien finge insensibilidad y no acepta la pena porque no es lo suficientemente fuerte para soportarla.

—¿Tienes pesadillas sobre Romance? —pregunté, haciendo círculos con mi dedo sobre su pecho desnudo.

—De vez en cuando —asintió, mirando a la nada—. Cuanto más la extraño, más aparece en mis sueños.

—El tiempo no hace que dejemos de quererlos o de extrañarlos. Sueño con mi papá a veces, pero son siempre sueños buenos. Lo amaba demasiado. Supongo que si la amabas, deben ser buenos sueños también.

—Muchísimo.

—¿Cómo la perdiste?

—Preferiría no hablar de ello, al menos por ahora.

Asentí, tragándome mi curiosidad y la punzada de celos que sentí ante la perspectiva de que la hubiera amado tanto.

—¿Ella fue tu primer amor?

—¿Disculpa?

—¿Romance fue tu primer amor, fue el amor de tu vida o fue ambas?

Miré sus hermosas facciones que se dividieron con una sonrisa dolorosa. Bajó sus ojos hacia mí; me sorprendió depositando un tierno beso en la coronilla de mi cabeza y envolviéndonos a ambos con la manta antes de apagar la lámpara de mi mesita de noche.

—Romance era mi madre, pequeña —informó, abrazándome en la oscuridad—. Ahora descansa. 

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