Inmemorables Recuerdos {Harry...

By randomnessence

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-Los sueños... -suspiró- los sueños hacen de nuestra experiencia un maravilloso recorrido eterno. Una tarde... More

P R E F A C I O
Capítulo 1. Limón.
Capítulo 2. Mar: igual a los ojos de papá.
Capítulo 3. La caída al lago.
Capítulo 4. Bumblidore.
Capítulo 5. Un recuerdo diferente.
Capítulo 6. Una extraña presencia.
Capítulo 7. El ataque.
Capítulo 8. Un explosivo recuerdo.
Capítulo 10. La apuesta.
Capítulo 11. El Armario.
Capítulo 12. Fawkes.
Capítulo 13. Navidad: Black y los Weasley.
Capítulo 14. McGonagall vs Maggie y los Merodeadores (Parte 1).
Capítulo 15. La caída de McGonagall y el juego inesperado (Parte 2).
Capítulo 16. Un regalo para papá (Capítulo Navideño)
Capítulo 17. La persecución y el baile inesperado (Parte 3).
Capítulo 18. Una lluvia de recuerdos.
Capítulo 19. Lo Prometo.
Capítulo 20. Mamá: la pianista de la familia.
Capítulo 21. Lo único que tengo... son recuerdos.
Capítulo 22. La Tragedia I.
Capítulo 23. La Tragedia II.
Capítulo 24. La Tragedia III. Recuérdanos siempre
Capítulo 25. Nueve Años Vacíos.
Capítulo 26. El Limón y el pelirrojo
Capítulo 27. Selecciones Inusuales
Capítulo 28. Cabras, Descubrimientos y Decisiones
Capítulo 29. Un vistazo al pasado
Capítulo 30. Una última visita

Capítulo 9. Voces.

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By randomnessence


1978.

—Oh vamos...

—No lo haré.

—Pero...

—No.

—Por favor, Min.

—Simplemente no me gustan.

—No puedes decir eso si no los has probado.

—No tengo la necesidad de probarlos.

—Pero, por favor... —él volvió a lanzarle aquella mirada convincente. Ella hizo una mueca.

—Albus...

—Una vez. Sólo uno —insistió.

—Pero... —ella gruño y él mantuvo su mirada. Soltó un suspiro y no tuvo más remedio que tomar un caramelo y lanzárselo a la boca. Albus sonrió ampliamente.

—¿Y bien...? —preguntó.

Ella hizo una mueca y el rostro de Albus se apagó. Soltó una pequeña risa y se quedó perdida observando sus ojos claros a la luz del fuego. Su cabello castaño rojizo se podía apreciar tan brillante y vivo como siempre. Amaba su color.

—¿Por qué te burlas? ¿Acaso están tan mal para ti? —replicó él después de unos momentos. Minerva negó con la cabeza.

—No. Realmente no están mal. Después de todo me gustaron. —admitió luego de unos instantes.

—¿De verdad? —los ojos de Albus recuperaron su peculiar brillo—. ¿Entonces de qué te ríes?

Ella suspiró y raramente dejó escapar una sonrisa.

—Simplemente me parece increíble la manera en la que actúas. Sigues siendo el mismo, Albus; como un niño que disfruta de la vida y que vive plenamente, siendo feliz por los pequeños detalles de un día común.

Él sonrió cálidamente y tomó dos caramelos.

—Así hay que ser querida. —le extendió un caramelo, ésta vez uno de durazno, y ella lo tomó enseguida.

—Es muy difícil... —susurró ella. Él permaneció mirando al fuego.

—El tiempo o las circunstancias en el momento dado te harán ver que, a pesar de nuestras preocupaciones, no lo es —sonrió y miró los ojos verdes de la mujer—. ¿Qué tal el de durazno?

Ella sonrió ante la pregunta y le dio una mirada de aprobación.

—No está mal —comentó.

La sonrisa de Albus se agrandó, ella soltó un suspiro.

—Oh Albus...

Él se acercó a ella y le depositó un ligero beso en los labios. Ella abrió bien los ojos al sentir el contacto y le devolvió el favor. Albus rio ligeramente y ella se recostó sobre su pecho disfrutando de la sensación placentera que provocaba el estar junto a él.

Los dos permanecieron tranquilos y acoplados observando el fuego. Contemplaban la despejada noche que se dejaba ver por la ventana, escuchaban únicamente el sonido del viento y sus frágiles respiraciones transcurrir cuando...

—¡Minnieeeeeee! —la puerta se abrió aparatosamente y Sirius apareció con Maggie en brazos. Minerva dio un salto y se llevó una mano al pecho, Albus de inmediato se volteó hacia la puerta.

—¡BLACK! —exclamó Minerva alarmada. Se volteó también con la intención de reprenderlo cuando vio a su hija en sus brazos. Sintió que el alma se desprendió de su cuerpo al ver su rostro pálido y sus ojos cerrados. Era como si estuviera muerta—. ¡¿Maggie?! ¡¿Qúe pasó?! —se levantó de un salto y corrió hacia el pelinegro. La expresión tranquila de Albus se esfumó en segundos.

—No lo sé... —dijo el joven mirando a la niña preocupado—. Estaba... estaba caminando por... por ahí, cuando me pareció ver algo a lo lejos.

Su rostro estaba serio, no parecía haber ningún indicio de broma. Los ojos de Minerva se llenaron de preocupación y tomó a Maggie entre sus brazos.

—Logré acercarme y la oscuridad que había en el pasillo se esfumó en cuanto llegué. Una vez que desapareció logró liberar a alguien, y... era ella. Maggie estaba adentro —dirigió su mirada a Albus—. No era algo bueno en lo absoluto... era como si estuvieran absorbiendo su energía.

Su mirada volvió a ser preocupante y volvió a observar a la pequeña, quien permanecía inmóvil.

—Minerva, lleva a Maggie a la enfermería. No importa la hora, estoy seguro que Poppy podrá hacer algo —la pelinegra miró a Albus y asintió—. Sirius —soltó la pequeña mano de su hija y miró al muchacho. Él asintió—. Ven conmigo, muchacho. Llévame al lugar exacto en el que la encontraste, y, por favor, cuéntame todos los detalles del suceso. No omitas nada por más mínimo que sea.

—Está bien.

—Bien —miró a Minerva—, no te preocupes, Min. Todo va a estar bien.

Y sin más se retiraron apresurados del lugar mientras Minerva corría alarmada hacia la enfermería, cargando a la inmóvil pequeña en sus brazos.


• • •


—Eh... yo en serio no tuve nada que ver —comenzó a hablar Sirius en el pasillo—. Jamás le haría daño a Maggie y...

—Señor Black. —Intervino Albus con voz suave—. Estoy seguro de eso, no hay de qué preocuparse. —sus ojos permanecían observando el pasillo. Sirius asintió.

—¿Tiene alguna idea de qué pudo haber pasado...? —un reflejo logró verse a lo lejos y un estruendo logró escucharse. Sirius sacó su varita de inmediato con la intención de atacar a lo que fuera a interponerse pero Albus le hizo un gesto para indicarle que se detuviera. El joven asintió con el ceño fruncido y se cruzó de brazos al ver aquella misma niebla alejándose por el pasillo.

—Esto simplemente confirma mis sospechas. —prosiguió el castaño dando un paso más hacia la oscuridad, la cual parecía querer alejarse cada vez más—. En efecto Maggie está envuelta. —Sirius apretó la mano que sostenía su varita y miró al director—, y difícilmente lograremos que permanezca segura si sigue aquí.

—¿Envuelta? —dijo secamente—. ¿A qué se refiere con...?

—No hay tiempo. —murmuró el castaño. Ante sus ojos la oscuridad se fue desvaneciendo hasta que desapareció—. Aquí no vamos a lograr nada... ve de regreso a tu sala común, no tienes que preocuparte.

—Pero...

—Debo permanecer junto a Maggie y Minerva, muchacho, y tú debes irte. —le puso una mano en el hombro y soltó un suspiro—. Ya nada es seguro, y esto lo confirma. Mañana daré anuncio a los demás estudiantes y les haré saber que algo puede estar amenazando el castillo. Incluso nuestra propia seguridad puede estar en riesgo.

Sirius se mantuvo neutro y con el ceño fruncido.

—Puede que no sepamos bien a lo que nos enfrentamos en su totalidad —añadió el castaño—, pero si de algo podemos estar seguros es de que esta oscuridad no dejará de acecharnos fácilmente —soltó un suspiro, se volteó y comenzó a caminar en dirección contraria. Sirius hizo lo mismo—, por lo que es mejor tomar medidas y estar prevenidos ante cualquier ataque.

Sirius decidió no protestar y siguió al director como él le había indicado hasta que este se perdió en los pasillos. Ya comenzaba a tener una idea de quién era responsable de lo que estaba pasando, pero lo que no entendía era a lo que se refería sobre la pelinegra. ¿Maggie tenía algo que ver en todo eso?

«Maggie está envuelta» —las palabras del director retumbaban en su cabeza y simultáneamente se formulaba preguntas conforme avanzaba solitariamente por los pasillos rumbo la sala común de Gryffindor— ¿Qué significará eso? —se preguntó. Tal vez no tenía una idea concreta sobre todo lo que estaba pasando, pero de algo llegó a estar seguro una vez que presintió que Maggie estaba en peligro; averiguaría la forma de enterarse a lo que se enfrentaba, y por supuesto, la ayudaría a defenderse contra lo que estaba amenazando con mortificar su frágil y alegre existencia.


• • •


Minerva estaba sentada en una silla acariciando el oscuro cabello de su hija, quien se encontraba recostada junto a ella.

—Tranquila, Minerva... ésta poción tendrá que hacer efecto..., y si no es así, intentaré con algo más fuerte, pero Maggie va a despertar, y va a estar bien.

Minerva no le sostuvo la mirada y simplemente permaneció observando a la pequeña. Poppy suspiró y asintió con la cabeza.

—Bueno, eh... las dejaré solas —susurró acomodándose su ropa de dormir—, trata de dormir, Min... ella no te escucha, y es muy poco probable que despierte ahora. —Minerva simplemente asintió y la castaña sin más se retiró, dejándola a solas con su hija.

Acercó un poco más su silla a su cama y se dedico a observarla. Acariciaba su cabello oscuro una y otra vez sin dejar de preguntarse qué era lo que había pasado. Todo había sido repentino, pero Maggie no merecía estar ahí, debía salir de aquel estado pronto; era muy pequeña para sufrir todo eso.

Soltó un suspiro y colocó su mano sobre a de ella. Lentamente recordó lo que Maggie solía comentar sobre sus manos cuando era una bebé; era simplemente adorable la forma en la que se expresaba de ella, de las características que lograba apreciar, y del grande amor que sentía, tanto hacia ella como hacia Albus, con quien siempre había congeniado perfectamente.

—Oh Maggie... —susurró sonriendo un poco al imaginar su sonrisa gigante y sus ojitos brillosos. Su recuerdo se apagó al observar su estado actual, al percibir su piel fría, al encontrar una vez más su rostro apagado y al ver una vez más sus ojos cerrados—. Sólo no te vayas para siempre... —sus ojos se llenaron de lágrimas al imaginar aquello que creía imposible. Soltó un suspiro y soltó su mano delicadamente, aunque aún permanecía acariciando su cabello.

Albus se fragmentó en el umbral de la puerta al escuchar aquella última frase y se acercó lentamente a Minerva. Ella se estremeció al sentir su mano sobre su hombro.

—Maggie va a estar bien. —dijo suavemente. Minerva elevó sus ojos y se dedicó a mirarlo preocupada, él apretó su hombro después de ver sus ojos apagados y trató de dedicarle una frágil sonrisa—. Yo me voy a encargar de eso, Minerva... —seguidamente sus ojos se posaron en su hija—. Maggie va a estar bien.


• • •

Dos días habían pasado desde aquel suceso cuando Maggie logró abrir los ojos por primera vez. Dio un repentino salto y sintió como todo su cuerpo se contraía de dolor como consecuencia del movimiento.

—¿Q-Qué pasó? —susurró con los ojos entrecerrados. Dio un vistazo al lugar en el que encontraba y logró ver una fila de rosas flotantes y brillantes sobre ella. Sonrió y las tomó entre sus manos—. Ow... rosas —dijo suavemente. Un par de ellas crearon una explosión de serpentinas, y aquello la hizo reír.

—Sí, Albus, aún no ha despertado. —Maggie percibió la voz de Poppy cerca y dio otro salto. El dolor volvió a aparecer y a como pudo volvió a recostarse sobre la camilla y cerró sus ojos. La sensación de las pequeñas rosas flotantes sobre ella le hacían cosquillas, pero contuvo la risa al escuchar como una segunda voz se hacía presente.

—Poppy, ¿estás segura que no hay algo más que hacer? —preguntó Albus preocupado.

—Pa —susurró Maggie entre las sábanas. Inconscientemente quiso lanzarse hacia él y abrazarlo, pero una voz seca que apareció repentinamente se lo impidió.

—Maggie... —susurró dentro de su cabeza. La niña se estremeció y prefirió no moverse.

—Sí, Albus, sólo queda algo más pero es utilizado en casos extremos —simultáneamente continuaba la conversación entre el director y la medimaga. Maggie volvió a estremecerse al sentir aquella presencia sobre ella—, lo mejor será esperar y, si en un par de días más no hay mejorías, tendremos que actuar rápidamente.

Eres una molestia, Maggie... —la pelinegra se encogió de hombros—. Les estorbas...

—Está bien... —finalizó Albus—, volveré pronto... por favor informa a Minerva en caso de que algo suceda. Puede que esté ausente en estos días.

—Muy bien.

Eres un problema... un insignificante problema... —continuó la voz.

—No... eso no es verdad. Pa me quiere mucho.dijo Maggie entre las sábanas—. Jamás sería un problema para él..., mis papás se preocupan por mí.

¿Ah sí? Claro, Maggie, se preocupan tanto que ni siquiera han venido a verte.

—Pero... —Maggie frunció el ceño—, Pa estaba afuera, estaba preguntando por mí, estoy segura de que...

¿De qué? Oh sí, Maggie, te ama tanto que ni siquiera se tomó la molestia de pasar a verte. —la piel de la niña se erizó—. No le importas, no le importas a nadie, puedes comprobarlo por ti misma, Maggie. Ve tras tu madre o Sirius, y verás que ninguno tiene el mínimo interés por ti.

—Estás mintiendo, mis papás me quieren, y Sirius también.

Si estás tan segura, demuéstralo.

—Bien. —se aseguró que Poppy se hubiera ido y bajó de la camilla. Se puso sus botas coloridas que encontró junto a ella y caminó lentamente hacia la puerta, una vez afuera se dirigió a la sala común de Gryffindor con la esperanza de encontrar a Sirius—. Voy a probar que estás equivocada, voz. No estoy sola.

• • •

—¿Y entonces? —preguntó una vez más. La alumna le arrugó la cara.

—No están, Maggie; Sirius y los demás salieron a merodear por ahí. No planeaban estar contigo o con alguien más.

—Oh... —susurró. Asintió y bajó la cabeza—. Bueno... gracias de todos modos.

—Está bien.

Maggie se volteó y salió del agujero para encontrarse otra vez en los pasillos. Comenzó a caminar sin rumbo, mantenía las manos inquietas y sus ojos estaban cristalizados.

No eres importante, Maggie. —la voz seca se hizo presente una vez más. La niña volvió a estremecerse.

—¡Déjame! ¡Es mentira! —vociferó en medio pasillo. Varias de las personas de los cuadros la observaron atónitos al escucharla hablar sola—. Papá me va ayudar, él podrá hacer algo.

Como quieras —continuó la voz—. Aunque dudo que él te preste atención, eres muy poca cosa.

—¡Déjame ya! —chilló—, es papá, y para él soy muy importante.


• • •


—¿No está? —preguntó una vez más con los ojos inundados de decepción. Hagrid, quien se dirigía apurado hacia el bosque, volvió a negar con la cabeza.

—No, pequeña. Se fue, me ha dicho que tenía asuntos importantes que atender.

Más importantes que tú. —recalcó la voz en su cabeza.

—¡Ya! —masculló entre dientes.

—¿Qué dijiste? —repuso Hagrid quien estaba distraído y ansioso por irse y cumplir sus ideas. Maggie negó con la cabeza.

—Eh... nada, nada —respondió tratando de evitar las lágrimas que amenazaban con escaparse de sus ojos—. Gracias por decirme Hagrid.

—De nada, pequeña, ahora... si me disculpas...

—Oh, sí, sí... hasta luego Hagrid.

—¡Cuídate mucho! —finalizó el hombre inmenso quien poco a poco se fue perdiendo de vista.

—Sí... —susurró Maggie con lágrimas en los ojos. Su padre tampoco estaba; ¿acaso la voz tenía razón?

Alguien más que te abandona... Hasta el tonto Hagrid huyó de ti. Eres un desastre, Maggie.

—No, no... es mentira —susurró ella secándose las lágrimas que recorrían su rostro—. Aún hay alguien más que prometió jamás abandonarme... mamá.

Ay, no me digas, ¿la vieja y triste Minerva? JÁ, si tú lo dices...

—Por supuesto... ella no me va a dejar sola. —comenzó a caminar a paso firme con dirección a su oficina. Talló los ojos y apartó todo indicio de lágrimas—. Ella no.


• • •



—¿Ma?

Su voz retumbó por las paredes. Se mantuvo un breve silencio.

—Oh, Maggie, Albus no me avisó que ya estabas bien —comentó la pelinegra desde su escritorio.

—Oh... sí. Ya estoy bien —susurró—. Pero... eh, Ma... me preguntaba... ¿crees... que podríamos jugar un ratito?

La profesora, quien se encontraba revisando algunas tareas pendientes, elevó la vista y logró ver a Maggie. La niña estaba sentada en uno de los escritorios mirándola fijamente. Rápidamente bajó la vista y volvió a concentrarse en lo que estaba haciendo.

—Lo siento, Maggie, pero ya hemos hablado de esto. Como puedes ver, estoy ocupada. —su voz fría hizo que su piel se erizara. Minerva se mantuvo neutra observando los papeles.

—Pero... ma... —insistió—. Tal vez... tal vez podríamos ir afuera y...

—Maggie. —Minerva se atrevió a interrumpir aquella fantasía. Dejó de revisar por un momento y elevó la cabeza.

—¿Sí? —los ojos de Maggie se mantuvieron fijos en su madre. Un escalofrío le recorrió la espalda al ver su expresión severa.

Minerva suspiró.

—Mira... —dejó la pluma en el escritorio—. Yo sé que estás ansiosa por volver a tu rutina cotidiana, pero no voy a poder ir contigo ¿Está bien? Tengo muchas cosas que hacer.

Los ojos de Maggie se apagaron ligeramente al escuchar esas palabras.

No importas.

—Pero... yo podría esperarte... quizá más tarde, cuando termines, podríamos...

—Por mi está perfectamente bien si quieres permanecer aquí, en esta habitación, mientras yo esté trabajando —repuso Minerva, ignorando lo que Maggie trataba de decir—. Aunque sí debe quedar claro que, si quieres permanecer aquí, debes procurar hacer absoluto silencio y no interrumpir. ¿De acuerdo?

La niña suspiró y asintió con la cabeza.

Estorbas.

—Bien. —finalizó la mujer volviendo a su trabajo. Maggie frotó sus manos y condujo su mirada a su madre. No entendía qué estaba pasando exactamente, no entendía de dónde provenía aquella voz que la atormentaba y mucho menos entendía por qué todos la hacían a un lado. Tal vez no sabía bien qué era lo que estaba pasando, pero si de algo podía estar segura era que no le gustaba ser excluida de todo, y ya se estaba cansando de ello.

Soltó un suspiro y le dio un vistazo al lugar. Su oficina permanecía callada y hueca. Minerva soltó un bufido al leer las tonterías que habían escrito sus alumnos y comenzó a escribir cosas sobre los papeles. Maggie suspiró.

Por un momento la niña se detuvo y pensó en hablarle a su madre. Logró ver una pequeña estatua de un gato gris y por impulso quiso preguntarle cuántos animales era capaz de transformar, o qué cosas ocultas se escondían en el lugar. Su instinto curioso comenzaba a despertarse y por su mente incluso pasó la idea de preguntarle si podría enseñarle un pequeño hechizo para ir avanzando. La idea era maravillosa, pero, al voltearse y ver su rostro severo revisando los papeles una vez más, se contuvo y ahogó un suspiro.

Consideró en hacerle un par de preguntas más con el transcurrir de los segundos, pero la ilusión que le quedaba se esfumó al ver que ella no prestaba el mínimo interés en su presencia.

Te lo dije, Maggie. —comentó la voz nuevamente. Una lágrima se escapó de sus ojos al percibir una vez más su presencia—. no le interesas a nadie.

Luego de un tiempo, Minerva se había olvidado por completo de la situación y de la presencia de su hija en el lugar hasta que escuchó la lluvia caer en el exterior. Medianas gotas comenzaron a estrellarse contra la ventana y soltó un suspiro. Elevó la mirada para ver qué hacía Maggie y frunció el ceño. La niña realmente estaba en silencio y no se movía, lo cual era muy extraño.

—¿Maggie? —le preguntó.

—¿Ajá? —susurró la niña observando sus botas impermeables de colores. Había sido un peculiar regalo que Hagrid le había dado en su cumpleaños pasado y aún le gustaban mucho.

—¿Qué estás haciendo? —continuó Minerva, pasando por alto la expresión triste de la niña.

—Estoy esperando... —respondió. Agitó sus pies delicadamente y soltó un suspiro.

—Mmm...

Minerva observó la ventana y escuchó un ligero estruendo. Su piel se erizó por un momento al ver el árbol frondoso empapado y con sus grandes hojas ligeramente caídas. Se mantuvo observándolo y sin ella quererlo se perdió en un recuerdo. Una vez que se cayó en cuenta talló los ojos, se volteó rápidamente reprendiendo a su imaginación y volvió a posar sus ojos en Maggie. La niña aún permanecía en silencio y no se dignaba a mirarla.

—¿Y...?

—Seguiré esperando. —afirmó la niña—. Todo el tiempo que sea necesario.

—Muy bien. —dijo Minerva reanudando su labor—. ¿Y se puede saber qué estás esperando? —preguntó.

La niña por fin elevó la vista y observó la ventana detrás del hombro de su madre. Ya había comenzado a llover fuertemente.

Por un momento recordó el día en el que todos juntos salieron a dar una caminata por el bosque. Frunció el ceño y desvió la mirada hacia su madre.

—Espero a que alguien esté dispuesto a ponerme atención. —dijo seriamente cruzándose de brazos.

Minerva elevó la mirada.

—¿Qué?

—Papá no está —murmuró—. Estuve buscándolo por todo el castillo desde la mañana y no lo encontré. Hagrid me dijo que se ha ido.

Minerva dejó las tareas de lado y miró a su hija consternada.

—Sirius, por otro lado, está muy ocupado... —continuó Maggie. Aquello el dolió un poco y bajó la cabeza—. Igual entiendo que no tenga tiempo. Él es grande y también tiene sus amigos...

Minerva se sintió mal al ver la decepción en sus ojos.

—Black... —murmuró—. Aún no me parece una buena idea el que tú pases tiempo con esos muchachos, no son los amigos apropiados de una niña de...

—Él no es tan malo como crees ¿sabes? —continuó Maggie, ignorando que estaba siendo reprendida—. Siempre me cuida y me enseña cosas... es como si fuera mi hermano mayor.

La mirada de Minerva seguía siendo severa. Maggie elevó la cabeza.

—No entiendo por qué no lo consideras bueno... deberías conocerlo más. Tal vez te agradaría... —sus palabras se quebraron por un momento—. Aunque él tampoco tiene tiempo ahora... —susurró.

Un estruendo se escuchó repentinamente. Un rayo, para ser exactos. La piel de Maggie se erizó pero mantuvo su postura. Minerva permaneció en silencio observando a su hija.

—Y ahora estoy aquí... —prosiguió la niña—. Estoy aquí esperando a que alguien quiera pasar la tarde conmigo... —su tono de voz bajó considerablemente—. La voz al parecer tiene razón... —susurró.

Minerva se compadeció un poco al ver sus ojos y sus mejillas rojas.

—Vine porque quería pensar que a ti sí te importaba... pero llegué aquí y ni siquiera puedo hablar —susurró—. Sé que me castigarías si lo hiciera, haces esas cosas cuando estás enojada, y es mejor no correr el riesgo...

Minerva corrió la silla de su escritorio y se levantó del mismo en un instante. Viéndolo desde ese punto Maggie tenía razón, y definitivamente no había actuado de la mejor manera.

—Yo..., mira, Maggie, a veces...

—Estás ocupada. —intervino la niña con los ojos cristalizados. Se levantó delicadamente del escritorio y la miró a los ojos—. Supongo que está bien, mamá... mejor me voy.

Se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la puerta lentamente. Minerva la observó en silencio.

—Oh..., por cierto. —Maggie se volteó, se acercó rápidamente a su madre y depositó algo brillante en sus manos. Minerva bajó la cabeza para ver bien de qué se trataba—: Ten, te dejaré una de las rositas encantadas que me encontré hoy, cuando logré despertar en la enfermería. —su voz se quebró un poco y, sin poder evitarlo, se abalanzó sobre su madre y le dio un gran abrazo.

Permaneció ahí unos minutos..., fundida en sus brazos y disfrutando de la sensación por la cual le gustaría ser envuelta más seguido. Soltó un suspiro y, aunque no quería hacerlo, logró separarse de ella.

—Pensé que se podía ver linda en tu escritorio..., no te enojes.

Le dedicó una triste sonrisa y, una vez que miró sus ojos y no supo qué más decir, se volteó y comenzó a caminar pesadamente hasta que llegó a desaparecer por la puerta. Minerva, un poco afligida por lo que acababa de ocurrir, se acercó a su escritorio y observó la pequeña flor flotante, la cual tiró un poco de serpentinas sobre sus manos. Soltó un suspiro.

—Oh Maggie... —dijo al aire. Colocó la flor suavemente junto a la fotografía de su escritorio—. ¿Qué voy a hacer contigo? —continuó. En su rostro apareció un pequeño indicio de una sonrisa una vez que la rosa volvió a lanzar una pequeña cantidad de serpentinas. Miró a la puerta y volvió a suspirar. Se sintió un poco culpable por como se había comportado con Maggie, pero finalmente no podía hacer nada. Con todo lo que estaba pasando a su alrededor no había tiempo para jugar y reír, y Maggie en algún momento debía entender eso—: Pero pronto todo va a estar bien, pequeña... —miró el retrato que yacía en su escritorio. La sonrisa que proyectaba la foto le brindó un poco de alegría—. Pronto todo va a estar bien...


• • •


No le importas a nadie.

—¡Ya!

Nadie te quiere...

—¡Déjame! ¡Ya! ¡Por favor!

No tienes razón de ser, Maggie. Eres un error.

—¡Eso no es cierto!

Nadie nunca te va a querer, no les importas.

—¿Qué es lo que quieres de mí? Detente... por favor... —las lágrimas no dejaban de brotar de sus ojos, sus pequeñas piernas comenzaron a fallarle.

No puedes hacer nada, Maggie. Tu deber es pagar las consecuencias.

La niña se dejó caer en el pasillo y siguió llorando fuertemente. La voz seca no pretendía dejar su cabeza, y ya comenzaba a perderse en sus propias palabras.

—¿Qué puedo hacer para que te detengas? —susurró encogiéndose—. Te daré mis cosas, mis dulces... todo. ¡Sólo detente ya!

Una risa estruendosa rebotó en sus adentros. Su piel se erizó y volvió a encogerse.

Qué oferta, Maggie, qué inocencia. —rio. Otro par de lagrimas volvieron a rodar por sus mejillas—, pero lamento informarte que no hay nada que puedas hacer —una ráfaga de viento la envolvió y volvió a contraerse de dolor—; para tu desgracia estás y estarás maldita por siempre —volvió a reír, la estruendosa carcajada logró aterrarla aún más—, y nadie podrá salvarte de este gran destino al que se te ha condenado.

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