Inmemorables Recuerdos {Harry...

By randomnessence

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-Los sueños... -suspiró- los sueños hacen de nuestra experiencia un maravilloso recorrido eterno. Una tarde... More

P R E F A C I O
Capítulo 1. Limón.
Capítulo 2. Mar: igual a los ojos de papá.
Capítulo 3. La caída al lago.
Capítulo 4. Bumblidore.
Capítulo 5. Un recuerdo diferente.
Capítulo 6. Una extraña presencia.
Capítulo 7. El ataque.
Capítulo 9. Voces.
Capítulo 10. La apuesta.
Capítulo 11. El Armario.
Capítulo 12. Fawkes.
Capítulo 13. Navidad: Black y los Weasley.
Capítulo 14. McGonagall vs Maggie y los Merodeadores (Parte 1).
Capítulo 15. La caída de McGonagall y el juego inesperado (Parte 2).
Capítulo 16. Un regalo para papá (Capítulo Navideño)
Capítulo 17. La persecución y el baile inesperado (Parte 3).
Capítulo 18. Una lluvia de recuerdos.
Capítulo 19. Lo Prometo.
Capítulo 20. Mamá: la pianista de la familia.
Capítulo 21. Lo único que tengo... son recuerdos.
Capítulo 22. La Tragedia I.
Capítulo 23. La Tragedia II.
Capítulo 24. La Tragedia III. Recuérdanos siempre
Capítulo 25. Nueve Años Vacíos.
Capítulo 26. El Limón y el pelirrojo
Capítulo 27. Selecciones Inusuales
Capítulo 28. Cabras, Descubrimientos y Decisiones
Capítulo 29. Un vistazo al pasado
Capítulo 30. Una última visita

Capítulo 8. Un explosivo recuerdo.

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By randomnessence


Diciembre de 1977.

—Eh... Pa...

—¿Sí?

—Eh...

El castaño miró a la niña que caminaba junto a él. Le sonrió cálidamente.

—Maggie, dilo. No me enojaré contigo —comentó. Él ya sabía lo que había pasado, pero de todas formas había dejado que la niña por sus propios méritos buscara la forma de enmendar lo que había hecho, y, al parecer, lo había logrado.

—Es que... —Maggie desvió la mirada hacia su vestido—. Pa... Sin querer, yo... estaba jugando con la túnica de mamá... una de las verdes, ya sabes, la bonita, y...

—Y la rompiste. —completó él.

Maggie abrió los ojos sorpresivamente y miró a su padre.

—¿C-Cómo es que tú...?

—Tengo mis métodos —confirmó él manteniendo el paso tranquilo. Maggie se llevó una mano a la frente—. Además, es muy fácil percatarse de que algo ha ocurrido cuando se encuentra la habitación en un completo desorden y una túnica rasgada perfectamente visible en el armario.

El rostro de Maggie se tiñó de rojo en un instante al ser descubierta. Albus rio ante su reacción. La niña se encogió.

—No hay nada de qué preocuparse, Maggie —comentó—. Es completamente normal.

—Pero papá... es que... no entiendes —murmuró—. Rompí ropa. Y no cualquier ropa, una túnica, y no cualquier túnica; rompí la túnica verde esmeralda, la túnica más bonita, la de mamá, la que ella ama. ¿En serio no te das cuenta que ese es un motivo suficiente para que quiera matarme con sus propias manos?

Albus mantuvo su sonrisa y Maggie comenzó a preocuparse más de lo que debía. Era sólo una túnica después de todo.

—Y ahora no sé qué vaya a pasarme, papá. Espero que tampoco estés enojado conmigo por lo que hice porque, ahora que lo sabes, puede que ya no vayamos por caramelos tan seguido. Y no porque no quiera, oh no, sino porque mamá me va a impedir comerlos tant... —se llevó las dos manos a la cabeza—, oh no, ¡tal vez hasta quiera quitarme los que ya tengo! ¡Los de la reserva! Papá, esto es serio, tengo una bolsa entera, llena de ellos, los he estado reservando para cuando salgamos de paseo a casa de los abuelos, hasta estaba dispuesta a compartir unos cuantos con los demás, incluso con Severus, pero si ella me los quita... —Maggie palideció—. ¡Papá! ¡No podemos permitirlo! ¡Escóndeme! ¡Haz algo! ¡Me va a mat...!

—Maggie. —la tranquilizó Albus. El rostro de la niña estaba completamente rojo—. Todo va a estar bien. Es sólo una túnica. —le colocó una mano en el hombro—. No va a matarte por eso.

Maggie gruñó nerviosa.

—Definitivamente no entiendes la importancia de esta área, papá.

—Ah, ¿y tú sí? —replicó—. Ni siquiera vamos de compras seguido. A ti no te gusta y tu madre no es la clase de mujer que anda de tienda en tienda en búsqueda del atuendo "perfecto" para cada ocasión, tú la conoces, lo sabes bien, entonces... ¿cuál es el apuro?

Maggie frunció el entrecejo.

—Ella es más simple, Maggie, lo sabes... —comentó viendo el cielo—. No creo que haga un alboroto por una simple túnica.

En los ojos de Maggie apareció un destello al escuchar «simple túnica». Se mordió la lengua para tratar de evadir los castigos que aparecían en su imaginación y miró a su padre fijamente.

—Pa... —¿por qué siempre tiene que tener esa expresión tranquila?, se preguntó—. El detalle es que no estamos hablando de una simple túnica. Estamos hablando de su túnica, de la túnica. Precisamente por eso va a matarme, es algo difícil de explicar...

Albus permanecía igual de despreocupado. Maggie se alteró internamente.

—Y, además, no es sólo el hecho de que rasgué la túnica. —prosiguió—. Sino que también entré a sus cámaras (en las cuales ya no soy bienvenida porque crecí) sin permiso, me probé sus túnicas (porque no fue ni la primera ni la única que utilicé), y además vi sus fotos. Las fotos papá. Puede que hubieran algunas cosas que a ella simplemente no le hubiera gustado que yo viera... —comentó.

—Oh..., por lo menos no fue el álbum... —susurró Albus.

—¿El qué?

—Nada. —Sonrió—. Estabas hablando de la muerte dolorosa que te espera. ¿Decías?

Maggie se llevó las manos a la cabeza de nuevo.

—No podré comer dulces nunca más, eso es un hecho. —murmuró. Se sentó de repente en el césped y miró a su alto padre. Él siguió observándola—. ¿Qué será de mí cuando entre a Hogwarts, papá? Mamá esperará que sea perf... per... pre...

—Prefecta.

—Eso.

Albus sonrió.

—Además querrá que me saque las mejores notas.

—No lo dudo.

—Y que juegue quidditch (aunque eso no me desagradaría, ya que me gusta mucho) pero se sentiría más orgullosa si llegara a ser la capitana del equipo y si ganara la copa cada año. Apuesto que querrá que llegue a ser la mejor de la clase y que gane más trofeos además del de quidditch, como por ejemplo, La Copa de Las Casas. Supongo que está escrito que iré a Gryffindor, aunque eso también se podría añadir a la lista de cosas que ella espera de mi... ¡Ay papá! —chilló dejándose caer en el césped—. Y yo sólo quería comer los caramelos de durazno con el abuelo. ¡He estado esperando tanto para esto! ¡Voy a morir en unos años si es que no muero ahora!

Albus rio y se sentó junto a ella. La niña estaba tumbada en el suelo tapándose el rostro con las manos. Mantuvo su sonrisa y se acostó junto a ella. Miró las nubes.

—Oh, cómo imaginé esto. —dijo él alegremente—. Tranquila, Maggie, estarás bien.

La niña apartó las manos del rostro y miró a su padre.

—Papá, esto principalmente es una crisis de caramelos ¿y estás feliz? —preguntó incrédula. Albus soltó una carcajada.

—Te preocupas demasiado, Maggie. —dijo él restándole importancia—. Yo te puedo asegurar que no te pasará nada.

Maggie frunció el ceño.

—Pero...

—Te pareces mucho a Minerva, ¿sabes? —dijo de repente, cortando la idea de la niña. Ella mantuvo su expresión y Albus continuó—: Siempre preocupándose, inteligente, correcta...

—¿Y quién dice que soy correcta? —reclamó Maggie indignada—, llegaré a ser un gran ejemplo como lo es Sirius... él me ha dicho que yo tengo potencial para esto, estoy segura que...

—No debo negar —intervino Albus—, que un poco de rebeldía corre por tus venas. Si lo sabré bien...

Los ojos de la niña brillaron y observó a Albus con atención. Él sonrió ampliamente al recordar aquello que había hecho con su esposa tiempo atrás.

—Sin embargo, esto que posees no es lo suficientemente potente como para explotarlo al máximo.

El rostro de Maggie se apagó.

—Puede que se te den bien las bromas, Maggie, pero sé que no estás hecha para eso.

La niña se mantuvo en silencio.

—En ti hay algo distinto... —comentó—, y no exactamente tienes que estar en Gryffindor porque tu familia lo ha estado. —Maggie dio un salto, él continuó—: estoy seguro de que Ravenclaw podría ser una buena opción para ti.

Maggie despejó un poco su mente y se quedó pensativa. Observaba a su padre con cautela y detallaba sus ojos.

—Pero... Me gustan las bromas. Y también Gryffindor. —comentó—. ¿Crees que eso esté mal?

Albus negó con la cabeza.

—Por supuesto que no, Maggie. ¿Qué sería la vida sin un poco de riesgos? Las bromas son una exitosa forma para divertirse, aunque no es del todo una conducta o un acto que muestre mucha disciplina...

La niña se removió entre el césped y se acercó a él. Albus mantuvo su sonrisa.

—Mamá dice que... bueno... las bromas...

—Oh Minerva —interrumpió él—. Siempre se negará a las bromas, Maggie. Es tu madre. Ya deberías saberlo.

Maggie sonrió.

—Bueno... en eso tienes razón. —dijo suavemente. Se apoyó en su padre y ambos permanecieron observando al cielo—. Ella odia las bromas casi tanto como odia que la llamen Minnie —rio—. Aún recuerdo el día de su cumpleaños. ¡Se puso histérica!

La sonrisa de Albus se agrandó al recordar la escena. Maggie soltó una carcajada.

—La mejor parte fue cuando Sirius y yo estallamos los pasteles en la mesa. Remus trató de detenernos, atreviéndose a decir que era demasiado, pero simplemente fue inevitable —rio.

—Efectivamente, fue demasiado —indicó el director recordando la expresión de Minerva—. No fue fácil calmarla —Maggie rio de nuevo—. Pero debo admitir que ese día fue... bueno, después de todo. Y Minerva lo disfrutó aunque no quisiera aceptarlo...

—Oh sí... Le encantó de cualquier forma. —indicó Maggie—. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer...

Albus sonrió. —Pero si fue hace un par de meses, Maggie. —dijo.

—De todas maneras... —susurró ella sonriente. El viento logró rozar su piel—. El recuerdo sigue tan vivo como si se hubiera estancado allí —miró a su padre—, y espero que al igual que ese, los que nos esperan se mantengan siempre, papá. No me gustaría olvidar nada...

Albus sonrió de nuevo y le acomodó el cabello, Maggie le devolvió la sonrisa.

—Así será... —susurró—. Yo me encargaré de eso.


• • •


Recuerdo.
04 de octubre.

—Hey...

—Mm...

—Heeey —susurró.

Maggie frunció el ceño y volvió a lanzársele encima. Se subió sobre él y se recostó en su pecho. Rio al sentir que se elevaba y descendía al ritmo de su respiración.

—Heeeeeey —volvió a llamarlo. Con sus manos tomó su cabello y comenzó a jugar con él. Albus por fin logró despertar y abrió ligeramente sus ojos.

—¿Mags...? —dijo medio dormido.

—Sí, Pa. Soy yo. —respondió de inmediato.

—¿Qué haces aquí? —preguntó mientras recuperaba la nitidez en la vista. Sonrió al ver la expresión de su hija.

—Vine a verte porque... —su voz de inmediato bajó el volumen—. Necesito un favor. —susurró.

—¿Ah sí? —Maggie asintió con la cabeza.

—Sí.

—Bien, pero... —miró a su alrededor—. ¿En dónde está Minerva? —preguntó.

—Todo está bajo control —sonrió—, ahora, ¿vas a ayudarme?

Albus se frotó los ojos.

—Está bien —accedió—, ¿en qué te puedo ayudar?

Maggie sonrió.

—¿Sí estás dispuesto?

Aquella sonrisa perversa que se había dibujado en su rostro había llegado a inquietarlo. Soltó un suspiro.

—¿En qué consiste este favor exactamente? —preguntó.

—Eh... es sobre mamá.

A Albus se le iluminó el rostro inmediatamente.

—¿Estás haciendo todo esto por su...?

—Sí. Su cumpleaños.

—Uh —sonrió—. Bien, ¿de qué se trata?

Los ojos de Maggie chispearon.

—Ya lo verás... —susurró con malicia.


• • •


—¡Tío Siriuuuuuuus!

—¿Qué pasó, Maggie? —murmuró él desde el otro lado de la puerta.

—Necesito hablar contigo —dijo la niña suavemente.

—Pero... eh... Maggie... como puedes ver, estoy un poco ocupado.

Maggie rio.

—Ya sé que estás con lo de tu cabello, no tienes que ocultarlo.

—Exaaacto. Su "tratamiento especial" —se quejó James quien entraba en la habitación—. No sé a quién querrá impresionar ahora, pero está empeñado con eso. —murmuró el muchacho.

—¡Cállate James! —bramó Sirius desde el otro lado—. No intento impresionar a nadie. Yo simplemente no necesito eso. —afirmó.

James rodó los ojos.

—Bueno, en eso tiene razón. —coincidió Maggie—. Él no necesita eso... las chicas lo siguen.

—¡Exacto! —gritó victorioso el pelinegro—. ¿Ves por qué quiero tanto a Maggie, James? Ella sí me aprecia. —alegó.

—Ajá. —murmuró el otro alumno de Gryffindor. Miró a Maggie y la niña le sonrió—. ¿Y tú qué haces aquí? —le preguntó.

—Pueeees —le echó un vistazo a la cortina corrediza que tapaba el pequeño espacio propiedad de Black—. Necesito hablar con Sirius...

—Oh... —le devolvió la sonrisa y se volteó para mirarse en el espejo. Se acomodó un poco el cabello y le dio un vistazo a su túnica. Maggie frunció el ceño.

—No me digas que... ¡Oh sí!

—No empieces.

—¡AHHHH! —chilló—. Sí te gusta, sí te gusta, sí te gusta. —la niña sonrió y comenzó a dar saltitos. Las mejillas de James le ardieron pero lo disimuló muy bien y suspiró. Se mantuvo neutro y miró a la niña, quien sonreía enormemente.

—Maggie, no. Detente. No es verdad. Yo...

—¿Van a salir? —preguntó efusivamente—. Debo admitir que se ven bien juntos. Lily es muy bonita. —afirmó.

En aquel momento Sirius abrió la cortina y salió del lugar con una enorme sonrisa en el rostro. Había escuchado la conversación atentamente y perfectamente sabía qué hacer.

—¡Por supuesto que van a salir! —exclamó el pelinegro—. Anda James, dile a mi sobrina.

—No es tu sobrina. —replicó el muchacho.

—¿Quién lo dice?

—McGonagall.

—¿Y ella qué sabe de eso?

—Es su madre, Sirius.

—¿Y eso qué? —replicó. James estaba muy raro.

—No importa eso... —dijo Maggie—. ¿Qué decías, James? —sus ojos se posaron en él.

—Que ya me voy —respondió.

—Pero sí le gusta Lily, Maggie. Puedes asegurarlo —dijo Sirius dándole un codazo. La niña sonrió.

—Sirius, yo... no...

—¿Entonces puedes jurar que no te gusta Evans? —lo retó.

—Eh... —James miró la puerta—. Oh miren, es Remus, necesito hablar con él. ¡LUPIN! —el muchacho se aproximó a la puerta y rápidamente desapareció. Tanto Sirius como Maggie se soltaron a reír ante su reacción y se recostaron sobre una de las camas entre carcajadas.

—¿Viste... sus... mejillas?

—¡Estaba rojo!

—Lo sé... —rio de nuevo—. Nunca lo había visto así. Somos un buen equipo, Maggie.

La niña sonrió y logró controlar un poco su risa. En aquel momento recordó el verdadero motivo de su visita y miró al pelinegro que aún reía ligeramente.

—Eh... Sirius... —dijo suavemente. Él se acomodó el cabello—. Oh vaya, sí te tomas lo del cabello muy en serio —murmuró.

—Es mi deber mantenerlo —afirmó—, pero... ¿qué decías? —Maggie sonrió.

—Eh... Es que... —Sirius la miró atentamente y ella logró ponerse seria—. Hoy es el cumpleaños de mam...

—OH CIERTO, ¡MINNIE CUMPLE AÑOS! —exclamó Sirius de repente. Maggie asintió.

—Sabía que no podías olvidarlo.

—Por supuesto que no. ¿Cómo voy a olvidar a mi admiradora número uno?

—Pero ella, ella no...

—Sé que me admira en secreto Maggie, por eso son los castigos —afirmó—. Apuesto que trae algo entre manos con las demás chicas... por algo soy su alumno favorito.

—Pero... tú no... ella... simplemente... uhg —Maggie se llevó una mano a la frente—. Está bien, sigue pensando eso si eres feliz.

—Gracias —sonrió—. Ahora, ¿cuál es el plan? —preguntó atento. Los ojos de Maggie recobraron la emoción.

—Tiene que ser algo grande... —dijo—. Algo que nunca antes haya visto.

—Tengo una idea —se apresuró a decir el pelinegro. Maggie lo miró—. Y puede que se enoje mucho al ver el desastre que provocaremos en su cumpleaños..., pero finalmente quedará como un buen recuerdo.

Los ojos de ambos brillaron con malicia. En sus cabezas sólo lograba aparecer la palabra «explosión».

—No te preocupes por eso... —añadió Maggie—. Sé que se puede enojar... pero con papá junto a ella será muy difícil que nos mate. Él puede detenerla.

—¿Él nos va a ayudar?

—Tal vez.... —sonrió—. Pero por ningún motivo podemos decirle con exactitud lo que haremos.

—Bien, dalo por hecho. Hablaré con los demás.

—Perfecto, quedará genial.

—Oh sí, Maggie. —se frotó las manos—. Puedes apostarlo.


• • •


—Bien. Ve en cuanto puedas.

—Creo que iré ya.

—Perfecto. ¡A sus posiciones! —indicó Sirius volteándose hacia los demás. Todos asintieron—. Mucha suerte, Maggie —susurró.

—Gracias... —respondió encaminándose a la puerta mientras todos terminaban de decorar el lugar.

Espero que todo salga bien, pensó. Empujó la puerta y se encaminó a su despacho.


• • •


—Mmm... sí... tiene que funcionar —murmuraba para si misma—. Tal vez... no, no creo. Aunque... Oh, ¡disculpa! —exclamó al chocar con una enorme túnica. Elevó la vista y logró ver un rostro enigmático entre un largo y, según sus amigos, grasoso cabello negro.

La niña dio un paso hacia atrás para verlo bien y le sonrió ampliamente.

—Oh, Severus, eres tú —dijo suavemente.

—Maggie. —dijo él. Se mantuvo observando a la niña con una expresión neutra. Ella ignoró aquello y de todos modos continuó hablando.

—Estábamos... planeando, sí, planeando una sorpresa... ¿Quisieras...?

—¿Maggie? —escuchó la voz de su madre a lo lejos. Sintió un vacío en el estómago.

—Oh no. —se volteó y observó una sombra a lo lejos—. Severus, ¿crees que podrías ayu...? —la niña volvió a darse la vuelta y observó como él se perdía en el pasillo—. Bueno, hablamos después... —susurró un poco desconcertada.

Se mantuvo observando el pasillo con las manos temblando de los nervios cuando una mano se posó en su hombro. Se dio la vuelta rápidamente y se encontró con los ojos de su madre de frente. Se estremeció.

—Maggie, ¿qué haces aquí? —le preguntó.

—Ehh... —la niña miró a todos lados para buscar una salida—. Nada. —murmuró.

Minerva enarcó una ceja un tanto insegura e inspeccionó a la niña. Todo, al parecer, estaba en orden.

—Mmm... ¿segura? —le preguntó. Maggie asintió.

—Sí... —realmente no sabía cómo distraerla, hasta que finalmente una idea se cruzó por su cabeza—: estaba pensando en ir a ver a papá, así que, si me disculpas...

Maggie se volteó nerviosamente y se dispuso a retirarse pero Minerva la detuvo.

—Oh, yo también pensaba ir a la oficina de tu padre. No lo he visto en todo el día y me gustaría saludarlo —comentó con un dejo de decepción. Ya había transcurrido casi todo el día de su cumpleaños y solamente un par de alumnos le habían sonreído en el pasillo o la habían felicitado. Ni su esposo, ni su hija, ni siquiera Sirius o James que siempre pasaban molestándola día tras día se habían dignado a saludarla, y eso la desconcertaba mucho.

—Eh... está bien. —susurró Maggie con el alma en un hilo. Rápidamente se dio la vuelta y comenzó a caminar. Minerva asintió y la siguió. 

No hables, mamá —pensaba Maggie— por favor, no lo hagas, no hables, sólo sígueme y ya, no...

—Y... —Minerva rompió el silencio. Maggie ahogó un suspiro—. ¿Nada especial para hoy...? —preguntó.

Maggie no sabía por qué de repente se había puesto tan nerviosa. Notó la ligera tristeza que poseía la voz de su madre y no supo qué hacer. Minerva continuó:

—Hoy ni siquiera he visto a Black... —comentó—. ¿Acaso tú sabes en dónde...?

Minerva estaba a punto de tocar el tema de su cumpleaños y Maggie entró en pánico. Sin pensarlo hizo lo primero que se le ocurrió, caminó un poco más rápido y con el codo derribó un par de jarrones que se encontraban en el pasillo. Miró de reojo la salida más cercana en el momento en el que se estrellaron contra el suelo. Minerva dejó de hablar al escuchar el estruendo.

—¿Pero qué...? ¡Maggie! ¡¿Por qué haz hecho eso?! —exclamó—. ¿Cómo se te ocurre hacer semejante cosa? ¡Por si no lo sabes, señorita, estos jarrones son muy valiosos!

Maggie se volteó y observó el rostro de Minerva, el cual comenzó a teñirse de rojo.

—Sólo me dieron ganas de romperlos —mintió la niña. Por fin había entendido que la única forma para que Minerva la siguiera era haciéndola enojar, y al parecer lo estaba consiguiendo, pues las manos habían dejado de temblarle.

—¿Q-Qué acabas de decir? —dijo Minerva con voz áspera. Sus puños se cerraron con fuerza.

Maggie debía admitir que no le gustaba mucho la idea de ser reprendida, y mucho menos en aquellas circunstancias, pero no tenía otra opción. Tomó aire y miró a Minerva de la forma más despreocupada que pudo.

—Que los rompí porque quise —dijo—. Tal vez rompa éste también. —comentó señalando un jarrón más.

—Ni se te ocurra —sentenció Minerva acercándose. Su rostro era muy amenazador.

—¿Acaso eso es un desafío? —preguntó. Minerva comenzó a echar chispas por los ojos ante el comportamiento de la niña.

Maggie se acercó con paso firme.

—Maggie, no te atrevas a...

—Lo siento papá... —susurró aquello por lo bajo para sí misma y sin más dejó caer el tercer jarrón—. ¡Ups! —exclamó.

—¡MAGGIE! —gritó Minerva.

—Bien. Aquí vamos... —miró la ventana rápidamente y luego miró el pasillo. Se estaba haciendo tarde, por lo que optó por huir.

—¡Hey! ¡Vuelve aquí, jovencita! ¡HEY! —gritó Minerva al ver que Maggie comenzaba a correr. Tomó su larga túnica con sus manos y la siguió rápidamente. No iba a dejar las cosas así.

Maggie corrió lo más rápido que pudo al Gran Comedor y una vez que se acercó se disparó a la puerta y corrió a esconderse. Había escuchado en el trayecto varias amenazas por parte de Minerva y algunos gritos llamándola, pero finalmente no logró atraparta.

—¡MAGGIE! ¡VUELVE AQUÍ! —gritó histérica al ver que la niña se perdía después de la puerta de la entrada. La sangre le hirvió aún más y se dispuso a entrar—. ¡NO VOLVERÁS A VER LA LUZ DEL DÍA! ¡¿CÓMO SE TE OCURRE...?! —abrió la puerta del salón aparatosamente y...

—¡SORPRESA!

Un grito de euforia provocado por varias voces al unísono hizo que Minerva se quedara helada en la entrada. Dio un vistazo y la piel se le erizó. Albus estaba en el centro con los brazos abiertos al igual que Sirius y todos los demás. Una gran sonrisa poseía sus rostros.

—¿Q-Qué es e-esto...? —el lugar poseía decoraciones de colores livianos y especialmente verdes. Habían varios mensajes en las paredes de felicitaciones y además una gran cantidad de regalos en la mesa de los profesores. Minerva se mantuvo estática al ver —si no exactamente todos— la mayoría de sus estudiantes frente a ella con grandes sonrisas y, además, logró visualizar a Maggie a lo lejos esperando en otra de las mesas, la cual estaba repleta de pasteles.

—Feliz cumpleaños, Minerva. —exclamó Albus suavemente. Ella se llevó las manos al rostro, el cual aún permanecía rojo, y no pudo hablar. Albus sonrió ante su reacción y comenzó a caminar hacia ella mientras que James y Sirius se acercaron por detrás. Ambos provocaron un estallido e hicieron que gran cantidad de serpentinas volaran por los aires. Minerva dio un salto y los jóvenes corrieron a la mesa de pasteles con grandes sonrisas. Albus al llegar la tomó del brazo.

—¿Y bien...? —Minerva aún estaba atónita—. Feliz cumpleaños, Min. —exclamó.

El lugar no tardó en estallar en aplausos en honor a la profesora y Minerva permaneció estática. Jamás le habían hecho algo así.

—Pe-Pero... ¿Cómo es que...? ¿Maggie? Ella..., yo no...

—No te preocupes por eso ahora. —dijo él comenzando a atravesar el salón junto a ella—. Ni siquiera fui yo el de la sorpresa. Maggie y Sirius se encargaron de todo. —afirmó.

Minerva abrió los ojos sorprendida y miró a los jóvenes. Maggie le sonrió nerviosamente desde lejos.

—¿Maggie y Black...?

—Así es. —se apresuró a decir Sirius, acercándose a ella con una gran sonrisa—. ¿Me permitiría usted, señor director, llevar a esta bella dama a su asiento? —preguntó el joven pelinegro sonriéndole a la profesora. Minerva frunció el ceño.

—Claro que sí muchacho —Albus sonrió y Minerva le lanzó una seria mirada. La sonrisa de Sirius se agrandó y sin más tomó el brazo de Minerva y la encaminó hacia la mesa repleta de pasteles. Maggie sonrió.

—¿Y bien...?

Minerva leyó el gran letrero encantado sobre sus cabezas en el cual aparecía «Feliz cumpleaños Minnie» continuamente. La mujer se sintió un poco apenada y Sirius soltó una carcajada al ver su rostro.

—Debo admitir que a pesar de todo es un lindo gesto de su parte, Black. —comentó Minerva acercándose a su asiento.

—Oh, eso es lo más lindo que me han dicho en toda mi vida, Minnie —dijo él llevándose una mano al pecho conmovido. Minerva rodó los ojos y James soltó una carcajada. Maggie sonrió perversamente observando los pasteles.

—Esto es demasiado, Maggie. —dijo Remus, quien sabía lo que estaban tramando—. ¿No crees que lo mejor sería dejarlo así? Se ve feliz después de todo, no deberíamos estropearlo...

Minerva por fin se sentó y aún permanecía mirando a su alrededor muy impresionada. Sirius le hizo un gesto afirmativo y Maggie miró a Remus.

—Nah... le va a gustar Lunático, lo sé —sonrió—. Es parte de su sorpresa de cumpleaños.

—Oh sí... —afirmó James atrás de ellos—. Que comience la acción:

—¡Cumpleaaaños a Minerva! ¡Cumpleaños feliz! ¡ehhh! —el salón irrumpió en aplausos, las sonrisas se hicieron presentes y en el momento justo en el que se acercaron los pasteles...

¡BOOM!

Pastel por todos lados.

—Y aquí vamos... —sonrió—. Tres... dos... uno...

—¡BLACK!

—¡Feliz cumpleaños, Minnie! —su sonrisa se agrandó—. Te asienta muy bien el pastel en el rostro.

• • •


—Fue hermoso... —chilló Maggie recordándolo de nuevo. El director le sonrió.

—Es curioso que no le guste el apodo Minnie. —comentó él—.  Así la llamábamos cuando eramos estudiantes.

Los ojos de Maggie brillaron.

—Tal vez crea que es demasiado infantil... —prosiguió—. Pero...

—Nosotros no dejaremos de usarlo. —afirmó Maggie.

—Oh no, ni yo tampoco —replicó él con una sonrisa—. Tendrá que soportarlo siempre.

—Puede que sí le guste... —añadió Maggie—. Sólo que simplemente son pocos los que tienen el privilegio de nombrarla así y salir vivos. —elevó la cabeza y miró a su padre. Él sonrió enormemente—. Y estoy segura de que estoy viendo a uno de ellos. —sonrió.

—Oh Maggie, no quiero que crezcas... ¿Sabes? —le dijo suavemente.

Maggie se estremeció al imaginarlo y se removió en el césped.

—Nah, yo tampoco. —rio— ¿Acaso no hay un hechizo o una poción para mantenerme así? Podría estar con ustedes por siempre...

Albus suspiró y negó con la cabeza.

—No es posible... —aclaró—, y aunque lo fuera, no te haría eso. —Maggie frunció el ceño.

—¡Hey! ¿Por qué? —chilló.

—Porque no me corresponde hacerlo, Maggie. —la niña lo observó atentamente—. Es parte de la vida crecer, y, al igual que a los demás, a ti te corresponde formar tu vida lejos de nosotros.

Maggie se quedó por un momento observándolo. Albus la abrazó.

—Pero no te preocupes, Pelotita, falta mucho para eso —sonrió—. ¿No quieres ir por unos caramelos? Se está haciendo tarde, deberíamos volver...

Albus había hecho aquella pregunta para animarla, pero en cambio, la niña al escuchar la palabra «caramelos» aterrizó en la realidad y volvió a ponerse la manos en la cabeza.

—Lo había olvidado, ¡mis caramelos papá! ¡Mamá va a venir en cualquier momento y...!

—¡¿Maggie?! —interrumpió una voz fuerte a sus espaldas. Ambos se voltearon y observaron cómo Minerva se acercaba rápidamente, sosteniendo una túnica inservible en sus manos—. ¡¿Se puede saber cómo pasó esto?! —vociferó.

—¡Escóndeme, papá! ¡Escóndeme! —dijo la niña tirándose a sus espaldas. Albus sonrió.

—Tranquila... yo lo arreglo —le susurró—. ¡Oh, Minerva! ¿Ya se han ido todos los estudiantes? —comentó el castaño alegremente. La pelinegra por fin se puso frente a él.

—Albus, por favor, no empieces con lo mismo.

—Vaya, no lo había notado, estás muy hermosa hoy —sonrió—. Si tan solo dejaras tu cabello suelto...

—Ya hablamos de eso.

—No realmente...

—Sí lo hicimos, pero bueno, ya, Albus, esto es serio —murmuró—. ¿Acaso no estás viendo? ¡Se arruinó mi túnica!

—Te lo dije... —susurró Maggie de manera casi inaudible.

—Es sólo una túnica —respondió Albus despreocupadamente.

—Ah, sólo una túnica. —bufó ella—. ¿Dime qué harías tú, Albus Dumbledore, si encontraras tus perfectos calcetines rotos por toda la habitación?

Albus pensó en sus calcetines detenidamente y arrugó la cara.

—Oh.

—Exacto. Oh. —bufó—. Y Maggie estuvo detrás de esto. Lo sé.

—Vamos, Minerva. Es sólo una niña.

—Exacto. Y porque es una niña es mi deber exigirle que enmiende las cosas y sepa que lo que hizo está mal, así que, déjala salir, Albus. No haré las cosas a la fuerza.

—¿Y si te digo que yo me encargo? —le preguntó.

—Oh, no lo harías —replicó la mujer—, seguramente le darías un puñado de caramelos como premio.

—Bueno, yo... —miró la túnica—. Vaya, sí la dejó mal.

—Está destrozada —dijo ella—, y es una lástima. Era una de mis favoritas. Si no me equivoco fue una de las que me regalaste la Navidad pasada. —la mujer le dio otro vistazo. Albus frunció el ceño.

—Bien Maggie, al parecer se puso sensible —susurró él delicadamente—. Sígueme la corriente.

La niña hizo un gesto afirmativo —el cual él no vio— y Albus se levantó del césped. Maggie por fin logró verse.

Minerva elevó la vista y su rostro se ensombreció al ver a Maggie.

—Sabía que estaba ahí —murmuró. La mujer dio un paso al frente y estaba a punto de comenzar a reprenderla cuando Albus se colocó junto a ella y le hizo un gesto con la mano. Le quitó la túnica de las manos y miró a su hija seriamente.

—Ya lo escuchaste, Maggie, lo que hiciste estuvo mal. —la niña lo miró—. Y espero que con el castigo aprendas a valorar las cosas.

Maggie no se esperó eso. Desconcertada bajó la cabeza y Minerva abrió los ojos impresionada.

—Por ningún motivo debiste romper ésta túnica —continuó—. Ahora, mientras tu madre esté en Hogsmeade comprando una nueva (además de cualquier otra cosa que ella desee, por supuesto) tú permanecerás conmigo en el castillo y veremos cuál será tu castigo.

Minerva se mantuvo estática y observó cómo Maggie asentía con la cabeza. Miró el semblante serio de Albus y se estremeció.

—Muy bien, entonces, sin nada más que decir —se volteó hacia Minerva y le extendió la túnica. Ella la tomó entre sus manos aún estupefacta—. Puedes irte cuando gustes, Minerva —miró a la niña—, yo me llevaré a Maggie al castillo de inmediato. 

La niña hizo un gesto afirmativo y comenzó a caminar en dirección a la contrucción. Albus miró a Minerva.

—Y no te preocupes por el tiempo, yo sabré qué hacer. —le dio un vistazo a la niña—. Eso sí, procura comprar algo que te guste. Es una pena que se haya estropeado. —y sin más se volteó. 

Minerva lo observó alejarse y mantuvo la túnica entre sus manos.

—Eh... está bien. —dijo suavemente—. Me gusta este nuevo Albus —se dijo a si misma, observando como se perdían finalmente.

Albus por otro lado se encontraba siguiendo a Maggie, quien caminaba con pesadez. Una vez adentro del castillo la niña habló.

—¿Y bien...? —susurró—. ¿Cuál es el castigo?

Albus sonrió enormemente y le revolvió el cabello.

—Eres libre, Maggie. —le contestó.

La niña elevó la cabeza y lo miró confundida.

—¿Cómo? Pero si hace un minuto...

—Tu madre tiene razón al enojarse. Realmente estuvo mal el que rompieras su túnica —dijo—. Pero no pienso que la mejor forma para que entiendas que estuvo mal sea castigándote severamente.

—Yo no quise romperla, no lo hice a propósito... —afirmó.

—Ese es exactamente el punto que tu madre no entiende, pero, por el contrario, yo sí. —sonrió.

—Oh... ya entiendo —le devolvió el gesto—. Entonces... ¿No hay castigo?

—No hay castigo.

—¿Eso quiere decir que...?

—Oh sí.

—Uh... caramelos...

—Exacto.

—¿Tienes los suficientes, papá?

—Supongo que sí —sonrió—. Igualmente, si se nos acaban podríamos ir al mundo muggle antes que tu madre regrese. ¿Qué te parece?

—¡Genial! —chillo—. ¿Vamos?

Albus le sonrió y asintió con la cabeza.

—Vamos.






¡Muchas gracias por leer!

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