El Cruce de Miradas

By IgorHernandez

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Historia por capítulos sobre un joven que, tras haberse despedido de su novia en la estación de metro, y sin... More

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By IgorHernandez

La hora de salida ha llegado.

   Javier abandona su puesto de trabajo y, sin saber aún muy bien por qué, busca un lugar donde comer y hacer tiempo. Se deja llevar por su instinto, por ese que creía ya dormido. No sabe muy bien a qué se debe todo esto.

   Un poco dubitativo, vuelve sobre sus pasos, diciéndose mentalmente que debe volver a casa, encender el ordenador y ponerse a buscar un piso de alquiler para irse a vivir con Laura, su novia.

   SU NOVIA.

Ella es la que le debe importar en esos momentos, pero claro, la situación se le estaba poniendo en bandeja, y de la forma más extraña posible… o por lo menos para él. ¿A dónde le iba a llevar todo esto?

   De forma infantil, se cuestiona si su cuerpo está cambiando o volviendo gay. Pero no, "la cosa no debe funcionar así", se dice. Mira a otros chicos a su alrdedor, chicos descaradamente guapos, y no siente nada por dentro. ¿Y por qué con sólo pensar en Oliver, ese desconocido que no es nada en su vida, siente un pequeño hormigueo en el estómago?

   “Bueno, sólo es verle. Ni siquiera sé dónde está esa peluquería… o si de verdad existe”, piensa mientras vuelve sobre los pasos retrocedidos. Sin querer recapacitar, entra en un restaurante de comida rápida y se pone en la fila para pedir comida. Es bastante larga, y su estómago ruge como si diez perros hambrientos habitasen en su interior.

   Al entrar en el restaurante tenía pensamiento de pedir un menú mediano de hamburguesa con patatas fritas, pero en estos momentos se comería dos menús grandes con extra de tomate, tres helados y una tarta de manzana.

   Pero debe controlarse, y para distraer un poco la mente mira a su alrededor. Es difícil no pensar en comer cuando la única publicidad del lugar son carteles de comida.

   Y de repente, ella. Esa chica, desconocida, como todas las chicas del local, pero espectacularmente llamativa.

   Acaba de entrar y camina delicadamente al final de la fila, a dos metros de Javier. Viste un abrigo largo, que al ser desabrochado descubre la figura que escondía.

   El hambre de Javier desaparece y se transforma en excitación, en instinto, en atracción. Por unos segundos se queda embobado mirándola, y ella aún no se ha percatado de su presencia. Pero el carraspeo del señor próximo a Javier le indica que no puede quedarse ahí, mirando el paisaje mientras la fila avanza.

   ‒Disculpe ‒dice Javier dándose la vuelta y regresando a su posición en la fila.

   Pero no ha podido verla con tranquilidad, y disimuladamente gira el rostro y vuelve a observarla. Ya se ha quitado su abrigo.

   “Curvas perfectas”, piensa, pero sobre el pecho no sabe qué opinar. Tiene los brazos cruzados sujetando el abrigo mientras intenta leer el precio de los productos anunciados.

   Y, sin que ninguno de los dos pudiese evitarlo, sus miradas se cruzan.

   “¡Oh, Dios! ¿Otra vez?”, piensa apartando la mirada y dándose la vuelta. Pero esta vez era mucho mejor, o no, ¿quién sabe? Por lo menos esta vez es con alguien del otro sexo.

   Sin que se hubiese dado cuenta, le toca pedir. Finalmente hace caso a la razón, y su grandioso festín se reduce a un menú grande con patatas fritas.

Sin querer volver a cruzar la mirada, y un tanto nervioso, busca un sitio apartado en el restaurante. Una pequeña mesa en una de las esquinas se convierte en el mejor lugar.

   Mientras mastica la hamburguesa, manchándose los labios y las manos con el ketchup y la mostaza, piensa en la chica de la fila.

   Si algo destacaba la gente sobre Javier, es que no era el típico baboso que se quedaba mirando a las mujeres el trasero al pasar, o que no era esa clase de hombres que sólo saben decir cosas tales como: “yo a esa me la tiraba”.

   No, él jamás había sido así, y tampoco era esa clase de personas que le gustase tontear con otras, ya fuese con la mirada, con la palabra, o con los gestos…

   Y hoy era el día en que eso estaba cambiando, y además a lo grande, tanto con chicos como con chicas.

   “Dios… soy un pervertido”. Pero, pensándolo mejor, se da cuenta que eso estaba cambiando. Allí, sentado engulliendo la hamburguesa de vete a saber qué carne, intenta pensar en Oliver, y el sentimiento de atracción ya no es tan intenso como antes.

   Sonríe para sí, y levanta la mirada de la mesa, dejando deambular su vista por el restaurante, y allí vuelve a estar ella, mirándole fijamente.

   “Es guapísima”, se dice, sin poder dejar de mirar a esa desconocida.

   “¿Y si pruebo a hablar con ella? Total, ya tengo experiencia en hablar con desconocidos”, piensa Javier riéndose. Por su parte, la joven ha cogido su teléfono móvil y simula escribir un mensaje, cuando en realidad mira y remira las mismas opciones del menú principal.

   Vuelve a mirar a Javier y esta vez es ella la que se sonríe.

   Él, por su parte, deja volar su imaginación a ese terreno novedoso para él.

   Obviamente, como cualquier otra persona, ya ha tenido pensamientos lascivos en los cuales no aparece su pareja, pero jamás los ha tenido pensando en la persona que tiene justo a cinco metros, cada uno en su mesa.

   Agacha la mirada y sigue fantaseando. Disfruta de ese gozo mudo e invisible que sólo existe en su mente.

Imagina que están solos en el restaurante, de noche, con las luces apagadas. En la penumbra él se acerca a su mesa y se agacha para poder separar sus piernas. Ella viste una minifalda, y no lleva ropa interior. Lleno de excitación hunde su boca en su sexo, y ella lanza un grito de placer, apretando sus muslos contra la cabeza de Javier, que juega con su lengua, adentrándose más y más dentro de ella, la desconocida que en esos momentos reina su mente.

   Como si fuese un superhéroe, Javier se levanta, apartando la mesa con su espalda y desvistiéndose con sólo tirar con fuerza de su ropa. Está excitado. Tiene el pene erecto, y sin dudarlo la toma de las piernas, introduciéndose en su interior, uniendo sus sexos mientras sudan y gimen. Entonces, comienzan a besarse a medida que las embestidas son más y más violentas, y entonces…

Su mente se detiene.

   Agita levemente su cabeza y mira a su alrededor. Nadie se ha dado cuenta de que tiene una erección claramente visible. Javier siente mucha vergüenza. Le encantaría irse de allí, pero debe esperar a que sea menos evidente que por su mente viajaban “ideas alegres” en esos momentos.

   “¿Cómo he podido pensar que besaba a otra mujer? ¿Pero de qué voy? ¿Qué me está pasando hoy?”, se dice y repite mientras toma el teléfono móvil y pone un videojuego simple y colorido de romper bloquecitos en el menor tiempo posible. Intenta poner su máxima atención en ello, tratando de obviar que ella sigue ahí, cerca, con su rostro perfecto y su cuerpo de pecado. Debe ser fuerte.

   Al final, tras pasar varios niveles y esperar casi diez minutos, logra levantarse y salir con paso ligero.

   Mira el reloj. Las cinco y cuarto.

   “Será mejor volver a casa”, se dice, convenciéndose a si mismo que ni es buena idea ni ver a ese tipo desconocido llamado Oliver, y que ni es bisexual ni ninguna tontería de esas. Además, deseaba llegar cuanto antes a su casa para aliviarse y así quitarse la excitación de sus pensamientos.

   Camino al metro, se recuerda a si mismo que debe buscar piso cuanto antes para vivir con Laura. De este modo, al llegar a casa, en lugar de masturbarse, podría esperarla en la cama para disfrutar de una velada sexual en la que los dos quedarían completamente satisfechos. Pero vivía con sus padres, y aquello no ayudaba a nada.

Pero claro, lo cierto es que vivir con Laura sería algo así como haberse casado con ella. Más confianza, más tiempo juntos, y, quizá, menos libertad.

   En cierto modo, debería hacer una “fiesta” de despedida de soltero, pero claro, sería algo exagerado hacer lo típico de irse con los amigos a ver un streeptease, o a una fiesta con dragqueens incluídas en las que todos acaban borrachos y haciendo cientos de tonterías que luego recuerdan de mala manera.

   “Quizá eso no, pero… ¿por qué no darme un capricho?”, piensa de forma maliciosa, envenenado por el poder de la excitación.

   Javier no iba a dar media vuelta y buscar a esa desconocida del restaurante.

   No. Lo que Javier iba a hacer era buscar la peluquería de Oliver. En el fondo, intenta ver todo lo que estaba sucediendo como una oportunidad para explorar una parte de él que estaba oculta.

   Él amaba a Laura, de eso no tenía duda.

   Pero Oliver le había atraído, y le parecía una buena oportunidad aprovechar esta excitación para ver que surgía de su encuentro.

   “¡Pero si ni siquiera hemos quedado!”, se grita a si mismo en su mente. “¿Cómo voy a llegar a su lugar de trabajo? ¡Va a pensar que estoy loco!”

   “Aunque claro, quiza le haga hasta ilusión verme allí. Él se ha acercado a pedirme fuego, y seguramente quiera hablar más conmigo”

   “¿Pero a dónde me va a llevar todo esto? ¿Y si luego resulta que no soy bisexual? ¿Y sí él no quiere hacer nada conmigo?”

   “Dios… ¿qué hago? ¿entro en el metro o busco esa maldita peluquería?”

   “¿Bajo estas escaleras o pruebo suerte?”

   “Venga Javier. Sólo esta vez…. no se volverá a repetir…”

   “Si sucede algo, espero no querer que se vuelva a repetir… Si Laura se entera, me mata…”

Javier se aleja con su enjambre de pensamientos en busca de la peluquería perdida…

[Continuará…]

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