Inmemorables Recuerdos {Harry...

By randomnessence

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-Los sueños... -suspiró- los sueños hacen de nuestra experiencia un maravilloso recorrido eterno. Una tarde... More

P R E F A C I O
Capítulo 1. Limón.
Capítulo 2. Mar: igual a los ojos de papá.
Capítulo 3. La caída al lago.
Capítulo 4. Bumblidore.
Capítulo 6. Una extraña presencia.
Capítulo 7. El ataque.
Capítulo 8. Un explosivo recuerdo.
Capítulo 9. Voces.
Capítulo 10. La apuesta.
Capítulo 11. El Armario.
Capítulo 12. Fawkes.
Capítulo 13. Navidad: Black y los Weasley.
Capítulo 14. McGonagall vs Maggie y los Merodeadores (Parte 1).
Capítulo 15. La caída de McGonagall y el juego inesperado (Parte 2).
Capítulo 16. Un regalo para papá (Capítulo Navideño)
Capítulo 17. La persecución y el baile inesperado (Parte 3).
Capítulo 18. Una lluvia de recuerdos.
Capítulo 19. Lo Prometo.
Capítulo 20. Mamá: la pianista de la familia.
Capítulo 21. Lo único que tengo... son recuerdos.
Capítulo 22. La Tragedia I.
Capítulo 23. La Tragedia II.
Capítulo 24. La Tragedia III. Recuérdanos siempre
Capítulo 25. Nueve Años Vacíos.
Capítulo 26. El Limón y el pelirrojo
Capítulo 27. Selecciones Inusuales
Capítulo 28. Cabras, Descubrimientos y Decisiones
Capítulo 29. Un vistazo al pasado
Capítulo 30. Una última visita

Capítulo 5. Un recuerdo diferente.

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By randomnessence

—¿Y este? —le preguntó la niña de ojos cristalinos. Ella sonrió.

—Este... —observó con detalle la imagen—. Este es un buen recuerdo... —deslizó su mano por la fotografía—. Aunque debo aceptar que es un poco triste...

—¿Por qué? —la niña una vez más hizo una pregunta. Ella sonrió tristemente.

—Pronto lo sabrás, no te preocupes. Te contaré la historia...



• • •



1976.

Aquella era una noche pesada. Cada vez faltaba menos y Minerva aún no sabía qué hacer. Había estado muy pendiente de Maggie, y últimamente se dignaba a hacer cosas que jamás hubiera imaginado. Sabía que no era la mejor manera de "disimular" su preocupada, pero no tenía idea de cómo manejar algo así; no podía evitar derrumbarse por dentro al ver a la niña..., no quería decepcionarla ni arruinarle la vida.

Ya comenzaba a amanecer y la mujer permanecía sentada en la sala de estar. Leía el final de su libro con una enigmática emoción cuando escuchó unos ligeros sollozos a lo lejos. Su corazón dio un vuelco al imaginar lo peor y se levantó de inmediato. Últimamente se había vuelto más sensible.

Escuchó un estruendo mientras caminaba y dio un salto. El temblor se reincorporó a sus manos y la preocupación revivió en su pecho.

Sus pasos se aceleraron y llegó corriendo a la habitación de Maggie. Si sus sospechas eran ciertas tendrían que huir lo más pronto posible, y aún cuando amara a Hogwarts con todo su corazón su hija estaba por encima de todo. Abrió la puerta de golpe y encendió la luz de la habitación color cielo. No pudo evitar soltar un suspiro al ver a la pequeña en su cama. Se había roto la imagen que tenía en su mesita de noche y tenía lágrimas en los ojos, pero aquello no era nada que no se pudiera arreglar.

—Mamá... —susurró la niña anonada mientras llorabq. Su foto favorita estaba destrozada en el suelo.

—Oh Maggie... —Minerva se acercó cuidadosamente y la tomó entre sus brazos. La niña se aferró a ella.

—Yo no... solo traté... no quise... —su voz temblaba; creía que su madre la regañaría en cualquier momento.

—Shh... no pasa nada —Minerva la atrajo más hacia ella y Maggie se escondió en su pecho temblando—. ¿Por qué te despertaste? —le preguntó acariciando su cabello. La niña la miró.

—T-tuve una pesadilla... —su voz se quebró en el acto. Minerva secó sus lágrimas y le dio un pequeño beso en la cabeza. Maggie se mantuvo estupefacta mientras sentía el contacto en su frente.

—¿Qué soñaste? —le preguntó tranquilamente. La niña miró su rostro con atención y sintió la tranquilidad que le transmitía su mirada. Soltó un suspiro y se aferró aún más a ella.

—M-ma... ¿puedo hacerte una pregunta? —Minerva asintió y sonrió ante su inocencia.

—Ya me has hecho una pregunta, Maggie. Pero está bien —Maggie asintió y bajó la mirada. Comenzó a jugar con sus manos vacilante mientras pensaba en cómo decirlo.

—¿Tú...? ¿Tú amas a papá? —dijo por fin. La sonrisa que la pelinegra poseía en su rostro se tornó triste.

—¿Por qué preguntas eso, Limoncito? —su voz se quebró también. Los ojos de Maggie se llenaron de lágrimas.

—Es que... —se frotó sus ojos aún con la cabeza baja—. Ya nunca los veo juntos... —susurró. En cualquier momento comenzaría a llorar, y eso le partió el corazón a Minerva.

—Es complicado... —le susurró—. Pero puedo asegurarte que lo he querido y lo seguiré queriendo siempre.

—¿De verdad? ¿Siempre...? —levantó la cabeza ligeramente y miró los ojos tristes de Minerva. La pelinegra asintió aún sonriendo.

—Así es. Desde aquel día que lo vi en el castillo.

—¿Ya lo querías? —preguntó curiosa.

Minerva secó las lágrimas que comenzaban a asomarse por sus ojos y asintió levemente. Los ojos de Maggie se iluminaron.

—Bueno, supongo que fue muy fácil. Solo te cautivó con sus ojos. —Minerva miró a la niña sorprendida—. Eso es lo que el tío Sirius me dice siempre. Que yo lo cautivo con mis ojos —aclaró—. ¿Eso hizo papá contigo?

Minerva sonrió y negó con la cabeza. Sirius siempre hacía de las suyas. Apartó su mente de la severa conversación que tendría con él y miró a su hija asintiendo con la cabeza. Una pequeña sonrisa apareció en el rostro de Maggie.

—Se podría decir que sí —afirmó. La sonrisa de la pelinegra se agrandó y Minerva observó tristemente la foto en el suelo—. Albus me cautivó con sus ojos...

»Su gran corazón robó el mío.


• • •



Recuerdo.
1947.

—¡Vamos, Minerva! ¡vamos!

Isobel gritaba su nombre apresurada mientras terminaba de guardar todas las pertenencias de su hija. Había estado esperando a Minerva un largo rato pero aún no había logrado que bajara las escaleras. Según sus criterios, la niña de tan solo once años necesitaba un largo tiempo para peinarse y arreglarse, era una completa perfeccionista nata. Siempre se tomaba su tiempo para asegurarse de que todo lo que había preparado estuviera en perfectas condiciones, pero aquello era excesivo. ¡Llegarían tarde y perdería el expreso de Hogwarts! No podría soportarlo, y estaba segura de que la niña tampoco. ¡Tarde en el primer día! No, definitivamente eso no podía pasar.

—¡Miner...! —su madre estaba a punto de volver a gritar cuando la vio bajar por las escaleras animada, de su rostro desbordaba curiosidad y alegría.

La inspeccionó con la mirada y detalló su apariencia; definitivamente estaba completamente lista. Su cabello estaba perfectamente recogido y peinado, su atuendo permanecía limpio y brillante, sus zapatos estaban relucientes y su varita, la cual traía ya que poseía demasiada emoción, estaba lista para ser usada. Todo estaba perfecto; Minerva estaba lista.

—Muy bien, Min, es hora de irnos. —la niña le ayudó a su madre a terminar de sacar su equipaje y cuando todo estuvo listo se volteó para observar su casa desde afuera. 

Minerva estaba muy feliz; tanto que permaneció contemplando la casa unos instantes para, según ella, tratar de no olvidarla. Quería guardar todos sus recuerdos. Pensaba que estar en un lugar tan interesante y mágico como aquel del que tanto le habían hablado podría hacer que se desaparecieran sus experiencias, que se perdieran las sensaciones y los sentimientos que alguna vez había tenido. No quería olvidar todo lo que habría recorrido, por lo que se mantuvo recostada sobre el auto mientras observaba la construcción.

Estaba tan pensativa recordando algunos momentos graciosos y alegres que había pasado con su familia que no había prestado atención a lo que pasaba a su alrededor hasta que sintió como una grande y pesada mano se apoyaba en su hombro. Despertó de su trance y volteó. Sonrió al ver a su padre a su lado, contemplando la casa junto a ella.

—Presiento que me vas a olvidar... —bromeó.

—¡Eso jamás! —repuso con rapidez. Se acercó y lo abrazó de inmediato, fundiéndose en sus brazos.

—Lo sé, es broma —rio él. Trató de revolverle el cabello a la niña para molestarla; ella lo detuvo como siempre y él volvió a sonreír—. Disfruta mucho esta nueva etapa de tu vida, Min. Y recuerda; no debes olvidar quien eres, no dejes de seguir lo que más te apasiona y procura concentrarte en ello. ¿De acuerdo?

La niña asintió decidida Sus ojos verdes, iguales a los de su padre, brillaron intensamente y no pudo contener su sonrisa. Se separó de él y éste le dio un beso en la frente como señal de despedida.

—Cuídate mucho, pequeña. —susurró.

—¡Robert! ¡se hace tarde! —bufó Isobel, quien esperaba a Minerva impaciente.

—¡Adiós, papá! —la niña le sonrió y corrió hacia a su madre. La sujetó fuertemente del brazo y talló los ojos. Un par de minutos más tarde ya se encontraban en Kings Cross. Casi corriendo en dirección a la plataforma 9 3/4.

Al llegar, las dos tomaron impulso y lograron atravesar la pared de ladrillos, para, finalmente, aparecer frente al gran expreso de Hogwarts. El cual partiría en unos minutos.

Minerva se encontraba aferrada al brazo de su madre mientras observaba su alrededor maravillada. El rojo escarlata profundo y brillante del tren la cautivó en instantes, sus ojos no tardaron en agrandarse y no pudo evitar sonreír ampliamente.

Caminaron un poco más hasta que Isobel se detuvo. Despertó a Minerva del trance y le sonrió. Estaba muy orgullosa de la pequeña y además no podía evitar sentirse conmovida al ver toda esa euforia y emoción a través de aquellos verdes ojos brillosos. La abrazó y le entregó su lechuza.

—Buen viaje, Min. Disfrútalo mucho. Espero grandes cosas de ti —sentenció.

Minerva se limitó a asentir contenta. Se despidió de su madre una vez más y sin más se adentró en el medio de transporte. Jamás había estado tan feliz en toda su vida; toda la magia que contenía después de todo iba a ser liberada y puesta en práctica. Lo que más la emocionaba era la institución en si, no podía esperar para ver todo lo que tendría que estudiar, moría por ver todas las cosas que tendría que aprenderse y los nuevos hechizos que comenzaría a realizar. Estaba rebosante de alegría. Y nada ni nadie podría quitarle aquella esperanzadora sonrisa del rostro.

Después de acomodar sus cosas logró llegar a un compartimento vacío. Se sentó en la ventana y se perdió observando como todo lentamente comenzaba a moverse a su alrededor. Era oficial; estaba completamente lista, sentada en uno de los lugares del expreso de Hogwarts, rumbo a la experiencia má mágica de toda su vida, pues era allí en donde se desenvolvería su historia. 

—Hola... —una niña de cabello marrón se dejó ver por la puerta—. ¿Podría sentarme aquí? la verdad es que no encuentro otro lugar... no conozco a nadie.

Minerva sonrió y asintió, la niña entró y rápidamente se acomodó.

—Soy Minerva —dijo suavemente mientras observaba la ventana. El tren comenzaba a ponerse en marcha y la emoción de la niña aumentaba al paso de los segundos.

—Pomona... —sonrió—. Pomona Sprout —dijo animada mientras le brindaba una sonrisa.

Se quedaron un minuto en silencio contemplando su alrededor cuando Pomona volvió a hablar:

—Me parece muy lindo tu nombre. Creo que tengo algunos apodos que podrían irte bien —se quedó pensando y volvió a hablar luego de unos instantes—. Tal vez Min, o Minnie... —la miró bien—. También servirían Nerva, Nerv o incluso Nevie... ¡hay muchos!

Minerva se echó a reír a carcajadas. Las mejillas de Pomona se enrojecieron con rapidez.

—¿Nevie? —Pomona cada vez estaba más avergonzada—. ¡Jamás se me hubieran ocurrido! ¡son espectaculares! —la mirada tímida de Pomona desapareció y la cambió por una gran sonrisa. Minerva dejó de reír y miró a la niña—. Me gustan mucho, Pomona. Vaya que tienes imaginación, yo no los hubiera imaginado —La niña se sintió orgullosa—. Mis padres la mayoría del tiempo me llaman Min, y mis hermanos menores a veces me dicen Minnie, así que, lograste acertar un par —sonrió.

—¿En serio? —Minerva asintió—. Bueno, eso fue suerte —le devolvió la sonrisa. Minerva se le quedó observando, pensando en algún apodo para Pomona—. ¿Tienes alguno para mí? —dijo la niña al ver que Minerva se empeñaba en ello.

—Emm... —se mantuvo unos segundos pensativa hasta que habló: —¿Qué tal Pomy? tal vez... ¿Mona? —Pomona se soltó a reír y Minerva no pudo evitar hacerlo también—. Son muy malos ¿verdad? soy pésima en esto —dejó escapar otra carcajada. Las dos estuvieron hablando de ello hasta que finalmente encontraron los sobrenombres perfectos. Coincidieron en que se harían llamarar Pom y Min.

Se quedaron hablando un rato más hasta que apareció otra niña por la puerta. Era castaña y de ojos claros. Minerva pensó que tenía unos ojos bastante bonitos.

—Disculpen, yo...

—No te preocupes ¡pasa! —dijo Pomona alegremente, sin rastro de vergüenza. Minerva se corrió un espacio y dejó que la otra niña se sentara junto a ella.

Mientras la castaña se acomodaba, Pomona no pudo evitar susurrarle algo a Minerva: —nueva amiga, tenemos que buscarle un sobrenombre, Min.

Minerva asintió entusiasmada y así comenzaron a hablar con la niña de ojos azules. Estuvieron conversando y riendo un rato hasta que llegaron a la conclusión de que no podía tener un apodo, ya que su nombre no se prestaba por ser muy corto. Aquella niña se llamaba Poppy, Poppy Pomfrey.

—Bien, entonces somos... Minnie, Poppy y Pom... ¿sí lo dije bien? —preguntó Poppy. Pomona soltó una carcajada.

—Es Min, pero si quieres decirme Minnie está bien —dijo Minerva con una sonrisa trazada en su rostro. Pomona soltó otra estruendosa carcajada, a la cual se unió Poppy después de un rato.

Las niñas siguieron hablando y riendo muy a gusto en el Expreso hasta que este se detuvo. Ya con sus túnicas listas y con una emoción increíble lograron bajar del tren hasta que finalmente el guardabosques las llevó a ellas y a los demás niños al Gran Salón, en donde serían seleccionadas para sus respectivas casas.

—Estoy un poco nerviosa... —confesó Poppy quien comenzaba a formarse en la única fila.

—Yo también —susurró Pomona mirando su túnica brillante. Temblaba con solo imaginar el sombrero seleccionador.

—No se preocupen —Minerva estaba un poco más atrás que ellas. Puso sus manos en sus hombros y miró al frente decidida—. Todo va a salir bien, no creo que tardemos mucho.

Las tres niñas que recién se conocían siguieron la fila hasta llegar al frente. Minerva se había quedado atrás e intentaba apurarse para alcanzar a Poppy y a Pomona; hacía unos instantes una oleada de niños de primer año le habían bloqueado el paso y la habían dejado atrás. Pensaba en llegar cuanto antes para poder tener un poco de compañía... pero justo cuando creía estar por alcanzarlas sintió como alguien la empujaba por atrás. Trató de mantenerse en pie para avanzar pero la persona que la había empujado no pudo contener el equilibrio y rápidamente cayó al suelo, arrastrándola consigo casi de inmediato. Sintió como las miradas se posaban en ella mientras su cabello se desarreglaba. Soltó un pesado suspiro y desde el suelo observó como alguien desconocido se levantaba apurado de una de las extensas mesas del salón y le extendía su mano. No lo dudó dos veces y aceptó la ayuda, poniéndose en pie rápidamente.

—Qué caída —exclamó el joven de ojos azules brillantes.

—No... esto no... no puede estar pasando —bufó. Notó que su perfecto moño estaba deshecho y su rostro se tornó rojo. Negó con la cabeza.

—No te preocupes, eso suele pasar siempre —susurró el joven sonriente. Minerva estaba furiosa con sí misma por haber sido tan torpe y estaba por gritar al ver tanta gente. Aquella voz la hizo estremecerse de vergüenza y rápidamente elevó la mirada. Sus ojos se encontraron con otros brillantes y cristalinos. Sus manos le hormiguearon y sintió un escalofrío recorrer su pequeña espalda al notar cuán hermosos eran. Le agradaba aquella sensación tan cálida que irradiaban, sentía que podía reflejarse en ellos.

—¿E-en serio? —preguntó con un hilo de voz. Notó que estaba desarreglada y trató de recoger de nuevo su cabello. El joven de ojos impresionantes sacó su varita y logró acomodar el moño de Minerva en un instante. La pelinegra vibró y sonrió ampliamente mientras él guardaba de nuevo el objeto.

—En serio —respondió él. Su sonrisa se agrandó y sus ojos volvieron a brillar. La piel de Minerva erizó por completo (¿qué estaba sucediéndole?)—. Cuando llegué por primera vez, en el momento de entrar al Gran Comedor, casi hice caer al profesor de Encantamientos. También recuerdo que, cuando me llamaron para sortearme en una de las casas... uh, casi hice caer todas las cosas que estaban sobre la mesa de los profesores. Fue horrible —soltó una carcajada melodiosa para los oídos de la pelinegra. Tuvo que morderse la lengua para mantenerle la mirada—. No te sientas mal por haberte caído,  pequeña. Le pasa a cualquiera.

Minerva ya no se sentía enojada en lo más mínimo.

—Por cierto ¿quieres un caramelo de limón? —el joven le extendió un puño que tenía escondidos en su túnica—. Son mis favoritos —susurró.

La pequeña pelinegra sonrió y  estaba a punto de hablar cuando escuchó la voz liviana de un anciano que se encontraba al frente de la mesa de los profesores, levantándose de una peculiar silla de oro.

—Gracias, gracias a todos —agradeció los aplausos—. Y bienvenidos a Hogwarts.

Minerva dio un salto al notar que la ceremonia había comenzado. Notó cómo sus nuevas amigas le hacían gestos con las manos para que fuera hacia ellas y se puso nerviosa.

—Y-yo... me tengo que...

—Ve, no te preocupes —la sonrisa despreocupada y amable del joven logró tranquilizarla—. Mucha suerte.

Ella asintió y le devolvió la sonrisa.

—¡Ah! Por cierto. Tiene usted un par de bellos ojos, señorita —le susurró antes de voltearse y encaminarse hacia su asiento. Minerva se mordió la lengua y caminó en la dirección contraria.

—Son más bonitos los tuyos —susurró para sí misma. Soltó un suspiro ahogado y caminó de la manera más tranquila posible hacia sus amigas, quienes la miraban con la boca abierta.

—¿Quién es...? ¿Cómo es que...?

—No es nada... —siguió mirando al frente —ya están por llamarnos.

Poppy y Pomona se miraron entre ellas asombradas. La Minerva de tan solo cinco minutos atrás hubiera enloquecido por aquel suceso, jamás se hubiera permitido que algo así le ocurriera, y menos en frente de todos, pero, al parecer, aquel joven que se había acercado a ayudarla la había tranquilizado increíblemente; había calmado todos y cada uno de sus impulsos de vergüenza e ira.

—Bien, ahora comenzaremos a llamarlos uno por uno para saber a que casa irán —la bruja de alta estatura y de cabello canoso dejó caer un extenso pergamino y comenzó a llamar a los estudiantes de uno en uno. Todos fueron pasando hasta que llegar a las tres pequeñas.

—Poppy Pomfrey —llamó la bruja. La castaña de ojos azules salió rápidamente de la fila y se sentó sobre el banquito de madera.

—¡Ravenclaw! —gritó el sombrero casi de manera instantánea. La niña sonrió y corrió hacia la mesa de los de azul y bronce.

—May Ross.

—¡Gryffindor!

—Alex Salt.

—¡Slytherin!

—Pomona Sprot —la niña de cabello marrón tembló al escuchar su nombre, caminó lentamente hacia el frente y sintió que el sombrero tocaba su cabeza.

—Mmm... creo que lo mejor será ponerte en... ¡Hufflepuff!

La chica sonrió y fue envuelta en un caluroso aplauso por parte de los suyos.

Pasaron un par de niños más hasta que por fin fue el momento de Minerva.

—Minerva McGonagall.

—Vamos Minnie —susurró Pomona. Sabía (gracias a que Minerva le había contado en el camino) que aquella decisión no iba a ser fácil, pues tanto la niña como sus padres siempre habían dudado si estaría en Ravenclaw o en Gryffindor. Cualquiera de las dos era una buena opción, pero aún así la decisión del sombrero la inquietaba.

La niña de cabello negro y ojos verdes caminó hacia el frente. Respiró hondo y sintió como el sombrero se posaba en su cabeza. Éste comenzó a dudar al instante.

—Interesante —susurró—. Veo grandes cosas... tienes una mente increíblemente grande, niña. Vas a ser una gran bruja, de eso puedo estar seguro —se quedó pensando unos segundos—. ¿Cuál será la mejor opción para ti...? —Minerva cada vez estaba más nerviosa. Los minutos pasaban y aún no tenía una respuesta—. Harías un gran trabajo en Ravenclaw, el ingenio rebosa de ti, ya lo creo —miró a los de rojo—. Pero también eres extremadamente fiel y valiente. Una verdadera guerrera, sin duda —se quedó en silencio y finalmente habló—: mejor que sea... ¡Gryffindor!

La mesa de los que vestían de escarlata y dorado estalló en aplausos. Minerva bajó del banco y corrió hacia sus compañeros emocionada. Se sentó muy contenta mientras observaba como los demás estudiantes la recibían alegremente.

—Felicidades... ¿Minerva? —susurró aquella voz liviana y tranquila a sus espaldas—. Bienvenida a Gryffindor.

La niña se volteó y vio a aquel joven de ojos cristalinos extendiéndole su mano. Sonrió y la tomó gustosa.

—Gracias... eh...

—Albus —la sonrisa de Minerva se agrandó al ver la suya—. Albus Dumbledore, pequeña.




• • •




—Y desde ahí no me separé de él en ningún instante. Nos hicimos buenos amigos... —sonrió perdida al recordarlo todo. Las flores flotantes, la velada estrellada, las escondidas en el lago, el beso bajo su árbol... eran demasiadas cosas. Su pasado revivía en su mente mientras observaba el cuarto de su hija con atención. Cada vez estaba más conmovida por recordar su historia.

Dejó de pensar por un momento y bajó la vista. Maggie estaba durmiendo tranquilamente, fundida en la calidez de sus brazos. Sonrió frágilmente e hizo que se soltara de ella con cuidado para finalmente acomodarla entre las almohadas de su cama.

—Te amo, pequeña... —susurró antes de darle un ligero beso en la cabeza y retirarse con un mar de emociones en sus adentros. Esos recuerdos que habían aparecido habían logrado afectarla, pero a la vez lograron alegrar por instantes su alma rota.

Cerró la puerta lentamente y una vez que estuvo afuera dejó escapar un suspiro cansado. Recordar todo aquello había sido bastante duro para ella, y pensar en su situación actual la entristecía aún más. No quería que todo pasara a mayores, no quería separarse de Albus, no quería afectar a Maggie, no quería dejar todo lo que conocía... y, sobre todo, no quería que acabara su historia.

Una vez que estuvo sola se llevó las manos a su rostro y no pudo evitar quebrarse. No soportaba la idea de huir.

Estaba a punto de explotar. La desesperación la abrumaba, la impotencia y el miedo la consumían poco a poco...

Y entonces apareció su voz.

—Minerva.

Un escalofrío recorrió su espalda al escucharlo. Sintió una mano posándose en su hombro y se volteó.

Él soltó un suspiro y la observó fijamente. Su rostro, su frágil expresión terminó por quebrarle el alma.

—Minerva no... por favor... —rogó anonado. Se disponía a seguir justo cuando ella se abalanzó sobre sus brazos. Comenzó a llorar desesperadamente mientras se aferraba a su pecho con fuerza.

Albus se mantuvo atónito y no hizo más que sostenerla con fuerza. Minerva se recostó en su pecho mientras sollozaba.

—Mi Minerva... —susurró él mientras le acariciaba el cabello.

—Albus, por favor. —la bruja elevó la vista y clavó sus ojos en él—. No puedo... no puedo irme con Maggie. Sé que es peligroso quedarse, sé que en cualquier momento nos pueden hacer daño, sé que está mal lo que estoy pidiendo, pero por favor... —su voz se quebró—. No quiero irme, no quiero dejarlo todo, no quiero separarme de ti.

Al castaño se le encogió el corazón al ver sus ojos suplicantes. Intentó al igual que otras veces ingresar a su mente y supo que aquello era grave, que de verdad estaba mal, pues ella lo permitió. Nunca antes había logrado entrar en los pensamientos de Minerva y confiaba fielmente en que nunca lo lograría hasta que ella cedió aquella vez. Se adentró en su mente y se destrozó al ver todos sus pensamientos. Sus deseos eran tan básicos...: compañía y amor, algo a lo que él no podía negarse. No podía destrozarla una vez más... No quería ser otra decepción.

—Por favor... —rogó ella de nuevo. Él la atrajo más a su cuerpo y le dio un beso en la cabeza. Jamás había amado igual. Jamás la había visto tan frágil. Jamás se había sentido tan mal.

—Confío en ti —susurró. Acarició su cabello de nuevo mientras ella aún sollozaba en su pecho—. Si crees que podemos... lo haremos entonces. Protegeremos a Maggie nosotros mismos y haremos lo imposible por mantenernos a salvo.

Ella elevó la mirada. Él la miró con atención.

—No llores... —le secó delicadamente las lágrimas y besó su frente. Ella solo lo observaba perdida en sus ojos—. Ah, y por cierto, fue un lindo detalle que le contaras a Maggie cómo te conocí —Minerva abrió los ojos súbitamente. Él rio—. Yo también me enamoré de tus ojos —le susurró. Si Minerva hubiera estado en su estado normal, perfectamente le hubiera reclamado el que hubiera profundizado en su memoria más de lo debido; pero se sentía tan vulnerable que en lugar de replicar sonrió frágilmente y observó el rostro de Albus.

—¿Qué haría yo sin ti? —susurró débilmente mientras aún lo veía a los ojos. —Te amo. —Él asintió.

—Oh querida... —la abrigó de nuevo con sus brazos mientras le sonreía—. Yo también —susurró para encorvarse y darle un beso.






Quiero aclarar de nuevo que esta pequeña historia es un poco paralela a la realidad de los personajes, ya que realmente Albus no le lleva una gran diferencia de edad Minerva.

¡Gracias de nuevo! Y hasta el próximo capítulo.

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