Doctor Law [ZoLaw - LawZo] On...

By Luza-kun

4.1K 263 160

Zoro es el peor paciente que un doctor podría tener. Chopper lo sabe muy bien, y, en consecuencia, hace todo... More

Capítulo único.

4.1K 263 160
By Luza-kun

—¡Zoro, ya déjate de mover! —no paraba de insistir Chopper, llevando una montaña de vendajes en su persecución tras el peliverde—. ¡Tienes heridas profundas, debo vendarlas ahora mismo!

Sin embargo, Zoro pasaba apresuradamente del renito sin dirigirle ni una mirada siquiera, iba atrasado a su entrenamiento con Dracule Mihawk y teniendo a aquel como su sensei no quería saber el castigo que le esperaría. Tomó sus katanas con afán y se encaminó a la puerta de salida de ese escenario en el que minutos atrás había mantenido una contienda un poco más difícil de lo habitual; más no consiguió avanzar demasiado porque Chopper al verse ignorado por su amigo espadachín, se le sujetó a una de sus piernas buscando que se detuviera para así poder tratar las heridas como el buen médico que era; aunque sólo consiguió que Zoro bufara frustrado, pues para él sólo habían sido unos cuantos cortes insignificantes y no entendía por qué su doctor hacía tanto drama.

—Zooro~ —lloriqueaba el pequeño, sin aflojar su agarre del pantalón negro perteneciente al de cabellera verdosa—, d-deja que te cure... es-estás s-sangrando.

—No debe ser tan grave —trataba, inútilmente, de tranquilizar al renito quien ya había comenzado a llorar. Por muy inconsciente que fuera Zoro con su propio cuerpo, no podía dejar a su amigo tirado en tal estado—. Anda, baja de ahí.

—¡No voy a dejar que te vayas a entrenar y ganes más heridas, idiota! —refutó Chopper, sacando su lengua al final, en un gesto de más infantil.

—¿Y cómo vas a evitar eso, eh?

Consecuentemente, dando a entender su punto, el peliverde siguió caminando con naturalidad sin inmutarse ante el peso extra que debía representar el renito, tanto así que hasta parecía que no llevaba nada colgando de su pierna.

—Si no quieres soltarme, entonces iremos juntos —agregó Zoro, tomando la mochila que Chopper siempre traía encima y saliendo del edificio, ante la mirada extrañada de varias personas.

Caminaron de esa manera unas cuantas cuadras hasta que el doctor se terminó por cansar de andar colgado, y dándose por vencido decidió acompañar al espadachín a su entrenamiento en el seguro caso de que Zoro terminara herido. Y ahí, aunque fuera un poco extremista, de ser necesario le inyectaría unos cuantos tranquilizantes para oso que convenientemente traía en su maleta, se había olvidado del motivo por el cual los llevaba más eso carecía de importancia ahora que le eran útiles.

Tiempo después llegaron a una especie de castillo de apariencia —según Chopper— tétrica, y después del sermón por la tardanza, Zoro y Mihawk se dieron a la pelea. Unas cuantas horas más tarde, ya salían. Al parecer, "Taka no me" se había pasado, talvez en venganza por haberle hecho esperar. Pero en cuanto el renito se disponía a curar al peliverde, de nuevo estaba aquel ignorándole por completo y haciendo caso omiso a las sugerencias del doctor. Y para colmo de males, los sedantes para oso de los que estaba seguro que traía, misteriosamente habían desaparecido, dejando en trizas la idea de dejarle inconsciente para poder tratar las llagas que parecían profundas.

Por primera vez en mucho tiempo el renito se desesperó seriamente, sin poder idear nada para cumplir su papel como médico y amigo del espadachín. Él no tenía la fuerza suficiente para someter a Zoro y así poder curarle, aunque fuera obligándolo. Ni siquiera había podido impedir que asistiera a su entrenamiento rutinario, mucho menos podría obligarle a hacer algo. Y no es que se preocupara de más -al menos él no lo creía así-, las heridas eran muchas y varias parecían estar a punto de sangrar. Debía ir al médico, ¿por qué demonios no quería? ¿Acaso le tenía miedo?

—Zoro, ¿le temes a algo?

—¿A qué viene la pregunta? —se extrañó el espadachín.

—Es que actúas como si tuvieras miedo de que te cure las heridas.

Zoro ahogó una risa, ¿en qué demonios pensaba Chopper?, él no le temía a nada.

—De lo que menos tengo miedo es de ti, Chopper —afirmó Zoro—. No me asustas ni tú ni ningún otro médico. Y de cualquier modo, no creo que sea necesario el ir. Estoy bien.

—¡No lo estás!

Ignorándole por enésima vez, Zoro siguió con su camino, esperando poder descifrar la ruta que le llevaba a su casa, pues el mundo entero parecía conspirar en su contra al momento de querer llegar a algún lado. Chopper lo sabía muy bien y, repentinamente, una idea cruzó por su cabeza. Talvez se podría aprovechar de esa circunstancia y ayudar así con el temor que el espadachín parecía tener a los médicos, porque eso era lo que creía el renito que sentía Zoro, sólo que aquel ahora estaba en una etapa de negación.

Aunque, de hecho, Law-sensei no era la clase de persona que inspirara confianza y dudaba que lograra disuadir el temor que el peliverde parecía tener y no aceptar. No obstante, al menos, el doctor Trafalgar tenía el físico suficiente para curar al terco espadachín a la fuerza. Y, por suerte, la casa del médico no quedaba demasiado lejos de ahí.

—¿Te perdiste, Zoro? ¿Quieres que te acompañe a tu casa?

—Nunca dije que me había perdido. —Zoro entrecerró sus ojos y miró con severidad al pequeño. Él no se perdía, eran los edificios los que se movían de un lado a otro.

—Vale, vale. —Chopper negó repetidas veces con su cabeza, incrédulamente—. No te has perdido. Pero yo conozco un atajo para llegar más rápido, ven, sígueme.

Y sin esperar una respuesta por parte de Zoro, le tomó de la mano, encaminándolo por el supuesto atajo.

—«Lo hago por el bien de Zoro —pensaba el menor—, tarde o temprano debía enfrentar sus miedos y hoy ha sido ese día».

...

Zoro miró una vez más al sujeto que tenía al frente, quien estaba revisando de cerca a las ya descritas insignificantes cortaduras. El susodicho era alto, incluso más que él, sus ojos grises le escudriñaban todo el torso mientras que las manos tatuadas se dedicaban a tantear los espacios en torno a las heridas, provocándole ciertos agudos piquetes.

Hace unos cuantos minutos, Chopper le había dicho que había olvidado algo en la casa de su amigo doctor, a quien Zoro había visto un par de veces sin prestarle mayor atención, pero en cuanto entró —como si se tratara del cliché de una película de terror— la salida fue cerrada y ahora, sin saber en qué exacto momento lo había conseguido, Trafalgar ya le estaba revisando las llagas.

—Chopper —llamó el espadachín en una inquietante tonalidad, en cuanto pudo localizar al reno que misteriosamente había desaparecido nada más al llegar—, ¿por qué demonios estoy aquí?

Aunque no consiguió ninguna respuesta; por el contrario, Law —estaba seguro que de manera intencional— presionó una de sus heridas con más de la fuerza necesaria y Chopper se escondió, a su manera, tras el doctor.

—No te muevas, Roronoa-ya —sugirió el ojeroso, haciendo presión en otra herida, logrando que el espadachín se quejara levemente—. Tanuki-ya sólo hizo lo que debía hacer, así que no le reclames.

—¡No soy un mapac...! —se indignó el pequeño, pero no alcanzó ni a gritar por completo la frase cuando un mareo le atacó de repente y, para evitar caerse, tuvo que sujetarse con firmeza del pantalón del doctor. En los últimos días se había exigido demasiado y su cuerpo estaba a punto de llegar a su límite. Aunque no sólo por Zoro, también había un mugiwara que terminaba herido a cada diez minutos y que ocupaba gran parte de su tiempo como médico.

El espadachín no se había percatado de ello, de ser así, incluso él habría ido al doctor por su cuenta. Iba a decir algo pero se detuvo al ver en primera fila el cómo Trafalgar sonreía de forma un tanto maníaca, dejándole cierta sensación de alerta.

—Parece que estás cansado, Tony-ya. Duerme un rato, yo me encargaré de curarle.

El menor parecía haber dudado durante un momento, aunque al final terminó por acceder. El tal, tenía una firme confianza en quien prácticamente trabajaba como su maestro.

—Está bien, Law-sensei. Dejo a Zoro en sus manos —dijo Chopper, sentándose en un sillón y durmiéndose al momento.

...

—No necesito un doctor —reiteró Zoro—, estoy en perfecto estado.

—Así que eso crees —el de ojeras de mapache suspiró con burla—. Pues déjame decirte kenshi-ya que no es verdad. Esta herida, por ejemplo, es muy profunda. —Law presionó una nueva cortadura con aún más fuerza, haciendo que Zoro se quejara en un bramido ronco—. ¿Lo ves?

—¡Obviamente me va a doler si haces eso, imbécil!

—Si estuvieras en perfecto estado, como dices estar, no te habría dolido.

Zoro rechinó sus dientes sin poder contradecir al médico.

—No me importa, me voy de aquí.

Como pudo, se libró de las manos que, sin haberse dado cuenta a tiempo, le habían estado recorriendo el torso con fines no específicamente profesionales; y olvidándose de su camisa y sus espadas se dirigió a la puerta de salida, pero no avanzó mucho cuando fue detenido por unos pálidos brazos que le rodearon de la cintura y lo atrajeron a un cálido cuerpo.

—Me temo que no puedo permitir eso —le susurró el doctor, acercándose de más al oído del de ojos verdosos—. Le prometí a Tanuki-ya que te curaría.

Nuevamente, Zoro intentó alejarse, más no lo consiguió.

—¿Quieres soltarme? —refunfuñó el espadachín, intentando mantener la calma suficiente para poder negociar con el doctor al darse cuenta que su propia fuerza no era suficiente.

—De hecho, no. —Trafalgar aprisionó aún más al cuerpo del espadachín, haciéndole quejarse un poco–. Estoy bien así.

—¿Qué es lo que pretendes, Law? —reclamó Zoro, en un tono intimidante para cualquiera, menos para el doctor.

—No es la gran cosa, pero... ¿alguna vez has tenido sexo con un hombre, Roronoa-ya?

—¡¿Qué mierda insinúas?!

En contra de lo que Zoro hubiera deseado, su rostro se volvió todo un poema, con sus mejillas más encendidas de lo que estaba dispuesto a reconocer; todo por el estúpido comentario del maldito ojeroso.

—Creo que me has escuchado perfectamente —inquirió Law.

Trafalgar estuvo tentado a agregar un comentario sobre el estado del espadachín, pues el rostro sonrojado que traía encima y que le hacía ver más apetecible de lo que su paciente ya era, no podía pasar desapercibido así por así. Le hubiera gustado sugerir algún comentario en referencia a ello y de esa manera hacer de Zoro-ya la más realista encarnación de un tomate, pero para su mala suerte, el peliverde logró recomponerse con demasiada rapidez.

Zoro se giró de repente, encarando al pelinegro de fríos ojos grises y quedándose a escasos centímetros de él, debido al abrazo que el ojeroso aún sostenía, sonrió con altanería, dejando a un lado su anterior vergonzosa reacción.

—He tenido sexo con varias personas. —El susodicho se encogió de hombros, restándole importancia al asunto—. Mujeres, hombres... no importa. Siempre y cuando pase un buen rato, me da igual.

—En ese caso, estamos perdiendo el tiempo al seguir aquí.

A continuación, el doctor se lanzó a devorar los labios del peliverde; dejándose llevar en el acto e iniciando una ardua batalla en medio del beso, que a ninguno de los dos implicados le apetecía perder, puesto que ceder no parecía ser una opción. Aunque dio lo mismo, porque ya al final nadie ganó el dichoso duelo y tuvieron que separarse agitados por la falta prolongada del más que vital oxígeno.

—Vamos, kenshi-ya, sólo déjate llevar —dijo Law en un tono socarrón, que podía notarse de inmediato.

Zoro aún podía escuchar la agitación en las palabras del ojeroso, y no era para menos, él mismo intentaba regularizar su propia respiración. Pensándolo con mayor suspicacia, la primera propuesta que le había hecho Trafalgar no parecía del todo una mala alternativa; no obstante, sabía que de seguir así, aquello no iba a avanzar de ninguna forma. Una sonrisa se fijó en sus labios en cuanto notó como el doctor se volvía a inclinar sobre él, con el fin de iniciar una nueva competencia. El peliverde hizo una especie de intención de seguirle el juego, pero se retiró del cuerpo de Law en el último instante y la boca del médico terminó plantada en el aire.

—Si crees que voy a ser yo el que reciba, estas muy equivocado, Trafalgar.

El de tatuajes le observó fijamente, sin borrar esa sonrisa de mofa que parecía una eterna mueca en su rostro; apoyó su mano en uno de los sillones y con la otra se retiró su sombrero, dejando a la vista a un desordenado cabello de una oscuridad parecida a la del carbón. El sombrero de motas cafés terminó en algún lugar a sus espaldas, pero eso fue lo de menos en cuanto la mano libre se empezó a desplazar por los botones de su camisa, despojándose de ella con una velocidad peor a la de una tortuga con ataques de narcolepsia; todo, procurando mantener la total atención del espadachín. Law era un experto en la manipulación de las necesidades del cuerpo humano, el título de doctor no sólo era de adorno; por tanto, sabía perfectamente lo que debía hacer para que quien prometía ser un buen partido no se le escapara de las manos. O, al menos, sus estrategias siempre habían funcionado con todo el mundo, y él siempre salía ganando.

—No hagas idioteces —murmuró Zoro, acercándose al ojeroso y posicionándose justo frente a él—. Si quieres quitarte eso, hazlo de una buena vez.

Y el pelinegro no tuvo ni tiempo de oponer una de sus sarcásticas frases, cuando Zoro ya le había arrebatado la prenda y ahora se dedicaba a besar con ferocidad, casi con furia, al apetecible cuello del doctor; consiguiendo unos cuantos cortos y leves gruñidos. Consecuentemente, le dejó caer en el amueblado sillón y se posicionó encima de Law, regresando sus labios a la boca del ojeroso y desatando otra contienda de besos, mordidas, choques, lenguas y labios; hasta que, como antes, el aire interrumpió las acciones.

—Lo siento, Roronoa-ya, pero definitivamente, no seré el de abajo —insinuó el médico, aún agitado. Y presionando una vistosa herida en el costado del espadachín, consiguió que aquel bajara la guardia al quejarse entre murmullos por el dolor; siendo aprovechada aquella oportunidad por Law, quien en un segundo dio vuelta a la situación, revirtiendo las posiciones e importándole casi nada las heridas que el menor tenía por todo su cuerpo.

—Bastardo —murmuró el peliverde de mirada seria, apartando con dificultad el peso que Trafalgar ejercía en sus laceraciones—. Atacar en la herida es de cobardes.

—No lo es si a pesar de estar herido accedes a ingresar a una batalla. Ya deberías haber escuchado eso de que en la guerra y el amor todo se vale, ¿no?

—Supongo que tienes razón. —El malherido sonrió de lado y rápidamente se levantó del sillón, dejando a su doctor aún ahí—. Pero teniendo las de perder, no pienso participar en una guerra que a millas de distancia sé que será en vano. —Hizo una pausa, sin apartar sus ojos esmeralda de los fríos luceros ajenos pertenecientes a quien ya no parecía tan divertido como antes—. Además, como ninguno de los dos piensa ceder, mejor olvídalo y cura de una vez mis malditas heridas para ya irme de aquí y llevar a Chopper a algún lugar en el que pueda descansar bien.

Refunfuñando una maldición entre dientes, el ojeroso se incorporó, tomó la camisa que hace poco había sido arrebatada por el peliverde y haciendo un gesto perezoso, accedió a tratar las llagas del espadachín. Cuanto menos, debía cumplir con sus responsabilidades como médico.

...

Zoro cerró los ojos, un mareo le había atacado. Talvez y sólo talvez Chopper no había exagerado en esta ocasión y las heridas habían resultado menos insignificantes de lo que él creía. Sabía que había recibido más daño del cotidiano, pero no pensaba en su relevancia. Una mano helada se deslizó por su costado e interrumpió sus pensamientos; estuvo tentado a lanzar una maldición al aire, pero se detuvo a tiempo limitándose a gruñir como advertencia, no quería que el médico —que parecía estar a punto de violarle en ese momento y ahí mismo— se diera cuenta de su estado un tanto vulnerable; de seguro lo utilizaría como ventaja.

Si lograba salir de ese lugar sin un dolor en su trasero, dejaría que Chopper se encargara de curarle, sin importar qué tan exagerados fueran sus pronósticos.

...

Trafalgar notó como el espadachín se volvía a desequilibrar, como minutos atrás también lo había hecho. Sonrió con malicia. Dentro de nada ya dejaría de poner resistencia.

Hace media hora, aproximadamente, le había acabado de tratar las heridas, dejándole reposar; pues más tarde necesitaría esa energía. Además, la éxtasis tardaba más tiempo del que le hubiera gustado en hacer efecto. Sin nada mejor que hacer, se permitió divagar en sus pensamientos. Justo ahora agradecía tanto el que su sanguinario amigo pelirrojo le hubiera encargado la compra de aquel frasco de MDMA para hacer quién sabe qué cosa, que, sinceramente, no quería ni le interesaba imaginarse. Conseguiría otra para Eustass-ya, dado que el frasco que tenía en sus manos ya había sido abierto y el pelirrojo en cuanto a negocios se tratase, no eran tan idiota como aparentaba, aunque tampoco le importaba en demasía. Jugueteó con el frasco que aún permanecía en sus manos. Se sentía tan ridículo. ¿Esos eran los límites a los que había llegado sólo por unos cuantos momentos de placer?

Pensando en eso, volvió a observar al peliverde, quien parecía que estaba volviendo a recuperarse del mareo. Escondió con rapidez el frasco de éxtasis y se dirigió al espadachín.

—Muy bien, Trafalgar, será mejor que me vaya —Zoro se incorporó de la silla, siendo invadido su cuerpo por otro mareo que le obligó a volver a sentarse. Murmuró una maldición y se tomó los cabellos con algo de fuerza, intentando orientarse. Se sentía extraño. Su respiración se empezó a agitar y su cuerpo ya no reaccionaba a las órdenes dadas por su cerebro.

—No creo que estés en condiciones de hacerlo —refutó el ojeroso, siguiendo avanzando en dirección a su paciente, como si se tratara de un gato estando a punto de cazar un insecto o un ratón.

Zoro volvió a gruñir en un signo de advertencia. Pero más que un gesto del que el otro se debiera sentir intimidado, a oídos de Law el sonido le pareció más un gemido que otra cosa. Volvió a mostrar su sonrisa burlona y sin esperar más se sentó sobre el peliverde con la suficiente fuerza como para notar como el miembro del espadachín empezaba a crecer bajo su oscuro pantalón. Zoro volvió a gemir, aunque intentando inútilmente no hacerlo.

—¿Empezamos? —sugirió el doctor, notándose en sus palabras el creciente deseo que sentía por tomar a aquel formidable peliverde.

No hubo respuesta por el otro. En cambio, una nueva batalla de lenguas y bocas se suscitó, aunque con cierta ventaja proveniente del doctor, que ayudado del estado medio consciente medio inconsciente del otro, pudo liderar la situación.

...

Sus ropas fueron arrebatadas con ferocidad, estando a punto de rasgarse en varios trozos de tela; rudos besos y fuertes mordidas recorrieron la piel morena, causando que quien recibía las excitantes atenciones no se resistiera a soltar roncos gemidos, no oponiendo ninguna resistencia por más adverso que fuera este resultado al que esperaba el ojeroso.

No lo entendía, hace unos cuantos minutos el peliverde actuaba como si de un pequeño gatito en busca de mimos se tratara —gran beneficio del éxtasis—, y si bien había disfrutado mucho del cuerpo trabajado de Zoro y de los gemidos que arrancaba constantemente del fondo de su garganta; en cuanto se disponía a dejar de reprimir sus necesidades y hacer suyo al espadachín, aquel había empezado a actuar con agresividad, siendo pronto ya incontrolable, incluso para él. Es más, a duras penas había conseguido sacar al peliverde de la sala y llevarlo a su habitación. De lo contrario, estaba seguro que no le hubiera importado el despertar a Tanuki-ya en el acto. Parecía que el de mirada fiera ya no actuaba con su razón y, en cambio, la mezcla de antibióticos, químicos y droga en su cuerpo le obligaban a actuar con el salvajismo de un animal guiado por sus instintos.

Y ahora, aquel animal ya se había adueñado de cada una de sus irregulares respiraciones, por más que no le apeteciera aceptarlo. Aunque, al pensarlo mejor, en tal momento, ser el de abajo no le parecía una alternativa completamente utópica; además, dudaba que el espadachín se fuera a detener a esas alturas.

Despejando su mente de cualquier pensamiento, se fijó en Zoro y se sorprendió al notar que el espadachín también se había despojado de su ropa y ahora estaba completamente desnudo ante él. Examinó a conciencia al trabajado cuerpo que debía preverse en un espadachín, repasándolo de la cabeza a los pies, aunque deteniéndose en la hombría del menor. Esto se pondría interesante.

...

La calórica boca empezó a recorrer su miembro en un vaivén furioso, arrancando fuertes gruñidos de placer por parte del doctor, quien hace mucho había dejado de reprimir los indecentes sonidos que podrían despertar a cualquiera, a cualquiera menos al pequeño médico que estaba lo suficientemente agotado como para que se produjera un terremoto en ese mismo instante y permanecer K. O.

No tardó mucho en liberarse en la cavidad bucal de su paciente, soltando un estrepitoso gemido final. Intentó regular su desbocada respiración, pero esta se volvió a acelerar en cuanto notó a algo invadiendo su trasero. Gruñó a la molesta sensación, deteniendo, para su asombro, a los movimientos del peliverde.

—¿Q-qué pasa? —murmuró Zoro, haciendo un gran esfuerzo por tranquilizarse y no hacer suyo al ojeroso en ese mismo momento. No entendía lo que le pasaba a su cuerpo, pero justo ahora no podía detenerse por más que su mente le ordenara hacerlo.

—Hablaste —sonrió burlón el médico, intentado mantener su actitud sarcástica por más mal que se encontrara en ese momento—. Por un momento pensé... ah... que te había poseído un animal.

—¿Qué... me hiciste?

Law formó una nueva sonrisa socarrona, dirigiendo sus ojos plateados a las orbes esmeralda que le miraban con merecida desconfianza y molestia; sin embargo, aún podía reconocer el brillo de ansiedad que múltiples veces había visto en los pacientes víctimas de la MDMA. Aún había diversión para unos minutos más, solo era cuestión de un pequeño empujón.

—No sabía que la éxtasis... provocaba estos resultados... en ti... Qué interesante.

Zoro le dirigió una última mirada de molestia antes de que sonreír con cierto indicio de superioridad. Trafalgar le observó en alerta, el comúnmente serio Roronoa Zoro le estaba sonriendo, ¡sonriendo! Ese día, las pocas veces que pudo ver esa mueca en el rostro ajeno, era seguidas de un suceso contrario a lo que él quería. Eso quería decir que no podía significar nada bueno.

—Te lo has ganado —advirtió el espadachín, en un ronroneo malicioso, y antes de que el doctor fuera realmente consciente de su situación, el miembro de su acompañante fue introducido de un solo golpe en su cuerpo.

Una fuerte punzada de dolor fue el resultado siguiente, seguida por el vago intento de no soltar un grito de dolor acompañado de una que otra maldición. Al menos, el peliverde tuvo la cortesía de no moverse durante unos cuantos minutos, aunque no los suficientes como para acostumbrarse a esa gran cosa que tenía en su interior. Zoro empezó a moverse, más que excitado por la jodida presión que ejercían las paredes de Trafalgar sobre su hombría, y por más que su cerebro le ordenaba que tuviera alguna mínima cantidad de gentileza hacia el pelinegro, de nuevo sentía nublados sus pensamientos y la omisión de estos por parte de su cuerpo.

Law se aferró con fuerza de las frazadas de su cama. Eso dolía como la mierda. Él nunca había sido el que recibía y no había pretendido serlo alguna vez. Más, sin embargo, teniendo al formidable espadachín sobre él, embistiéndolo como si la vida se le fuera en eso, y siendo el dolor de mierda reemplazado lentamente por un placer también de mierda, pero placer a fin de cuentas; no podía jurar el que nunca volvería a estar abajo.

No fue demasiado el tiempo que transcurrió, incluso había sido más pronto de lo que hubiera previsto, cuando el dolor se desvaneció y, en cambio, su auténtico deleite fue exclamado a fuertes gritos, que eran acompañados por los gruñidos un tanto más bajos del espadachín, quien no se quedaba atrás e igualmente disfrutaba de la unión de cuerpos. Si hubiera sabido qué tan buen partido era Roronoa en lo referente al sexo, hace mucho que le hubiera pedido a su colega doctor el que se lo presentara. Y luego, le volvería a drogar.

...

Se sentía agitado y muy caliente, lo que le indicaba que su cuerpo estaba a punto de llegar a su límite, sin haberse tocado siquiera. No se contuvo más y buscó el rostro del espadachín que devoraba alguna parte de su pecho, lo tomó con sus ansiosas manos y lo alzó lo suficiente como para besar hoscamente a los labios sabor a sake, gimió ante la rápida respuesta y, utilizando a la cavidad del espadachín como una especie de silenciador, ahogó su grito final, tras haberse corrido de nuevo. Dejó de oponer resistencia y sintió como su cuerpo se descomponía debido al esfuerzo físico. Apartó sus labios de los del menor y, aún no enfocado del todo, vislumbró al rostro de rasgos agrios, aunque no los suficientes como para opacar al atractivo de su acompañante. ¿Cómo es que no lo había visto antes?

Captó una última exclamación más fuerte a las que ya había escuchado, sorprendiéndose al percatarse de que se trataba de su propio nombre muriendo en los labios de Zoro; seguido de la inundación de una viscosidad caliente a su entrada, que le causó un deleite que había desconocido hasta ese momento. Siendo todo finalizado por una sensación de vacío que le atacó en cuanto, con la delicadeza que no había tenido al comienzo, el peliverde retiraba su hombría de su interior. Observó sus movimientos agitados. Tanto él como el de felinos ojos verdes intentaban regular sus respiraciones, sin apartar la mirada de sus ojos. No había experiencia que superara aquella. Intercambiaron una última mirada cómplice y antes de que cualquiera pudiera decir cosa alguna, un grito interrumpió sus movimientos, alertándolos instantáneamente.

...

Chopper se despertó. Estiró sus patitas con pereza y una sonrisa infantil se formó en su boca, tan parecida a la de un niño que acaba de tener un sueño increíble. Sí, la siesta le había sido de mucha ayuda. Por fin su cansancio acumulado se había ido y tenía sus energías recargadas; como médico, sabía que aquello era muy importante.

En cuanto estuvo despierto del todo, examinó a su alrededor. La casa de su sensei siempre tendía a estar meticulosamente arreglada, pues a Law nunca le había gustado el desorden. Por esa razón, al inspeccionar el lugar, notando la situación contraria y que el orden no parecía predominar; dudó seriamente de si aquella era la casa de Trafalgar. Sin embargo, no tardó en aclarar su duda; por más caótico que fuera el escenario, el fuerte olor a antibióticos, fármacos, hospital y el sobresaliente hedor a sangre, sin duda pertenecía al habitual aroma del hogar de su sensei.

El pequeño doctor se levantó de su asiento con cautela. Caminó unos cuantos pasos, observando de un lado a otro con inquietud. El inusual silencio que reinaba en ese apartamento no le gustaba. Lo primero que encontró fueron un montón de vendas esparcidas por todo el suelo, la mayoría sin usarse aún. Sonrió; Zoro de nuevo parecía que había puesto resistencia, pero ese no era un problema, pues Chopper confiaba en los cuidados de Torao y sabía que aquel cumpliría con su tarea como doctor, aunque le preocupaba el mecanismo que tuvo que haber utilizado Law para someter al demonio que vivía en el interior de Zoro.

Un sonido proveniente de alguna otra habitación captó su atención. Sin pensarlo dos veces se dirigió al lugar, llamando a los dos mayores en el proceso.

Más sonidos se produjeron tras la puerta del que parecía ser el dormitorio de su colega médico. No dudó en adentrarse y se volvió a confundir en cuanto identificó un nuevo lugar desorganizado, con diferentes ropas por todos lados y una cama deshecha. ¿En serio se trataba de la habitación de su maestro? Aunque volvió a desechar la idea en cuanto tornó su mirada hacia su dos amigos y suspiró en cuanto vio a Law —más o menos vestido— vendar las heridas de un Zoro que además de los calzoncillos, que, milagrosamente, había conseguido coger; no llevaba nada más. El renito observó las vendas, parecían haber sido arrancadas con rudeza y luego, haber sido puestas otra vez. Lo que no estaba lejos de la verdad, pues al principio, ya que las vendas molestaban el camino de Trafalgar para degustar la piel del de cabellera verdosa; había tenido que quitarlas, y él no era especialmente paciente para eso.

—Tanuki-ya —saludó el médico mayor, tratando de mantenerse firme a pesar de que su trasero había empezado a doler y su respiración aún no conseguía tranquilizarse del todo; y, además, el estar tanteando el cuerpo del menor tampoco era de mucha ayuda.

—¿Aún no acabas? —preguntó a su vez el menor, sentándose al lado del ojeroso.

—Roronoa-ya es más problemático de lo que pensaba —se defendió, ganando un somnoliento gruñido de indignación por parte del espadachín.

—Lo sé. Aunque, ahora que lo pienso, en este momento no está oponiéndose, ¿cómo es que está así?

—Ah, eso —dijo Law, pensando en cualquier excusa lo suficientemente creíble como para reemplazar lo que realmente había sucedido—. Le di unos cuantos somníferos. De lo contrario, sería imposible curarle.

Chopper soltó una risa infantil, dándole la verdad al doctor, y luego se levantó de su asiento, dirigiéndose a la mesa de noche, en donde observó al  reloj que descansaba sobre el mueble con algo de interés, para que, consecuentemente, observara a Zoro con preocupación. Aquello no pasó desapercibido por Trafalgar.

—¿Pasa algo, Tanuki-ya?

—No... o, bueno, tenía que ir a —y se frenó de repente, mostrando un gesto de disgusto hacia el de tatuajes—... ¡no soy un mapache! ¡Soy un reno! ¡Un reno!

—Está bien. Entonces, Tony-ya, ¿A dónde tenías que ir?

El gesto del pequeño se relajó, mostrando un sonrisa algo avergonzada. —Hoy, Sabo me llamó para que fuera a revisar a Luffy a las siete; parecía algo preocupado. Pero ya son las seis y media y Zoro no parece estar en el mejor de lo estados, no sería sensato el llevarle. Supongo que debería cancelar la cita, ¿me podría prestar un teléfono, Law-sensei?

Zoro parecía haberse despertado un poco y, a pesar de no tener a Trafalgar en el campo de su visión, casi podía ver la misma sonrisa maníaca que había hecho hace unas horas, justo antes de proponerle a Chopper el ir a dormir.

—No te preocupes, Tony-ya, ve a revisar a Mugiwara-ya, yo me haré cargo aquí.

Y sin reconsiderarlo ni por una pequeña fracción de segundo, el renito ya asentía varias veces. A veces los hermanos de Luffy tendían a exagerar las cosas, pero nunca se podía ser lo suficientemente precavido. Conociendo a Luffy, no sería extraño el que se haya metido en problemas.

...

—¿Listo para una segunda ronda, kenshi-ya? —susurró Law con malicia.

—Maldito bastardo —espetó Zoro, aunque sonando más divertido que molesto, como se suponía que debería estar actuando. Pese a que —cosa genial, por cierto—, ahora la fusión de drogas dejaba de hacer efecto y, en su lugar, los efectos alternos como el repentino agotamiento y la ansiedad empezaban a darse. Se maldijo en medio de sus pensamientos; justo en ese momento quería lanzarse sobre el doctor Law y besarle con vehemencia, sin importar que ahora, seguramente, sería él quien esté abajo.

En definitiva, no saldría de ese lugar sin un dolor en el trasero.

%%%%%

¡OMG! ¡¿Yo, Luza, no creando un ZoLu?! El meteorito va a caer hoy, yo sólo digo. xD

¡Feliz San Valentín con un día de retraso! (Ya sea si en tu país se haya celebrado ayer o no).

>Si eres de esas personas que tienen una relación amorosa, espero que la hayas pasado bien :3

>Si no es así, quizá hayas conseguido algunas golosinas para comer durante todo el día *¬*

> O, si eres como yo, sin dinero para comprar ningún dulce y sólo con amores platónicos provenientes del anime :'v espero que, al menos, hayas disfrutado del día viendo anime y leyendo manga o fanfics 7w7 *cofcofyaoicofcof*

> Y, si incluso no has hecho nada de eso... déjame dedicarte un sabio consejo: estás jodida xD Nah, mentira, dormir también cuenta :v

¡Gracias por leer!

Luza~

Continue Reading

You'll Also Like

348K 55.5K 27
Park Jimin, un padre soltero. Por culpa de una estafa termina viviendo con un completo extraño. Min Yoongi, un hombre solitario que guarda un triste...
2.1K 160 6
¿Que tiene de malo que dos hombres se amen? Aizawa Shouta y Hizashi Yamada llevan más de diez años juntos. Es obvio que aún seguían locos por el otro...
1.3K 96 17
¿Quién hubiera pensado que por un simple error comenzaría lo que muchos considerarían: el fin de todo? Pues ciertamente no los miembros del Dream SMP...
381K 54.8K 39
Una sola noche. Dos mujeres lesbianas. ¿Un embarazo? ¡Imposible!