RETROSPIRAL © (Terminada) ( #...

By rosalinagmoya

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*Ganadora de los Wattys 2018 en la categoría "Los Héroes"* Por accidente, Zaid descubre una espiral que lo tr... More

*
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20 | Cristal
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42 (borrador)
Epílogo
¡Aviso!
Agradecimientos
¡Wattys 2018!
¡Wattys 2018! [-Parte 2-]
¡Premios PGP2021!

Capítulo 11

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By rosalinagmoya

02 de Agosto, 1612

Gracia había ido sola al lago a bañarse. Era muy pudorosa, siempre se cuidaba de ir a las horas en que no había nadie husmeando por allí. Apenas se había metido al agua, percibió movimiento por el rabillo del ojo. Su corazón comenzó a latir con fuerza, se sintió muy asustada. Miró en aquella dirección y encontró a un hombre de cabellos largos y sucios que tenía un sombrero y muy mala cara. Gracia supo que estaba ebrio y se le aceleró aún más el corazón por el miedo. No sabía qué hacer, si salía para ponerse la ropa, el hombre la vería desnuda; si se quedaba dentro del lago, era un objetivo fácil.

El hombre la miró y le dijo palabras denigrantes. Ella sintió que la cara le ardía de rabia e impotencia. No le contestó, rezando a Dios para que alejara al hombre de ahí. Sin embargo, éste comenzó a avanzar hacia la muchacha y se metió en el lago, detrás de ella. Gracia nadó con agilidad en dirección opuesta, mientras el hombre seguía persiguiéndola y farfullando cosas que Gracia se rehusaba a comprender. Ya sin importarle otra cosa más que salvar su pellejo, salió del agua y tomó su ropa, protegiéndose el cuerpo de aquél extraño. Como pudo, se puso el camisón y comenzó a correr lejos del lago; el cuerpo se le notaba a través del camisón por el agua que éste había absorbido, así que, aún corriendo, intentó pasarse por la cabeza el resto de la ropa. Cuando terminó de ponerse el vestido, se dio cuenta de que un grupo de hombres estaban mirándola también. Andaban vestidos como el hombre del lago y la miraron de la misma forma sucia. Gracia intentó regresar, pero el hombre empapado ya venía corriendo tras ella.

Estaba atrapada. Con el agua escurriéndole por el rostro y el corazón aceleradísimo por el miedo que la corroía, hizo lo único que no quería hacer: gritar pidiendo auxilio.

Los hombres se mofaron de ella. Vio con impotencia cómo se acercaban lentamente, como depredadores sobre su presa, disfrutando el temor de la chica. Debían de ser unos diez o doce hombres, hablaban de todo lo que iban a hacerle y quién debería comenzar. Miró a todas partes, con la esperanza de encontrar un hueco mediante el cual pudiera escabullirse. De pronto, vio que tenía una oportunidad cuando un par de hombres se distanciaron entre sí... Era un espacio mínimo, pero era algo. Se preparó mentalmente y comenzó a correr para escapar de ellos. Fue un elemento sorpresa, pero uno de ellos fue más rápido y la encerró en un sucio y maloliente abrazo. «¿A dónde vas, bonita?», le dijo éste al oído. Ella gritaba y se retorcía entre sus brazos, pero comprobó que al más resistirse, más la apretaba. Se empezó a quedar sin aliento y dejó de forcejear. Una voz desagradable surgió detrás de ella y luego lo tuvo en frente: era el hombre del lago y estaba avanzando hacia ella, se inclinó y la intentó besar en la boca. Ella giró el rostro y la barba del señor le terminó rasguñando la mejilla, sintió náuseas al percibir su olor a licor y sudor. Ella volvió a gritar pidiendo auxilio, pero sólo se escuchó un eco devolviéndole sus palabras.

El hombre del lago se acercó aún más para besarla, esta vez se cercioró de apretarle la cara antes, para que no se moviera. Ella volvió a sentir ganas de volver el estómago, pero justo cuando sus labios rozaron los de ella, una flecha atravesó la espalda del sujeto y éste cayó al suelo. Gracia se vio liberada y comenzó a correr, era ahora o nunca, pero nuevamente se vio presa de alguien que había sido más veloz. Éste hombre puso el filo de su navaja en el cuello de ella. Gracia pasó saliva, se sentía aún más asustada, si cabe. Los demás hombres se inquietaron y sacaron sus armas para luchar. La misma Gracia buscaba con los ojos por todos lados, pero no veía a la persona que había lanzado esa flecha letal, hasta que apareció de entre los bosques, un elegante caballero, con un arco y una flecha entre las manos, listo para atacar.

—¡Liberad a la doncella! —exigió el caballero. Su castellano era bastante malo.

El hombre que mantenía prisionera a Gracia la soltó de inmediato y puso las manos en donde pudieran ser vistas.

—¿Qué es lo que hacéis, villanos? Mal he hecho en daros trabajo en mis tierras. ¡Fuera! ¡Fuera de aquí o juro en el nombre de lo más sagrado, que os haré cazar! —Su tono amenazador y su volumen de voz era tal, que hacía vibrar el aire que los envolvía.

Los hombres se separaron y comenzaron a correr. El corazón de Gracia seguía latiendo con violencia tras sus costillas. Cayó de rodillas. Su salvador se acuclilló a su lado y le habló con su mal español.

—¿Os encontráis bien?

Ella no respondió. Temblaba de frío y de miedo. Comenzaba a tener puntos oscuros en su visión.

—¿Dónde...? —Fue lo último que Gracia escuchó antes de que la negrura la envolviese.

Al despertar, se dio cuenta de que estaba en una cama de verdad, con suaves sábanas de algodón y hasta una manta caliente. En casa solía dormir en un puñado de paja con una vieja manta encima. Miró a todas partes, no reconocía ese sitio. Una cama con elegante dosel, alfombras sobre el piso de piedra, tapices colgados en cada muro, muebles ostentosos y caros. Se miró a sí misma y vio que tenía puesto un camisón de algodón fino, alguien tenía que habérselo puesto sin que ella se diera cuenta. La luz del sol entraba por la gran ventana, inundando la habitación de un dorado resplandor. La puerta se abrió casi silenciosamente y una graciosa doncella de ojos claros entró, haciendo una reverencia.

—Buen día, señora. He venido a traeros algo de comida —dejó en la mesa que había en un rincón de los aposentos, la bandeja que sostenía entre las manos.

—Gracias —Gracia estaba tan sorprendida que no dijo nada más. La doncella inclinó la cabeza.

—Sir Payne desea veros durante la hora de la cena.

—¿Quién es Sir Payne?

—Es el dueño de esta mansión, mi señora —Gracia asintió.

—¿Cómo es que he llegado hasta aquí?

—Sir Payne os encontró en el bosque y os trajo desvanecida. Fue muy generoso al pedirnos a todos que cuidáramos de vos hasta que os recuperarais.

Gracia se sintió profundamente agradecida. De golpe recordó todo lo que había ocurrido y quiso llorar de nuevo, se estremeció perceptiblemente. Los ojos verdes de la doncella se mostraban cálidos bajo una ceja delgada y casi invisible.

—Hay algunos vestidos en el armario que podrían quedaros bien. Os ayudaré a vestiros después de la comida.

La muchacha se dirigió hasta el guardarropa, abrió las puertas de par en par y le mostró a Gracia los vestidos de los que le hablaba antes. Sacó uno color blanco y lo llevó hasta la cama. Gracia lo admiró. Era un vestido precioso, con mangas largas como las de una dama. La doncella volvió a ir al armario y sacó otro modelo color rosa pálido. Las mangas eran largas también.

—Gracias —dijo Gracia a la doncella. Ésta última advirtió que los ojos de la señora estaban humedecidos por las lágrimas.

—Si solicitáis mi ayuda, estaré afuera en el corredor —hizo una reverencia y se giró para caminar hacia la puerta.

— ¡Oh, espera! —soltó Gracia.

La doncella volvió a voltear hacia Gracia e inclinó la cabeza.

Gracia, con lágrimas sobre las mejillas, corrió y se echó en los brazos de la doncella.

Ésta quedó muy sorprendida, pero finalmente correspondió a su abrazo de forma breve y sin saber bien qué hacer. La otra había comenzado a sollozar con mucho sentimiento.

—Gracias. No te he preguntado tu nombre —dijo Gracia.

—Mi nombre es Ana, señora y no hay nada que agradecer, soy vuestra más humilde servidora.

Gracia la soltó con una sonrisa y un poco avergonzada de ese momento de debilidad suyo. Ana hizo una reverencia y salió por donde había entrado.

Miró la bandeja sobre la mesa y se percató de que había las cosas más deliciosas que hasta ahora jamás había probado.

Un racimo de uvas frescas, zumo de naranja, sopa caliente y un poco de carne que despedía un olor apetitoso. Hasta ese momento, Gracia no se había dado cuenta de cuánta hambre tenía y no tenía ni la más mínima idea de cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había probado bocado. Rápidamente se sentó y comenzó a comer algunas uvas. Luego continuó con la sopa, contenía verduras y pollo. ¡Qué sazón! Nunca había comido tan deliciosamente en toda su vida. El calor de la sopa la hizo vigorizarse y adquirir un poco de color en las mejillas.

Al final, vio que lo había devorado todo y se sintió agradecida nuevamente con Dios y con Sir Payne por haberla salvado de aquellos maleantes, de no ser por él, ahora yacería muerta sobre la hierba o habría perdido su virtud de una forma que no podía ni imaginar.

Unos discretos golpes en la puerta la sacaron de sus cavilaciones.

—Adelante —dijo Gracia.

—Señora, ¿habéis terminado ya de comer?

Gracia asintió con la cabeza. La doncella hizo una reverencia y solicitó permiso de pasar.

—Os ayudaré a vestiros.

—Oh, no... No te preocupes, yo puedo hacerlo sola.

—Permitidme ayudaros, señora.

Gracia siempre había hecho todo sola. Era autosuficiente, sin embargo algo en el tono de Ana la conmovió y se permitió aceptar.

—¿Cuál vestidura habéis elegido?

Gracia los miró de nuevo. En sus más grandes fantasías, siempre había soñado con usar ropajes de dama y ahora, frente a ella, no sólo tenía una opción, sino dos y ambos eran preciosos.

Con el dedo señaló el vestido color de rosa.

Ana se apresuró a guardar el vestido blanco en el armario. Le quitó el camisón con el que había dormido y le puso uno limpio. Ana caminó con urgencia delicada hacia un banquillo de madera, lo levantó y lo llevó hasta Gracia. Se subió en él mientras sostenía una gran faldilla con alambres en la parte superior del talle y ágilmente se lo pasó por encima de la cabeza hasta que a Gracia le llegó a la cintura. Con dedos expertos ató un nudo en la falda y enseguida le pasó el corsé por encima de la cabeza con agilidad, pero de forma suave. Le ajustó las correas del corsé y a cada tirón, Gracia sentía que se le cortaba el aire un poco más cada vez, pero no se quejó.

Pensaba en su padre, en las dificultades que toda su vida había enfrentado y en lo mucho que había soñado ser una verdadera dama. Ahora este hombre desconocido no solo le había salvado la vida, sino la estaba vistiendo con las mejores galas, tenía tanta curiosidad por saber cuál era el precio de todo esto. Los hombres normalmente no actuaban así de forma gratuita. De pronto el estrujamiento de pulmones y costillas debido al corsé no fue nada comparado al que Gracia sentía en la boca del estómago por la ansiedad.

—Ana, amiga mía, no tengo a nadie en quien confiar los sentimientos que abruman mi pecho, pero tengo la necesidad de que me digas qué estoy haciendo aquí y por qué me están ataviando con semejantes ropajes. Yo no soy una dama, me parece que Sir Payne está cometiendo un error, debes decírselo cuanto antes.

—Señora, Sir Payne me ha dado órdenes de haceros sentir tan cómodamente como sea posible. Naturalmente no dio explicaciones, mi deber es obedecerle. Habrá que esperar hasta la cena, señora; ahí podríais aclarar los sentimientos que os agobian.

Gracia sintió nuevamente una enorme gratitud con la doncella y decidió seguir su consejo.

—Gracias, Ana. Esperaré entonces.

Afuera la luz comenzaba a morir. Ana la condujo suavemente al tocador, cuidando que el vestido no se arruinara cuando Gracia se sentara. Ana tomó el largo cabello suelto y lo sujetó entre sus manos. Con sus dedos lo peinó suavemente. Gracia no recordaba la última vez que la habían tratado de ese modo. Nuevamente sintió que tenía lágrimas en los ojos. Trató de tomar una honda respiración, pero recordó que un corsé la obligaba a respirar muy poco. Se dijo a sí misma que debía tranquilizarse. Ana continuaba manipulando el oscuro cabello y cuando Gracia se dio cuenta, la doncella ya había tejido una red de hermosas trenzas alrededor de su rostro y ahora estaba poniéndole perlas en él. Ana le había pasado un delicado espejo de mano para que se observase.

Gracia no podía evitar mirarse con un asombro desmedido. Se veía tan hermosa, que estuvo a punto de creer que no era ella. En su casa de la aldea no había espejos, pero en ocasiones se miraba en el reflejo del agua tranquila y jamás había encontrado belleza antes. Lucía como toda una dama y se sintió conmovida de una forma en la que nunca antes lo había hecho.

Ana le echó una última ojeada al peinado y se mostró satisfecha con el resultado.

—¿Deseáis algo más, señora?

—No, Ana, me has hecho un trabajo muy fino. Me siento profundamente agradecida contigo, no tendré nunca cómo pagarte.

—No ha sido nada, señora, soy vuestra fiel servidora.

Gracia sabía que iba contra las reglas de la jerarquía en la que Ana estaba habituada, sin embargo no fue capaz de respetarlas; después de todo, Gracia no era una dama realmente.

—¡Oh, Ana querida! No sé cuánto tiempo vaya a quedarme en esta mansión, pero te aseguro que prefiero que me trates como a una igual. Yo no soy una dama de verdad, ya te lo he dicho antes. Prefiero que seas una fiel amiga y no una simple servidora.

—¡Oh, señora, pero eso no puede ser!

—Querida Ana, no rompas mi corazón, que tan fielmente te ofrece su amistad. Soy muy afortunada de haberte encontrado, no rechaces la sincera petición que hoy te hago. Has sido más amable conmigo en tres horas que lo que mucha gente lo ha sido en años.

—Pero señora, si Sir Payne conociera que os trato como a una igual, ¡me echará a la calle! —Gracia se sintió horrorizada.

—¡Oh, no, Ana, yo no quiero eso para ti! —Reflexionó un poco— En privado te ruego me trates como a una amiga y en presencia de otros puedes ser formal. Nada me haría más feliz que tener a una amiga.

Los ojos verdes de Ana se inundaron de lágrimas.

—¡Oh, señora! ¡Jamás nadie me había tratado antes con semejante bondad!

—¿Puedes verlo, Ana? Somos más parecidas de lo que crees —concluyó luego de tomar sus manos entre las suyas, que eran igual de ásperas.

La doncella asintió con la cabeza y la miró con entrañable cariño, cuando una campana se hizo sonar en el interior de la habitación. Gracia se sobresaltó.

—Es la hora de cenar —Ana se limpió los ojos con la manga de su sencillo vestido y la ayudó a ponerse los zapatos.

Al bajar al comedor, Gracia sentía que los zapatos le ajustaban los dedos de los pies y le dolían las costillas al caminar, pero se sentía tan henchida de amor y gratitud, que hizo a un lado su incomodidad física para disfrutar de lleno la sensación de verse amada por la generosa vida y por su nueva amiga.

🌀🌀🌀🌀🌀

Sólo se escuchaban los cuchareos de la sopa. Gracia no tenía mucha hambre, pero comía porque no sabía cuándo iba a ser la próxima vez que comería de aquella forma.

El silencio era insoportable, Sir Payne se encontraba a la cabecera de la mesa, concentrado en su platillo. Después del saludo cortés que le dirigió a Gracia cuando ella apareció en la cena, no había vuelto a hablar. De vez en cuando sus ojos se encontraban y Sir Payne desviaba rápidamente la mirada.

Gracia lo había observado discretamente. Tenía cabello blanco, con abundante barba y bigote. Sus ojos eran claros, de color azul cielo y vestía muy elegante, todo un caballero.

—Sir Payne —rompió el silencio Gracia con un hilo de voz. Él se sobresaltó visiblemente al escucharla y la miró fijamente—. Deseo agradeceros todo lo que habéis hecho por mí. Habéis salvado mi vida y mi honor y eso es algo que os agradeceré por el resto de mi existencia. Si hubiese algo que yo pueda hacer para compensaros, os ruego que me lo digáis cuanto antes.

Payne se mostró conmovido, pero apretó los labios, inclinó la cabeza y continuó comiendo.

Gracia se sintió un poco incómoda. No sabía exactamente si al hablar había roto las reglas de convivencia o los modales, o si él había malinterpretado su comentario. Ella no sabía nada sobre esas cosas, de modo que procuró no volver a hablar durante la cena.

Después de unos minutos que a Gracia le parecieron eternos, Sir Payne habló. Su voz, aunque suave, sonó demasiado fuerte.

—No tenéis nada que agradecer. Me he regocijado en haber llegado a tiempo.

Fue todo lo que dijo. No hubo una sonrisa ni una nota de alegría, su rostro era inexpresivo. Entonces Gracia se dio cuenta de que Sir Payne había terminado de comer y se levantó de la mesa haciendo una breve y casi imperceptible inclinación de cabeza antes de irse.

Gracia se sentía muy confundida. Como ya no tenía hambre, dio una última cucharada a su sopa y le pidió a Ana que la llevase a su habitación.

Una vez cerrada la puerta, se quitó los zapatos y comenzó a dar pasitos descalza alrededor de sus aposentos.

—Esto es algo que escapa a mi comprensión, Ana. ¿Por qué Sir Payne me ha traído aquí y me ha dado este vestido tan hermoso? Me siento avergonzada hablándole, debido a que no sé comportarme como las damas. Quiero hablarle sin ser incorrecta, Ana. Dime, por favor, ¿cómo debo actuar?

—Señora mía, Sir Payne es un gran hombre. Siempre se ha dirigido a nosotros con respeto, cuando no nos debe nada, somos simples sirvientes. ¿Deseáis enviarle unas palabras? Puedo hacer que os traigan una bandeja con papel y tinta.

—Oh, apreciable amiga, me encantaría pero no he aprendido a escribir. Donde he vivido las mujeres no somos instruidas. Debo usar mi propia voz, pero me temo que puedo llegar a ofenderle con mi falta de corrección.

—No lo creo, mi señora. Si deseáis puedo decirle al lacayo que avise a Sir Payne que vos solicitáis hablar con él.

—Está bien, querida Ana. Hazme el favor de acudir al lacayo y llevarle ese recado.

—Sí, señora.

La doncella salió de los aposentos de Gracia y ella se sentó en el taburete mientras esperaba. Repasaba en su mente los terribles acontecimientos a los que se había visto expuesta ese mismo día y cuánto habían cambiado las cosas. Sin embargo, se dijo así misma que no debía ni siquiera soñar con ser una señora, puesto que ella no lo era y, si algo le había enseñado su padre, era que había que ser honesta en todo momento.

Hacía mucho tiempo, cuando Gracia tenía ocho años, su padre había caído enfermo por muchos días y la herrería en la que él se ganaba unos cuantos maravedíes* por trabajo, permaneció cerrada. Su madre había fallecido por la fiebre tifoidea años atrás y, al no haber nadie que tomara su lugar, no había sustento alguno en la familia de Gracia. Ella veía a su padre cada vez más enfermo y el estómago le rugía peor que un león furioso. Tenía que hacer algo, así que fue al mercado de la aldea. Tenía la esperanza de que alguien se apiadara de ella. Se acercó a Juan, el que vendía frutos.

—Señor, mi padre está enfermo y no hemos comido en dos días. Él no tiene fuerza para levantarse. ¿Seríais tan amable de obsequiarnos dos manzanas para que sean nuestro alimento de hoy? —Juan miró con incredulidad a la niña. Y sus ojos desdeñosos ardieron cuando le respondió:

—¿Y quién me pagará lo que te lleves? Yo también tengo que alimentar a mi familia.

—Por favor —Susurró Gracia.

—Será mejor que te vayas —Gruñó Juan.

Gracia estaba tan molesta, que con lágrimas en los ojos y rechinando los dientes, tomó una manzana en cada mano y salió corriendo. A sus espaldas se escuchaba Juan gritando que esa niña le había robado, pero no hizo caso y se dio prisa al darse cuenta de que la perseguían. Gracia llegó corriendo a su casa, donde su padre yacía en la cama y ella se echó a llorar aun apretando muy fuerte las manzanas con sus manos.

Su padre abrió los ojos al escuchar su llanto y le preguntó entre toses qué era lo que le sucedía. Gracia le mostró las manzanas y le pidió que comiera de ellas.

—¿De dónde has sacado esa fruta, hija mía? Yo no te he dado...

Unos hombres cruzaron el umbral de la puerta y Gracia se giró para verlos bien. Se trataba de Juan y de otros hombres que le ayudaban a vender la fruta. Todos estaban molestos y Juan, furioso.

—Vuestra hija se ha robado mi fruta, Pedro. ¡Exijo que me la devolváis ahora mismo!

Gracia lanzó un gruñido de desesperación y más lágrimas inundaron sus ojos.

—Sé por qué lo hiciste, hija mía —Comenzó a decir su padre con voz débil—. Pero robarle a las personas no es la solución. Yo nunca te he dado ese ejemplo. Nuestra familia es pobre, pero honesta. Si no hay dinero, trabajamos, eso es lo que hacemos, pero nunca tomamos lo que no es nuestro. Devuélvele a Juan su fruta.

Pedro tuvo un ataque de tos y Gracia, aún apretando las manzanas con las manos, sintió impotencia, pero siempre había sido obediente a las órdenes de su padre y esta no sería la excepción. Aun llorando, se giró para encontrarse con Juan, quien ya no lucía igual de molesto que al principio.

—Lo lamento, Juan. No debí tomar vuestra mercancía.

Gracia extendió las manos y le entregó al hombre las manzanas.

Las lágrimas salían a chorros por sus mejillas, de pronto Gracia había aprendido una lección. No importaba cuánta necesidad hubiese en casa, jamás debía tomar para sí lo que no le pertenecía.

Los hombres que acompañaban a Juan se dieron la vuelta y empezaron a abandonar la casa de Gracia, cuchicheando cosas entre ellos y rápidamente, sus voces se dejaron de escuchar. pero Juan se quedó ahí sintiéndose culpable por quitarle esas manzanas a la pobre familia.

Gracia vio a Juan acercarse a su padre y decirle algo y luego dejar las manzanas a su lado.

—Acércate —ordenó Juan. La niña obedeció con timidez—. Les he dejado estas manzanas como un obsequio para vosotros —Continuó el mercader—. Creo que ya has aprendido la lección, y sabes que hurtarle a un hombre justo es un delito. Tu padre me ha dado su consentimiento para que mañana vayas a trabajar conmigo en el mercado, así que deberás estar ahí cuando el sol salga. Ganarás el pan con el sudor de tu frente, como hacemos todos.

Dicho eso, se marchó y así fue que Gracia se había convertido en ayudante del mercader. Con el ahorro de sus ganancias, había sido capaz de comprar pociones para que su padre recobrara la salud y también le ayudaba para que comprara mejores herramientas para el taller.

En ese momento regresó Ana, sacando a Gracia de sus recuerdos.

—¿Y bien, que te ha dicho?

—Sir Payne ha aceptado. Os verá en el salón, señora.

Gracia se levantó del taburete, se puso los zapatos y fue a ver a Sir Payne. Ana la condujo por un largo corredor hasta llegar al umbral de una puerta cerrada. La doncella dio un par de ligeros golpes y esperó hasta que abrió el lacayo de Sir Payne.

—Adelante —dijo la grave voz del señor desde dentro.

Gracia pasó al salón, Sir Payne se levantó e hizo una inclinación de cabeza. La muchacha hizo una reverencia y a una señal de Payne, los criados salieron de ahí.

—Me ha dicho el lacayo que deseabais hablar sobre algo importante.

—Así es, señor. Deseo agradeceros todo lo que habéis hecho por mí. Debo ser honesta, mi apreciable señor. No soy una dama.  He nacido pobre. Mi padre es el herrero de la aldea y yo una simple mercader, impera en mí la necesidad de deciros que, aunque agradezco vuestra hospitalidad y buenas intenciones, estáis tratándome como si fuese una persona importante y mucho me temo que no lo soy.

Sir Payne, con una pipa en la mano derecha, dio una larga calada y luego expulsó el humo con actitud reflexiva.

—Es muy honorable que vengáis a decirme esto, no obstante ya conocía vuestra posición. Yo no os ayudo por esas razones. He decidido ayudaros y a vuestro padre también.

Gracia parecía no comprender.

—¿Cómo...?

—Quiero que seáis mi protegida. A vuestro padre daré algunos escudos para que pueda valerse por sí mismo. Vos podéis venir a vivir aquí a mi mansión, hay espacio de sobra.

—Pero señor... Yo no tengo intención de...

—He decidido que podríais devolverme el favor contrayendo nupcias conmigo —Sir Payne se puso en pie y comenzó a recorrer el salón con la pipa en la mano, mientras hablaba. A Gracia la invadió una oleada de miedo, ella no quería matrimonio y de hecho nunca había pensado en eso, y ahora él estaba hablando de desposarla—. Me he visto como un ente solitario tantos años y he visto la necesidad de compartir mi vida al lado de otra persona.

Gracia intentó disuadirlo.

—Señor, si me lo permite, creo que...

—Durante la cena me habéis dicho que haríais cualquier cosa para recompensarme por salvaros la vida —Interrumpió Payne.

Gracia se quedó sin habla. ¿Por qué tenía que decir que haría cualquier cosa? Claro, ella nunca imaginó que Sir Payne la reclamaría en matrimonio para cobrarse el favor.

—No pretendo ser impositivo —continuó hablando Payne— pero tened en cuenta que de no ser por mí, ya no estaríais viva en estos precisos momentos. Esos hombres iban a mataros y lo sabéis bien. Además, si aceptáis desposarme, yo sería aún más generoso: tendríais total libertad de ir y venir en ésta y cualquiera otra de mis propiedades, a vuestro padre le daría una pensión anual para que mejore su herrería y, por supuesto, no le faltaría sustento ni protección en ningún momento, tendríais los mejores ropajes y a toda mi servidumbre bajo vuestras órdenes.

Gracia no quería ser grosera y no encontraba la manera de darle su negativa sin que el señor se ofendiese.

William vio que Gracia permaneció callada, y lo tomó como un buen indicio. Sabía que ella no podría resistirse a una oferta como esa, él estaba siendo demasiado generoso y, por lo general, el nunca perdía.

Sir Payne había estado de cacería y cuando había escuchado a lo lejos esos gritos femeninos pidiendo auxilio, siguió el rastro a todo galope en su caballo. Cada vez se escuchaban más cercanos, hasta que interceptó de dónde venían. Se apeó del caballo y aceleró el paso para llegar a ver mejor. Observó con cuidado la escena y vio desde arriba en la montaña, cómo una doncella forcejeaba entre los brazos de un sujeto mal vestido y desaliñado, mientras otro se acercaba a ella. Sin pensarlo dos veces, William alzó su arco y sacó una flecha. Apuntó y... le dio al acosador en la espalda. Éste cayó derribado al suelo y aprovechó la confusión general para montarse de nuevo en su caballo y bajar a rescatar a la joven mujer.

Ella se había desmayado en cuanto se vio libre de peligro; él la había tomado en brazos y, al no saber dónde vivía, decidió llevarla a su mansión. En el trayecto a casa, Payne no pudo evitar admirar la belleza que tenía entre sus brazos, ella tenía rostro joven y un cuerpo esbelto y delicado, pero fuerte. La desconocida logró capturar su atención en menos tiempo de lo que cualquier mujer lo había hecho.

Una vez en la residencia, dio instrucciones a todo el servicio de estar bajo las órdenes de su invitada y solicitó a una de las doncellas que se encargaran de cuidarla y atenderla hasta que recobrara la salud. Le dio las llaves de la habitación que tenía reservada para su hija Jane y le pidió a la doncella que cuando despertara su huésped, le ayudara a ponerse el vestido de su preferencia.

Por lo general, Payne no comía mucho, por lo que la actividad en la cocina era relativamente poca. Pero ese día mandó a toda la servidumbre que se afanaran en preparar un manjar, quería sorprender a la joven con lo mejor de lo mejor.

—Debo reiterarle mi agradecimiento, señor; soy consciente que de no ser por vuestra pronta actuación, ahora mismo mi padre estaría llorando sobre mi lápida, pero aún no deseo desposarme con nadie y no creo que sea capaz de haceros un hombre dichoso si me desposáis. No obstante, estoy agradecida con usted a tal nivel, que estoy dispuesta a formar parte de la servidumbre para pagar la deuda que tengo con vos durante el tiempo que sea necesario.

Payne, que estaba pensando en que la oferta que había hecho a Gracia era algo que no podía rechazarse, se sorprendió sobremanera al escuchar las palabras de aquella joven mujer. ¿Acaso había perdido el juicio? ¿Cómo era posible que se negara así nada más, sin ni siquiera pensarlo?

Se giró sobre sus talones para darle la espalda a Gracia.

Por primera vez se había enfrentado a una mujer que le inspiraba respeto y no supo qué hacer.

Meditó bien lo que iba a decirle y permaneció en silencio unos segundos que a Gracia le parecieron una eternidad.

—¿Señor...? —Comenzó a decir Gracia.

—¿Puedo saber cuál es vuestro motivo para no desear desposarme?

—Señor, vos sois una buena persona, pero no deseo separarme de mi padre aún. Él depende de mí en algunos aspectos y si yo me desposo, él se quedaría sin mi ayuda y no quiero eso.

—Vuestro padre podría venir a vivir aquí, si ese es vuestro deseo.

Gracia pensó en su padre y supo que definitivamente tanto él como ella estarían mejor viviendo en esa casa, donde no les faltaría nada, pero no le parecía una decisión completamente honesta, sentía que desposar a ese hombre sería prácticamente como venderse al mejor postor y eso le repugnaba. Además, para ser honesta con ella misma, no creía que pudiera llegar a ser feliz con ese hombre, que no parecía ver la vida de la misma forma que ella.

—Deseo hablar con mi padre antes de tomar una decisión. Después de todo, necesito su bendición.

Sir Payne dio una calada a su pipa y asintió.

—Estoy de acuerdo. Mañana a primera hora, os llevaré en el carruaje a vuestra casa.

Gracia hizo una torpe reverencia y dio las gracias. Se giró sobre sus talones y salió a toda prisa para contarle todo a Ana.


N/A: *Maravedíes: Moneda de poco valor utilizada en España del Siglo XVI.


¡Feliz San Valentín! ♥️💙♥️

🌀Espero que este día lo estén pasando agradablemente al lado de sus amigos y/o parejas, que sean muy, muy felices no sólo hoy sino siempre. Yo no estoy acompañada el día de hoy, pero estoy redactando esta Nota de autor felizmente y planeando ver películas cursis con un chocolate caliente (o quizás un té) y galletas.

🙈🙏🏻💙Gracias, gracias, gracias por seguir leyendo, ustedes me dan ánimo para continuar escribiendo y no sólo eso, sino para sentir que al menos le ilumino el día a alguno de ustedes...😭♥️

🌀🤔¿Qué piensan de Gracia? ¿Luce más o menos como lo esperaban, o mejor? ¡Cuéntenme! Me encanta saber sus opiniones.

🌀¿Cuál es el personaje que les gustaría que su apariencia fuera revelada según mi criterio? ¡Ustedes sólo pidan y se les concederá! 😉

🌀♥️Quiero dedicar este capítulo a mi hermano Renán, que ni de broma va a leer mi historia🌚, pero a quien quiero mucho y quien me estaba enseñando a conducir en transmisión manual hoy... Hermano, si llegas a ver esto, quiero que sepas que fue aterrador, pero lo pasé muy bien 😉😘

🌀Recuerda que si te gustó el capítulo puedes votar por él dando clic en la estrellita ⭐️😉

🌀¡Sin más qué decir, los amo y nos vemos el próximo jueves!


—RosalinaG.⭐️♥️

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