Ángeles de hielo

By sonocaos

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Pero en realidad, todo fue de peor en peor. Ya no confiaba en nadie ni nada. Todo lo que había creído era fa... More

PRIMERA PARTE. ÁNGELES DE HIELO.
Preludio.
1.1 Mudanzas.
1.2 Mudanzas.
1.3 Mudanzas.
2.1 Una nueva vida.
2.2 Una nueva vida.
3.1 La madriguera del lobo.
3.2 La madriguera del lobo.
4.1 Un lugar no tan secreto.
4.2 Un lugar no tan secreto.
5.1 Mírame y miénteme.
5.2 Mírame y miénteme.
6.1 La verdad y nada más que la verdad.
6.2 La verdad y nada más que la verdad.
7.1 Tocar fondo.
7.2 Tocar fondo.
8.1 Última vida.
8.2 Nueva vida.
9.1 Reiniciación.
9.2 Reiniciación.
10.1 Tercera planta.
10.2 Tercera planta.
11.1 Sus ojos.
12.1 ¿Concurso de talentos?
12.2 ¿Concurso de talentos?
13.1 Una noche en la feria del terror.
13.2 Una noche en la feria del terror.
14.1 Vida en riesgo.
14.2 Vida en riesgo.
15.1 Alas de hielo.
15.2 Alas de hielo.
16.1 Tic-tac boom.
16.2 Tic-tac boom.
16.3 Tic-tac boom.
17.1 Hasta los ángeles se equivocan.
17.2 Hasta los ángeles se equivocan.
18.1 El gran concurso.
18.2 El gran concurso.
19.1 La ciudad de los ángeles perdidos.
19.2 La ciudad de los ángeles perdidos.
20.1 Cuatro alas más.
20.2 Cuatro alas más.
21.1 Corriendo bajo la lluvia.
21.2 Corriendo bajo la lluvia.
22.1 El viaje de nuestras vidas.
22.2 El viaje de nuestras vidas.
23.1 Pide un deseo.
23.2 Pide un deseo.
24.1 No es un sueño.
24.2 No es un sueño.
24.3 No es un sueño.
25.1 Confesiones y despedidas.
25.2 Confesiones y despedidas.
25.3 Confesiones y despedidas.
26. El principio del final.
27. La gloria no es eterna
SEGUNDA PARTE. FUEGO.
Preludio.
28.1 Rata de biblioteca.
28.2 Rata de biblioteca.
29.1 En llamas.
29.2 En llamas.
30.1 Viviendo con el enemigo.
30.2 Viviendo con el enemigo.
30.3 Viviendo con el enemigo.
31.1 Los ángeles de hielo hieren.
31.2 Los ángeles de hielo hieren.
31.3 Los ángeles de hielo hieren.
32.1. Di hasta luego a las buenas intenciones.
32.2 Di hasta luego a las buenas intenciones.
32.3 Di hasta luego a las buenas intenciones
33.1 Respuestas
33.2 Respuestas
34.1 Magia versus ciencia
¡AVISO! Esto no es un nuevo capítulo.
35. Purgatorio
36. Llamar a los muertos
37. De cazadores y salvadores

11.2 Sus ojos.

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By sonocaos

Caminé entre una multitud apestosa de adolescentes e ignorando las chicas que empezaban con su coqueteo diario, en busca de Roxy. La encontré ofuscada, intentando abrir el candado de su taquilla.

—Hola. —Saludé con la mano.

—Maldito candado —susurró para sí, antes de corresponder al saludo—. Hola —respondió sin levantar la vista del candado. Estaba claro que quería evitar el contacto con mi mirada.

—Me preguntaba si podrías ayudarme —comencé a decir, con las manos metidas en los bolsillos de los vaqueros—. Hoy es el cumpleaños de Alban y todos los años solíamos hacerle una tarta. —Me apoyé contra la hilera de taquillas, sin quitarle el ojo de encima—. Nunca lo aceptará, pero sé que le encantan —dije sonriendo—. Bueno, el caso, es que creo que le gustará mucho el hecho de que la hagamos juntos —hice una breve pausa—. ¿Me ayudarás? —pregunté poniendo cara de cachorro abandonado.

—Sí, sí, lo que tú quieras. —Le dio un golpe a la taquilla, enfadada—. Pero ahora tengo problemas mayores que pensar en tartas. No sé si me entiendes bien, espero que sí —gruñó, asestándole un segundo golpe a la taquilla.

Si seguía golpeando así la taquilla, acabaría abriéndola sin necesidad de quitarle el candado de encima. Negué con la cabeza repetidas veces hasta que consideré que sería adecuado echarle una mano. La aparté de delante del candado y le pedí la combinación. Esta, me la dio a regañadientes, al mismo tiempo que se cruzaba de brazos, me miraba enfurruñada y decía que no sería capaz de abrirlo. Me reí, estaba convencido de que sí sería capaz de abrirlo. Gran error. Maldita sea mi insolencia, había hecho el ridículo. Ahora, el que estaba asestándole golpes a la fea taquilla roja, era yo. Unas harmoniosas carcajadas comenzaron a sonar junto a mí. Giré la cabeza hacia ella, que se sujetaba el abdomen con una mano y con la otra, se tapaba la boca para evitar seguir riéndose. Le dediqué una mirada hostil, lo que provocó que se riera con más fuerza. Le asesté varios golpes por lo que al fin, se abrió.

—Gracias, eres mi salvador. —Se limpió lágrimas que comenzaban a rodar por sus mejillas y cogió un libro del interior—. Creo que debería irme ya, no quiero que la de matemáticas me prolongue más de lo necesario el castigo.

Dicho esto, comenzó a sonrojarse, sin duda, se le había pasado por la cabeza lo que había pasado, bueno, lo que casi había pasado en la prolongación de su castigo. Yo hice lo propio, evoqué cada segundo de aquel día, cada centímetro de su rostro.

Su cuerpo se comenzó a contonear entre la apabullante multitud. Antes de que desapareciera de mi vista, la llamé. No podía esperar más, tenía que hablar con ella, quizás si se lo decía, ella me haría ver que todo lo que pensaba sobre ella era una estupidez y que se debía al efecto que me había causado verla después de tanto tiempo.

—¿Sí? —Se giró de una manera torpe y arrugó la frente, esperando a que hablara.

Me acerqué a ella, a grandes zancadas, sin estar seguro del todo de lo que iba a hacer a continuación.

—Roxy… —Venga, dile lo que piensas—. Esto… —¡Vamos cobarde, habla! —. Quería decirte que… Creo que… —¡Dile lo que sientes de una vez! —… no hay harina. —Imbécil.

Me escrutó con la mirada durante unos segundos muy incómodos, intentando comprender por qué había dado tantos rodeos para soltar aquello. Parpadeó varias veces, todavía algo aturdida.

—Está bien. —Rodó los ojos—. Ya la compraré antes de irme a casa, no te preocupes. —Y dicho esto, se marchó.

Por si no lo he dicho ya: soy idiota.

Saqué todos los cacharros necesarios para hacer la tarta. Me regañé a mí mismo por haberle mentido. Nunca le hicimos ninguna tarta por su cumpleaños, de hecho, Alban odiaba celebrar sus cumpleaños con todo su ser. Además, ni siquiera era su cumpleaños.

Todos los años solíamos hacerle una tarta. Creo que le gustará mucho el hecho de que la hagamos juntos. ¿Una tarta? ¿En serio? ¿No me podía haber inventado otra cosa como que le gustaba hacer paracaidismo o algo por el estilo? No era capaz de hacer unos huevos fritos sin que se quemasen o le plantara fuego a la sartén, y mucho menos tenía idea de cómo hacer una tarta.

Lo peor de todo es que Alban se había negado rotundamente a seguirme la corriente.

—No voy a fingir delante de Roxy, mucho menos fingir que es mi cumpleaños —negó, mirándome con la seriedad impropia en él.

—¿Pero por qué no? Seguro que se lo pasa muy bien —repliqué nervioso. Comencé a golpetear el suelo con el pie derecho.

Presentía que él sabía que no lo quería hacer sólo para que Roxy lo pasara muy bien. Presentía que él sabía tan bien como yo que tenía planes ocultos.

—¡Devian! ¡Ya está bien! ¡No voy a mentirle a Roxy! —vociferó—. ¿Qué pasará cuando recupere todos sus recuerdos? ¡Creerá que somos unos malditos embusteros! ¿No crees que ya lo ha pasado suficiente mal como que por encima le mintamos? —Me señaló con el dedo—. Chaval, vas a salir del embrollo en el que te has metido tú solito.

Abrí la boca para protestar pero me detuvo alzando una mano en el aire. La seriedad que había habitado en su rostro hasta el momento, dio paso a una amplia sonrisa, en la que mostraba su perfecta hilera de dientes.

—Te estás volviendo loco por Roxy. —Hice ademán de contradecir sus palabras, pero me volvió a callar—. No intentes negármelo, he visto como la miras cada vez que estás cerca de ella. —Su rostro se ensombreció—. Sé lo que significa. Yo miraba a Jocelyn de la misma manera.

A día de hoy, seguía acordándose de Jocelyn, todos los días a todas horas. Una vez, lo había visto, tumbado en la cama, con la vista fija en alguna parte del techo, con los ojos empañados y con una foto entre las manos. En esa foto se veían a él, unos veinte años más joven y a una chica pelirroja con unos ojos muy enigmáticos, supuse que debía ser ella. No solía hablar mucho de ella; no le gustaba evocar el pasado.

Había estado enamorado de ella hasta que lo traicionó.

Tamicé una taza de harina echándola en un bol más grande, mientras Roxy montaba las claras, con energía. Cada movimiento que realizaba, deseaba que me acordase de la receta que había buscado en internet la noche anterior, si no, estaba muerto. De todos modos no tenía ni idea de qué le diría cuando descubriese que no era el cumpleaños de Alban y que la había engañado como una ilusa.

—¿Me puedes pasar la sal? —preguntó Roxy, inesperadamente.

¿Había sido cosa mía o había reprimido una carcajada?

Cogí la sal del armario que tenía encima de la cabeza, me acerqué a ella y se la tendí. Antes de que me diese cuenta, me había estampado una mano llena de harina en la sudadera azul marino.

No, la carcajada no había sido cosa mía.

La miré pasmado, con la boca abierta. Apreté los labios, que se convirtieron en una delgada línea. Ella me miró con temor, sabía que la cosa no quedaría así. Le lancé a la cara la harina que había estado tamizando. De entre el montón de harina, que ahora era su cara, aparecieron sus ojos iracundos. Echó un soplido y un montón de harina salió disparada hacia el suelo.

—¿Con qué esas tenemos señor Reeds? —Se quitó la harina a manotazos.

Agarró con la mano derecha el bol con las claras que todavía no se habían montado del todo y no sé pensó dos veces echármelo todo por la cabeza. Ag, que mal olía aquello. Sonrió victoriosa, pero aquello sólo acababa de comenzar. Le volví a lanzar harina, esta vez en su jersey. Negó con la cabeza, más seria de lo habitual. Agarró un bote de nata, apretó y salió disparada hacia mi sudadera. Intenté quitárselo de las manos más de una vez. Era inútil, parecía que sus manos se habían quedado pegadas al bote. De este, comenzó a salir solo aire. Al fin se le había acabado la nata. Dirigí la vista hacia mi sudadera: había un manchurrón gigante de nata montada justo en el medio, donde se suponía que estaba el logotipo de la marca de esta. Sonreí con maldad: la venganza se acercaba.

—Roxy. —Estiré la sudadera cogiéndola por los extremos—. Dame un abrazo —exigí.

Tras mirar varias veces para la mancha gigante de nata, la sonrisa se desvaneció de su rostro. Asió el rodillo de amasar la masa con rectitud.

—Si te acercas un paso más, esto es lo que te espera —advirtió señalando el rodillo.

Me acerqué a ella, sin importarme ni lo más mínimo la amenaza que había soltado. Echó a correr hacia el exterior de la cocina como una posesa. La perseguí escaleras abajo, hacia la sala de entrenamientos. Cuando se aproximó a la verja que separaba la sala de entrenamientos con el resto de la casa, la zarandeó para que se abriese, pero esta se negó. Mi venganza cada vez estaba más próxima. Cuando aceptó que no sería capaz de abrir la verja, se giró hacia mí para hablarme:

—Por favor, no te acerques más —suplicó.

—Ahora ya no eres tan fanfarrona sin tu rodillo —me reí.

A propósito, ¿dónde había ido a parar el rodillo?

Me aproximé, mientras se hacía un ovillo en el suelo para auto-protegerse de lo que se avecinaba. Le hice cosquillas hasta que se puso en una posición en la que pude agarrarla de los brazos para levantarla. La levanté aunque me costó su trabajo, ya que no paraba de hacer fuerza hacia abajo. Se cruzó de brazos. Antes de que pudiese huir o tirarse en el suelo de nuevo, la rodeé con mis brazos y apreté mi cuerpo contra el suyo. Chilló mi nombre a pleno pulmón y empezó a dar golpes con los pies en el suelo hasta que encontró uno de mis pies y me pisó lo que hizo que se librara de mis brazos. Antes de que me girase, ya había desaparecido de mi vista.

Me acerqué a la cocina. Estaba arrojando las cosas en el fregadero.

—¿Qué haces? —pregunté al mismo tiempo que la ayudaba a recoger y limpiar.

—Recoger esto para que lo laves —afirmó con rectitud.

—¿Qué? ¿Por qué? —pregunté incrédulo—. ¿Qué pasa con la tarta?

Roxy se lavó las manos y salió a paso lento de la cocina.

—Déjalo ya.

—¿El qué?

—Deja de mentirme, sé toda la verdad. —Cogió una profunda bocanada de aire—. Sé que no es el cumpleaños de Alban. Sé que nunca le hicimos tartas. Sé que odia celebrar los cumpleaños— apuró a decir—. ¿Por qué me has mentido? ¿Por qué no me has dicho la verdad? —preguntó con el rostro surcado por una pequeña marca de rencor.

Supe que en ese mismo instante sería capaz de decirle la verdad. Me envalentoné y escupí todo lo que tenía guardado:

—Porque creo que me estoy enamorando de ti.

Pero ella ya no estaba. Se había marchado sin escuchar mi respuesta.

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