Tomb Raider: El Legado

By Meldelen

2.1K 124 63

Anna, hija de Lara Croft y Kurtis Trent, ha manifestado de forma inesperada el legado de los Lux Veritatis po... More

Capítulo 1: Lady Croft
Capítulo 3: Fractura
Capítulo 4: Silencio
Capítulo 5: Don
Capítulo 6: Pulso
Capítulo 7: Asesino
Capítulo 8: Huesos
Capítulo 9: Juguemos
Capítulo 10: Promesa
Capítulo 11: Barbara
Capítulo 12: Elegida
Capítulo 13: Destino
Capítulo 14: Retorno
Capítulo 15: Vísperas
Capítulo 16: Estallido
Capítulo 17: Ratas
Capítulo 18: Dolor
Capítulo 19: Belladona
Capítulo 20: Dreamcatcher
Capítulo 21: Demonio
Capítulo 22: Annus Horribilis
Capítulo 23: Frágil
Capítulo 24: Verdad
Capítulo 25: Rabia
Capítulo 26: Monstruo
Capítulo 27: Votos
Capítulo 28: Otra vez
Capítulo 29: Foto

Capítulo 2: Hogar

127 6 0
By Meldelen

Puede que hubiesen pasado casi dieciséis años desde la primera vez que había estado allí, pero el apartamento de Selma Al-Jazira seguía siendo un desastre. Lara tropezó inesperadamente con un grueso libro que vete a saber por qué estaba en el suelo, y al tambalearse, golpeó con la cadera una frágil mesa y volcó un vaso de zumo que estaba junto a un montón de papeles, derramándose éste sobre las hojas. La exploradora británica cazó a tiempo el vaso antes de que rodara hacia el suelo y, tras mirar a su alrededor, lo tiró en una papelera cercana y lo cubrió con restos de papeles arrugados. Luego simplemente tapó todo el estropicio con unos cuantos libros y papeles de más.

- Te he visto, nena. - murmuró Zip sin apartar la mirada de la pantalla, frente a su nuevo servidor en un extremo del estudio.

- Lo que Selma no sepa no le hará daño. - replicó Lara, observando de reojo el lento goteo del líquido pegajoso que empezaba a escurrirse por debajo de la pila de papeles.

- Claro, claro. - Zip sacudió la cabeza - Pero en cuanto la princesa levante ese legajo y lo descubra, le voy a decir que ha sido tu trasero huesudo el que la ha liado.

Lara soltó un suspiro.

- La amistad ya no es lo que era.

- Eh, que una cosa es ser hermanos y otra muy distinta ser primos. - El hacker finalmente apartó la vista de la pantalla y giró en la silla para mirarla - Hostia, qué mala pinta tienes. - Lara tenía el rostro, cuello y brazos surcados de cortes. - Hay que ver lo que corta esa mierda de bambú, ¿eh? - Zip sonrió, descubriendo su blanca dentadura.

- No me lo recuerdes. - gruñó Lara.

- Menos mal que el menda lerenda te sacó de allí. - Zip se desperezó en la silla, y al ver que Lara levantaba una ceja, dijo - Venga, nena. Te conseguí el pasaporte en tiempo récord. Soy el puto amo, dímelo.

- Gracias por el pasaporte, pero tú no me sacaste de allí. - una sonrisa traviesa bailaba en los labios de la exploradora.

- Sí bueno, mientras Super-Kurt viva el resto de los tíos estaremos a la cola. - Zip suspiró - Y hablando de superhéroes, ¿dónde está el monstruito?

- El monstruito está con su abuela en Inglaterra. - Lara miró de nuevo el zumo que ya chorreaba por la pata de la mesa - Ha empezado el curso escolar.

Zip soltó un silbido.

- Joder, pobre cría. Seguro que a estas alturas la vieja ya la tiene vestidita con lacitos y encajes y sentada en una mesa tomando el té y masticando pastitas.

Lara torció la boca.

- Creo que prefiero hablar de la jaula de bambú.

En ese momento se oyó el tintineo de unas llaves en la puerta y una mujer pequeña y morena entró en el ya atiborrado apartamento cargando una pila de libros y papeles. Al ver a Lara, sus ojos - grandes, negros y tan dulces como expresivos - se abrieron de par en par y, soltando un estridente chillido, arrojó lo que llevaba en brazos a un lado - contenido que se sumó al ya existente desastre cubriendo muebles y suelo - y se lanzó hacia Lara con los brazos abiertos, tropezando con más libros y mesas durante el trayecto.

- ¡¡Lara!! - gritó Selma Al-Jazira, arqueóloga y profesora de Historia Antigua y Mitología Hebrea de la Universidad de Estambul, colgándose del cuello de una incómoda exploradora británica - ¡Qué ganas tenía de verte! Sufrí horriblemente al saber lo de Sri Lanka. Dios mío, ¿estás bien? - le palpó los cortes de la cara y el cuello - Estás hecha una pena... ¿qué te hicieron? Cabrones...

- Selma, para. - jadeó Lara, retorciéndose para liberarse de su abrazo.

La arqueóloga la soltó, pero sólo para estamparle un par de besos babosos en cada mejilla, que ella aceptó resignada.

- ¡No sabía que ibas a llegar tan pronto! - la turca miró nerviosa a su alrededor - Si no, hubiera ordenado un poco esto...

- ¡Ja! - se burló Zip, poniendo los ojos en blanco. - Primero habría que encontrar el suelo.

- Ya podrías hacer algo, señorito. - gruñó ella, mirándole de reojo - Que yo sepa, ahora éste es tu apartamento también.

- Princesa, bastante tengo con encontrar mis cachivaches en medio de este...

Se calló al descubrir que Selma se había quedado mirando, boquiabierta y con los ojos desorbitados, un reguero de zumo pegajoso chorreando desde debajo de una pila de papeles, por las patas de una mesa, hasta el suelo.

- ¿¿¿¿Pero qué...????? - chilló de nuevo, indignada, y agarrando el legajo con la punta de los dedos, lo levantó para revelar una masa apelmazada de papel blando y tinta corrida.

Lara abrió la boca...

- ¡¡ZIP!! - estalló Selma, furiosa.

... y la volvió a cerrar.

- ¿!¡YO!? - gritó el aludido, ultrajado - ¡Pero...!

- ¿Qué vas a decir, ¿eh? - Selma sacudió, furiosa, la masa de papeles pegajosos en su mano - ¿Me vas a decir que esta cochinada la ha hecho Lara, ¿no? ¿¿Es eso lo que me vas a decir??

Desde su posición a espaldas de Selma, la exploradora británica se pasó distraídamente la punta del dedo índice por la garganta, mientras exhibía una encantadora, pero rígida sonrisa. Zip cazó la alusión al vuelo.

- ¡... ahora mismo vas a fregar tú todo esto! - estaba diciendo la arqueóloga turca, indignada, mientras se abría paso torpemente por el abarrotado apartamento - ¿Qué te parecería si yo tirara zumo sobre tus teclados, eh? ¿¿¡¡¡EHH!!!??

Apenas desapareció por la puerta de la cocina, la silla del hacker se giró lentamente hacia Lara.

- Te debo una. - sonrió ella.

- Me debes un portátil nuevo.

- ¿No te compraste uno el año pasado?

- Ése es para backups. Quiero el último grito. No pasa nada, cariño, ya me lo busco yo. Pero tú aflojas la pasta. Y te aviso que va a ser caro.

La exploradora británica se encogió de hombros.

Selma apareció de nuevo llevando una fregona y un cubo, que arrojó en el regazo de Zip.

- ¡Andando! - gritó, poniendo los brazos en jarra - ¡Levanta ese culo de ahí y a limpiar!

(...)

Mientras Zip limpiaba el estropicio causado por Lara con una cara más alegre de lo habitual, Selma escuchaba horrorizada las noticias que le acababan de llegar de Sri Lanka.

- ¿Todo el complejo de templos? - musitó, aturdida.

- Todo. - Lara sorbió levemente el café que la turca le había servido y arrugó la nariz. - ¿Cómo puedes beberte esto?

- No puedo creer que lo hayan volado todo. Hijos de...- masculló la arqueóloga, ignorando a su compañera. - Me alegro de que salierais de allí a tiempo. ¿Cómo está Anna?

- Está bien. Casi no recuerda nada.

- Lo de ese hospital... lo recordará. Mucho tiempo. - Selma le dio vueltas tristemente a la taza. - Y pobre Kurtis, le disteis un buen susto. No se lo merecía.

Lara sonrió veladamente. Algunas cosas nunca cambiaban, como el hecho de que Selma tuviera más instinto maternal que ella misma.

- Me has hecho venir, Selma, porque querías decirme algo muy importante y tenía que ser aquí. - dijo, mirando de reojo, divertida, a Zip, que andaba a cuatro patas recogiendo papeles pegajosos - ¿De qué se trata?

- Ahora se va a cagar la perra. - comentó el hacker distraídamente, escurriendo el trapo en el cubo.

Selma enrojeció de golpe.

- Verás, Lara...

- Oh, oh. - la exploradora británica levantó una ceja - ¿Qué has hecho, chica mala? ¿Copiar la tesis de un colega? ¿Sabotear los resultados de una prueba C14? ¿Se te cayó al suelo una crátera del siglo IV?

Oyó un crujido cerca. Zip había desenterrado un casco de excavador debajo de una pila de libros y se lo estaba ajustando cuidadosamente.

- Oh, no me hagáis caso. - comentó distraído - Sólo me estoy protegiendo para cuando Croft explote.

Lara frunció el ceño.

- ¿De qué va todo esto?

Selma inspiró profundamente.

- La última vez que hice esto te enfadaste bastante, Lara, pero no podía dejar pasar la ocasión de... Zip, ¿qué estás haciendo?

El hacker estaba amontonando una pila de libros ordenadamente, levantando un muro entre él y las dos mujeres, sentadas en el sofá.

- Protegiéndome, princesa. - acabó de colocar los dos últimos libros y desapareció detrás la muralla. - Hala, suelta la bomba ya. Si no sobrevivo, recuerda que me debes diez pavos de la cena de ayer.

Lara puso los ojos en blanco otra vez.

- Ya está bien. ¿Me vas a decir de una vez qué está pasando aquí?

Selma inspiró de nuevo y empezó a retorcerse las manos en el regazo, un gesto de nerviosismo e inseguridad muy propio de ella.

- ¿Recuerdas, Lara, las excavaciones de Capadocia? Mis campañas de juventud. La ciudad de Tenebra...

La exploradora británica levantó una ceja.

- ¿Qué has hecho, Selma? No habrás vuelto a bajar a ese sitio, ¿verdad?

Un denso silencio acompañó la pregunta. Lara inclinó el rostro y se llevó la mano a la frente.

- Entiéndelo, Lara. Creía que podía dejar aquello atrás... pero no puedo. Es el proyecto de mi vida. Nadie ha tenido al alcance lo que yo he tenido. No podía...

- ¿Has bajado a Tenebra? ¿Tú sola?

- N-no. Bueno, sí. - Selma intentó ignorar el exasperado suspiro de Lara. - Llevo... llevo años haciéndolo.

- ¿¡QUÉ?!

Zip se encogió tras la pila de libros y masculló:

- ¡Allá vamos!

Lara se había quedado rígida, mirando fijamente a Selma, que sonrió con aire culpable y se encogió de hombros.

- Una tiene que comer...

- ¿Y qué has comido, Selma Al-Jazira? ¿Mantícora a la brasa? - Lara dejó bruscamente la taza sobre la mesa - ¿Me estás tomando el pelo? ¿Llevas años excavando de nuevo en Tenebra y no me habías dicho nada? ¿¡Otra vez!?

- Sabía que te enfadarías, por eso no te dije nada.

- ¡Y tú! -estalló Lara, girándose hacia la muralla de libros - Tú también te enteras ahora, ¿no?

- Buuuh, ¿eso es todo lo que vas a hacer? - respondió la vocecilla del hacker - Me decepcionas, Croft. Venga, pórtate mal como tú sabes.

Selma carraspeó.

- No hay mantícoras allá abajo. No hay nada, Lara. He estado... mi equipo y yo, quiero decir. Hemos estado despejando y limpiando, abriendo de nuevo el camino. No queda ningún desafío para ti allí abajo. Ésa es otra de las razones por las que no te he dicho nada.

- ¿Y por qué me lo dices ahora? - Lara seguía evidentemente fastidiada - ¿Qué ha cambiado?

Selma se relamió los labios, pensativa.

- Necesito que me ayudes a convencer a Kurtis.

Lara arqueó las cejas.

- ¿A Kurtis? ¿Para qué? - y entonces le cambió la cara. - Oh.

La arqueóloga turca asintió.

- Nos ha costado meses... pero ya los tenemos. Marie prendió fuego a todo... pero los huesos llevaban tanto tiempo allí... no ardieron, sólo se oscurecieron. Los tenemos a todos... identificados, reunidos. También Konstantin Heissturm, por supuesto.

Zip se había asomado y ahora se apoyaba en la fila superior de libros, mirando en silencio la escena. Lara había inclinado la cabeza, pensativa.

- Y eso no es todo. - Selma se había armado de valor. - He estado trabajando conjuntamente con Jean Yves.

La exploradora británica alzó la vista, pasmada.

- ¿Jean? Pero si no hay quien lo saque de Egipto...

- Es que no lo he sacado de allí. Él ha estado excavando con su equipo en...

- ... Al-Fayum. - completó Lara, suspirando. Se echó hacia atrás, dejándose caer contra el respaldo del sofá. - La tumba de Loanna.

Selma asintió.

- No podrá pasar a menos que un Lux Veritatis le abra paso. - razonó la exploradora británica. - Los centinelas guardan muy bien el lugar. Y ya no responderán ante Kurtis. Ha perdido el Don...

Y entonces enmudeció. Anna.

- Lo de Al-Fayum es una lástima. - estaba diciendo Selma, ajena a su silencio. - Loanna merece ese reconocimiento. Pero podemos hacerlo en el caso de Tenebra...

- Espera, espera. - Lara alzó una mano - ¿De qué estás hablando? ¿Qué reconocimiento?

Selma sonrió. Ahora ya estaba tranquila.

- He trabajado todo este tiempo en un nuevo libro. Pienso contar todo lo relacionado con los Nephili, el Alquimista Oscuro y los Lux Veritatis. Rendir tributo a su sacrificio. Rendir tributo al sacrificio de la Amazona. Nuestro mundo ha sido un poco más seguro gracias a ellos. Es el trabajo de mi vida, Lara. Durante siglos, lucharon y murieron en la sombra. Pero ahora el mundo lo sabrá.

La exploradora británica se había quedado mirándola en silencio, con una expresión imperturbable.

- Kurtis nunca lo aprobará.

- Por eso te pido ayuda, Lara.

- ¿Y por qué yo? Ve tú misma y pídeselo. Aunque no puedo predecir cómo reaccionará, y mucho menos después de saber que llevas años haciendo esto a sus... a nuestras espaldas.

Selma se mordió el labio inferior.

- No le tengo miedo, si es lo que te preguntas. Cuidé de él durante casi un mes...

- Aun así, no te dará permiso, Selma. Jean también quería acceder a la tumba de Loanna, y no hubo manera de convencerlo. Los centinelas de la fortaleza hicieron el resto. Nadie entró allí.

- Insisto, Lara: por eso te pido ayuda. A ti te escuchará.

La exploradora se echó a reír.

- Sí, claro. No le conoces. Cuando se trata de su pasado...

- ¿No crees que le gustaría que se hiciera justicia?

- Ya se ha hecho justicia, Selma. Estamos vivos, y ellos - hizo un gesto despectivo con la mano, no dejando dudas sobre a quién se refería - están muertos.

- Pero el mundo no lo sabe.

- ¿Y eso qué me importa a mí? ¿Y qué le puede importar a él?

- Sangró por ellos. Murió por ellos. Y por ti, Lara.

- Selma, parece mentira que no lo sepas. Él odia los Lux Veritatis, casi tanto como odiaba a la Cábala. Le torturaron. Le adiestraron contra su voluntad. - soltando un suspiro, Lara se levantó, dando por terminada la discusión. - Y la verdad, no creo que ponerle delante una caja con los huesos de su padre vaya a mejorar su humor.

Se dio la vuelta para localizar su mochila, pero entonces Selma dijo:

- ¿Y Marie?

Lara se quedó paralizada. Luego se volvió a mirarla. La arqueóloga turca la miraba solemnemente, sus grandes ojos oscuros fijos en ella. Zip había desaparecido de nuevo tras la muralla de libros y se le oía trastear con los papeles mojados.

- ¿No crees que tiene derecho a enterrar a su marido, después de tantos años? - Selma sonrió, confiadamente - Si él no me escucha, ella lo hará.

(...)

Lady Croft cumplió su amenaza. Se presentó al día siguiente de la expulsión de Anna con una lista de las chicas que habían golpeado a su nieta. Lista que llevaba en la boca, no escrita, porque hubiese sido rebajar su dignidad aparecer con un papelucho en mano, como si fuera una burócrata. Por suerte, y pese a su edad, tenía buena memoria.

Por desgracia, no logró nada con ello. Se requerían pruebas para acusar a otras alumnas y nadie estaba por hacer el papel de chivato. Pero no se rindió. Tras ello, Lady Angeline sugirió buscar a las alumnas que apareciesen particularmente magulladas, pues Anna se había defendido de la golpiza, y con ganas. Nuevamente quedó decepcionada. No se iba a sacar a las alumnas de sus clases para hacer una caza de brujas.

La anciana dama abandonó el despacho de la directora sintiéndose frustrada y humillada. Naturalmente, sabía que todo terminaría si avisaba a su hija. Cuando Lara Croft pisara el umbral de su despacho, aquella idiota se desmayaría del susto. La exploradora pondría todo en su sitio y no le hacía falta alzar la voz para que allí todos se echaran a temblar. Y vendría. No movería ni un solo dedo por ayudarla a ella, su madre. Pero por Anna, vendría.

- Detente un momento, por favor. - susurró al chófer que la llevaba de vuelta a Surrey. El Rolls Royce aparcó en un lado del camino y Lady Croft descendió para deambular por el borde del campo, pensativa. La hierba se volvía dorada al sol de la tarde.

Llamar a Lara sería admitir su fracaso. Demasiado humillante. A aquellas alturas, lady Angeline no se hacía ilusiones: su hija la odiaba. La odiaría siempre. Sólo faltaba admitir ante ella que era incapaz de quedarse con su nieta sin que pasaran desastres. Aunque difícilmente se la hubiese podido culpar de aquello, sólo sabía que cuando estaba con su otra abuela - aquella india de la tribu no sé qué - esas cosas no pasaban.

Era la alta sociedad británica. La maldita alta sociedad británica. Y su gentuza.

- Nos equivocamos, Henshingly. - susurró al profundo silencio, dirigiéndose a un marido que no estaba allí. - Nos equivocamos.

(...)

Tac.

Anna levantó la vista. Algo acababa de golpear la ventana del salón. Se quedó mirando fijamente el cristal. Nada. Quizá había sido un pájaro.

Bajó la vista y se concentró de nuevo en sus deberes. Maldita las ganas que tenía de hacerlos, pero su abuela volvería pronto y seguramente de mal humor. No le apetecía nada pelearse por unos estúpidos deberes. Los haría y entonces podría salir un rato.

Tac.

Otra vez.

La niña se levantó y se acercó a la ventana. Y entonces la vio, agazapada cerca del seto, moviendo la mano. Todavía iba vestida de uniforme.

Anna abrió la ventana.

- ¿Qué haces aquí? - le dijo - ¿Te has escapado?

- He venido en autobús. - su compañera rió con su voz cantarina - ¡Y no me he perdido!

Se llamaba Catherine, aunque ella prefería que la llamaran Kat, y quizá hasta le hubieran hecho caso, si se hubiera atrevido a decírselo a alguien. Pero sólo Anna lo sabía, y por lo tanto era la única que la llamaba así.

Kat era hija de lady Kipling, y por tanto de las escasas ladies que no disfrutaban hablando a espaldas de lady Croft. Quizá por eso, desde hacía unos años era la única amiga que Anna tenía. Pequeña, pálida, rubia y de ojos verdes, Kat hubiese podido considerarse bonita si no anduviera siempre encorvada y con la mirada huidiza hundida en el suelo. A las profesoras, siempre crueles, les gustaba decir que seguramente andaba buscando su autoestima.

Recordaba a Anna desde casi el primer momento en que había llegado al colegio: ni alta ni baja, tirando a flacucha, el cabello castaño recogido en una sempiterna coleta, las pecas sobre la nariz, el baile de San Vito metido en el cuerpo. Ni guapa ni fea, se hubiese podido decir, y entonces te miraba con aquellos ojos azules, tan poderosos, tan expresivos.

- ¿Sabes quién es su madre? - oyó comentar a una de las compañeras - ¡Lara Croft!

Lara Croft. Lara Croft. Lara Croft. ¿Quién era Lara Croft? Cuando aquella tarde Kat le preguntó a su madre, ella se limitó a sonreír con cortesía y a decir:

- Claro, cariño, la famosa exploradora. ¿Nunca has oído hablar de ella? Visita lugares antiguos y trae cosas muy valiosas.

Sí, claro que había oído hablar de ella. ¿Aquella niña era hija de Lara Croft? ¡Qué pasada! Kat se moría de ganas de hablar con ella.

Por desgracia, si apenas se atrevía a pedir que le cambiaran el almuerzo cuando en el comedor del colegio se equivocaban con los alérgenos, muchos menos se iba a atrever a acercarse a ella. Anna Croft sólo se codearía con las mejores, las más populares. Estaba claro.

Resultó que no estaba nada claro. Desde el primer momento, las niñas más populares la ignoraron y se apartaron de ella. Kat no lo entendía. Puede que Anna no fuese una belleza como Clarice Rochford, pero era simpática, vivaz, alegre. Sólo con verla Kat se entretenía. No acababa de entender qué problema podía haber con ella.

Hasta que un día oyó hablar sobre su madre. Cosas que lady Kipling no había mencionado.

- Esa Lara Croft es una guarra. - a Kat se le pusieron los pelos de punta al oír aquella palabra - Dicen que es una lady, pero no está casada. Y hace cosas de hombre.

- Sus padres la echaron de casa. Por marimacho.

- Un marimacho, eso sí. Y se acuesta con muchos hombres.

- A saber de dónde ha salido ésa.

Risas.

Sin darse cuenta, a partir de aquel día Kat empezó a acercarse a Anna lentamente. Hasta que Anna se dio cuenta de su presencia, y la dejó acercarse.

Se hicieron amigas sin pensarlo ni hablarlo.

(...)

- ¿No decía tu madre que no sabrías ni coger el autobús? - se burló Anna, divertida, viendo a Kat sacarse ramitas de los rizos rubios. Al parecer, había entrado a través del seto.

- ¡Pues ya ves! ¡Sí que sé! - Kat terminó de alisarse la falda, y miró de nuevo hacia arriba. - ¿Vas a bajar o qué?

- No puedo. Mi abuela ha salido. Tengo que terminar este asco de deberes. ¿Por qué no entras tú?

- Me da miedo esta casa por dentro.

Anna echó la cabeza atrás y se echó a reír. Kat se revolvió, incómoda.

- ¿Es verdad que hay un dinosaurio ahí dentro?

- Sólo la cabeza. Era tan grande que mi madre no se lo pudo traer entero de Perú.

- ¡Mentira!

- Que me muera si miento.

Se quedaron mirándose en silencio durante unos instantes.

- ¿Ves? Sigo viva. Ahora entra, te enseño el dinosaurio.

- Que te he dicho que me da miedo.

- Está bien. - Anna puso los ojos en blanco - Ahora bajo.

Y empezó a sacar una pierna por la ventana.

- ¡¡Vas a bajar por ahí!! - chilló Kat, asustada.

- Pues claro que sí, tonta. Por aquí es más rápido.

Lady Kipling hija observó boquiabierta cómo lady Croft nieta descendía hábilmente aferrándose a la tubería que bajaba al lado de la ventana. La pieza crujió un par de veces bajo su peso, pero finalmente Anna aterrizó ágilmente en el suelo sin mayor problema.

- ¿Te duele? - preguntó Kat, compungida, refiriéndose a su ojo morado.

- ¡Bah!

Empezaron a caminar por el sendero de gravilla. Kat miró de reojo las enormes plataformas de madera alzándose sobre el patio.

- ¿Qué es esto?

- Una pista americana. Mi madre la usa para entrenar.

- ¿Entrenar qué?

- Correr, saltar, nadar... si pierde forma un día una cuchilla o una piedra la pillarán. Tiene que estar en forma.

- ¿No te da miedo?

- ¿El qué?

- Que un día tu madre no vuelva.

Anna se paró y frunció el ceño.

- ¿Para qué carajo has venido? ¿Para asustarme?

Kat miró a su alrededor, asustada, como siempre hacía cuando su amiga soltaba un taco.

- Por favor, no hables así.

- Entonces deja de rayarme. Ya tengo bastante lío en la cabeza como para que encima vengas tú...

- Vale, vale lo siento. Perdóname.

- Perdonada.

Siguieron caminando en silencio. Al final Kat dijo:

- Siento lo de la paliza. Ojalá hubiese podido hacer algo...

- ¿Qué ibas a hacer tú contra esas cinco pedorras? No me hagas reír.

Tras mirar de nuevo a su alrededor, lady Kipling hija añadió:

- Fui yo la que avisé a la directora.

- Y de ahí fui a parar a su despacho. Vaya, gracias.

- ¡Te estaban dando una tunda!

- Bueno, lo de darme una tunda es relativo. Ellas también se llevaron lo suyo.

- ¿No te dan miedo?

Anna soltó una carcajada.

- ¿Y la expulsión? ¿Qué dirá tu madre?

- Lo que mi madre no sepa no le hará daño. No quiero que se entere de que la andan llamando puta por ahí. ¡Oh venga Kat! - estalló - ¡No hay nadie oyéndonos, deja de mirar a todos los lados!

- No deberías decir tacos, Anna. No es propio de una lady.

La mirada de Anna se oscureció.

- Yo no soy una lady. Yo nunca seré una lady. Odio a las ladies. No te ofendas. - se apartó un mechón de pelo de la frente, y entonces destapó la cicatriz cárdena de la frente.

Kat se la quedó mirando.

- ¿Cuándo me contarás lo que te pasó en Sri Lanka?

- Pero si ya lo hice. Llegamos, encontramos la lágrima de Brahma, luego se lió parda y salimos por patas de allí. C'est fini.

- Sí claro, y eso te lo hiciste cayéndote de un árbol, claro. - Kat puso los ojos en blanco y Anna se rió. La dulce niña estaba muy graciosa haciendo aquello. - ¿Cuándo vas a confiar en mí y a contármelo todo?

Anna frunció el ceño.

- Te dan miedo los autobuses, las casas grandes y las cabezas de dinosaurio muerto. Si te lo cuento todo no creo que vayas a dormir en mucho tiempo.

- ¡Oh, venga Anna, por favor!

- No puedes contárselo a nadie.

- ¿Y a quién se lo voy a contar? - Kat se rió amargamente. Anna era su única amiga. - Venga, porfa, porfa porfa. No diré nada.

Lady Croft nieta soltó un largo suspiro.

- Vale. Pero vamos a nuestro sitio. - y tomándola de la mano, la llevó hacia la entrada principal de la casa, hacia el laberinto, en cuyo centro se vertían confidencias que luego no salían jamás de allí.

(...)

El problema de haberse emborrachado tantas veces en su juventud, y particularmente cuando había estado en la Legión, era haber desarrollado una extrema tolerancia al alcohol. Así que básicamente, vaciar en pocos tragos aquella botella de Jack Daniels no logró el efecto deseado.

Arrojando a un lado la botella vacía, Kurtis se repantigó junto a la cerca del ganado y dejó caer la cabeza sobre los travesaños de madera. Oía los balidos y el fuerte olor de las ovejas - un sonido y un olor familiares, entre los cuales había crecido - e incluso llegó a notar el roce suave de la lana cuando una pasó cerca de él, pero no se movió.

No, estaba tardando demasiado en hacerle efecto. La ola ardiente a través del cuerpo, el cosquilleo en las extremidades, y esto era todo. Necesitaba desvanecerse. Aunque fuera por un rato.

A través de su oído levemente embotado captó una serie de pasos que se acercaban a él. Alzó la vista y distinguió al hombre maduro, fornido, vestido de montero y protegiéndose del sol con un sombrero de ala ancha, mirándole críticamente.

- Hashkeh Naabah. - murmuró - Has venido por fin.

Kurtis alzó la mano vacilante e hizo un saludo torpe en dirección al hombre Navajo.

- Shilah. - contestó, arrastrando lentamente la última vocal.

El hombre soltó un profundo suspiro y miró la botella vacía a los pies del ex legionario.

- Así que ya lo sabes. - murmuró. Su rostro de piel oscura se tiñó de compasión. - ¿Alguna cosa que pueda hacer para ayudarte?

- ¿Traes alguna botella contigo?

El Navajo frunció el ceño.

- No deberías envenenarte con estas porquerías. Bastante daño ha hecho ya a nuestro pueblo, Hashkeh.

Shilah nunca llamaba a Kurtis por su nombre. En lugar de eso, le llamaba Hashkeh Naabah, un doble vocablo navajo que venía a significar "guerrero enfadado" y que, irónicamente, sentaba bastante bien al aludido. Claro que el nombre se lo había puesto cuando era un niño y Marie lo había presentado a sus amigos y familiares.

- Es un bilagáana, un blanco. No es de los nuestros. - había indicado el chamán, censurando aquella piel blanca y aquellos ojos azules.

Y entonces el niño había fruncido el ceño y le había atravesado con la mirada. La expresión fue, al mismo tiempo, tan graciosa y sorprendente, que de pronto todos los reunidos habían reído a carcajadas.

- ¡Ha entendido diné bizaad! - murmuró el anciano, sorprendido.

- ¡Claro que la entiende! - protesto Marie, ofendida. - ¡Es mi hijo! Le hablo en la lengua diné desde que nació.

Y Shilah, que entonces era poco más que un muchacho, se había reído:

- ¡Mirad qué enfadado está! - el niño seguía frunciendo el ceño, sin pronunciar palabra - ¡Éste va a dar guerra!

Y lo llamaron Hashkeh Naabah, Guerrero Enfadado, hasta tal punto de que pocos se molestaban en pronunciar su verdadero nombre.

A Kurtis le daba igual, y más estando ligeramente borracho.

- Si no tienes otra botella entonces lárgate con viento fresco. - masculló, malhumorado.

- Bueno, resulta que eres tú el que está apoyado contra la puerta del cercado. He venido a sacar un rato las ovejas de tu madre.

Kurtis no se movió un ápice. Se quedó mirándolo fijamente, los ojos enrojecidos.

- ¿Cuánto hacía que lo sabíais?

Shilah suspiró. Luego se acuclilló junto a él y se quitó el sombrero.

- La primavera pasada. - empezó a doblar y desdoblar el sombrero en su mano, incómodo - La encontramos tirada en el camino, inconsciente. La llevamos inmediatamente al hospital y le hicieron todo tipo de pruebas. La verdad saltó casi de inmediato: cáncer de huesos. Lo siento, Hashkeh. Queríamos avisarte de inmediato, pero ella nos lo prohibió.

- Claro, ella os lo prohibió. - masculló Kurtis sarcásticamente, mirando de reojo la botella vacía, como si esperara que se llenara de nuevo. - Gracias, un poco más y me entero cuando me toque enterrarla.

- Tendrías que haber visto cómo se puso porque la llevamos al hospital. - dijo Shilah, eludiendo el reproche. - Si alguien puede convencerla de que se trate, eres tú.

El ex legionario negó lentamente con la cabeza.

- No irá a ninguna parte, no seguirá ningún tratamiento. En cualquier caso, ya es tarde.

El pastor navajo inclinó la cabeza. Durante un momento, sólo se oyeron los suaves balidos de las ovejas en el cercado.

- ¿Cuánto tiempo? - se preguntó Shilah.

Kurtis se encogió de hombros.

- Semanas, meses... quién sabe.

Colocándose de nuevo el sombrero sobre la cabeza, el pastor navajo se incorporó.

- Deberías traer a tu hija. Para que la vea... que esté con ella mientras pueda. Aunque aquí siempre tendrá un lugar, entre nosotros. Somos su pueblo... y el tuyo, también, Hashkeh. Siempre tendréis un hogar aquí.

El otro sonrió con amargura, la mirada perdida.

Lara es mi hogar. Anna es mi hogar. Dondequiera que ellas estén, ése es mi hogar.

Pero no lo dijo en voz alta.

- Vamos. - suspiró Shiloh, tendiéndole la mano - Levántate. ¿Dónde está tu mujer? Debería estar aquí, contigo.

- No es mi mujer. - y evitó pensar en la fuerte discusión que habían tenido, en las duras palabras que se habían lanzado el uno al otro.

Cobarde. Sí, era un cobarde. ¿Por qué tenía tanto miedo? Era absurdo. Su madre se estaba muriendo, y ni siquiera era eso lo que más le torturaba.

- Pues tu compañera, o lo que sea. Mira que sois raros los blancos. Tenéis hijos con mujeres con las que no os casáis. Y luego no sabéis qué nombre ponerles.

- ¿Ahora soy blanco?

Shiloh sonrió, mostrando una fila de dientes amarillentos por haber mascado tabaco durante años.

- Sólo en parte, Hashkeh. Sólo en parte.

(...)

Clarice Rochford terminó de guardar sus libros en la taquilla y atravesó tranquilamente el silencioso pasillo, hasta salir al jardín del instituto. La mayoría de las alumnas se habían marchado ya, pero ella, como siempre, había empleado un rato más en preguntar un montón de cosas más relacionadas con la última lección. Era buena estudiante, era popular y desde luego, le gustaba aprovechar cada oportunidad disponible para mantener las buenas relaciones con las profesoras.

Anduvo al trote, silbando alegremente, mientras atravesaba los setos floreados. Seguro que el chófer ya estaría cansado de esperarla en la entrada del centro. Era nuevo y poco acostumbrado al comportamiento de la nobleza. Bueno, que se acostumbrara.

De pronto, Clarice oyó un rumor de hojas tras ella. Antes de que pudiera girarse, unos brazos largos y flacuchos la rodearon y tiraron de ella hacia atrás. Un estridente chillido quedó ahogado por la mano que súbitamente le tapó la boca. Sin saber cómo, acabó arrastrada bajo un seto y tirada contra el suelo, húmedo de tierra fresca.

Una figura se cernió sobre ella. Incluso al sol de la tarde vio destellar unas tijeras metálicas en las manos de su agresor. Unas tijeras sospechosamente parecidas a las que se usaban en clase de costura.

Tenía que ser una pesadilla. Allí estaba Anna Croft a horcajadas sobre ella, con aquella cara de loca, la cara sucia de tierra y el pelo revuelto lleno de hojas, apretándole la boca con la mano y moviendo las tijeras cerca de su cara.

- Como grites, - la amenazó, con los dientes apretados - te rajo la cara.

Clarice la miró horrorizada, y entonces asintió lentamente. Anna retiró la mano, pero sólo para moverla hacia su larga y hermosa trenza dorada, y empezar a enrollarla en su mano.

- Me estás ensuciando el pelo. - protestó con una vocecilla asustada.

- El pelo se lava, tonta del bote. - masculló Anna - ¿Y sabes qué hace el pelo también? Crece de nuevo cuando lo cortas.

Y entonces abrió las tijeras y las acercó a la maraña de pelo dorado. Clarice soltó un grito. Al instante Anna le tiró del pelo con fuerza, retorciéndole la cabeza y le acercó las tijeras a la cara:

- ¡Qué te tengo dicho, idiota!

A la pequeña lady le saltaron las lágrimas.

- Por favor... por favor, no me cortes el pelo...

- ¿Por qué no? Creo que necesitas una lección. Te gusta ir por ahí insultando a mi madre. A lo mejor cuando te quedes calva se te pasan las ganas de insultarla.

Clarice empezó a sollozar incoherentemente. Anna puso los ojos en blanco.

- Tú... tú... estás expulsada...

- ¿Sí, verdad? - Anna le obsequió con una sonrisa torcida - Estoy expulsada, en mi casa, lejos de aquí, vigilada por mi abuela. ¿Quién te creerá cuando les digas que Anna Croft te ha dejado pelada como el culo de una mona?

- Por favor, por favor...

- Vaya, ahora no eres tan valiente. Menuda llorica estás hecha. - la niña soltó un largo suspiro - Esto no está siendo tan divertido como esperaba.

- ¡Por favor! ¡Prometo que no volveré a insultar a tu madre!

Anna se encogió de hombros.

- El insulto ya ha sido lanzado. Es demasiado tarde, idiota.

Clarice pensaba a toda velocidad.

- ¡Yo no fui! Yo... ¡lo oí decir a otras! ¡A personas mayores!

- ¿Y a mí qué me importan ellas? Me importas tú y tu asquerosa boca, con la que vas diciendo mentiras por ahí.

- Por favor... déjame... no diré nunca nada más... no me volveré a meter contigo.

- ¿Ni con mis padres?

- Ni con tus padres. ¡Lo prometo!

- Tampoco te meterás con Kat. Catherine. - se apresuró a corregir, recordando que nadie la llamaba así.

- ¿Catherine? ¿Qué pinta Cath...? - Anna empezó a cerrar las tijeras sobre su cabello atrapado - ¡Vale, vale, con Kat tampoco! - saltó, aterrada.

Soltó un suspiro de alivio cuando Anna la dejó ir y se levantó. Se llevó la mano al cuero cabelludo, dolorida, y miró desolada su bonito uniforme manchado de barro.

- Eres un demonio. - le espetó, atrevida.

- Qué sabes tú de demonios. - Anna blandió de nuevo las tijeras en su cara - Y como se te ocurra contarle a alguien esto, vuelvo y acabo la faena.

Sin mirar atrás, salió del seto. A los pocos metros, dejó caer las tijeras en una de las papeleras. Y entonces echó a correr.

Aún le quedaba media hora antes de que su abuela regresara a casa y notara su ausencia. Corrió y corrió, ahogada por sus propias carcajadas, hasta alcanzar las verdes colinas de Surrey.

Nunca se había sentido tan bien.

Continue Reading

You'll Also Like

845K 125K 101
Toda su vida fue visto de menos y tratado mal por las personas que decían ser su familia, estaba cansado de que todas las noches llorara por aunque s...
72.2K 3.8K 51
Juanjo Bona y Martin Urrutia se conocen en el casting de Operación Triunfo, ¿Dónde les llevará la experiencia?// Historia de los agapornis, lo mas fi...
390K 25.8K 97
Todas las personas se cansan. Junior lo sabía y aun así continuó lastimando a quien estaba seguro que era el amor de su vida.
511K 52.2K 131
La verdad esta idea es pervertida al comienzo, pero si le ves más a fondo en vastante tierno más que perverso. nop, no hay Lemon, ecchi obviamente, p...