Te encontré llorando nuevamente, cubriendo tu rostro con tus manos en un inútil intento de ocultar tus lágrimas.
Me haz dicho que han vuelto a burlarse de ti, diciendo que eres feo y gordo.
¿Qué clase de imbéciles se atrevían a siquiera pensar eso?
Me senté a tu lado y abracé tus hombros, atrayendote a mi pecho. No pusiste resistencia, tu fuerza se había fugado junto con las lágrimas que se negaban a parar.
—¿Cómo puedes creerles? Sabes que eres hermoso.— Negaste mientras intentabas apartarte, enojado.
—¡No soy hermoso! Ellos tienen razón... Mira mi panza, mi piel, mis lentes ¡Soy horrible!— negué y volví a abrazarte. Te dejabas hacer sin poner mucha resistencia.
Estabas demasiado cansado.
—Eres perfecto.— susurré, acariciando tu cabello. Haría que esos malditos te pidieran perdón.
Iban a estar jodidamente arrepentidos.