Serendipity

By raquellu47

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Sustantivo, \ser-uh n-dip-i-tee\: hallazgo afortunado e inesperado que se produce de manera accidental o casu... More

PARTE 2
PARTE 3
INTERLUDIO
PARTE 4
EPÍLOGO

PARTE 1

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By raquellu47

N/A: Lo prometido es deuda. ¡Feliz año y a leer!

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Sustantivo, \ser-uh n-dip-i-tee\

: hallazgo afortunado e inesperado que se produce de manera accidental o casual cuando se está buscando otra cosa distinta.

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PARTE 1: I ASK MYSELF WHAT AM I DOING HERE?

No sabes qué haces aquí.

Solo has necesitado cinco segundos para saber que no quieres estar aquí, así que... ¿por qué demonios sigues aquí?

Alguien te da un codazo en las costillas y te recuerda exactamente el porqué. Te giras para lanzarle una mirada furibunda a tu mejor amigo, quien tuvo la desfachatez de aparecer en la puerta de tu casa a las diez y media de la noche, obligarte a quitarte tus cómodos pantalones de chándal para embutirte en una camisa negra demasiado escotada para tu ánimo, unos tacones demasiado altos para lo que es realmente seguro debida tu torpeza natural, y arrastrarte a una fiesta llena de gente que no has visto antes jamás en tu vida.

Como si tú fueras la mejor cuando se trata de interacciones sociales.

Te podría importar menos que sea fin de año. Qué más da. Fin de año es para la gente con familias enormes y súper unidas, o para los que tienen pareja. Y resulta que tú no encajas ni en una categoría ni en la otra. Pero, maldita tu suerte, fuiste a buscarte a un mejor amigo que te extorsiona para que le acompañes a una fiesta y le veas tratar de ligar con una rubia que, quizá sea simpática, pero ha torcido el gesto cuando te ha visto llegar con Jesse, y quizá solo sean celos, pero te ha mirado de arriba abajo y ha puesto la misma cara que tú pones cuando vas a tirar la basura y apesta; así que has decidido odiarla.

- Tía, no te mataría ser un poco más amable – reprocha Jesse, apañándoselas para hacer pasar las palabras entre sus dientes apretados en una sonrisa tan repelente que te dan ganas de borrársela de la cara de un manotazo.

- ¿Yo tengo que ser más amable? ¿Y qué pasa con ella? – tu voz es apenas un gruñido, y ladeas la cabeza hacia la derecha donde, más allá, está la rubia charlando con sus amigos.

- Aubrey es... Ella ha organizado todo esto y se lo toma muy en serio. Es mi culpa, en verdad, se me olvidó por completo decirle que iba a venir con alguien – el joven se encoge de hombros –. Solo está descolocada.

Una risa seca y sarcástica escapa de lo más profundo de tu garganta.

- Eso tiene nombre, Jesse. Se llama...

- Te juro que como digas TOC, acampo en el salón de tu casa y te obligo a ver películas hasta que tirarte por la ventana te parezca más atractivo – te corta él, y en sus ojos marrones puedes ver que va muy en serio.

Y vale, no estás de humor. De verdad que no. Pero respiras hondo por la nariz y lo expulsas lentamente por la boca, haciendo un esfuerzo consciente por empujar el mal humor lejos de ti. Porque, en el fondo, Jesse no tiene la culpa de nada.

Esbozas una sonrisa tan dulce que puede causar diabetes a cualquiera que la vea, y en seguida notas cómo los hombros de Jesse se relajan.

-Voy a necesitar mucho alcohol – anuncias.

Tu mejor amigo ríe y sacude la cabeza, pero no te frena cuando le dices que ya sabe dónde encontrarte y le das permiso para que vaya a mezclarse con la gente de la fiesta, es decir, con cierta rubia en concreto.

Te escurres entre personas que no son más que desconocidos para ti, y que no tienes intención alguna de convertir en conocidos, en tu camino a la cocina donde asumes que estarán las bebidas.

No te equivocas, y pronto puedes sentir el reconfortante ardor del vodka bajando por tu garganta. Extiende calor hasta las puntas de tus dedos y asientes porque así puede que no acabes usando uno de los cuchillos que hay en la cocina en ti misma.

Recostada contra la isla, te dedicas a observar a los demás invitados. Te ríes sin ningún tipo de filtro cuando una chica recula hasta la zona del salón que está llena de globos metálicos pegados al techo, y se asusta cuando las cuerdas plateadas y doradas colgando en el aire a la altura de los hombros rozan su espalda y cabeza.

(Tú tampoco te diste cuenta de que había globos en el aire, demasiado entretenida como para alzar la vista de la pantalla de tu móvil hasta que la rubia – Aubrey – vino a daros la bienvenida; pero no estás dispuesta a admitir que tú también sufriste un pequeño infarto internamente al sentir algo deslizarse por tus hombros nada más entrar en la casa.)

Desvías tu atención hacia una pareja recién llegada que está pegada a la nevera, justo en el límite imaginario que separa la cocina abierta del salón. El chico parece enfadado, pero no tanto como la chica, que está que casi echa humo por las orejas y tiene los brazos firmemente cruzados en el pecho.

En cuanto ves que el chico no deja de lanzar miradas nerviosas hacia el salón, entiendes sin problemas lo que está pasando: estás siendo testigo de la reunión de dos amantes en una fiesta en la que la novia de él también está presente.

Le das un trago a tu bebida mientras observas con velada diversión cómo el chico intenta excusar su comportamiento frente a una amante que ya está hasta las narices; y sabes cómo va acabar eso. Si el chico es lo suficientemente decente, será honesto con su novia y terminará esa relación – casi no puedes evitar ponerte los ojos en blanco a ti misma porque sabes que esa opción es la más remota de todas. Lo más probable es que la novia les termine pillando in fraganti, o que la amante se harte de andar a escondidas y amenace con desvelar todo, y entonces el chico la asesinará y borrará todas las pruebas para que no le pillen nunca.

¡Maldito Jesse!, maldices interiormente con una sacudida de cabeza. Sabías que no deberías haber visto esa peli de Scarlett Johansson, te emparanoias con facilidad.

Te cansas de tanto drama relativamente pronto, así que te adentras en el salón y te diriges en línea recta hacia la zona llena de globos, porque es el único sitio al que la masa de personas no se ha acercado. Sientes las cuerdas plateadas y doradas acariciar tus hombros descubiertos por los finos tirantes de tu camisa negra, y no puedes evitar que tu piel se erice ante el roce.

Sacas el móvil del bolsillo por primera vez desde que llegaste a esta horrible fiesta y te das una pequeña palmadita en la espalda para felicitarte por tu aguante. Esta media hora es un nuevo récord.

Vagas un poco por el menú principal, sin saber qué abrir. En otras circunstancias, habrías estado mandándole mensajes a Jesse con todas las distintas abreviaturas de "SOCORRO" que se te ocurrieran en ese momento, pero ahora tu mejor amigo está aquí contigo y no puedes recurrir a él para que te rescate.

Más que nada porque puedes verle en un lateral del salón, hablando con la rubia y consiguiendo hacerla reír. Wow, impresionante.

Haces una nota mental para darle una gran palmada en la espalda a Jesse porque eso que es digno de ser reconocido.

Pero también te cansas rápidamente de acechar a tu mejor amigo y sus – para tu sorpresa – efectivos intentos de ligar con la rubia, de modo que dejas que tus ojos recorran el salón sin un destino fijo. Y es ahí cuando te das cuenta de que parece que todo el mundo se está agrupando por parejas, igual que si estuvieran de vuelta en el colegio y el profesor acabara de anunciar que hay que hacer un trabajo conjunto.

Frunces el ceño, casi segura de que, en tu aburrimiento mortal, no has escuchado algún aviso importante. Buscas a Jesse, pero se lo ha tragado la masa de parejas y ni de coña estás dispuesta a adentrarte en ella.

Esperas sentada a que alguien dé señales de saber qué está pasando.

Cuando hacen acto de aparición las copas de champán, y se enciende la televisión en el otro extremo del salón, una bombillita hace click dentro de tu cabeza. Dejas escapar un gruñido exasperado y pones los ojos en blanco porque, por supuesto.

Son las once y media del 31 de diciembre de 2016.

Es fin de año.

Y la gente se está agrupando para besar a su media naranja, y se están preparando para brindar por el año nuevo que está por venir.

Ahora que no quieres estar aquí.

Has sido muchas cosas en tu vida, pero ni de coña vas a dejar que te añadan la etiqueta de "la pringada que no tenía a nadie que besar para celebrar los primeros segundos del 2017". O, peor incluso, "la pobre pringada que se convirtió en la víctima de los otros pringados que tampoco tenían pareja y estaban desesperados por encontrar una".

Ni. De. Coña.

Te muerdes las uñas, sin importar que las lleves pintadas de negro, e intentas hacerte lo más pequeña posible en tu esquina del salón. Casi deseas que los globos pierdan todo el helio y caigan sobre ti. Así estarías sepultada entre plástico metalizado y nadie se acercaría para tratar de sentirse un poco menos solo.

La piel está empezando a picarte por la tensión cuando, por fin, la mayoría de los invitados se giran hacia la televisión en el otro lado del salón. Frente a ti hay un mar de espaldas y la oportunidad perfecta para escapar sin que nadie se dé cuenta.

Dudas un segundo antes de levantarte y salir corriendo, pensando en Jesse. Pero entonces un chico sale de la masa de personas y en el hueco que se hace a su paso captas un destello de pelo rubio y la risa de tu mejor amigo.

Tu preocupación desaparece tan rápido que parece que nunca estuvo ahí. Jesse va a estar más que bien, lo más probable es que ni se dé cuenta de que te has ido hasta que la fiesta haya terminado. Y, si tiene suerte, quizá ni eso porque estará demasiado ocupado siendo arrastrado a una habitación por la rubia.

Decidida, doblas tu chupa de cuero sobre un brazo, te levantas con cautela y sigilo, tus ojos recorriendo la estancia de esquina a esquina constantemente para asegurarte de que nadie sea testigo de tu huida e intente pararte.

Consigues llegar a la puerta de entrada, pero, por ir despistada, tropiezas con un reno de adorno que tiene un cartel colgado al cuello en que da la bienvenida a los recién llegados. En tu intento por recuperar el equilibrio en esos tacones del demonio, agarras tres cuerdas de los globos que te quedan más cerca – sin pensar que eso no te va a servir de nada –, y agarras con fuerza el picaporte.

La chupa resbala por tu brazo hasta que solo la sujetas con el dedo meñique, pero no te detienes a cogerla bien. Consigues estabilizarte lo suficiente para incorporarte y revisar que nadie haya visto ese momento de torpeza.

Parece que la suerte está de tu lado.

Compruebas que no hay moros en la costa, abres la puerta de entrada y te escabulles por ella, llevándote contigo los tres globos porque tu mano izquierda todavía no es consciente de que ha pasado el peligro y puede relajarse.

Cuando cierras silenciosamente detrás de ti, te apoyas un segundo contra la madera para dejar escapar un suspiro de puro alivio.

Sintiéndote más ligera, estiras la espalda y recorres el corto pasillo hasta el ascensor. Presionas cincuenta veces el botón de bajar al ver que tarda una eternidad en llegar, porque tienes la sensación de que alguien va a abrir la puerta del apartamento en cualquier momento y te va a preguntar qué haces ahí parada cuando puedes estar dentro besando a su primo Ronald que trabaja como informático y vive en el sótano de la casa de sus padres con una chinchilla gorda como mascota.

Tu mente puede ser jodidamente imaginativa cuando quiere.

La sensación de urgencia no disminuye por más que te digas a ti misma que eso no va a pasar, que todo el mundo está demasiado ocupado mirando fijamente a las pantallas de sus televisores.

Cuando por fin el ascensor se abre con un plin, dejas escapar otro sentido suspiro de alivio y te apresuras a entrar. Das un brusco tirón a las cuerdas de los globos para que ellos también se cuelen en el interior del ascensor, y vuelves a presionar cincuenta veces el botón de la planta 0, y otras cincuenta veces el de "cerrar puertas".

Sientes la tensión crecer en tu pecho, como si tuvieras 50 kilos sobre tus pulmones y no pudieras llenarlos completamente de aire. Eres incapaz de librarte de esa sensación hasta que ves que las puertas del ascensor por fin empiezan a cerrarse con otro plin. Tus hombros se hunden y relajan, e incluso te permites esbozar una sonrisa torcida de triunfo porque, lo has logrado.

Has escapado. Has sobrevivido. Esta será una historia que podrás contarle a tus nietos. Y, por nietos, obviamente te refieres a los bebés de los gatos que adoptarás cuando tengas cuarenta años y sigas sola.

Puede decirse que tu única aspiración en la vida es convertirte en la señora de los gatos.

Pero, de momento, te contentas con salir de este edificio. Desvías tu mirada de las puertas en movimiento del ascensor para comprobar que es seguro soltar los globos, y dejas que floten la poca distancia que hay hasta el techo y se queden ahí pegados. Ahora que tienes las manos libres, alivias a tu dolorido meñique de soportar todo el peso de la chupa de cuero.

Acabas de meter un brazo por una manga cuando, por el rabillo del ojo ves un movimiento al otro lado de las puertas casi cerradas y, de repente, una mano se interpone entre ambas planchas metálicas. Se detienen con un chirrido y, para tu horror, vuelven abrirse.

Cualquier queja que estuvieras a punto de pensar, se desvanece de tu mente en cuanto ves quién está al otro lado. La chica más guapa que hayas visto nunca está esperando en el pasillo, sus ondas pelirrojas caen en sedosos mechones que ella se alborota al pasarse una mano por ellos para apartarlos de su cara. Unos ojos de un azul bebé que jamás habías visto fuera de fotos retocadas con algún filtro de Instagram o Snapchat, revolotean por el interior de ascensor. Se fijan en los globos pegados al techo y tienes ganas de que la tierra te trague cuando ves que los reconoce, lo que probablemente significa que viene de la misma fiesta que tú.

Su completa atención cae sobre ti, y pierdes todo el aire de tus pulmones igual que si te acabaran de dar una patada en el estómago, porque sus ojos son incluso más increíbles cuando te están mirando fijamente. Y porque están anegados en lágrimas. Y vas a estar encerrada entre cuatro paredes con una chica que está llorando. Y si eres mala en situaciones sociales normales, imagínate cuando hay lágrimas de por medio. Y...

Te cortas antes de empezar a hiperventilar y observas cómo la chica aparta la mirada de la tuya con rapidez, escondiendo su rostro al bajar la cabeza hacia el suelo, como si quisiera ocultar el hecho de que está llorando. Con la lengua atada, solo puedes observar cómo la chica entra contigo en el ascensor sin decir palabra alguna y se inclina frente a ti para presionar, en una rápida sucesión de tres veces, el botón del piso 0.

Se retira a su sitio, a tu derecha, y te llega una ráfaga de su perfume de vainilla que te intoxica y hace que la cabeza te dé vueltas. Por el rabillo del ojo, la analizas atentamente.

Su eyeliner está ligeramente corrido por haberse secado los ojos con prisas y sin cuidado alguno, y, aun así, sigue siendo jodidamente guapa. Lleva un vestido negro que se pega a su cuerpo como una segunda piel y no deja nada a la imaginación con un pronunciado escote del que te cuesta apartar la mirada una vez te fijas la primera vez. Está subida a unos tacones de la misma altura que los tuyos, pero te sigue sacando un par de centímetros.

La pelirroja resplandece bajo las pobres luces del ascensor, y te cuesta darte cuenta de que no es que sea un ángel caído del cielo que brilla por sí mismo, sino que tiene restos de purpurina en la ropa y la piel.

Adviertes que lleva una diadema con cuernos de reno doblada de cualquier forma para que entre en el bolsillo de su abrigo, el cual lleva colgado en el brazo. El iPhone que sujeta con fuerza en su mano izquierda – no puedes evitar fijarte en el anillo que lleva en el dedo pulgar – se ilumina y empieza a vibrar con una llamada entrante.

Tienes que contener una exclamación de sorpresa cuando ves la cara del mismo chico que discutía con su amante en la cocina saltar en la pantalla, sonriente, en una foto en la que la pelirroja también aparece dándole un beso en la mejilla. "Tom", seguido de un corazón, desaparece cuando la chica presiona el botón de silenciar y se sorbe la nariz mientras el torrente de lágrimas sigue cayendo por sus mejillas.

En lo que tarda el ascensor en volver a cerrar las puertas y empezar a bajar las siete plantas desde el ático hasta el 0, Tom lo intenta otras tres veces y consigue el mismo resultado: la chica ignora sus llamadas y deja que salte el contestador. Entonces, alguien distinto trata de contactar con la pelirroja. "Bree" con otro corazón, sonríe desde la pantalla iluminada, colgada del brazo de la chica, ambas vestidas con una especie de uniforme de azafatas. Reconoces fácilmente a la rubia, cuando decides que vas a odiar a alguien grabas su rostro en tu memoria para ocasiones futuras, y es la misma que te ha mirado con asco nada más llegar a la fiesta, la misma que Jesse está intentando llevarse a la cama.

Cuando incluso la rubia se va directa al contestador, empiezas a preguntarte si quizá deberías decir algo. Carraspeas, incómoda y dubitativa.

- Eeeeh... Um, ¿estás...? ¿estás bien?

¿Pero qué gilipollez es esa? ¡Claro que no está bien! ¡Salta a la vista! ¡Está llorando e ignorando las llamadas de sus amigos y...! ¿...Exnovio?

Esto es lo que pasa cuando tu boca decide hablar por sí misma sin siquiera consultar a tu cerebro. Oh Dios, ¿por qué se te tienen que dar tan mal estás cosas? ¿Ves? Por esto nunca sales de casa e intentas reducir tus interacciones sociales con desconocidos al mínimo. Resistes las ganas de abrir un boquete en el suelo que te trague para siempre, y cuando la chica gira la cabeza para mirarte y sus ojos llorosos se clavan en ti, vuelves a quedarte sin oxígeno en los pulmones.

- ¿Qué? – un tinte de incredulidad permea la voz de la pelirroja, y no es que puedas culparla porque menuda pregunta más estúpida, solo a ti se te ocurre...

- Decía que... Si estás bien – repites.

Sinceramente, no sabes qué esperas que conteste. No sabes qué prefieres que conteste. ¿Es mejor la cruda verdad, que empiece a contarte cómo lleva meses sospechando que su novio le estaba poniendo los cuernos porque siempre trabajaba hasta tarde y estaba distante? ¿O que te mienta, sonría, ignore sus propias lágrimas y te diga que todo va de maravilla y que ella nunca ha estado mejor?

La chica despega los labios para contestar al mismo tiempo que se seca una mejilla con el dorso de su mano, pero el ascensor da una brusca sacudida y se queda parado de golpe a medio camino entre el tercer y el segundo piso.

Compartes una mirada de absoluto pánico con la pelirroja, tus manos salen disparadas hacia las paredes en busca de confirmación de que no se va a empezar a caer a trozos con vosotras encerradas dentro. La chica vuelve a inclinarse frente a ti y aprieta el botón para el piso 0. Una, dos, tres y cuatro veces.

- No puede ser... – musita.

Al ver que sigue sin funcionar, empieza a presionar todos los botones cada vez con más desesperación. Puedes escuchar su respiración acelerada, así que te obligas a ser la que mantenga la calma de las dos y rezas para que no sea claustrofóbica porque entonces estáis jodidas.

- No creo que eso vaya a funcionar – sientes la necesidad de comentar después de dos minutos observándola volverse loca con los botones.

No puedes evitar dar un ligero respingo cuando la chica gira la cabeza bruscamente para lanzarte una mirada venenosa. Sin embargo, no te dejas intimidar por ella, aunque sea la cosa más sexy y a la vez amenazadora que hayas visto en tu vida.

- Ya lo sé – contesta ella, secante.

Y, vale, hasta ahora has tratado de ser comprensiva y simpática, pero el cansancio del día te está empezando a pasar factura y estás hasta las narices de todo, y lo último que necesitas es quedarte encerrada en el ascensor con una chica que está claramente con el corazón recién roto.

- ¿Entonces para qué sigues haciéndolo?

La pelirroja deja caer su mano del panel numérico y se gira de forma que todo su cuerpo te está encarando. Tu mirada se desvía brevemente, recorriéndola de arriba abajo para comprobar que de verdad está tan buena como te pareció en un primer momento. Quizá hasta más. Cuando vuestros ojos se encuentran de nuevo, no te molestas en ocultar el brillo apreciativo que sabes que va a poder ver en ellos.

- ¿Para qué? – de nuevo, suena incrédula.

Deja escapar una risita que roza en lo histérico, se seca las mejillas hasta que todo rastro de sus anteriores lágrimas desaparece de su hermoso rostro y sacude la cabeza, pasándose ambas manos por sus sienes y enganchándolas en su pelo. Mentirías si dijeras que no te asusta la posibilidad de que vaya a sufrir un colapso mental aquí y ahora.

- ¿Para qué? – repite –. Porque prefiero hacer eso antes que quedarme ahí parada. Porque acabo de descubrir que mi novio me ha estado poniendo los cuernos con una amiga durante más de un maldito año.

Azul bebé se va oscureciendo con su rabia, y tragas saliva, pensando que quizá has desatado algo que te va a resultar imposible contener sin recibir algún que otro mordisco en el intento. La pelirroja se gira otra vez hacia el panel de botones y aprieta uno distinto con cada palabra que escupe de su boca.

- ¿Qué clase de monstruo hace eso, eh? Podría haber esperado a mañana, pero no, el muy cabrón hizo que le pillara hoy entre todos los días. Ahora no solo tengo que soportar la humillación de que media fiesta se haya enterado de que soy una maldita cornuda, sino que me ha arruinado mi noche favorita del año.

Cada golpe en los botones te hace dar un brinco, y hay tanta fuerza tras ellos que te está doliendo ya hasta a ti. Pero ni de coña te interpones. Sabes que esto es lo que necesita, tiene que sacarlo todo fuera y desahogarse o si no será como agitar una botella de champán con el corcho puesto. Llegará un momento en el que la presión será tanta que el tapón no podrá soportarlo y saldrá disparado. No vas a ser la tonta que intente ponerle un tapón a la pelirroja, porque tú mejor que nadie sabes lo necesario que es, a veces, expulsarlo todo.

Además, valoras tu vida. Es probable que, si intentas frenarla, puedas perder tu mano en el camino. O tu cabeza. Y, gracias, pero va a ser que no.

Así que dejas que la chica siga con su diatriba, eventualmente desconectas y su dulce voz se convierte en un runrún constante de fondo que te ayuda a pensar en soluciones para que os saquen de allí. Hasta que algo que dice la pelirroja capta tu atención.

- ...faltaba es quedarme encerrada en el ascensor con una desconocida que ha robado globos de mi fiesta en la maldita noche de fin de año. Que no es algo que se vaya a volver a repetir. Nunca voy a poder despedir el 2016 otra vez, no voy a besar a nadie cuando el reloj toque las doce y la bola haya bajado del todo. Y...

No puedes contener la risa que se escapa de lo más profundo de tu pecho, haciendo vibrar tus cuerdas vocales con tanta intensidad que resulta hasta doloroso. La chica te fulmina con la mirada, pero eso solo hace que te entre más risa y tienes que luchar duro contigo misma para calmarte.

- Lo siento, pero... Dios, ¿de verdad lo que más te preocupa es quedarte sin beso? – preguntas entre carcajadas silenciosas que hacen que se sacudan tus hombros y espalda.

- ¡Entre otras cosas, ! – exclama ella –. Aunque tampoco espero que lo entiendas.

La risa muere en tu garganta de golpe y alzas una ceja, repentinamente sintiéndote a la defensiva.

- ¿Qué pretendes insinuar con eso? – inquieres.

- Bueno, está claro que te has escabullido aprovechando que todo el mundo estaba distraído, y por tu cara cuando he entrado en el ascensor, se notaba que tenías mucha prisa por estar lo más lejos posible de aquí... Así que – estira un dedo con cada idea expuesta –, o bien tienes que irte corriendo a otro sitio más importante, o huyes de alguien que está todavía en la fiesta, o, y me da que es la opción verdadera, estás desesperada por estar sola.

Vaya, impresionante. Ni siquiera ha necesitado interrogarte para ser capaz de leerte igual que si fueras un libro abierto.

- ¿Para qué has venido?

Su pregunta es tan brusca que te pilla completamente desprevenida. Todavía estás un poco descolocada porque te haya calado con tanta facilidad, sinceramente, no creías que se hubiera fijado en ti hasta que abriste la bocaza.

Durante unos segundos, solo eres capaz de parpadear y de tu boca escapa una exclamación de desconcierto.

- ¿Qué?

La pelirroja te inmoviliza con su mirada y, descubres, para tu sorpresa, que no hay ni un solo rastro de juzgamiento en ese azul turquesa. Lo único que encuentras es pura e inadulterada curiosidad.

- ¿Para qué te has molestado en arreglarte – hace un gesto vago con la mano para señalar tu camisa y tacones –, para una fiesta a la que tienes cero ganas de asistir?

- Um...

Has de admitirlo, te ha dejado descolocada. No esperabas esto para nada.

Te paras a pensar tu respuesta seriamente, el ceño fruncido en concentración, y durante todo el rato puedes sentir sus intensos ojos observándote fijamente.

- Digamos que no quería decepcionar a alguien – dices al fin.

Ves que la chica está positivamente impresionada por la forma en que sus cejas se arquean y asiente de manera casi imperceptible. Tienes que admitir que hasta te has sorprendido a ti misma con tu franqueza, nunca eres tan abierta con completos desconocidos.

Te gusta rodearte de un halo de misterio y que cada respuesta tuya cree cincuenta preguntas más.

- Pues me alegro que al final decidieras a venir – dice con una sonrisa amable que no ayuda a que te creas sus palabras. Ese es un agradecimiento ensayado para repetirlo cual loro cuando todos los invitados por fin se fueran de su piso. Sus ojos azul bebé se desvían momentáneamente a los globos pegados al techo metálico del ascensor –. Aunque hayas robado mis globos – apunta, por si no te habías enterado la primera vez.

Ignoras la pulla en favor de sacar tu móvil del bolsillo trasero de tus pantalones. Por el rabillo del ojo ves cómo la pelirroja se cruza de brazos frente a ti y observa, expectante. Las comisuras de sus labios están ligeramente curvadas, casi como si estuviera luchando contra ello.

Un juramento musitado escapa de entre tus dientes cuando ves el pequeño triángulo vacío en la parte superior de la pantalla.

- Joder, no tengo cobertura – te quejas. Estás a punto de pedirle a ella que mire en su móvil, pero te paras de golpe cuando ves su expresión de velada diversión –. ¿Qué?

- Nadie tiene cobertura a partir del quinto piso – explica ella.

- Ah, genial. De puta madre – asientes con aspecto calmado mientras que tu voz desprende sarcasmo.

La pelirroja sonríe, ignorando tu notable enfado con la situación en la que os encontráis. Deja su abrigo hecho un guiñapo en una esquina del ascensor y se recuesta frente a ti contra las puertas cerradas. Su postura relajada te molesta, aunque no sabes bien por qué, y no puedes evitar fruncir el ceño.

- Te sugiero que te pongas cómoda, parece que vamos a estar aquí un buen rato – comenta la chica, su sonrisa haciéndose más amplia y brillante. Te parece encantadora, pero no quieres dejarlo ver –. Por cierto, estaría guay saber tu nombre – apunta –. Así podré dejar de llamarte "la ladrona de globos" en mi cabeza.

- Jesús – suspiras, poniendo los ojos en blanco de forma muy exagerada –. Si tanto te molesta lo de los globos, toma – le tiendes las cuerdas que los sujetan con expresión de indiferencia –. Tampoco los quería de todos modos.

- Me dan igual los globos – ríe ella apartando de un manotazo las cuerdas metálicas, que resbalan de entre tus dedos hasta volver a flotar del aire y quedar colgando entre vosotras.

- Ah, cierto – respondes con sorna y una sonrisa burlona –. A ti lo que te importa es el beso a medianoche.

- Obvio – resopla la pelirroja –. Pero más importante aún es quién me lo da – uno de sus increíbles ojos azules desaparece brevemente tras un párpado en un guiño tan sugerente que no deja lugar a confusión.

Todos tus órganos sufren un espasmo y te cuesta la vida mantener tu mandíbula cerrada. Tratas de calmar el galopante ritmo de tu corazón y coges aire profundamente de la forma más disimulada que eres capaz porque no quieres que la chica sepa el efecto que tiene sobre ti.

- Bueno, ¿me vas a decir tu nombre o voy a tener que sonsacártelo? – insiste ella.

Eres rápida a la hora de bloquear todas las explícitas imágenes que tu hiperactivo cerebro genera al instante de que esas palabras caigan de los labios de la pelirroja. Te inclinas ligeramente hacia delante como si estuvieras a punto de desvelar un secreto que no quieres que nadie más sepa y esbozas una sonrisa torcida, de esas que advierten peligro en cincuenta formas diferentes.

- Depende – dejas que la palabra flote en el aire entre vosotras durante unos segundos, ladeas la cabeza y arqueas una ceja con interés –. ¿Cómo me lo sonsacarías?

La chica solo parpadea por unos instantes, totalmente cogida por sorpresa por tu respuesta. Pero se repone con una rapidez pasmosa si lo comparas con los dos minutos que te ha costado a ti volver a poner tus hormonas bajo control. Sin un solo instante de duda, acorta la poca distancia que habías dejado entre vosotras como símbolo de cortesía.

Sus ojos relucen con el mismo brillo que tendría un tigre que se está relamiendo antes de abalanzarse sobre su presa. Su sonrisa es la mezcla perfecta entre inocente dulzura y algo oscuro y peligroso por lo que te sientes irremediablemente atraída.

- Un mago nunca revela sus secretos – susurra, y su aliento acaricia tus labios –, pero te aseguro que tú me revelarás todos los tuyos.

- Permíteme dudarlo.

- ¿Me estás desafiando, acaso?

Ladea la cabeza, sus rizos pelirrojos caen como una cascada por uno de sus hombros y destellan cuando los restos de purpurina que lleva encima captan la luz del ascensor. Tu mirada se desvía de forma inevitable, y cuando la vuelves a fijar en la chica te parece que está incluso más cerca de ti.

Sin que puedas verlo venir, un dedo se apoya contra tus labios, silenciando tu intento de responder que sí, sí, sí y mil veces sí. Es un desafío en toda regla y no puedes esperar a ver qué piensa hacer al respecto. Cruzas miradas con la de ella y esperas una explicación.

- Escucha – ordena ella, su voz apenas audible.

El silencio se vuelve a hacer en el ascensor y agudizas el oído a la espera de captar aquello que quiere que oigas.

Empieza progresivamente. Un suave rugido de fondo que va creciendo de intensidad hasta que se convierte en una cacofonía de diferentes gritos mezclados con música y el sonido de televisiones con el volumen a tope. Se escuchan puertas que se abren y se cierran, y gente que ha debido de salir a los pasillos y está gritando. En la calle, empiezan a tirar fuegos artificiales que resuenan, amortiguados, en el ascensor.

Y te das cuenta de que ya es año nuevo. Bienvenido 2017.

Vuelves a mirar a la pelirroja y descubres que no ha apartado sus ojos azules de ti ni un segundo. Seguís igual de cerca y su dedo índice todavía reposa sobre tus labios. Tu respiración se atasca en tu garganta cuando ves que su mirada se desvía hacia tus labios, y su dedo se retira poco a poco de tu boca.

Sientes la yema acariciar tu labio inferior y tirar de él suavemente, y una exhalación temblorosa escapa entre ellos.

- Feliz año nuevo – murmura la pelirroja. Sus ojos se deslizan lentamente por tu cara hasta llegar a tus ojos y sientes cómo pierdes el poco aire que habías logrado acumular en tus pulmones.

- Feliz año nuevo – respondes, y agradeces mentalmente a tu ángel de la guarda por hacer que tu voz no tiemble a pesar de que tus interiores sí están temblando.

No sabes muy bien cuál de las dos lo empieza, pero el escaso espacio que os separaba deja de existir cuando vuestros labios se encuentran a medio camino. Una ráfaga de aire caliente acaricia tus labios cuando ella suspira en tu boca.

Todos los gritos y el retumbar de los fuegos artificiales se convierte en sonido de fondo del que apenas eres consciente. El mundo parece dejar de existir a medida que vuestras bocas se rozan, que sus dientes encuentran tu labio inferior para mordisquearlo. Manos agarran tu cintura para pegarte a ella, y te sientes estúpida por estar con tus brazos muertos a ambos lados de tu cuerpo. Haces que se muevan y se enreden en esos sedosos mechones cobrizos que tanto te llaman la atención.

Una atrevida lengua acaricia tu labio inferior y rápidamente le garantizas acceso. Tu garganta retumba con un gemido ahogado cuando se entrelaza con la tuya, tienta y explora el interior de tu boca como si estuviera buscando un tesoro escondido.

La pelirroja te besa como si fueras el oxígeno que necesita para seguir respirando, y tu cabeza da vueltas a velocidad vertiginosa tratando de aceptar que esto está pasado de verdad.

Es ella la que se separa, eso sí lo tienes claro. Porque, si fuera por ti, jamás dejarías de besarla. Apoya su frente contra la tuya, su pecho sube y baja mientras el tuyo baja y sube, acompasados en sus intentos de regular vuestras respiraciones.

Ojos azul bebé reaparecen con un parpadeo y tú ya estás con los tuyos abiertos, a la espera. Cuando se alzan hasta mirarte fijamente, ves un destello apreciativo en ellos que hace que el deseo escondido en tu abdomen se prenda en llamas. Antes de hacer algo descabellado, como empujar a la chica contra las puertas del ascensor y colar la mano bajo su corto vestido negro, das un paso atrás y estableces un poco de espacio entre vosotras con la esperanza de que eso te ayude a aclararte un poco la cabeza.

Ella te regala una amplia sonrisa torcida, sin una pizca de timidez ni remordimientos, y hace que no te sientas tan mal por culpa de los pensamientos que están dando vueltas por tu cabeza y golpeando las paredes de tu cráneo para llamar tu atención sobre ellos.

- ¿Suficiente para conseguir tu nombre? – pregunta, su voz más grave que antes.

La posibilidad de que tu beso haya sido el causante de eso hace que tu estómago se ponga a dar volteretas y tu boca esté repentinamente seca. A pesar de todo, le devuelves la sonrisa.

- Bueno... – te pasas la lengua por los dientes, fingiendo pensártelo –. En verdad costaría otro de esos – respondes en tono divertido –, pero por ser año nuevo voy a ser buena y te lo voy a decir.

Extiendes tu mano derecha en el pequeño hueco entre vosotras, momentáneamente distraída al ver tu palma relucir con purpurina dorada. Te la quedas mirando fijamente por un segundo antes de darte cuenta de que esa misma mano ha estado enterrada en los mechones cobrizos de la chica cubierta en restos de purpurina. Alzas la vista hacia la pelirroja, quien te está observando con abierta diversión en su rostro y ojos destellantes, y sonríes a modo de disculpa.

- Soy Beca – te presentas.

- Chloe.

La chica actúa en instinto, su mano se cierra sobre la tuya y tú te las apañas para encontrar ese simple gesto sexy y sugerente. Ladea la cabeza con actitud pensativa, sus dedos acarician los tuyos en su retirada, haciendo que tengas que contener un escalofrío y las ganas de volver a atraparlos.

- ¿Por casualidad conoces a Jesse Swanson? – pregunta Chloe, curiosa.

Frunces el ceño, extrañada, pero asientes.

- Claro, es mi mejor amigo. Es el motivo de que esté hoy aquí...

No puedes evitar sonar un poco dubitativa, sin saber qué esperar de la enorme sonrisa que ahora curva los ligeramente hinchados labios de la pelirroja, haciendo que tenga un gran parecido con el gato Cheshire. Y todo el mundo sabe que el gato Cheshire estaba chiflado.

- Así que eres Beca – ojos azul bebé destellan con un brillo de picardía, y su voz suena divertida –. He oído hablar mucho de ti.

Entrecierras los ojos en una mueca y maldices internamente a Jesse por segunda vez en la noche.

- Todo cosas buenas, espero.

Chloe se limita a contestar con un "hhhmm" que no hace nada para calmar tu miedo, pero tampoco parece asustada o apenada por haber malgastado su primer beso del 2017 contigo así que decides tomártelo como una buena señal.

Esta vez, cuando se vuelve a hacer el silencio, sientes de todo menos calma. Porque no sabes qué se supone que viene ahora. Sigues encerrada en el ascensor con una chica que has besado, pero que no ha hecho movimiento alguno para repetirlo o llevarlo más allá, y solo Dios sabe cuánto tiempo más vais a tener que pasar aquí dentro.

- ¿Y ahora qué? – inquieres, aunque solo sea para llenar el pesado silencio y dejar de sentirte tan incómoda.

No lo logras, pues atraes la atención de Chloe otra vez sobre ti y esta chica tiene la manía de mirar fijamente a la gente. Te pone mucho más nerviosa. Cambias el peso de un pie a otro, sintiendo el rubor subir lentamente por tu pecho y cuello.

La pelirroja sonríe otra vez como el gato Cheshire y reprimes un escalofrío porque te hace sentir como si estuvieras a punto de ser devorada por una fiera.

- Ahora... – dice ella, dando un paso hacia delante.

Tragas saliva, el calor de su cuerpo alcanzando el tuyo.

Por supuesto, ese es el momento en el que el ascensor decide volver a la vida con una sacudida. Chloe pierde el equilibrio en esos tacones mortales y cae sobre ti, sus manos en tus hombros en busca de algo estable que la ayude a incorporarse. Pero tú eres de todo menos estable. Mucho menos teniendo en cuenta que el suelo acaba de temblar y llevas diez centímetros extra bajo tus pies. Agarras su cintura cuando choca contra ti, reculando hasta que tu espalda golpea contra la pared metálica y es gracias a eso que consigues manteneros a las dos en pie.

Las puertas se abren con su odioso plin y, como la pelirroja está semi tumbada sobre ti, pues ver por encima de su hombro a dos chicos de tu edad aproximadamente esperando para subir al ascensor. Uno tiene una botella de champán abierta en una mano y su cara está semi oculta por una de esas ridículas gafas luminosas con forma de 2017. A su lado, el otro chico se conforma con un vaso de plástico del que está bebiendo, y en su cabeza lleva una diadema con espumillón plateado y letras negras encima que dicen "HAPPY NEW YEAR".

Os ven en esa posición y no se les pasa por la cabeza ayudar. Claro que no. El de las gafas le da un codazo al de la diadema, haciendo que se tire el líquido por la pechera de la camisa, pero ni se inmuta. Ambos os sonríen con satisfacción cuando Chloe se incorpora al fin y echa hacia un lado; tú, en cambio, no ocultas tu desagrado.

- ¿Interrumpimos algo? – pregunta el de la corona. Intenta secarse la camisa con la mano, aunque solo consigue empeorar la situación.

- ¿O quizá buscáis compañía? – interviene el de las gafas. Con un dedo tras su oreja derecha, empuja la patilla de las gafas hasta hacer que suban y bajen repetidamente al ritmo de sus cejas.

Su amigo lo encuentra divertidísimo, pero tú bufas y pones los ojos en blanco.

- Estamos bien, gracias – replicas con sequedad.

Te agachas a recoger el abrigo de Chloe y se lo tiendes, gesto que ella te agradece con una radiante sonrisa y un apretón en el brazo. Sale del ascensor y tú la sigues pegada a sus talones, sin ganas de que las puertas vuelvan a cerrarse contigo ahí dentro.

Esquivas a la pelirroja cuando se para frente al chico con las gafas.

- Me chiflan tus gafas – exclama ella, igual que un niño pequeño que acaba de ver su juguete favorito en una tienda.

Vuelves a poner los ojos en blanco, ni los niños de hoy en día utilizan "chifla". Está pasado de moda por más de dos décadas. Observas la interacción y ves cómo la pelirroja se sale con la suya cuando consigue quedarse las gafas sin el beso que el chico pedía a cambio. Se despide de ambos con una risita y agitando los dedos en el aire, y se acerca hasta donde estás parada en medio del pasillo.

Juntas observáis cómo las puertas del ascensor se cierran con los dos chicos dentro de él.

- ¿Deberíamos avisarles? – pregunta Chloe entre dientes.

- Demasiado tarde – dices cuando se enciende la flecha indicando que están bajando.

Ella se encoge de hombros sin darle más importancia y con un dedo alzado te indica que esperes. Con los pies firmemente plantados en el suelo, gira las caderas lo máximo que puede hasta que ya no le ves la cara, y cuando se gira de nuevo hacia ti ya lleva las gafas luminosas puestas.

Si antes pensabas que eran lo más ridículo que habías visto en tu vida, ahora sigues pensando lo mismo, pero Chloe está de lo más adorable con ellas puestas así que no vas a ser quien lo arruine. Respondes a su gran sonrisa excitada con una risa y una sonrisa más pequeña.

- Vale, pero si vas a ir así por la calle, por lo menos colócate el pelo bien – pides.

Das un paso hacia ella y tiras del mechón que está enganchado en la patilla de tal forma que las puntas están mirando hacia arriba y se agitan con cada movimiento de cabeza que hace. Lo desenredas del plástico y lanzas toda la precaución por la borda al colocárselo detrás de la oreja.

No necesitas mirar para saber que sus ojos están fijos en ti y que sus manos han vuelto a encontrar reposo en tus caderas; pero cuando sí miras finalmente, tu respiración se atasca en tu garganta y no tienes tiempo a reponerte antes de que esté cubriendo tus labios con los suyos en un suave y breve, demasiado breve, beso.

Se separa y necesitas de toda tu fuerza para no perseguirla y volver a atrapar sus labios en un beso que sea más satisfactorio para ti. Chloe esboza una sonrisa torcida, como si supiera exactamente cuál es tu batalla interna, y entrelaza tus dedos con los suyos, tirando de ti pasillo abajo.

- Vamos, ¡tenemos que brindar por el 2017! – exclama con excitación.

Sacudes la cabeza con incredulidad, aunque te dejas arrastrar por ella hacia las escaleras, una sonrisa abriéndose paso en tu cara. Jamás habrías imaginado que tu fin de año/año nuevo iba a ser así, mucho menos teniendo en cuenta la mierda de año que ha sido 2016; pero está resultando ser una maravillosa sorpresa.

No puedes esperar a ver qué más te deparará.

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