Scarlett: Carnival Ride (Tril...

By Victor_the_Warrior

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La sinfonía de la muerte nos guía de nuevo hasta la Tierra de los Sueños Rotos. Dreamland, la gloria y el org... More

Presentación Especial 12/10/2016
Prólogo
Capítulo 1: La Tierra Prometida
Capítulo 2: Música para mis Oídos
Capítulo 3: Todo Marcha Sobre Ruedas
Capítulo 4: ¡Buen Viaje!
Capítulo 5: Luz al Final del Túnel
Capítulo 6: Ecos de Muerte
Capítulo 7: Visto y No Visto
Capítulo 8: ¿Quién es el Enemigo?
Capítulo 9: Mi Imperio en Llamas
Capítulo 10: Mentiras Blancas
Nota I: Sobre mis seguidores y mi novela
Capítulo 11: Vuelta a Empezar
Capítulo 12: Sin Cadenas
Capítulo 13: ¿Negociamos?
Capítulo 15: Historia de Dos Mitades
Capítulo 16: A Través del Reflejo
Capítulo 17: Alguien (o Algo) Más
Capítulo 18: Tras tus Pasos...
Capítulo 19: Acecha Desde el Interior
Capítulo 20: Te Reservo mi Última Sorpresa
Nota II: Sobre mis seguidores y mi novela
Capítulo 21: La Incertidumbre Tiene Rostro
Capítulo 22: PainShow
Capítulo 23: Echoes & Chaos
Capítulo 24 (Final): My Infernity
Epílogo (Parte 1/2)
Epílogo (Parte 2/2)
Nota III: Sobre mis seguidores y mi novela
• Curiosidades Escarlatas •
NOTA (Importante)

Capítulo 14: Oleadas de Dolor

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By Victor_the_Warrior

Paredes del castillo repletas de siniestros espejismos. Ruidos agonizantes, gritos de silencio, desgarradores del alma. Era tan falso: el decorado, el color, los sentimientos,... Lara era un extraño cúmulo de todos ellos. Un espectro caminante en un camino sin andar, que se arrastra a falta de esperanza luchando por vivir un día más.

Esas llamas, en las antorchas, eran su única luz. Quedó oscuro su corazón al venderlo a la mentira, un postor ingrato que caminaba junto a la mano de la injusticia. Se dejó llevar por su egoísmo, la soberbia, las promesas vacías de un futuro mejor. Pero era gratis soñar. Y tan, tan bonito.... Sonreía en esos efímeros instantes en los que se sumía en su autocomplacencia.

Se imaginaba su mano agarrando la de su amado, y juntos, caminando sobre un campo lleno de rosas. Ella se reía incesante mientras huía de su abrazo; luego, se perdía en sus besos; en sus labios. Eran su mundo por explorar. Cálidos, hermosos, exentos de todo mal. Era idílico vivir en un mundo imaginario y no en la realidad. Allí no te enfrentabas a tu destino, tus castigos o tu forma de pensar.

Por eso, aunque la luz del sol empañó la vista de la joven morena, siguió sintiéndose encerrada en un laberinto de sombras. ¿Era el amor más fuerte que la amistad? Depende. Esa palabra hacía que se planteara su decisión una y otra vez. Cómo dos personas tan diferentes podían ocupar tanto espacio en su corazón era algo inexplicable.

Por una parte, compartió junto a Richard la mayor parte de su vida. No sólo eso, estuvieron el uno junto al otro en las buenas y en las malas, aportándose confianza, ánimos y deseos de lucha y victoria. Recordó ese beso, apenas hace unos días, en los que sintió morir y conseguir la ansiada paz eterna. Lo añoraba con toda su alma.

Y luego estaba Sharon.

El brillo de sus ojos. Su eterna y fiel compañera. Cada vez que recordaba la hermosura de su rostro se le encogía el estómago. Ella fue por siempre su fuente de energía. Compartió junto a ella casi tantos momentos como con Richard. La ayudó una y otra vez a incorporarse en una nueva sociedad. Estaba siempre allí para ella. Se lo pagó vendiéndola.

A su peor enemigo.

Y ahora era su sierva. Contuvo su respiración, con las lágrimas a flor de piel. Todas esas veces que se creyó poseedora de un espíritu inquebrantable fueron falsas. Era un muñeco de trapo con un caro traje de porcelana. Se veía exquisito, pero por dentro era insulso, inhumano a ojos de los demás. ¿Cuánto tiempo se mintió a sí misma? Debía admitirlo. Era una sucia cobarde.

Una cobarde que vendió a su única y mejor amiga por la promesa de recuperar un amor perdido. Yacía en ella la esperanza de que había tomado la decisión correcta. Al fin y al cabo, no lo hizo sólo por ella. Por un instante se imaginó que hubiera pasado si jamás se hubiera ofrecido a ser esclava del Amo. Rememoró esa imagen temerosa de su realidad.

La vida de Jessica pendía de sus manos. Al igual que Scarlett, la vio con su piel totalmente calcinada, de un tono tan grisáceo como la túnica de Abraham. La inglesa gritando, suplicando por su vida, mientras las llamas devoraban su cordura y la llevaban directa a un cruento camino de muerte. Sus ojos llorosos contemplándola, señalándola con su dedo acusador.

Ella la dejó morir. Y Abraham rió en silencio.

Por fortuna, sólo fue un terrible pensamiento provocado por una mente marchita. Lara cumplió su promesa y, junto a Jessica, vivirían la vida perfecta que siempre habían soñado. Una promesa idílica proveniente de la persona más ruin e inhumana del mundo. Él se lo prometió. Traidor a traidor. Jefe a empleado. Dueño a esbirro.

Eterno caminante, tambaleándose se acercó a su punto de reunión. Ya desde lejos visualizaba su temática acuática; esos tonos azules, vivos, que sin éxito trataban de animar a la muchacha. Sumía sus pensamientos en Jessica. ¿Y ella? ¿Qué tal habría ejecutado su misión? Si una caía, arrastraría a la otra al mismo abismo. Cruzó los dedos por ella. Apenas debía salir nadie con vida de Dreamland.

Esa tierra de sueños que tornaron pesadillas. No le importaría olvidarlas en los brazos de su amado, tomando un buen café caliente y discutiendo animadamente con Jessica y su familia. Tal vez esos futuros instantes de felicidad la alejarían de mantenerla en vela todas las noches, al acudir el rostro de Sharon, Josh y Scarlett para amargar su corta existencia.

Pero ya era demasiado tarde para rectificar.

No hizo más que seguir siendo ella misma, y seguir adelante a pesar de las adversidades. En un momento llegó a contemplar la imponente fachada del oceanográfico. Su nombre grabado en letras rojizas, grandes sobre la entrada principal. «Oceans in my mind», rezaban. Tenía gracia. La verdad es que su cabeza se hallaba nublada por las olas tormentosas de un océano de dudas.

Tal vez el Amo escogió ese lugar a propósito. Qué sabría ella. Sólo era una insulsa traidora. Pero sería una feliz. O al menos, eso intentaría.

Respiró hondo. Su pecho subió y bajo rítmicamente varias veces, acumulando el valor necesario para entrar. Sus manos rozaron el frío cristal de las puertas de la entrada. No requiso apenas fuerza para abrirlas. Se sintieron suaves, delicadas, como si una ráfaga de viento las hubiera abierto, invitándola a pasar a su interior. Allí se hallaba su destino.

Tras ellas, otra recepción. Un gran escritorio con un mostrador de baratijas debajo, con sus respectivos precios para turistas. Podrían habérsele antojado de no ser porque la mayoría se encontraban rotas, cascarilladas y desconchadas. Observó a su alrededor. Pósteres de toda clase de animales marinos, mostrando un preámbulo de lo que encontraría en su interior.

Le resultó extraño pasar sin pagar. Apenas unos metros al lado del escritorio se hallaba un largo pasillo de cristal. Por encima de su cabeza, el agua cubría la vida animal. De repente, se vio "sumergida" en el océano. Tortugas, crustáceos, estrellas de mar,... Esos seres en los que nadie reparaba cuando un imponente tiburón cruzaba ante tus propios ojos.

Tan cerca que casi sentía que podía tocarlo, y acariciarlo dulcemente con sus dedos de carmín. Como lo haría con Richard.

«Pronto...» se dijo a sí misma, en un intento desesperado de calmarse.

Hubo instantes en los que sintió paz. Aquella maravillosa escena que la naturaleza le regalaba pareció sumirla en un sueño del que no quería despertar. Pero olvidó que ahora su vida estaba marcada por las pesadillas. Y eso ahora no iba a cambiar. Ocurrió cuando, tras unos pasos al internarse en el lugar, por los altavoces en el techo una extraña melodía comenzó a sonar.

Lara dio un respingo que casi hizo que cayera al suelo. Un sinfín de siniestros instrumentos festejaban su entrada en el oceanográfico. Ya no lograba descansar. Por alguna razón en particular, la música la ponía nerviosa. Tenía ganas de salir, de escapar. De huir de su interior y nunca mirar atrás. Pero eso no era posible. Debía reunirse con el Amo. Ya.

Y eso la impulsó a correr. Desesperada, sudorosa, cruzó el pasillo en menos de un parpadeo. No se percató de las sombras que comenzaron a cubrir el lugar, aunque se comportara como si ya estuvieran consumiéndola. Echó la vista a sus espaldas, y la luz comenzó a desvanecerse. Cubierta por miles de pequeños pececitos... muertos. La sangre por encima de su cabeza.

Aquel pasillo de cristal quería reventar.

Y cubrirla con la muerte.

Esparcir todo su mal.

Y corrió, ahora chillando, histérica. ¿A la izquierda o a la derecha? Daba igual, con tal de escapar de aquella perturbadora escena. Escogió un camino al azar y se adentró en él, llegando a una habitación similar. De forma circular, cubierta por cristal, sumergida en las penumbras del agua de mar. Más animales que pretendían escapar. Sólo una pequeña diferencia.

En uno de sus muros, se hallaba una frase escrita con sangre: «Strength is your only weakness»

—La fuerza es tu única debilidad —susurró para sus adentros.

Pensó. Pensó que había acatado correctamente las órdenes de su nuevo señor. Quería llegar hasta él dentro del oceanográfico, decirle que Sharon ya no sería una molestia. Y se encontraba con aquello. Con peces muertos y palabras de sangre pintadas sobre las paredes. No. El Amo no querría asustarla así. Su Amo no. Pero entonces, ¿quién?

—¿Piensas en algo, Lara?

Casi sufrió un infarto. De no ser porque reconoció la voz de Abraham se habría quedado en el sitio.

—¿Has pintado tú eso? –señaló la pared. Sólo para ver que ya nada yacía escrito en ella. Quedó perpleja.

–Vender a Sharon debe haberte afectado más de lo que creía —Abraham negó suavemente con la cabeza—. Pero tranquila. Dentro de poco dirás adiós a todos tus males.

Lara se volvió hacía él, confusa. ¿Cómo que dentro de poco? Sharon estaba muerta, y ella era poseedora del mango del arma más mortífera del mundo conocido. Había cumplido su trato a la perfección. Quería a Richard, con toda su alma. Y lo quería ahora. Entre sus brazos. Y llorar en sus hombros hasta que se despertase de esa horrible pesadilla. Pero eso no iba a ocurrir.

—Entrégame tu parte del arma —ordenó—. Necesito saber que has cumplido tu promesa si quieres reunirte con "tu amado".

Dudó. Dudó porque desde siempre luchó contra él y ahora, ¿estaba de su parte? ¿Por qué se cuestionaba a sí misma su lealtad? ¿Acaso había elección correcta cuando estabas entre la espada y la pared? ¿Acaso Jessica y Richard eran menos que Sharon? No. No lo eran. Merecían el mismo respeto. Y al igual que ella una segunda oportunidad.

Le entregó lo que pedía.

Abraham sonrió. Lo acarició entre sus viejas manos, tentado incluso de besar ese trozo de metal inanimado. Lara, frente a él, le observaba expectante. Quería su recompensa. Quería su parte del trato. Señaló a las paredes de cristal ocultas tras su espalda. Lara se giró. Profirió un tremendo grito de horror.

Al otro lado, sumergido bajo el agua, se encontraba Richard. No como lo hubiera imaginado, pues nunca vino a su memoria una imagen de él maniatado y amordazado, rodeado de tiburones en un oceanográfico de mal. ¿Cómo reaccionar? Corrió hasta la pared y la aporreó con todas sus fuerzas, chillando histérica entre lágrimas de impotencia y repulsión.

La traidora fue traicionada.

Lo supo cuando Richard fue mordido por un tiburón. Arrancó su brazo, chorreante de sangre que se difuminaba en las claras aguas marinas. Luego siguió otro, y otro más. Desmembrándolo, entre gritos de agonía y dolor. Hubiera jurado que casi vio sus lágrimas deslizarse por sus mejillas. Y se aproximaba el final. El último tiburón se impulsaba hacia él rápido como un misil.

El cuerpo de Richard desapareció bajo sus fauces. Y el cristal estalló.

El agua cubrió de imprevisto hasta el lugar más recóndito de la sala. Y eso no fue lo más aterrador. Lara, apenas reaccionando al líquido ejerciendo presión sobre su anatomía, tan sólo vio viable la opción de abrir los ojos y contemplar a su alrededor. Esperaba tiburones, sangre, y su Amo nadando hacia la libertad con la túnica ondeando en las olas del mar.

Ojalá.

No había tiburones. Contempló aturdida montones de confeti esparcidos por el agua. Todos rojos, escarlatas. Pero no eran sangre. Y recordó que Richard ya consiguió la paz eterna. Y que el Amo ya no podía hacer nada por traerlo de vuelta. Estaba fuera de su trabajo. De su jurisdicción. Fue un truco, sucio. Un truco que acabó con ella por completo.

—Ilusa... —susurró Abraham, de pie bajo las aguas frente a sus dilatadas pupilas—. El juego no ha hecho más que empezar.

Y Lara sintió su pecho arder. No había oxígeno que respirar, amado a quién amar o princesa en apuros a quién rescatar. No. Se agotaron sus oportunidades. Las malgastó en su ignorancia, en su humilde deseo de una vida mejor. Al final perdió todo lo que amaba. Quedaba ella, aferrándose a la vida. Lo único que tenía.

La sintió desvanecerse cuando todo se tornó a un intenso color negro.

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