Sombras de histeria

By CtzG_4

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Lo que unos piensan que es locura yo lo llamaría imaginación, una muy viva y cruel imaginación. Nunca pensé a... More

Capitulo: FIN

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By CtzG_4

Era 2 de agosto, un jueves, lo recuerdo bien. Posiblemente era uno de los recuerdos que los doctores habían dejado, el único y por lo tanto, lo más preciado en ese momento para mí. A pesar del dolor, del miedo y el sufrimiento trate de, con todas mis fuerzas, aferrarme a ese pequeño recuerdo. Una fecha, una caducidad, un fin. Eso era, el final.

Quizás mi mente había ya colapsado en mi cabeza pero mi cuerpo seguía ahí, respirando, palpitando. Como cuando un doctor no se da por vencido con los electro-shocks hacia su paciente y en un intento por revivir su corazón, el alma y espíritu de aquella persona abandonaban la figura física frente a su doctor, quien minutos después, daría la mala noticia a su familia. Llorarían, se lamentarían pero ese no fue mi caso.

Observé a mi alrededor, segundos antes de mi descenso entre mareos y pequeños flashazos que me aferraban a la realidad; un cuartucho de hospital con las típicas paredes blancas percudidas, con el propósito de transmitir tranquilidad a los pacientes, pero era tanta la suciedad de aquellas paredes que me repugnaban y me asqueaban, ¿a cuántos no habían torturado y asesinado ahí?, después mire la camilla perfectamente tendida que estaba justo frente a mí vacía, sólo la enfermera regordeta estropeaba la perfección de aquella camilla, haciendo que mi nublada vista se clavara ahora en el viejo reloj que marcaba incorrectamente las 3:00 p.m, cuando por la ventana de vidrio rayado se podía apreciar que era claramente de noche.

Las manecillas del reloj se mantenían andando, a pesar de marcar la hora incorrecta seguían su curso, y no se detenían; quizás así debía ser la vida, no detenerse a mirar al pasado ni a pensar en lo difícil que sería el futuro, simplemente continuar, bien o mal, pero continuar, aunque pensándolo bien...¿quién nos dice qué está bien y qué está mal? ¿quién más que uno mismo para determinar la moral de los actos si es uno mismo quien vive las consecuencias? ¿quiénes son los demás para considerarme una buena o mala persona? ¿quiénes son? Son manecillas viejas, que se han detenido al notar que su curso no es el correcto, marcando una hora incorrecta en un momento incorrecto, confundiendo la vida de aquellos que en su camino hacia su felicidad concentrados van, son aquellas voces que, disfrazados de buenos consejos, solo desean la mala suerte de los más suertudos, y para mi desgracia...yo no creo en la suerte, no en éste momento, no cuando mi vida la he dejado al azar y ahora que estoy a unos minutos de mi descenso, no tengo de otra más que aferrarme a lo más valioso que tengo en este instante, mi nombre y la fecha de hoy.

Quizás para ti, el 2 de agosto sea sólo una fecha más, un día perdido en la monotonía de tu vida o en la viveza de tus pocos o largos años, pero para mí significaba la oportunidad de que al despertar, tener una pista de lo que había sido y de lo que buscaría más adelante; era el punto de partida que entre recuerdos y memorias me ayudaría a encontrar aquel camino que me llevaría de vuelta hacia mi libertad, hacia mis instintos y a donde mi corazón me quisiera llevar o al menos eso esperaba.

No quedaba más que esperar a que la enfermera regordeta terminara de sujetar mis manos y tobillos a la helada silla donde me encontraba sentado con mi cabeza ligeramente recargada hacia atrás sobre el respaldo y mis pies moviéndose frenéticamente. Mis manos sudaban y las voces en mi cabeza ya no me hacían compañía, estaba solo en esto. Después de todo era por ellas la razón por la que me encontraba allí, en ese hospital enfermizo por ser un enfermo mental, o así me habían denominado ellos.

Sin siquiera inmutarme, percibí lejanamente como la enfermera atravesaba mi piel con la fina aguja de una jeringa, introduciendo un líquido espeso que dolía al mezclarse con mi sangre, en verdad dolía pero decidí ignorarlo y alegrarme por ello, a fin de cuentas, la presencia del dolor me decía que aún estaba vivo, aunque solo faltaran algunos minutos para mi muerte. Quería aprovechar mis últimos minutos percibiendo y recordando lo más que podía: el dolor de la sustancia, el olor a humedad de aquel cuarto, la frialdad de mi silla, el polvoriento foco y el sonido de la lluvia que caía como cortinas pesadas en el exterior.

Me entristecía pensar que esos eran mis últimos recuerdos, tristes e insignificantes recuerdos.

Después sentí como en otra parte de mi cuerpo me inyectaban de nuevo, ¿la diferencia? El dolor era menos y el líquido que profanaba mi piel rápidamente era fresco y hacía que la tensión del momento bajara un poco.

La enfermera terminó de comprobar que los cinturones estaban bien ajustados y que no había posibilidad para mí de escapar, pero yo ni siquiera tenía esa intención; la enfermera se alejó y salió de aquel cuartucho que poco a poco se había hecho más oscuro, o eso imaginaba yo, ya que la luz del polvoriento foco seguía brillando con la misma intensidad. Quizás las sustancias ya estaban haciendo efecto: el tiopentato me hacía dudar de mi existencia en ese momento, cuando se suponía que debía inhibir el dolor al menos por unos minutos. Del suxametonio no me podía quejar, había relajado por completo mis músculos y la tensión en mi espalda había disminuido, pero la realidad ahí estaba, esa no se iba, no desaparecía.

Extrañaba a Cap, al menos él me hacía dudar de las personas, a desconfiar de ellas, pero en ese instante no podía dudar del pequeño grupo de personas que entraba en mi sala de tortura: un doctor y dos enfermeros. No dudaba de lo que harían; me quitarían mis recuerdos, borrarían hasta el último indicio de que aquel joven de mirada perdida era yo, nadie más que yo. Temía de lo que harían después de mi descenso, temía despertar ahí mismo, o en realidad, temía no despertar.

Mi sentido del oído se bloqueó por completo, solo observaba al doctor dar indicaciones a cada uno de los presentes, apuntando y señalando constantemente hacia mí. Los enfermeros comenzaron a mover y traer cosas al cuartucho mientras el doctor se preparaba con los guantes y movía botones en una pequeña máquina que había a lado de mi silla. Me miraba de reojo y me llamaba la atención la frialdad de su mirada; tenía la esperanza de que entre tanto ajetreo notara la súplica en mis ojos y se retractara de lo que planeaba hacer.

Yo era consciente, después de tanto tiempo, de que estaba mal, que necesitaba ayuda, ¿pero acaso no había sido suficiente con todas esas torturas? Para mí sí, Cap se había ido, ahora era simplemente yo, un yo que quería cambiar su vida, pero seguir siendo el mismo, el mismo antes de Cap, antes de Ezzy. O simplemente volver a nacer.

El doctor conectó un electro a cada lado de mi cabeza y colocó un pañuelo seco en mi boca, para evitar hacerme daño, sonando eso ilógico, ya que los que me hacían el mayor daño eran ellos. "2 de agosto" "2 de agosto" repetía constantemente en mi cabeza, al grado de llegar a ser tedioso pero no había otra forma, eso sería todo lo que tendría al despertar. Si lograba despertar, claro está.

-¿Estás listo?- Preguntó con diversión el doctor. Como si la terapia electroconvulsiva fuera alguna especie de juego, algo para que muchos hicieran fila emocionados, esperando a entrar de nuevo y cada vez con mayor intensidad. Era ingenuo al pensar que aún había esperanza, que había un plan B, que había una escapatoria, pero no, Cap se había encargado de cerrar todas las puertas que tenía a mi favor, encerrándome en aquel lugar por años.

Pero la pregunta del doctor era tonta, y lo que más me enojaba era que él sabía la respuesta, la sabía a la perfección; no, no estaba listo. Ni lo estaría jamás, la diferencia era que no tenía escapatoria, no tenía opción y debía afrontar la realidad, debía ser valiente a pesar del miedo pero ¿Qué no se es valiente cuando se ha vivido el miedo? Y yo debo reconocer que tenía miedo. Después de todo esto era normal; había pasado por torturas, humillaciones, mentiras, había confiado, después de tantos años de dudar de las personas, en que todo estaría bien, ellos así lo habían dicho, así me lo habían prometido.

Cualquiera les llamaría malas personas, pero como dije al principio, nadie puede decir si una persona es buena o mala, simplemente cada quién tiene sus intereses y convicciones, y al doctor le habían pagado por esto, le habían pagado el doble o el triple de lo que alguien más habría pagado por cualquier otra persona, y además le convenía asesinarme en el peor de los casos, o solamente dejarme en blanco.

Yo sabía cosas. Había descubierto cosas. Y había ocasionado muchos problemas.

El doctor se rio ante mi negación a su pregunta, se puso en cuclillas frente a mí, reposando sus manos sobre mis rodillas y masajeándolas levemente.

-¿Sabes por qué hago esto cierto?- Dijo mirándome a los ojos. Le sostuve la mirada, mirando de reojo las arrugas que se marcaban debajo de sus ojos y las manchas de paño en su frente, lo que delataba su edad, eso me hacía preguntarme ¿a cuántas personas les habría hecho esto? ¿Acaso había pasado la mayor parte de su vida quitando vidas, borrando memorias?

-Todo listo- Interrumpió uno de los enfermeros, clavé mi mirada en él, reconociendo al único que me había tratado bien y con el que creí que tenía algún tipo de amistad. El doctor asintió ante la información dada por el enfermero, sin moverse ni un poco de su posición.

-Sabes...Quizás Cap no era tan bueno ¿no crees?- Dijo con una sonrisa burlona. Mis ojos se agrandaron con sorpresa ante la mención de aquel nombre que creía yo solo conocer; no podía ser cierto. Cap había desaparecido muchos días antes de mi ingreso a aquel enfermizo lugar, él no podía estar hablando de Cap. Mi Cap. Fue entonces cuando todo cobró sentido, todo cuadraba y la verdad salía a la luz, o al menos para mí.

El doctor rio ante la notoria confusión de mi rostro; se puso de pie y verificó con la mirada que todo estaba en su lugar, ignorando mis gritos ahogados y movimientos limitados, intentando liberarme.

-En este mundo y en esta época, solo hay ciertas cosas por las que vale la pena pelear, y eso querido amigo son los recuerdos, la memoria y la vida, sin embargo tú...fuiste demasiado tonto y decidiste arriesgarte por la vida de Elisse. Espero que valga la pena tu sacrificio.

En cuanto termino de decir aquello, camino tres pasos de espalda, alejándose de mi silla y mirándome con aquellos ojos fríos y calculadores, que me escrutaban con devoción; al final de cuentas, aquello era lo que él más deseaba, sin contar con la gran cantidad pagada por mi muerte. El doctor disfrutaba eso, y era lo que más había esperado desde mi llegada a aquel lugar, desde el primer día que nos conocimos.

Con algo de resignación, acepté mis circunstancias, pero la esperanza no se iba, renacía con fuerza con cada segundo que pasaba. Mi mente comenzó a viajar al recuerdo más vago que tenía, tan vago que parecía un corto sueño o alguna clase de dejavú: la sonrisa de Elisse. Anhelaba poder recordar más, quizás sus ojos o el aroma de su cabello pero todo se había ido, así como ella...así como Ezzy.

Una lágrima corrediza se esparció por mi mejilla, bajando por mi cuello y escabulléndose entre mi ropa.

Ahí volvía la incertidumbre, la duda sobre el mañana y el miedo del presente. Agradecía haber perdido la mayoría de mis recuerdos, agradecía no tenerlos ahí azotando mi mente, bombardeándome de incógnitas y de "hubieras" solo haciendo que me aferrara a la vida que llevaba, y en ese momento necesitaba la convicción para dejar atrás a mi antiguo yo. Agradecía tener solamente tres cortos y poderosos recuerdo que, de volver a despertar, me ayudaría a empezar de nuevo.

Y perdido en el mar de emociones que había dentro de mí, recibí el primer impacto, el primer electro, el primer shock directo al corazón, recorriendo fugazmente mi cuerpo, de pies a cabeza, dejando un pequeño hormigueo y después un inmenso dolor, en el cual únicamente pude concentrarme.

Pero a esas alturas el dolor era ya una costumbre; estaba seguro de que pasaría y se iría rápidamente, sin embargo no era algo que yo deseara en ese momento.

Busqué de donde aferrarme con mis manos, cerré mis ojos con fuerza, desprendiendo más lagrimas fugaces en el acto y sintiendo el sudor bajar por mi frente, así como mi cuerpo rebotar en la helada silla que me mantenía inmóvil, preso. Sentía mis músculos contraerse y aflojarse con fuerza casi a la vez, demostrando que en ese momento yo ya no era dueño de mi cuerpo y que no tenía control sobre el mismo.

Y como si una bala hubiera atravesado mi pecho, me di cuenta que mi muerte había llegado, y con ello un sinfín de recuerdos pasando velozmente frente a mis ojos. Ahí mi muerte cobró sentido y era totalmente justificable, lo merecía y a decir verdad, el castigo era muy pobre para la gravedad de mis actos; el haber asesinado a mi hermana Elisse me había llevado hasta ese punto, me había llevado a aquel hospital, a la soledad y la locura eterna, aún después de la muerte. 

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