Era normal que Emma tuviera dudas. No dudas sobre su sexualidad, eso ya lo tenía claro, sino que tenía dudas sobre su corazón. Tenía dudas si sentía algo por Laybug, por Charlotta o por ambas. En cualquier caso, debía de decidirse pronto o se ahogaría ella sola.
Era noche, seguramente cercanas las doce. Caminó con discreción hacia la habitación de su hermano Louis, el mediano. Se asomó por la puerta no bien cerrada y lo vio dormido. Suspiró. Fue a la habitación de Hugo, y se encontró con el mismo escenario. Sus padres, ambos, también estaban dormidos. Se estaba ahogando en sus pensamientos y eso lo tenía que platicar con alguien.
—Deberías dormir ya, sino, tendrás unas ojeras enormes mañana— Plagg susurraba, saliendo detrás de la larga cola de caballo de su dueña.
—No, no. Necesito pensar... mañana llegaré a hablar con Charlotta y sé que me pondré nerviosa otra vez...
—¿Y si simplemente no haces nada? Sólo... disfruta, sé feliz. ¡Y ahora que estás levantada, vamos a la cocina, quiero queso!—
Emma rodó los ojos. Efectivamente sus paso se encaminaron hacia el refrigerador, dándose cuenta de la falta del producto lácteo.
—Lo siento, Plagg.—
—¡Debe de haber en alguna parte!— Exclamaba el kwami, metiéndose por la cerradura de la puerta dentro de la habitación de sus padres. Emma sólo pudo poner sus manos sobre sus labios para evitar gritar.
Se agachó, poniendo su mirada esmeralda sobre el pequeño agujero de la perilla para ver la escena. Plagg, quieto, sólo miraba fijamente a su padre. Emma, enojada, gruñó de tal manera que el kwami inmediatamente le entendió, saliendo del cuarto.
—¡¿En qué estabas pensando?! Si mis padres te llegan a ver, estarás frito.—
Plagg prefirió guardar silencio, melancólico. Suspiró, ocultándose entre los poblados y negruzcos cabellos de la adolescente, como siempre.
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—Creo... que no tiene sentido que le espere ya...— Llevaba quince minutos esperándola en la misma banca de siempre, pero no dio señales de vida. Así que suspirando, se levantó y comenzó a caminar, pero grande fue su sorpresa cuando sintió unas manos abrazándole por la espalda. Asustada, Emma se giró admirando los cabellos claros de Charlotta.
—Hola— Saludaba, girándose para devolverle el abrazo. La rubia se abrazaba con fuerza, y tras unos segundos, Emma, curiosa, le levantó el mentón, encontrándose con que la dulce y tierna escandinava estaba llorando.
—¡Charlotta!— No rompió el abrazo, incluso acercó un poco más su rostro para verla bien. Incluso cuando lloraba, se veía hermosa. —¿Qué pasa...?—
—Es... mi madre.— Ambas caminaron hacia la banca de siempre, mientras que Emma, inevitablemente, le tomó de las manos a la jovencita.
—¿Qué pasa con tu madre...?—
—... Consiguió un empleo. — Charlotta sonreía. Lloraba de felicidad. — Mi abuela está enferma y cansada, y hemos tenido problemas de dinero desde que papá nos amenzó. En especial a mi.
—Pues... supongo que, eso está bien— Emma se ponía nerviosa. La situación que la hermosa nórdica le planeaba sonaba muy, muy difícil. —Pero, ¿por qué te amenazó?—
Charlotta suspiró, cerró los ojos y bajó la cabeza. —Lo que pasa es.... bueno, yo... tengo dos secretos. Y eres la única a la que le voy a decir, porque, bueno, eres mi única amiga.—
Por un momento a la hija de los Agreste se le rozaron los ojos. ¿Cómo podía una criatura tan dulce, indefensa y hermosa sentirse tan sola?
—Soy lesbiana— Dijo Emma sin pensarlo, interrumpiendo completamente la plática de su amiga, de la niña más dulce que había visto.
—¿Eh?—
Ambas permanecieron un momento en silencio, hasta que la extranjera dio una pequeña risa y asintió.
—Bueno, pues, yo también comparto ese secreto. También me gustan las chicas.—
Y entonces, el corazón de Agreste se llenó de alegría.
—Te elijo a ti, Charlotta.—
—¿Ah?— La rubia no entendía nada de lo que la francesa hablaba, así que simplemente dio una risita leve, se levantó, volvió a abrazar a su única amiga, y con pasos lentos, se levantó y se fue.
Emma, tocándose la mejilla, sintió como sus lágirmas caían con lentitud, como si su corazón liberado exclamara el deseo del amor, la necesidad de tenerla.
—¡Vete a la escuela, ya te perdiste la primera clase!— Se asomaba Plagg. Y Emma obedeció.
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—¡Bien hecho!— Otro villano liberado. Ahora, oficialmente, Chat Noir y Ladybug tenían cinco minutos para estar a solas. Chat Noir, aún levemente atraída, pero fiel a su decisión de la mañana, sólo pudo chocar cinco con la heroína de París.
Ladybug inmediatamente se le abrazó. Chat Noir, confundida, devolvió el abrazo. Maldición, ese aroma la volvía loca. Era dulce, intrépida, atrevida, valiente, con el coraje de un ejército entero. a ese paso no iba a aguantar y tendría que decir toda la verdad.
—¿Qué pasa, Chat Noir?— Ladybug rompía el abrazo, tomando las mejillas de la gatuna compañera para obligarla a que le viera a los ojos.
—Mi corazón... está confundido. Yo... siento algo.... muy fuerte, por una chica que... parece una princesa. Pero... te miro a ti, y, y....— Inmeditamente, comenzó a llorar. — ¿Por qué tienes que ser la mujer de mis sueños, Ladybug?
En su traje rojo, Ladybug se sintió culpable por sentirse, por fuerzas ajenas, entrometida. Suspiró, poniéndose de puntitas para ver directamente a los ojos llorosos de Chat Noir.
—Te elijo a ti.— Susurró la rubia en rojo.
—¿Ah?—
Emma se asustó. ¿Qué había dicho? ¿Por qué lo había dicho? Le resultó tan familiar, pero...
Bip. Bip. Bip.
—Nos veremos después. Au revoir!— Y con presición, vio como Ladybug desaparecía. Pero Emma, tras su antifaz, mordió su lengua y con destreza, la siguió. A Ella también le quedaban apenas unos minutos, pero siempre era la última en transformarse, así que confió en el tiempo.
Antes de escuchar que le quedaba un minuto, tuvo que girarse y devolverse a casa. Pero, por suerte, alcanzó a ver que Ladybug se dirigía hacia los barrios bajos de París.
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Los llantos se escuchaban por toda la casa. Marinette no lo había logrado, ni Louis, ni Hugo. Sólo faltaba que Adrien intentara averiguar porqué su hija mayor había vuelto tarde a casa y con los ojos llorosos.
—¡No puedes sentirte así!— Plagg insistía. Acomodándose en el cabello de la Agreste. —Es sólo una chica.—
—¡No, es mi chica!— Emma insistía, mientras seguía llorando. Se quitaba las lágrimas como podía. ¿Por qué todo tenía que ser tan complicado?
Al escucharse abrir la puerta, Plagg volvió a esconderse.
—Hija... — Adrien se sentó en el borde de la cama donde su primogénita se encontraba llorando
—Quiero estar sola, papá. — Emma, enojaba ya porque toda su familia se había metido en su cuarto en menos de dos horas, se dirigió al baño.
Pero antes de cerrar la puerta, Plagg salió de su escondite. Cerró la puerta de la habitación, y sin pensarlo dos veces, corrió hacia su antiguo dueño.
—¡Plagg!— Adrien lo reconoció al instante. No pudo contener su emoción, abrazando con sus puños a su antiguo kwami. —¡¿Por qué estás aquí?!
—Sólo... vine a saludar....— Plagg se contenía por no llorar. Adrien no pudo resistirse.
—Plagg... Me has hecho mucha falta.—
—Lo sé, Adrien. Lo sé.—
Ambos rieron de manera estúpida.
—¿Que haces aquí?—
—Mira. — Habló el negruzco gato parlanchín, poniéndose serio y posicionándose justo delante de los ojos verdes del adulto. — Yo sólo vengo a decirte una cosa. No dudo que eres un excelente padre, pero ésta vez, deja a tu hija en paz. Está peor de lo que alguna vez llegaste a estar tú, pero no necesita ayuda, necesita pensar en soledad. ¿Entendido?
Adrien sólo asintió, sin entender muy bien que pasaba.
—Ahora, listo. Me voy... pero deberías comprar queso por si vuelvo a venir....— Y después de eso, desapareció.