Desire (Silence 2)

By Saku_Mayu

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¿Qué estarías dispuesta a ofrecer por amor? Durante diecisiete años, Alis había creído que el mundo era tan... More

Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20
Capitulo 21
Capitulo 22
Capitulo 23

Capitulo 1

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By Saku_Mayu

Releí por cuarta vez el segundo párrafo de la página cuarenta y ocho del libro, pero en la tercera, o puede que en la quinta palabra mis pensamientos volvieron a divagar y se alejaron rápidamente del texto, muy lejos de la historia que llevaba un mes tratando de leer.

            Suspiré ruidosamente y dejé el libro en el suelo, con cuidado. Siempre me había gustado leer, aunque no le había dedicado el tiempo que hubiera querido. Los estudios siempre habían sido mi prioridad. Bueno, la de mis padres, y superar a Sarah mi desafío y consuelo. Aún así, aún tenía que terminar ese curso y decidir a la universidad que quería asistir. En parte no era exigente. Sólo pedía un único requisito: que estuviera lo más alejada posible de casa.

            Miré el libro abierto por una de las páginas finales y ladeé la cabeza, tratando de agudizar la vista para poder distinguir las frases y conocer al fin el desenlace de la historia, pero desde mi calentita posición, sentada en la cama y con las mantas sobre mí, era imposible leer nada y tener que inclinarme para averiguarlo me daba mucha pereza. Aparté la mirada y clavé los ojos en la puerta del armario del fondo, perfectamente cerrado.

            Tal vez aquella noche no era la mejor para leer; una de tantas. Desde que había vuelto de Orleáns había pasado muchas noches de insomnio, asomada a la ventana, mirando un paisaje conocido, lleno de luces y de poca actividad que transcurría lentamente, con el único sonido de fondo del eterno tictac del despertador.

            En ese momento escuché como se abría la puerta de casa y agudicé el oído mientras escuchaba como mi hermana dejaba las llaves sobre la mesa del recibidor y pasaba por la cocina antes de encerrarse en su habitación. No tardó en poner música mientras hablaba y reía por teléfono con, tal vez, su nuevo novio.

            No me molesté en mirar la hora. Era tarde. Llevaba un par de horas dando vueltas en la cama incapaz de dormir y me había acostado mas tarde de las once, pero Sarah parecía ignorar que el ruido que estaba haciendo pudiera molestar a alguien. Eso, o le importaba poco. Y realmente conocía la respuesta.

            Ladeé la cabeza y miré hacia la ventana. No estaba de humor para una pelea y con Sarah no se hablaba, se discutía.

            —¡No pienso hacerlo!

            El estridente grito de mi hermana fuera de la habitación me obligó a apartar la mirada de las zumbantes luces de una ciudad que duerme a medias y volví a rescatar el hilo del monólogo que escuchaba tras la pared de mi cuarto. Sarah caminaba descalza por el pasillo y escuché como lanzaba algo, o más bien, cómo ese algo se estrellaba contra una pared y, tras un momento de silencio, decidí poner mis pies, también descalzos, sobre el suelo y busqué las fuerzas y las ganas que no sentía por ningún sitio, para caminar hasta la puerta de mi habitación y salí a encontrarme con Sarah en la cocina.

            —¿Qué? —gruñó Sarah al verme, temblando de rabia y una mirada feroz dirigida a mí—. ¿Qué haces aquí?

            La contemplé con parsimonia, aceptando que le sentaba muy bien el coqueto camisón corto de encaje que llevaba puesto y me encogí de hombros sin emoción, caminando lentamente hacia la fregadera a coger un vaso de agua y descubriendo al fin qué había sido el algo estrellado al ver un montoncito de cristales por todo el suelo de la cocina y parte de la fregadera. Me detuve en seco, lamentando seguir descalza y viendo el suelo con otros ojos. Levanté la cabeza para volver a mirar a mi hermana que cada vez parecía más enfadada.

            Suspiré, cruzándome de brazos.

            —Venía a por un vaso de agua —dije sin poder darle una nota de entusiasmo a la voz e ignoré la ironía que llevaba plasmada en cada una de las palabras—. Antes de encontrarme con una bonita alfombra de cristales por el suelo.

            Sarah hizo una mueca.

            —Vete a la mierda, guarra.

            La miré de arriba abajo y lamenté que no hubiera sido el teléfono móvil el que hubiera sufrido el destino del pobre vaso estrellado en la pared. O ella, por supuesto.

            —Púdrete

Aquel era uno de esos momentos en los que deseas que el suelo se abra y engulla a la persona que tienes enfrente. Las dos nos miramos como si quisiéramos asesinar a la otra. Posiblemente Sarah me estaba usando como medida de auxilio para descargar la rabia que tenía después de la pelea con su novio y yo me odiaba por haber sido tan estúpidamente blanda como para salir de la habitación por si ella necesitaba una presencia humana donde reconfortarse.

Por suerte, el teléfono de Sarah comenzó a sonar de nuevo y tras unos segundos en los que parecía negarse a ser la primera en apartar la mirada, se dio la vuelta y respondió al teléfono, suponiendo un verdadero alivio para mi y mis ojos que comenzaban a escocerme, y me crucé de brazos, escuchando la conversación de Sarah que no tardó en volver a lanzarme una de sus agrias miradas.

—¿Qué mierda haces aún aquí? —gruñó, apartando un momento el teléfono—. ¿Eh? No era a ti, es con la retrasada de mi hermana.

—Perder el tiempo, eso seguro —murmuré, sin moverme ni un centímetro fuera de la cocina.

En realidad nunca había entendido su aversión hacia mí, pero ahora simplemente me daba igual. No es como si a esas alturas considerara a mi familia como un ejemplo modelo a seguir. Mis padres trabajaban mucho, demasiado, y pasaban poco tiempo en casa y mi hermana... en fin, Sarah era Sarah. Era lo más parecido a no tener familia. Y posiblemente lo mejor sería no tenerla.

—¿Qué haces? —gruñó Sarah una vez más acercándose a mí.

Me encogí de hombros.

—¿Disfrutar de la discusión que tienes con tu novio?

            Sarah abrió la boca para gritar algo, pero pareció pensárselo mejor y decidiendo no montar una escenita frente —o a oídos— de quien fuera su novio actual, pasó por mi lado dándome un codazo y salió de la cocina.

            Suspiré, llevándome una mano a la parte dolorida del brazo.

—Podía haberme ahorrado esto.

Di un paso más hacia los cristales y busqué con la mirada algo para recogerlos, encontrando la escoba detrás de la puerta. La cogí y comencé a barrer el suelo, bastante distraída mientras seguía compadeciéndome.

No solo tenía suficiente con lidiar con la pandilla de orangutanes que iban al bar donde trabajo los fines de semana y algunas tardes después de salir de clase, sino que no conseguía desconectar en casa, que tenía que enfrentarme al monstruo de Sarah. Al menos, trabajar en Frenys me había servido para aprender a insultar con amabilidad —sí, increíblemente existía una jerga para ese tipo de acciones nada respetables—, y con una sonrisa.

Al principio había sido un poco duro tratar con aquellas mesas llenas de gente gritando, conversaciones que iban y venían, retazos de discusiones, palabras empalagosas e intentos de muy mal gustos por ligar los unos con los otros. No tenía tiempo entre mesa y mesa, entre pedido y pedido, entre ir y venir a recoger las bandejas, dejar las hojas con los menús seleccionados o el momento de relax que ocupaba en la escapadita discreta al servicio donde, aparte de golpear algo y mirar mi lamentable aspecto en un espejo bastante sucio, con el pelo sudado y pegado a la cabeza y la ropa con alguna mancha de más, servía para respirar hondo y repetirme que podía hacerlo.

Al final, después de cinco meses y medio, había conseguido adaptarme. Me movía mucho más rápido —y no había vuelto a tirar una bandeja encima de nadie—, como si hubiera nacido para aquello Nunca escuchaba nada de lo que trataban de decirme después de que hubieran hecho el pedido, al menos no lo hacía si eran un grupo de chicos subidos de tono o pasados de alcohol, donde no parecían reparar en mi lamentable aspecto, ni mi apariencia simplona. Y, por supuesto, tampoco trataba de comprenderlo todo. Me dejaba llevar, algo que se me daba a las mil maravillas; y entre los estudios y el trabajo me mantenía tan ocupada que no tenía tiempo de nada más.

Ni siquiera de pensar.

¡Oh, sí! Algunas veces hacía huequecitos obligados para mis amigas. Miranda y las demás solían acudir los fines de semana al restaurante y se sentaban en la misma mesa del fondo, me hacían señas con las manos y comenzaban a leer el tríptico plastificado como si realmente a esas alturas lo necesitaran para saber lo que estaba escrito en él, pero me limitaba a permanecer de pie, con la libreta y el bolígrafo en la mano, sin borrar la sonrisa profesional que parecía congelada en mis labios y pasaba el peso de una pierna a otra, mordiéndome la lengua para no gritarles, a ellas o a los chicos de la mesa de al lado que no dejaban de chasquear la lengua y lanzar obscenos comentarios mientras no dejaban de reírse.

También hacíamos asiduas visitas a Tiffanys.

Para mí acudir a aquel lugar se había vuelto una especie de santuario, un lugar de aislamiento donde me permitía desconectar de la abrupta y estresante rutina que me había creado y me permitía relajarme un momento, disfrutando de la compañía de Melissa y sus románticas historias que cambiaban frecuentemente al igual que lo hacía el postre de la casa.

Y por supuesto, no hacía mucho que en los triviales y no tan triviales temas de conversación, tanto entre mis amigas, el instituto o en casa, se mencionaba el tema de la universidad. Tamara parecía sufrir una especie de duda existencial. Raquel dudaba entre una u otra, pero apuntaba a la local, pensando en buscar la vía más segura. Miranda hablaba poco del tema y se la veía bastante reflexiva. Yo dejé escapar la palabra Oxford y ahí comenzó una polémica en la que todas parecían tener algo que opinar. Todas menos yo, claro.

Estaba aburrida de todo aquello. En realidad no necesitaba que nadie me aconsejara o me dijera si era buena o mala idea. Había tomado una decisión; no era una pequeña idea surgida de un mal sueño, y estaba luchando para conseguir llegar hasta ella.

No sólo trabajaba para tener dinero de más en el bolsillo y poder acceder a cosas que antes no podía permitirme tener, sino que lo hacia para ahorrar en caso de que hipotéticamente mis padres se opusieran a la idea de que fuera a estudiar tan lejos y sin esperar buscar una manera de convencerlos, algo que no entraba en mis planes hacer, cogería la maleta, el dinero y la matricula y volaría hasta Inglaterra donde me esperaría... bueno, donde me esperaría la universidad y una vida universitaria en la que tendría que complementar con algún trabajo si pretendía sobrevivir los años de estudios.

Pero estaba decidida y nada conseguiría hacerme cambiar de opinión.

Recogí los cristales amontonados con la pala y lo tiré en la basura antes de recoger los trozos que seguían en la fregadera e hice lo mismo con ellos, limpiándolo todo. Después, como si realmente hubiera querido un vaso de agua, abrí el armario de encima y tomé una de las tazas de desayuno, cubriéndola de agua a rebosar antes de tirar la mitad y dejarla sobre la mesa después de haber dado un pequeño sorbito.

            Volví a la habitación y cerré la puerta despacio. Sarah había vuelto a poner música pero no tan alta y su voz, aunque ligeramente áspera, sonaba más calmada y mucho más baja.

            No volví a la cama. Esa noche no dormiría. Me senté frente al ordenador y encendí la pantalla, revisando el correo e intercambiando algunos emails con Graze que también estaba despierta. Durante unos minutos, tal vez más, ya que Sarah dejó de hablar por teléfono y gradualmente la música se fue convirtiendo en un suave murmullo hasta quedar completamente muda y dejar la casa nuevamente en silencio, estuvimos enviándonos correos de no más de dos líneas, únicamente convirtiéndolo en un extraño chat, preguntándonos y hablándonos del día a día hasta que Graze tuvo la idea de que era mejor hacerlo por teléfono.

            —¿Cómo estás?

            No solía hacer esa pregunta muy a menudo; tal vez porque no me gustaba que me la hicieran a mí, pero sabía que Graze había pasado un pequeño bache el último mes y había tenido problemas con el grupo que ya conocía e, incluso, se había distanciado de Sandy, de quien curiosamente tampoco sabía nada, como si de la noche a la mañana hubiera desaparecido y hasta me hubiera preocupado a no ser porque Graze palió mis dudas sobre ella y me explicó brevemente que se habían enfadado con ella, ocultando los detalles. No le pregunté, teniendo la misma cortesía que ella había tenido conmigo una vez, pero me extrañó que Sandy cortara tan radicalmente el contacto conmigo, como si parte del enfado con Graze tuviera algo que ver conmigo y la idea, aunque no me molestaba, si me desagradaba de alguna manera. Era obvio que hablaban de mí a mis espaldas y era evidente que no para bien y aunque sabía que era algo que hacían siempre y no me importaba, me molestaba saber que lo estaban haciendo y no poder pedir los detalles.

            Pero me limitaba a ignorar el asunto. Tenía otras prioridades.

            —Bien.

            Su respuesta era demasiado corta y un poco tensa. No quería hablar del tema y yo me limité a respetar ese espacio.

            Eso no lo había aprendido en el bar, pero si lo había hecho en una larga convivencia conmigo misma, mi familia y toda la gentuza que me rodeaba fuera a donde fuera, como si me hubiera convertido o simplemente hubiera nacido con un imán atrae imbéciles. Era duro, sí, pero una se terminaba acostumbrando.

            —Mañana trabajo —comenté para romper el desagradable silencio que se había creado.

            Tal vez era por eso por lo que odiaba hacer esa pregunta. Nunca traía nada bueno. Al igual que prefería mantener esas conversaciones por correo. Cuando se ponían muy tensas siempre se podían cortar más fácilmente.

            —¿Y cómo se presenta?

            —Creo que la etapa de querer asesinar a alguien ya la he pasado.

            Las dos nos reímos sin muchas ganas.

            —Pronto te iras a Oxford.

            Era la única que me había dado su bendición sin hacer preguntas ni añadir nada.

            —En realidad queda mucho; más del que me gustaría que quedara.

            Huía...

            —Me gustaría ir contigo...

            Guardé silencio y caminé hasta la cama, sentándome sobre ella sin taparme, pero apoyé la espalda en la pared.

            —Entonces, vente. Viviremos en los dormitorios, conoceremos muchas gente y nos divertiremos mucho.

            Hubo una risita queda al otro lado del teléfono.

            —No suena mal.

            —Nada mal.

            —Pero no se...

            —Sólo prénsalo.

            De todas las personas a las que ahora mismo podía mantener a mi lado de esa manera era ella tal vez la única. Puede que sonara egoísta pero su melancólico estado de animo era como una pequeña catapulta para mí, como si me hiciera sentir menos sola, menos perdida. Tal vez sólo buscaba en ella una manera de que alguien me necesitara.

            Tampoco era algo a lo que le diese demasiadas vueltas. Si Graze quería venir a Oxford y podía hacerlo, estaba dispuesta a compartir mi patética vida con ella, aunque dadas las circunstancias, la realidad era que posiblemente Graze terminara más harta de mí que yo de ella.

—¿Y después del trabajo? Es sábado, puedes salir un rato.

Podía, pero no entraba en mis planes.

—Creo que no... Acabo muy cansada y no me apetece ir a ningún club... Ya sabes, sólo seria un muermo plantado ahí esperando a que todo se acabe... una vista no muy agradable.

—No...no...

Las dos volvimos a reír sin muchas ganas.

—¿Qué tal llevas el examen de literatura?

—No se... Creo que bien. Dedico mucho tiempo a estudiar.

Sabía lo que era eso.

—No lo pienses demasiado, lo harás bien, ya verás.

—¿Y tú? ¿Crees que podrás continuar el ritmo de estudio si no dejas el trabajo antes de los exámenes finales?

Me encogí de hombros y ladeé la cabeza al creer oír un ruido diferente cerca del armario. La mochila se había escurrido hacia un lado, perdiendo la posición aventajada frente al armario. La seguí mirando en silencio, sin apartar la cabeza ni parpadear antes de acordarme de que Graze seguía al otro lado de la línea, algo que su silencio no me ayudó a creer que siguiera despierta.

—Lo haré bien —respondí finalmente, sin ninguna duda de que lo lograría.

—Me gustaría tener tu misma confianza.

Bajé lentamente la mirada y volví a levantarla, repasando una vez más el armario y los alrededores.

—Sólo tienes que pensar que la tienes.

—No creo que sea tan fácil.

—Realmente lo es.

El resto de la habitación seguía inalterable.

—Creo que voy a tratar de dormir ahora.

—Claro. Posiblemente yo también me acueste y trate de dormir. Mañana será un día duro y tener que aguantar el trabajo sin haber descansado...

—Sí, mejor duerme un poco.

—Es lo que haré...

O lo que trataría de hacer.

Dejé que Graze colgara primero y puse el teléfono a un lado de la cama. Durante un momento no me moví, pero no tardé en levantarme y acuclillarme frente a la mochila; la aparté con una mano y me aventuré a abrir el armario, le eché un vistazo a su interior y volví a cerrar la puerta, dejando la mochila tal y  como la tenía antes de que se escurriera y cayera a un lado; luego regresé a la cama y me tapé hasta la cintura con un viejo edredón y me quedé escuchando el silencio, roto únicamente por el distante sonido de algún coche en la carretera de al lado del edificio, y del despertador.

Sarah parecía dormir, la ciudad parecía estar durmiendo.

Sólo yo parecía no encajar con aquello.

Ladeé el cuerpo y me incliné para abrir el cajón de la mesilla de al lado y saqué el joyero de conchas y lo dejé sobre mi regazo, sobre el edredón y lo abrí.

En realidad, yo era una persona normal; una chica de casi dieciocho años con muchos sueños por delante, una esperanzadora vida universitaria en otro país, unas amigas y hasta un trabajo que me traía de cabeza.

No parecía haber nada anormal.

Saqué del joyero la única cosa que había dejado en él después de tirar todos los recuerdos inútiles e infantiles y enrollé entre los dedos el colgante y dejé la cruz frente a mis ojos, flotando en la palma de mi mano.

Y no lo había.

Excepto por Belial.

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Capitulo 1 de la segunda parte de Silence!!!! Ha sido un odisea hacer el resumen XDDD no sabia como ponerlo, siempre se me han dado mal los resumenes :) Muchas gracias a todos por los votos, comentarios y todo vuestro apoyo ^^ Y gracias a Haruhi por hacerme esa gran portada!!!!!

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