Genevieve - Crónicas de Aladi...

Da AnnRodd

260K 24.3K 4.9K

Gennie es una criada a la que le fascinan las antiguas leyendas sobre las hazañas de las hadas. Cuando conoce... Altro

Notas
Capítulo 1: en el que Genevieve mete la pata
Capítulo2: en el que Genevieve aprende lo que no es tener decencia
Capítulo 3: en el que Gennie es atrapada
Capítulo 4: en el que la oportunista es importunada
Capítulo 5: en el que Os toma cartas en el asunto
Capítulo 6: en el que se cambia la estrategia
Capítulo 8: en el que Fredegar habla de genética
Capítulo 9: en el que se deben tomar decisiones
Capítulo 10: en el que Gennie se arriesga
Capítulo 11: en el que se cuentan los secretos
Capítulo 12: en el que los perros causan problemas
Capítulo 13: en el que se temen las consecuencias
Capítulo 14: en el que se enfrentan las consecuencias
Capítulo 15: en el que los rumores estropean todo
Capítulo 16: en el que Gennie aprende de sus errores
Capítulo 17: en el que llegan las lecciones
Capítulo 18: en el que la princesa se casa con el príncipe
Capítulo 19: en el que se encuentran las pistas
Capítulo 20: en el que se hallan los recuerdos
Capítulo 21: en el que horror toca la puerta
Capítulo 22: en el que la congoja se hace cargo.
Capítulo 23: en el que empiezan los delirios
Capítulo 24: en el que los problemas regresan
Capítulo 25: en el que las personas pelean
Capítulo 26: en el que Gennie dice lo que siente
Capítulo 27: en el que Cicoll es atacado
Capítulo 28: en el que los cuentos se hacen realidad
Extra: En el que Donna y Bernie la encontraron bajo la lluvia
Extra: En el que Fredegar descubre las hadas bruja

Capítulo 7: en el que Genevieve se convierte en espía

7.7K 949 191
Da AnnRodd

Capítulo 7

En el que Genevieve se convierte en espía.


Arrojó las sábanas sobre la cama y caminó derecho hasta el escritorio. Si lady Crane le había enviado cartas, pues estas debían de estar guardadas por allí.

En el pequeño espacio apartado del cuarto, donde estaba el escritorio y las repisas con libros de Fredegar, Genevieve comenzó a indagar. Aquel lugarcito funcionaba como su lugar de trabajo. En el piso había otro cuarto para eso, en realidad, que Fredegar no había casi pisado desde que había vuelto al castillo. Si las cartas no estaban allí, el despacho sería su próxima parada.

Abrió todos los cajones y sacó todos los fajos anudados de cartas que encontró. Descartó las cartas de su madre, las de su hermano y las de su abuelo materno, de primera mano. Apartó las que pertenecían a importantes señores feudales, nobles y comerciantes que creía que podrían tener hijas que ofrecer y en el primer montón colocó todas las que provenían de mujeres.

Eran varios fajos, pero cada uno tenía pocas cartas. Las cartas de una tal Sophie ni siquiera estaban abiertas y las de lady Anneva Lacey estaban algo rotas, como si fueran muy viejas.

Pronto encontró las que buscaba. Lady Crane le había enviado cuatro cartas a Fredegar y ahora ella debía suponer que él le había contestado las cuatro, porque las de la hermana del lord estaban abiertas.

Revisó una por una, casi sintiendo deseos de vomitar y de asesinar a alguien al mismo tiempo. Lady Crane escribía con mucha propiedad, pero escondido entre sus solemnes frases estaba el claro coqueteo. Le decía lo muy feliz que le hacía su regreso, lo mucho que admiraba sus aventuras y sus viajes y cuánto le encantaría acompañarlo alguna vez.

Rechinó los dientes y dejó la primera carta, preguntándose qué diantres le había contestado él.

Las siguientes dos decían más o menos lo mismo, y Genevieve pudo hacerse una idea de la capacidad imaginativa de la señorita. Pero la última carta fue la que la dejó nerviosa. Lady Crane hacía alusión a un paseo pactado en cuanto él estuviera en su castillo. Un paseo a solas. Por lo que leía, lo único que podía llegar a entender era que Fredegar había propuesto tal encuentro.

Malhumorada, guardó las cartas de lady Crane y las tantas otras que ya no tenía ganas de ver. Se maldijo a sí misma. ¿Por qué no había prestado atención a lo que había dicho Osbert? Fredegar Godwell, el mujeriego por excelencia. Por supuesto que él atacaba a cuanta damisela se le cruzaba.

Más que tonta, se sintió enfadada consigo misma. Él ya se había aburrido de ella y ahora la trataba como una mucama más. Debería estar feliz por eso, debería sentirse tranquila. En cambio, se sentía más agraviada por la falta repentina de interés de su señor y por esas cartas que por sus intentos de seducirla.

Fredegar tenía que buscar una esposa y ciertamente, Lady Crane era una certera candidata. Era material de esposa, no como ella. Seguramente, estaban tratándose con ese fin y eso la enfurecía.

Era tal la dicotomía que también se retó, por las razones equivocadas, por haber estado hurgando en sus cosas. Si no hubiese revisado, no se habría encontrado las cartas ni habría sacado esas conclusiones tan desafortunadas.

Acomodó las cosas del escritorio, tal y como estaban antes de abrir los cajones. Fredegar no debía darse cuenta de su intromisión y ella se aseguraría de eso. Planeó llevarse ese secreto a la tumba.

Ahora, lo único que le quedaba esperar eran los chismes sobre el encantador paseo al atardecer, en el que Elina Crane seguramente se había emperifollado para ganarse más de un cumplido... Y quizás un anillo en el dedo.

Genevieve golpeó suavemente la puerta del cuarto de Osbert. Hacía no menos de quince minutos que él y su hermano habían vuelto a casa y ella no tenía deseos de ver a Fredegar aún.

Os la recibió con una sonrisa y un tierno abrazo, tan típico de él.

—¡No te imaginas! Todo encantador. Muchachos muy simpáticos y nobles muy amables —soltó Osbert.

Ella hizo una mueca.

—También señoritas bonitas, ¿verdad?

—Había algunas señoritas encantadoras —contestó el chico—. Al menos eso se esforzaba por hacerme notar mi hermano. Estuvo insoportable, queriendo forzarme a hablar con alguna en especial. —Ella solo lo miró en silencio—. Ya sabes que me encanta la atención y que las damas me den cumplidos no me molesta, pero algunas mujeres son realmente insistentes. —Entonces Os frunció el ceño—. Carissa Obelyn no me dejaba en paz y creo que pensó que estaba interesada en ella solo porque me acerqué mucho a su hermano mayor.

—Uno de los muchachos simpáticos —comentó Gennie, sin ánimos. Os asintió, mientras abría su bolso—. Entonces, ¿cómo son lord Crane y su hermana?

Su amigo ladeó la cabeza.

—Bueno, lord Crane es un tipo flacucho. No es mi tipo.

—Claro —contesto ella—. ¿Y lady Crane? ¿Es... bonita?

Os se encogió de hombros.

—Algo. Tiene un lindo rostro, y grandes bubis; supongo que puede ser considerada una mujer bonita.

Genevieve bajó los ojos hasta su pecho. Debido a su tamaño corporal no tenía senos demasiado grandes. Eran normales y siempre había estado conforme, pero ahora...

—¿Qué tan grandes?

Osbert soltó una chaqueta.

—¿Qué tan grandes? —repitió, confundido.

—Sus bubis —aclaró Genevieve—. ¿Qué tan grandes son sus bubis? ¿Más que las mías?

Parecía que acababan de golpear a Os en la cara.

—¿Por qué demonios me estás preguntando eso?

—Yo... —titubeó ella—. Por nada.

Os negó con la cabeza, y continúo sacando sus prendas de la maleta en silencio. Genevieve se mordió el labio, mirándolo con atención. Se moría por preguntarle algo sobre el paseo.

—Y... ¿Lady Crane da lindos... paseos?

Otra vez, Osbert se giró a mirarla confundido.

—¿Y yo que voy a saber?

—Bueno, podría haberte invitado.

—¿A mí? Lady Crane no tiene ojos más que para... —Osbert se calló, y luego dirigió sus ojos claros hacia ella, acusadores—. Fredegar.

Genevieve solo sonrió inocentemente.

—¿Qué tiene Fredegar?

—Lo que tú quieres saber es si Fredegar ha simpatizado con lady Crane —murmuró él, con los ojos entrecerrados—. ¿Cómo supiste del paseo? Es decir, yo no te lo dije.

Genevieve puso los ojos en blanco, antes de que Osbert pudiera notar su nerviosismo.

—Lo oí de Fredegar al bajar del carruaje, tonto.

Osbert juntó las cejas.

—¿De verdad? —dijo, tratando de recordar—. Qué raro, él no suele decir esas cosas en voz alta... —Rápidamente, sabiendo en dónde iba a terminar eso, Genevieve se levantó de su silla y se acercó a la puerta de salida—. Pero da igual, ¡la cuestión es dónde mierda estabas tú para poder oír eso! —Genevieve le dirigió una sonrisa de disculpa y se escabulló fuera. Antes de cerrar la puerta escuchó como Osbert gritaba—: ¡Niña tramposa!

El paseo se había realizado, pero no obtendría más información que esa de Osbert y de cualquier otra persona hasta dentro de unos días. Si algo había pasado allí y lady Alys, la madre de Fredegar, se enteraba, pues ella se encargaría de comentárselo a alguien más.

Caminó hasta la habitación de Fredegar, que seguro la estaba esperando para que lo ayudara. Golpeó la puerta con cuidado y la abrió, al no recibir una respuesta.

Fredegar estaba sacando las cosas de su bolso, con el ceño bien fruncido. Con un sutil murmullo, ella se disculpó por el retraso.

El joven señor levantó la mirada y trató de sonreír, mas no pudo hacerlo perfectamente.

—Buenas tardes, señor Fredegar —saludó Genevieve. Él parecía ofuscado y ella temía que se hubiera dado cuenta de que había estado husmeando entre sus pertenencias. Pero después de ojear desde su posición el escritorio ordenado, se dijo que eso era imposible—. ¿Qué tal ha estado el banquete?

—El banquete estuvo bien —contestó él, terminando al fin de desempacar sus cosas.

¿Entonces por qué diablos estaba molesto?, pensó ella. Genevieve tomó el bolso antes de que él pudiera dejarlo caer al suelo. Lo acomodó dentro del armario y estuvo a su lado para separar los trajes sucios.

—¿Solo bien? —le preguntó.

Fredegar suspiró y se dejó caer en la cama.

—Se nota demasiado que estoy molesto, ¿verdad?

—Pues sí —admitió ella—. ¿Ha sucedido algo malo?

—No —Fredegar solo exhaló con violencia—, en realidad no. —Se tomó un segundo—. Es solo que la gente está siendo realmente pesada conmigo. No quiero casarme aún y es lo que nadie entiende —se enfurruñó de pronto, como un niño pequeño.

Genevieve lo miró confundida. Había salido a pasear con lady Crane sin la menor intención de casarse con ella. ¿Quién entendía a ese hombre?

—¿La gente?

—Mi madre, los sirvientes, ahora lord Crane y su hermana.

—¿Ellos lo presionan?

Fredegar se incorporó de golpe, y la miró con unos torturados ojos azules.

Ella... ella no deja de hablar —gimió—. Lo hace tan rápido que no puedo entenderle. No hay pausas, ni siquiera puedo opinar de algo. Y ya sabes, quedaría mal si yo la interrumpo cuando ella ni siquiera respira. También se puso a ordenar mi comida. ¡No me dejó comer pastel de calabaza! Me pareció muy mal contradecirla delante de todo el mundo y por eso no dije nada. Pero... ¿Quién querría casarse con esa mujer tan insoportable?

Genevieve se encogió de hombros, sin saber qué decir. En el fondo de su corazón, su alma rota estaba reviviendo. La esperanza estaba resurgiendo.

—Quizás a alguien que le guste hablar mucho también.

Fredegar negó.

—Y tiene un perro, un estúpido perro faldero al que lleva a todos lados —continuó—. Pero no puedo culparlo, el perro no es tan estúpido, solo quiere huir de ella.

Gennie se mordió el labio inferior.

—Entonces —dijo, sin estar muy segura de lo que iba a decir—, ¿usted sabía que lady Crane lo pretendía?

Él hizo una mueca.

—Sí.

—Entonces —repitió ella, con una mueca—, ¿por qué fue, si no tenía intenciones de recibir presiones sobre el matrimonio?

Fredegar suspiró.

—Soy el futuro Señor de Aládia —contestó, como si fuera obvio—. Si algún noble me invita amablemente a un exquisito banquete de dos días, no podría negarme. No es que ya tenga obligaciones con las que excusarme, como mi padre. Mi presencia es la más importante allí. Si bien lord Crane había invitado a algunos hombres más, era más que obvio que todo ese gasto de dinero en esos invitados era solo para que su hermana tuviera la oportunidad de convertirse en la próxima Señora del feudo. Lo habrá considerado una inversión a largo plazo.

—De modo que este es el momento de lamentarnos por la banca rota de lord Crane —terció Genevieve, sin lástima.

El joven se echó a reír casi de inmediato, sorprendido por la calidad de su comentario.

—Creo que no calculó muy bien sus posibilidades —rio Fredegar.

—Quizás eso demuestra su capacidad estimativa. Le recomendaría negociar con lord Crane en el futuro, sin duda podría obtener algo más jugoso que su habladora hermana o su molesto perro —pensó en voz alta ella, todavía con uno de los trajes en las manos

Fredegar volvió a reír, un poco más relajado.

—¿Podría ser un buen partido? —le preguntó, divertido.

Genevieve se alejó unos pasos de la cama.

—Pues depende de qué lado este usted. Si es negociación uno a uno, yo creo que saldría muy bien parado. Más teniendo en cuenta lo que me acaba de decir, me mantendría alejada de apoyar a lord Crane en cualquier finanza, se arriesgaría a quebrar usted también.

Se quedó en silencio mientras colocaba el traje sucio en la cesta de mimbre, esperando la respuesta de su señor, pero esta no llegó a tiempo. Se giró a verlo y se encontró con su mirada chispeante.

—Hablas como si negociaras seguido, Genevieve —sonrió.

Por supuesto que así era: negociaba con Bernie, con Os, con sus compañeras, ¡hasta con Donna!, pero ella casi nunca se daba cuenta.

—Lo que acabo de decir no es una proeza intelectual, señor Fredegar —recalcó, encogiéndose de hombros.

—Lo sé —aceptó él—. Solo que las mucamas no suelen ponerse a pensar en eso, ¿o sí?

Ella hizo una mueca. Las mucamas no, porque generalmente estaban muy entregadas a su trabajo, pero Genevieve... Genevieve adoraba salir ganando.

—Quizás las que apuestan —respondió.

Fredegar alzó las cejas.

—¿Tú apuestas?

—No.

—¿Entonces?

Ella ladeó la cabeza, intentando hacerse la inocente como siempre, aunque con Fredegar nunca le saliera nada bien.

—Entonces nada —contestó, algo a la defensiva, y se dio cuenta tarde de su error. Fredegar se levantó de la cama, caminó a hasta ella, cercándole el paso, y se cruzó de brazos.

—¿Entonces nada? —dijo serio, pero había un brillo de diversión en sus ojos.

Automáticamente, Gennie bajó la cabeza.

—Lo lamento —se disculpó—. No volveré a hablarle así.

Él se rio por lo bajo.

—Te disculparé si me dices. —Arqueó una ceja.

Genevieve se mordió el labio inferior. No le apetecía revelarle a Fredegar la clase de chica oportunista que era, no a ese punto. Se suponía que Donna y Bernie tenían el permiso de los señores de adoptar niños huérfanos, con la condición de enseñarlos para cumplir con las tareas del castillo eficazmente. Y como había dicho alguna vez Bernie, ella podría ser eficaz, pero era demasiado negociadora para eso. No era la empleada ejemplar.

—Bueno... es que yo... —gimió, con vergüenza, al ver la mirada fija de su señor—. Yo no soy la más correcta de las empleadas —confesó—, y a veces... a veces negocio con ciertas personas para... beneficiarme.

Durante un momento, la expresión de Fredegar fue helada.

—¿A qué te refieres exactamente? —murmuró, duro como una estatua.

Ella se removió, inquieta y nerviosa.

—Miento —gimió—. Como la vez que usted me encontró en su sillón; engañé a Naima para que fuera a buscar las toallas ella sola y quedarme descansando.

Él suspiró casi aliviado y negó con la cabeza, riendo.

—Oh, por las Hadas, soy un idiota. ¡Por un momento pensé cosas...! Uf...

Genevieve enrojeció hasta la raíz del cabello.

—¡Yo no haría algo como... eso! —soltó, casi molesta, entendiendo a lo que se refería—. Además, ya sabe usted que soy doncella, que nunca había visto a un hombre desnudo antes de... —se frenó—, de eso.

—Lo sé, lo siento. —Fredegar le dirigió una sonrisa de disculpa—. Es que lo que dijiste sonó tan... ¡Y bueno! Me asusté. Y... —añadió, pero se desdijo a mitad de camino—. Nada, me refiero a que teniendo en cuenta todo lo que me dijiste de ti y todo lo mal que me comporté, me preocupó que tuvieses que llegar a eso tan pronto. ¡Y no me refiero a que vivas tu vida! No, estoy muy a favor de que... vivas tu vida —aclaró, y otra vez Genevieve sintió las mejillas arder—. Pero no es justo venderse por necesidad.

—Yo no haría eso —repitió ella, en un bajo murmullo.

Fredegar asintió.

—Claro que no. Además, Osbert te mataría, ¿verdad?

¡Y cómo no! Osbert era muy sobre protector con ella, demasiado para su gusto, pero había aprendido en los últimos días que él tenía más razón que todos esos pensamientos tontos y hormonales que ella tenía.

—Pero esa es la misma razón por la cual no necesito vender mi cuerpo —dijo—. A Osbert también lo manipulo.

Fredegar sonrió otra vez, pero ahora no parecía divertido. Su sonrisa era más bien como de cortesía.

Negocias con mi hermano —afirmó.

Ella se encogió de hombros, sin notar la tensión que se apoderaba de él.

—Si vamos a hablar claro, podría decir que a veces negocio con él. Pero como Os es mi mejor amigo, generalmente no es necesario. Cuando necesito una coartada él me la da fácilmente.

—¿Qué tipo de cuartadas?

Genevieve tampoco notó el sutil recelo en su voz.

—Si quiero pasar un rato durmiendo, pues solo mando a Osbert a decirle a Bernie que lo ayudaré a limpiar su cuarto. Os se encierra en la biblioteca y yo me duermo en su cama.

Allí fue cuando Fredegar casi se atraganta.

—¿Has estado en su cama? —Su voz salió áspera y Genevieve se inclinó hacia él, asustada por el atraco de saliva.

—No juntos, si eso es lo que pregunta. Él me presta su cama y nadie más se entera. A veces estoy muy cansada —respondió—, porque no puedo dormir en las noches.

—Oh, bien —Él carraspeó, recuperándose—. Eso no es del todo justo. Si quieres que te presten una cama, puedo prestarte la mía, e incluso si no puedes dormir por las noches... —Se detuvo justo a tiempo. Miró a la jovencita delante de él, que ya se había puesto rígida, nerviosa y colorada como un tomate a punto. Se dio cuenta de que estaba otra vez diciendo cosas que no debía, cosas que era mejor dejar en su cabeza. Como por ejemplo... que ella era una niña que sí estaba bien madura.

—Ah —contestó Genevieve y Fredegar se apresuró a disculparse.

—Perdóname, casi me paso. —Ella no respondió y permaneció quieta, en silencio—. Entonces decías que no puedes dormir en la noche, ¿por qué?

—No es siempre —aclaró Gennie, aún nerviosa por aquel comentario, esa invitación que no había llegado a decir, pero que aun así se moría por terminar de oír—. Algunas noches simplemente no puedo conciliar el sueño. —Aquello no era algo que la preocupara a esta altura de su vida. Había padecido eso durante ya muchos años—. Es como si estuviera nerviosa o asustada, pero no puedo determinar por qué. Yo supongo que tiene que ver con parte de la vida que no recuerdo —le contó—, quizás lo que olvidé aún está aquí. —Señaló su cabeza—. Quizás no lo olvidé del todo.

—Hablas como si creyeras que algo horrible sucedió en tu infancia —susurró Fredegar.

—Si es así, menos mal que no lo recuerdo. —Se estremeció. No solía hablar de eso, ni tampoco le gustaba pensarlo. No quería imaginarse como había sido su vida durante sus primeros dos años de vida, prefería quedarse con la imagen inventada de su madre. Pero, como siempre decía Bernie para sí misma, aquellas cicatrices no estaban por nada.

Fredegar dio un paso hacia ella y tomó su mano, para llevarla a sus labios, tal y como la vez anterior.

—Genevieve, quiero que me prometas algo —pidió, casi acongojado—. Cada vez que no puedas conciliar el sueño por las noches, que estés asustada y nerviosa, que te sientas sola, promete que considerarás venir a buscarme. Despiértame y yo estaré para ti. Si necesitas hablar, si solo quieres estar acompañada... Y de otro modo, si no te apetece buscarme por las noches, júrame que me dirás al día siguiente que no has dormido. Yo te daré mi cama, podrás dormir aquí, sin que nadie se entere. Como Os, yo también puedo excusarte.

Genevieve negó.

—No creo que pudiera venir a... despertarlo —contestó. No sería capaz de salir de su cuarto en la noche, meterse en el suyo, despertarlo solo para quedarse allí en silencio con él—. Además, no estoy sola en mi cuarto. Dalila duerme allí conmigo. Y, por otra parte —agregó—, hace más de un mes que no me sucede eso.

—Entonces me avisarás durante el día, ¿sí? Esa sí que es una orden, Genevieve.

Sin nada más que poder objetar, Gennie asintió. Fredegar besó una vez más su mano, pero no la soltó, simplemente se la quedó viendo a los ojos con intensidad, con demasiada intensidad.

Gennie no se dio cuenta en qué momento había dado un paso hacia él. La llama azul de sus profundos ojos la llamaba con firmeza. Apenas si se dio cuenta también de que Fredegar había avanzado y que sus rostros ahora estaban a escasos centímetros, solo separados por sus manos entrelazadas.

Él bajó las manos, logrando así que el espacio se redujera. Su dulce aroma le llegó con más fuerza y cuando estuvo a punto de inclinarse para rozar esos rellenos y tiernos labios, Genevieve dio un respingo y se alejó medio metro.

—Yo... debo llevar la ropa sucia.

Fredegar no dejó que ella notara su decepción y Genevieve, luego de sonreír tímidamente, se escabulló con el cesto de ropa entre sus manos. 




Continua a leggere

Ti piacerà anche

377K 21K 90
Asia es la reina en todo lo que hace, sobre todo en boxear y ganar carreras clandestinas, en el mundo de lo ilegal se la conoce como "The Queen". Su...
30.5K 2K 21
[Post Star] Han pasado algunos años desde la batalla contra Galaxia, todo es paz y tranquilidad para las sailor ¿o no? ¿Qué pasaría si el cuento de H...
92.1K 6.4K 56
Liah, princesa de Evigheden, próxima monarca del reino más grande y poderoso conocido hasta la fecha. Luna, princesa de Calanthe, próxima esposa de l...
230K 20.7K 24
𝗠𝗪★彡 Donde Luna Blake se muda a Forks para poder huir del pasado, sin saber que terminaría conociendo al muy extraño Sam Uley ... ❨ book one ❩ ❨ t...