Latido del corazón © [Complet...

By KralovnaSurovost

1.5M 194K 47.6K

Sebastián Videla poseía los ojos de un demonio melancólico, tan frágil y dañado que Ángela nunca recuperó lo... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 10
Capítulo 11
Anexo, Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
II Parte
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Anexo, Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Anexo, Capítulo 40
Capítulo 41
III Parte
Capítulo 42
Primera carta
Capítulo 43
Segunda carta
El Malo
Capítulo 44
Capítulo 45
Tercera carta
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Anexo, Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Epílogo
Agradecimientos
Capítulo extra
¡Consigue esta novela en PAPEL!
Fotografías del libro en papel

Capítulo 9

26.3K 4K 1.4K
By KralovnaSurovost

El profesor cuidándome durante mi castigo recibió una llamada de emergencia, aparentemente, por lo que me dejó salir apenas cuarenta y cinco minutos después de haber llegado. Tomé mi bolso y titubeé antes de comenzar a caminar fuera del salón. Mis pies ya sabían hacia dónde nos dirigíamos antes de que mi cerebro comenzar a evaluar los riesgos.

Yo no era una chica débil, del tipo que permite que las personas le pasen por encima, aunque al parecer esa era la impresión que casi todas las personas tenían sobre mí. Nunca me preocupé demasiado sobre cómo me percibían los que me rodeaban, pues solo me interesaba ser amable con la gente y disfrutar de mi vida de la mejor manera posible. Las únicas personas cuya opinión tomaba en cuenta eran los seres que más me importaban.

En ese momento me preocupé de lo mucho que había cambiado desde hacía dos años. Para bien o para mal, la Ángela de antes era completamente diferente a la que ahora caminaba hacia la oficina del director con el deseo de averiguar si Sebastián merodearía por ahí. No me sentía orgullosa de mi comportamiento; de hecho, si lo analizaba, sabía que me estaba dejando manipular y le permitía burlarse de mí al mantener una esperanza de que él cambiara y por ello aún guardarle cariño en un recoveco de mi corazón. Eso me hacía vulnerable, cosa que Sebastián Videla aprovechaba sin piedad para hacerme daño, intentando satisfacer el odio que de repente sostuvo en mi contra.

Me detuve frente a la puerta de la oficina del director, pero se encontraba cerrada con llave y no había ninguna luz allí dentro. Moritz, Sebastián y el extraño hombre de ojos grises habían finalizado su reunión. Intenté no parecer decepcionada. Gracias al cielo solo yo era capaz de escuchar mis pensamientos, de sentir mi masoquista corazón mendigar por un chico que solo sabía tratarme con desplantes, porque si Valerie o mi madre llegaran a escucharme me sacudirían hasta hacerme entrar en razón.

Al salir del colegio sentí el aire acariciar mis mejillas y alborotar mi cabello suelto. Miré al cielo y se encontraba despejado, tan solo algunos retazos de rayos de sol desperdigados que presagiaban lo hermoso que sería el atardecer. Luego bajé la mirada a las escaleras y me congelé. Un chico se encontraba encorvado sobre el primer escalón, sus respiraciones eran tan fuertes que podía percibirlas desde mi lugar.

Sin pensarlo demasiado, pues mi corazón llevaba mucho tiempo con el anhelo de acercarse al suyo, bajé las escaleras y me coloqué frente a él, que mantenía el rostro pegado a las rodillas y los brazos cubriéndole.

—Sebastián —llamé, en voz baja—, ¿estás bien?

Observé su cuerpo moreno endurecerse, sus músculos se movían bajo la piel tensa al escuchar mi voz. Su reaccionó solo anticipaba lo que iba a decir, debí haberme percatado en ese instante, pero nuestra conexión latía con fuerza y no me permitía marcharme aunque fuera lo mejor según la lógica y la razón.

—Ángela, lárgate —masculló sin mirarme.

Su ropa se encontraba manchada de sangre así como su piel. Imaginaba lo mucho que debía dolerle estar allí sentado con su pierna doblada luego de la golpiza que recibió. Una voz en mi cabeza me gritaba que diera media vuelta y me alejase, que no le permitiera tratarme como si no valiera nada. Casi logro convencerme de ello, hasta que una imagen de un Sebastián de once años vino a mi cabeza.

Me había roto el brazo intentando escalar un árbol, y él había estado allí intentando tranquilizarme mientras yo lloraba por el dolor. Por mucho que mi madre y su madre insistían en que no era necesario, me acompañó todo el camino hasta el hospital, incluso hizo un escándalo para que le permitieran quedarse en el consultorio mientras el doctor me enyesaba. Ese mismo día por la noche, jugó juegos de mesa conmigo para distraerme; luego, cayó exhausto y se durmió sobre el sillón.

Cerré los ojos con fuerza, intentando desalojar ese recuerdo de mi cabeza, pero era demasiado tarde. Con un suspiro de pesar, porque parte de mí anticipaba lo que me esperaba, di un paso adelante y pregunté con voz suave:

—Sé que odias los hospitales, pero creo que deberían revisarte.

Se puso en pie tan rápidamente que casi caigo sentada por la sorpresa. Se acercó hasta que su nariz rozaba la mía y me mostró sus pupilas dilatándose, rodeadas por unas largas pestañas negras y dos cejas espesas. Decir que se encontraba enojado sería un eufemismo.

—Lárgate de aquí —pronunció cada palabra con los dientes apretados, como si yo fuera el peor ser que hubo pisado el planeta.

Me enfureció y empujé su pecho con fuerza, sorprendiéndonos a ambos.

—Solo intentaba ser amable. ¡No tienes por qué ser un cretino al respecto!

—Métete en tus propios asuntos, Ángela. Yo ya tengo una chica que se preocupe por mí.

Fue un golpe certero que provocó en mi corazón todos los estragos que pretendía. Me quedé muy quieta mientras Sebastián me pasaba de largo luego de rozar su hombro con el mío de manera violenta. Escuché sus pasos alejarse hasta que me hallé sola, de pie en el estacionamiento del colegio. 

Dejé caer mi cabeza hacia delante y comencé a reprocharme mentalmente por haberme permitido ser víctima de sus arrebatos de furia otra vez. Al menos hubiera dicho una réplica inteligente para no permitirle irse con la última palabra, pero lo que dijo logró dejar mi mente en blanco. Estaba devastada.

—Así que eres tú.

Era la voz más grave que había escuchado en toda mi vida; parecía pertenecer a una película. Sin embargo, detecté una suavidad en su forma de pronunciar cada palabra, de manera pausada como si quisiera que el oído degustara cada cadencia de su voz. De alguna manera sabía quién era sin necesidad de voltearme. Su voz, así como todo él, me resultaban tan conocidos que comenzaba a irritarme no poder acordarme.

Él volvió a hablar, ya que yo permanecí estática, negándome a mirarlo.

—Ese imbécil, ¿es algo tuyo?

Tomé una respiración profunda y me obligué a ser valiente. ¿Por qué de repente tenía un nudo en el estómago ante la idea de mirar a ese hombre? Giré lentamente, aferrándome a la tira de mi bolso con demasiada fuerza, y tuve que levantar la cabeza para poder encarar su rostro.

Aguanté la respiración cuando un cosquilleo comenzó desde la punta de mis dedos y se extendió sobre toda mi piel. Entendía por qué algo dentro de mí se negaba a observarlo de cerca; mi subconsciente anticipaba mi reacción escandalosa y quería evitarlo, pero resultaba imposible no permanecer pasmada ante un hombre que probablemente midiera más de un metro con noventa centímetros. Era tan alto y su cuerpo tan sólido que contemplé en silencio la posibilidad de que fuera un modelo, un boxeador, o el regalo de Dios a todas las mujeres sobre la Tierra o un árbol.

El extraño sonrió como si supiera exactamente lo que estaba pensando. Seguramente las mujeres se lo gritaban todos los días y le arrojaban su ropa interior mientras caminaba, pues cada facción en su rostro era dura, culminando con un hoyuelo en la barbilla. Sus ojos lucían aún más impresionantes de cerca y parecían volverse más claros según la luz; en ese momento eran de un gris metálico, resplandeciendo más que los últimos vestigios del sol.

Sabía que había pasado más de dos minutos mirándolo sin pronunciar palabra, por lo que me sacudí mentalmente hasta hacerme reaccionar.

—¿Quién eres tú? —Sabía quién era él, o al menos su nombre, pero algo en mí necesitaba con urgencia oírlo decirlo. Tal vez así lo recordara y dejara de obsesionarme tanto.

—Mi nombre es Traian. —Sonrió y me tendió la mano.

Sus dedos eran largos y las venas se remarcaban ligeramente a lo largo de su brazo sin ningún esfuerzo. Aspiré otra bocanada de aire antes de soltar la tira de mi bolso y dejar que su enorme mano engullera la mía. Su apretón fue suave, me sorprendió casi tanto como lo hizo en un principio su voz de chocolate espeso.

—Soy Ángela.

—Ángela —volvió a sonreír. Creo que suspiré suavemente al verlo—, volveré a preguntar, si no te molesta: ¿Ese chico es tu novio? ¿Tu amigo?

Por más que quería recordar, no conseguía averiguar de quién estaba hablando. Fue como si mi cerebro hiciera corto circuito y no pudiera pensar en nada más que la manera desordenada en la que se encontraba acomodada su mata de cabello oscuro.

—¿Sebastián Videla —pronunció Traian lentamente— es algo tuyo?

—No es mi novio —me obligué a decir, bajando la mirada al suelo— y tampoco es mi amigo. Antes lo fuimos, pero ya no más.

—Comprendo. —Él cruzó los brazos sobre su pecho y me estudió durante un momento—. ¿Viste nuestra pelea?

Tragué con fuerza para intentar pasar las palabras a través de mi garganta.

—Lo vi todo. Lo lastimaste —clavé mi mirada en la suya, recriminando—, apenas pudo caminar a casa. Fuiste salvaje. ¿Qué está mal contigo?

Observé a Traian cerrar los ojos y suspirar, como si ya esperara mis palabras. Luego me miró, ladeando la cabeza.

—Parecía poder caminar lo suficientemente bien como para alejarse tan rápido de ti.

Eso me enfureció. ¿Quién se creía ese hombre? Tenía toda la razón y podía concederle eso, pero apenas me conocía como para hablarme de una manera tan dura. Lo rodeé y sin decir una palabra más, me alejé. Quería llegar a casa y acabar con ese horrible día lo más pronto posible.

—Aguarda ahí, pequeña —tomó mi codo y sin mucho esfuerzo me hizo girar sobre mí misma hasta enfrentarlo otra vez—. Mi intención no fue atacarte. Realmente lo siento.

—Puedes meterte tus comentarios donde quieras. Poco me interesa escucharte.

Soltó mi brazo ante mis palabras. Se veía sorprendido.

—¿Quieres a ese chico? —cuestionó.

—¿Y a ti qué más te da? Ni siquiera sé quién eres, nunca te he visto en mi vida, o al menos eso he decidido creer, ¿pero pretendes hablar de mi vida sentimental?

—Actúas como si te importara.

—Sí, me importa —reconocí con dolor—. Nos conocemos desde hace más de ocho años. Éramos mejores amigos. Ahora, ¿puedo irme a casa?

—Tú no me conoces ni yo a ti —dijo, sepultando finalmente la sensación de que nos habíamos cruzado en la vida del otro mucho antes—, pero necesito decirte algo.

Comencé a preocuparme y a removerme en mi lugar. ¿Qué podría decirme aquel desconocido que parecía molestarle tanto? ¿Por qué tenía un mal presentimiento en la boca de mi estómago?

—Seré transferido a tu colegio la próxima semana. Necesitaba hablar con el señor Moritz, es por eso que vine.

—No entiendo qué tiene que ver conmigo.

Volvió a suspirar. Parecía apenado.

—Me encontraba en el estacionamiento cuando escuché a este chico, Sebastián, hablando con un grupo de sus amigos. —Sentí mi temperatura corporal descender. Algo dentro de mí presentía lo que iba a decir—. No nos conocíamos, pero lo escuché decir cosas... bastante desagradables acerca de una chica y no pude evitar acercarme.

Bajé la mirada al asfalto, sintiendo las familiares lágrimas y el dolor atenazando mi pecho.

—Se estaban burlando de mí —afirmé en un susurro. No necesitaba ser experta para deducirlo. Sebastián disfrutaba de pocas cosas últimamente tanto como de hacerme daño.

—No sabía quién eras tú —continuó Traian con lástima—, solo mencionaron tu nombre y dijeron varias cosas repugnantes acerca de ti. No pude evitarlo y me acerqué a decirle que esa no era la manera de hablar de un verdadero hombre. Esa era la manera de hablar de un maldito cobarde.

—¿Qué decían? —no pude evitar preguntar, aunque sentía el corazón hinchado de dolor. ¿Realmente quería saberlo?

—No te lo diré. No vale la pena, y solo necesité conocerte por dos minutos para darme cuenta de que nada de eso es verdad.

Sorbí por la nariz, todavía negándome a mirarlo.

—Así que esa fue la razón de la pelea. Lo golpeaste por hablar mal de mí.

—Una cosa llevó a la otra... sí.

—Bueno, en ese caso —me obligué a soltar una risa que me supo amarga—, gracias por defenderme sin conocerme. Me arrepiento de haberme preocupado y haber sentido lástima por él.

—Se lo merece —pronunciamos Traian y yo al unísono. Lo escuché reír suavemente mientras yo intentaba con todas mis fuerzas controlarme.

Sabía cómo era Sebastián. Me había dicho cosas tan dolorosas que me hicieron llorar durante horas por la noche. ¿Por qué me sorprendía ahora? Y a pesar de todo, no era solo dolor lo que sentía; me encontraba humillada dado que ese gigantesco hombre había escuchado cómo el chico que amo hablaba basura sobre mí. ¿Se podría ser más patética? Solo Dios sabía qué cosas viles dijo Sebastián para que Traian haya sentido la necesidad de intervenir. ¿Y aun así yo lo amaba? ¿Cómo era tan estúpida?

—Oye, tú—pronunció suavemente. Colocó un único dedo bajo mi barbilla y subió mi rostro hasta mirarlo. La bondad que vi en sus ojos consiguió borrar de mi mente todo lo demás—. Eres una chica hermosa. Te digo esto porque creo que no deberías dejarte maltratar por ese patán. Vi cuando te acercaste llena de preocupación y vi la forma en la que te habló. No lo mereces.

—Soy una idiota —le sonreí llorosa, mordiendo mi labio. Luego suspiré—: Es difícil. No entiendo por qué me trata de esta manera. Antes era una de las personas más importantes de su vida, ahora quiere lastimarme a toda costa.

—Los hombres somos unos imbéciles, pequeña —rió, pese a que sus ojos derramaban lástima. Odiaba que me mirara como si yo fuera un cachorro maltratado que no podía cuidar de sí mismo y necesitaba su protección.

—Deja de mirarme de esa manera. —Carraspeé, luego sequé mis ojos antes de que las lágrimas cayeran—. Aunque no lo creas, soy una chica bastante fuerte. Este es el único tema que logra ponerme... bueno... así.

—Te creo —volvió a sonreír. Tenía dos hermosos hoyuelos, era la primera vez que los mostraba. Alzó su mano y con cuidado limpió bajo mi ojo derecho—. No llores por él. No merece tus lágrimas.

—Lo siento, lo siento. —Suspiré, aun sintiendo el fantasma de su pulgar sobre mi mejilla rozar suavemente—. Debes tener cosas que hacer, no encargarte de los problemas románticos de una desconocida.

—¿Desconocida? Ahora somos amigos. Sequé una de tus lágrimas, eso para mí es equivalente a diez años de amistad.

De alguna manera, sabía que sus palabras estaban medidas con cuidado para hacerme sentir mejor. Agradecía la empatía que demostraba Traian, pero tenía que salir de ese estacionamiento para descansar y poner mi cabeza en orden de una vez por todas.

—Debo ir a casa, pero realmente te lo agradezco, Traian. Por haberme defendido, por escucharme tan atentamente y por tus palabras de consuelo.

—No tienes que agradecerme, luego de conocerte volvería a golpear a ese cretino con mucho placer. —Parecía deseoso de hacerlo—. Realmente quise decir cada una de mis palabras. Puedes conseguir a un chico mejor, que te valore y te trate con respeto. —Sonrió. Sabía que esa noche soñaría con esa sonrisa—. Adiós, Ángela. Supongo que nos veremos en clases.

—Oh, no lo creo. Estoy en penúltimo año y supongo que tú vas al último.

—Entonces te veré por ahí. Podrías ser quien me ayude a encontrar mis salones.

No pude evitar sonreír ante su insistencia. Lo conocía extremadamente poco, pero presentía que todo en ese hombre era premeditado y nada inocente. Me sentía alagada de recibir semejante atención de alguien como él.

—Ya veremos, entonces. —Giré sobre mí misma y di dos pasos lejos. Luego me detuve, aspiré una bocanada de aire, y me despedí con suavidad—: Adiós, Traian.

Él no respondió durante varios segundos, así que seguí caminando, pensando que se había marchado o me había ignorado. Cuando giré hacia la izquierda para dirigirme a casa, escuché por fin su voz baja:

—Adiós, Ángela.

¡Por favor déjame un comentario haciéndome saber qué piensas sobre Traian!

No olvides votar por el capítulo dando clic en la estrellita.


Continue Reading

You'll Also Like

44.2K 3.8K 36
" but we only have one more day together, so love me like there's no tomorrow " ▷ Hunter odiaba su vida, Edric luchaba para mantenerla un día más ...
272K 23.2K 40
Guiada por sus sueños, Elena se fue a Esperanza, dejando atrás el drama de la adolescencia. Tres años después, Romeo aparece rompiendo la tranquilida...
3.7M 149K 75
El, el fuego que calentó su Artico Ella, el frío que congelo su infierno
1.4M 97.1K 80
«Tú eres todo lo que está mal». Celina Brown está en su último año de preparatoria, es solo una adolescente que quiere dejar atrás su pasado y por es...