TOC -Trastorno Obsesivo Compu...

Da enlibertad

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• HISTORIA GANADORA DEL WATTY 2016 EN CATEGORÍA PIONERAS • Nino, una alocada estudiante universitaria y M... Altro

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Nota de autora: prepárense
Manu y su primera vez
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Da enlibertad


Nino

El minuto de hacer formal mi vida, y mi relación, con Manu frente a mi familia, había llegado, y por supuesto, nada de lo que pudiese acontecer sería dejado al azar, lo que me exigió planificar con detalle —y bajo supervisión constante— el momento en que llamaría a mis padres, momento para el que Manu llevaba casi un mes practicando. Sin embargo, en el segundo exacto en que cogí el teléfono, su cuerpo comenzó a funcionar por sí mismo, yendo de un lado a otro en nuestra pequeña sala, con sus dedos temblorosos y una expresión de pánico que no se borró de su rostro hasta que colgué. Y aunque Mamá no era de charlas breves, el estado de horror en que estaba Manu, me obligó a ir al grano y dejar la conversación para cuando nos viéramos a los ojos.

—Hola, sí, estoy bien. Llamaba porque quiero visitarlos el fin de semana, ¿qué les parece?

Ya con ese sorpresivo anuncio de visita, mi madre comenzó a sospechar, guardando un silencio al que ni ella, ni yo, ni mi padre, ni Manu, estábamos acostumbradas. Es decir, si hay algo que mamá y yo sabemos hacer bien, es hablar, a tal punto, que hubo meses en que nuestro plan de dos mil minutos se nos hizo poco para todo lo que teníamos que decirnos, aunque muchas de esas cosas no fueran en absoluto importantes como la que debía anunciar:

—¡Ah, me olvidaba! Iré con mi novio, que por cierto, vive aquí.

No sé si mamá se puso feliz, o triste, y no me importaba realmente, ya que solo podía enfocarme en Manu, que estaba a punto de desmayarse en el sofá, histérico. Él siempre era encantador y dulce, pero verlo así superaba todos los límites. ¡Le aterraba conocer a mi familia! Y no era el momento preciso para recurrir a mi broma sobre mi padre y sus celos.

Tan pronto como pude me abracé él, aun cuando su cuerpo todavía temblaba, pero era tal su nerviosismo, que su primera reacción fue escapar incluso de mi contacto. Tuve que acariciar su cabello poco a poco, hasta que lograra volver a mis brazos, para explicarme con temor, lo mucho que temía ser juzgado.

—Ellos se darán cuenta de que no soy suficiente —murmuró.

Manu ya me había contado sobre las innumerables ocasiones en que su padre lo obligó a practicar para concursos de pintura, y de lo mucho que repetía que su esfuerzo no era suficiente para él, o para los jueces, hasta crecer seguro de que daba igual lo que hiciera, pues jamás estaría a la altura de los demás. Esa frase, Manu la llevaba grabada en su corazón, y por más que intentara, la barrera que las exigencias de su padre le provocaron, era indestructible para mí. A veces, Manu lograba olvidar, o lo escondía, pero al final de la jornada, todas sus inseguridades estaban ahí, esperando salir, durmiendo en los recuerdos de su infancia caótica y solitaria, en donde lo único que hizo, fue tratar de agradar a quienes más amaba.

Esa noche, y las que antecedieron a nuestra visita, Manu durmió intranquilo, apegándose a mi cuerpo como si buscara consuelo. Con el tiempo, comprendí que aquello que buscaba era aprobación, y entenderlo me rompió el alma, pues era incapaz de imaginar su sufrimiento cada vez que sentía que fallaba. Lo único que podía hacer para ayudarlo, era repetirle que lo magnífico que era, que no solo se limitaba a ser un gran artista, sino también un ser humano como pocos, y me encargué además, con mucho esmero y agrado, de enumerar sus abundantes cualidades día a día, enfocándome en todo aquello que me enloquecía sobre él. Sin embargo, toda esa improvisada terapia, no consiguió que llegara a casa de mis padres más tranquilo.

El viaje en tren había sido una odisea: Manu volvía a llevar guantes, y apenas se movía, para no tocar nada que pudiese estar contagiado de algún extinto virus mortal. Además, casi no me miraba, y podría asegurar que estuvo a punto de devolverse al camino antes de que golpeáramos la puerta de la casa en que crecí. Por fortuna, mi madre era dueña del grandioso don de tranquilizar a cualquiera, y nada más al verlo, lo abrazó.

—Manu, ella es Ester, mi madre —dije, cuando él era aprisionado por sus fuertes brazos campesinos.

Papá entró desde la cocina, me abrazó con el mismo cariño de siempre, y luego ofreció otro gran abrazo a Manu, quien inmediatamente después de recibirlo, se relajó.

Así estuvimos por casi una hora, en que mi madre nos abrazaba uno y otra vez, repitiendo sin pudor alguno que estaba segura de que yo aparecería en cualquier momento con una novia, y por lo mismo, le sorprendía muchísimo lo guapo que era mi novio, tan caballero y amable.

La verdad, me preocupaba un poco la percepción que Manu pudiese formarse de mi familia, pues como en toda casa de campesinos y trabajadores, somos todos muy humildes. El lugar donde crecí no se asemeja en nada a la casa en la que él lo hizo. Nuestro baño no brilla cada vez que enciendes la luz, y la cerámica ni siquiera alcanzó para cubrir el piso por completo. ¿Cómo sobrevive una persona con TOC a una habitación en dónde sucede algo como eso? Y ni hablar de los cubiertos, en donde todos y cada uno forman parte de algún viejo juego que se perdió en los paseos de la escuela, o la pintura de nuestro cerco, que no se ha retocado desde que entré a la universidad, y las ventanas descuadradas que apenas cierran, y las tejas agrietadas por el terremoto y que nunca fueron repuestas, y la piscina que mi padre jamás terminó, y las fotos desteñidas, y la vida entera, que parece llevarse gustosa un recuerdo de cada rincón de hogar. Y es que en mi casa, las prioridades siempre fueron otras. Jamás nos importó el orden, ¿cómo podría, si mi padre volvía del campo con sus botas cubiertas de barro, y los perros no obedecen órdenes y se meten a dormir a tu cama, y las gallinas se creen con el derecho de entrar a la cocina en busca de maíz? En mi casa, lo único que importaba, era que estuviéramos juntos, que nos divirtiéramos, que nos amáramos. Ante esa realidad tan distinta a la de Manu, no pude evitar preguntarme si su vida habría sido distinta si hubiese nacido en una familia como la mía. No porque pensara que su TOC no se hubiese desarrollado, sino porque lo habríamos esperado el tiempo que fuera necesario. Nadie lo habría obligado jamás a nada, y nunca habría llegado a pensar que su existencia no era suficiente para algo o alguien. En casa, todos importábamos, y lo único que se esmeraron en hacerme comprender mis padres, era eso. Tal vez por lo mismo tenía tan poco apego por lo material, y me centraba en disfrutar la vida, aunque es probable que la forma en la que me estaba dedicando a disfrutar, antes de que Manu apareciera, no fuera la más adecuada, segura y saludable.

Finalmente, pasamos el fin de semana con ellos, permitiendo que mi madre cocinara como si buscara alimentar a un pelotón de soldados que vuelve de la guerra, y a diferencia de lo que pensamos, su sonrisa no se inmutó cuando le explicamos que Manu no consumía productos derivados de los animales. Por el contrario, el solo plantearle algo así se convirtió en un desafío, pues decidió optar por recoger ella misma los mejores vegetales de su huerta para atenderlo, cocinando una infinidad de platos en versiones integrales y orgánicas que jamás pensamos que sería capaz de hacer. Iván, mi padre, se dedicó en cambio a hablar de arte, y aunque no sabía si él realmente sabía algo de eso, podía notar lo contento que estaba de, en sus palabras, "tener un artista en la familia".

Manu se dejó agasajar con alegría, y verlo disfrutando de algo tan íntimo como la atención de mis padres, me hizo suspirar de ternura. Lo amaba tanto. Ellos lo adoraron. Y él parecía adorarlos también.

Por la tarde, explicamos a mis padres sin grandes rodeos el TOC de Manu. Ellos nos escucharon con atención y se disculparon por arremeter contra su preciado espacio personal al momento de conocerlo. Pero Manu ya había olvidado todo. Seguimos hablando, las horas pasaron entre risas, hasta que finalmente, nos dormimos en mi pequeña cama, la misma que tenía desde los cinco años, cuando me obligaron a dejar la insuperable habitación de mis padres. Sobre nuestras cabezas, todavía colgaba un maltrecho sistema solar al que le faltaba Júpiter, y justo tras la espalda de Manu, un enorme poster de Harry Styles, que nos observó besarnos en secreto, para que nada se escuchara en el silencio de mi casa de campo.

El desayuno fue una competencia de comida, a tal punto, que no nos levantamos de la mesa hasta que la despedida comenzó, justo después del almuerzo, cuando me excusé por mi ausencia durante el año. Mis padres no opinaron al respecto y se limitaron a reír, asumiendo que no los visitaba porque tenía algo más interesante que hacer. Sim embargo, les prometí volver, y les prometí llevar a Manu conmigo, aunque se negara. Él reía, como si nunca hubiese existido el pánico que la palabra suegros le provocaba.

—Este verano debo hacer mi práctica, no vendré muy seguido... —avisé, sin fingir lo mucho que los extrañaría.

Mis padres volvieron a abrazarnos, me besaron tanto como pudieron, y pidieron a Manu no apartarse de la familia.

—Me la cuidas, Manu —gritaron mis padres a coro cuando comenzamos a andar por el camino de tierra.

—Me tienes que cuidar —bromeé, cuando nos alejamos lo suficiente.

—Con la vida —respondió él, y me dio las gracias por llevarme al lugar de donde provenía.

En el tren de regreso, Manu volvía a llevar aguantes, pero esta vez, mis manos iban entrelazadas a las suyas, y nuestras risas parecían congeniar con el paisaje que dejábamos atrás. Nos besamos mucho, nuestras narices jugaron en nuestros rostros, y mientras me deleitaba con la felicidad de mi novio, me abordaron las dudas sobre lo que acaba de ocurrir.

—¿Qué te parecieron? —pregunté, hundiendo mi rostro en su cuello.

Me daba algo de miedo que de su boca saliera algo que pudiera herirme. Mis padres no son profesionales como los suyos, ni hablan lento y pausado como Claudia, ni son conocedores de arte, o de terapias alternativas. Ellos no son eruditos en nada, salvo en quererme y en hacer germinar todo cuanto sus manos ponen sobre la tierra.

Manu guardó un largo silencio, y exclamó:

—¡Eres igual a tu madre!

Ambos estábamos felices.

No podíamos no estarlo, si nuestros días comenzaron a llenarse de luz, como el sol en las pinturas de Manu, radiantes y alegres. Todo era perfecto. Nuestros despertares, nuestras tardes de mimos, la forma tímida en que Manu me buscaba para dormir, y la maravilla de ver a Manu pintando, con sus pañuelos de colores sobre el cabello, La vida tomó forma, comencé mi práctica, la bandita volvió a tocar, y Manu estuvo en cada uno de nuestros ensayos, solo para escucharme y volver a casa despacio, tomados de la mano, recorriendo sin prisa la distancia que nos separaba de nuestro hogar.

Me sentía amada, y volver a casa se volvió mi momento preferido del día, pues Manu siempre estaba ahí, sonriente, con la casa en perfecto orden. Cada noche, ventanas y puertas eran revisadas una y otra vez. Cada mañana, me besaba ocho veces antes de que me fuera. Manu se duchaba dos o hasta tres veces al día. Sus manos, cuando el estrés se apoderaba de él, podían herirse con facilidad producto del lavado constante que aún no lograba controlar del todo. Manu nunca cambiaba de asiento. Organizaba todo lo que veía, y siempre dormía en el mismo lugar, muy cerca de pecho, abrazándome, repitiéndome que me amaba, que era feliz, que estaríamos juntos para siempre.

Me sentía amada.

Yo lo amaba.

Realmente lo hacía.

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