Segundos © 2017 | Xavier Fost...

De kapukini

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tal vez sean los segundos lo único que transcurre sin que lo podamos evitar. «juventud, divino tesoro, ¡ya t... Mai multe

Y todo en cuestión de segundos.

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De kapukini

«juventud, divino tesoro,
ahí te vas para no volver,
cuando quiero llorar, no lloro,
y a veces lloro sin querer».

-. Rubén Darío.

......

Sostiene a la nueva criatura entre sus brazos. Los ojos le brillan por esa cantidad infinita de lágrimas que procura ocultar a toda costa. Aprieta los labios, y sorbe la nariz.

-Papá, por favor... -oye a su hija, con voz cansada, dirigirse a él.

-Sí, lo siento, es precioso. -se disculpa rápidamente él-. ¿Me dejarás cuidarlo algún día?

-Claro que sí papá. -suelta una risa aquella chica, en la camilla del hospital, su pequeña, que acaba de dar luz a la criatura más hermosa que el mundo podría contemplar jamás.

Antes de salir de la estancia, observa a su nieto una vez más, la última.

Era realmente precioso.

-Xavier, -habla el anciano, mirando a su hija con una débil sonrisa-. llámale Xavier. Es un nombre bonito.

-Sí, sí que es bonito, -afirma la mujer, mostrando sus resplandecientes dientes en una cálida sonrisa-. gracias papá.

...

El abuelo llega a su casa. Tose mientras apoya una mano en el pecho. Le cuesta respirar. Siente una desesperante opresión en el pecho que le entorpece la respiración.

Se sienta en el sofá con tranquilidad, sin querer perder la calma. De su bolsillo saca un pequeño papel con un número; 11.

11, un número bonito. Expresa la reiteración para él, el esfuerzo del día a día. Un 1, y otro 1. La dedicación constante para él. Esa es su filosofía de vida "la constancia". Se lo ha inculcado a su hija desde que es pequeña, y no se arrepiente de haberlo hecho.

Entonces su corazón se para, como último acto aprieta la mano que guarda el papel, y cierra los ojos con suavidad. Le gusta la paz que siente en aquel momento, que se volverá eterna. Pensar que tan solo hace unos segundos estaba pleno, y ahora descansaba en paz.

...

El pequeño Xavier crece sin abuelos. Una mata de pelo tan brillante y viva como la sangre ha cubierto su cabeza, y sus ojos los ocupan unos hermosos iris del color de la hierba.

Es un niño alegre y feliz, su madre lo adora y él ni siquiera se pregunta por qué no tiene padre. Salvo un día, en el que empieza el colegio. Tan solo tiene cinco años.

Entra sonriente en su aula, con una mochila nueva que lo hace sentirse genial.

-¿Y tú cómo te llamas? -la maestra requiere de su atención cuando llega su turno de presentarse.

-Xavier. -sonríe él, orgulloso.

-¿Y tus papás? ¿Cómo se llaman? -suelta una risa la mujer ante la felicidad del niño.

-Amanda. -se limita a decir él.

-¿No tienes papá? -inquiere otro niño, mirándolo con burla.

-No. -se encoge de hombros, pero acto seguido comienza a reflexionar un porqué. Nunca se lo ha preguntado a mamá, y mucho menos a sí mismo.

¿Por qué no tiene padre?

...

Amanda va a recogerlo del colegio, algo nerviosa. No sabe por qué.

Mira el reloj de su móvil. Ya salen todos los niños, pero no ve a Xavier por ningún lado.

Pasan varios minutos y no distingue ese cabello rojo entre la multitud. Hasta que al fin:

-¡Mami! -suelta todo el aire que llevaba conteniendo de golpe, al escuchar a su niño.

-¡Cariño! -lo coge en brazos sonriente-. ¿Qué tal tu primer día?

-Mami, ¿dónde está mi papá? -palidece al escuchar esa pregunta.

Tan pronto no. No tenía que haberse hecho esa pregunta hasta dentro de unos años, cuando él estuviera preparado para la respuesta.

Conectan miradas intensamente. La pequeña sonrisa de Xavier se ha borrado.

-No lo sé, cariño. -miente ella, por ahora servirá hasta que su niño sea algo mayor.

...

El tiempo sigue pasando, el pequeño crece, hasta dejar de llamarse pequeño. Acaba de cumplir doce años.

-Xavier, vamos a comer un helado. -sugiere Amanda con una tierna sonrisa, mientras coge el monedero.

-¡Sí!

Ambos caminan de la mano, hasta que esa fastidiosa pregunta vuelve a oírse:

-Mami, todos mis amigos tienen papá y mamá, ¿por qué yo no?

La mujer suspira, al borde del llanto. Tal vez su pequeño ya esté listo para saberlo.

-Xavier, papá...

-¡Cuidado!

Todo sucedió en pocos segundos, un choque, un grito, sangre. La gente se para a mirar y ayudar, el conductor se acerca al niño con prioridad, trata de saber si está vivo, y durante esos segundos alguien ha llamado a una ambulancia.

El niño abre los ojos en medio de toda esa catástrofe, está aterrorizado.

-M-Mami... ¿Dónde...? -la falta de sangre le impide hablar, está muy débil, pero el conductor sabe a qué se refiere, y mira a la mujer que yace al lado de Xavier, con esperanza.

Pero, Amanda ha muerto.

-No te preocupes pequeño, te voy a sacar de esta. -murmura el hombre.

¿Su nombre? Su nombre es Astram Schiller.

...

Xavier ha cumplido los quince años. Se ha vuelto frío y no habla mucho. No tiene amistades que aprecie.

Pero, ha encontrado lo que de verdad le hace olvidar; el fútbol. Cuando juega se siente libre, y se siente constante. Cuando su nuevo padre, Astram Schiller, le habló de una academia de fútbol, él no dudó ni en aceptar ni en el número que luciría; 11, como su abuelo hubiera querido.

Sus ojos son a cada segundo más verdes, a cada minuto más atrayentes, y a cada hora más hermosos. Cada día una persona distinta cae rendida ante sus miradas, aunque sean devastadoras.

En este momento está pateando el balón sin ánimo. No siempre consigue olvidar, para su desgracia. La vida se ha acabado hace tiempo para él, pues, ¿qué es un ser indefenso como él, sin padres, sin familia? Nada. No es nada. Camina por el mundo por obligación y no por gusto, se mueve entre la gente por aburrimiento y no por emoción. De eso ya no tiene.

Se dedicaría a jugar a lo que le ayudaba a sentirse un alma libre, durante el resto de su existencia.

...

La vida del huérfano ha dado muchos giros desde su estadía en la Academia Alius. Fue vencido por Mark Evans, y se unió a él en el Inazuma Japón.

Ahora tiene veinte años. Ya no es tan antisocial como antes, ha forjado grandes amistades alrededor del mundo gracias a aquello a lo que se aferró hace cinco años; el fútbol.

Ahora mismo está en casa, estudiando para su próximo examen de economía en la universidad.

Él no es consciente de todo lo que le ha ocurrido, y de todo lo que ha cambiado en su vida, no es consciente de todas las desgracias que ha sufrido, todos los males que el destino puso en su camino, pero sabe que eso le ha convertido en la persona que ahora es, y no se avergüenza de ello.

Aunque sí, le hubiera gustado poder hacer una pausa en su estudio para llamar a su madre, y preguntarle qué tal le había ido el día.

...

¿Qué le podría pasar a alguien que se adicionó al tabaco durante veinte años?

Pues, entre otras cosas, cáncer de pulmón. Sí, con tan solo cuarenta años está a punto de morir. Los segundos se le acaban a pasos agigantados, cuando cierra los ojos tiene miedo de no volver a abrirlos.

Está seguro de que hay algo que le falta por hacer en su vida. Aunque, ¿el qué? No ha hecho demasiadas cosas, ha tenido una existencia simple y trágica desde que respiró por primera vez.

Decide ir hasta un pequeño parque. Allí hay niños jugando, él se sienta en un banco. En una mano sostiene un mechero, en otra un cigarro. Lo estruja en sus manos con un doloroso sentimiento en el pecho, no sabe si es por el hecho de que ha perdido dinero aplastando el pitillo, o por que pronto tendrá un paro cardiaco.

¿Qué más da?

Un balón roza su pierna. Guarda el mechero en el bolsillo y lo coge, busca con la mirada a un niño desquiciado por encontrar su pelota, pero no lo ve.

Lo mira fijamente. Es un balón viejo, no parece de un niño. Lo deja en el suelo, y aunque miles de pensamientos diferentes le piden que lo patee, su cerebro, el racional, le aconseja que no lo haga.

"A la mierda", pensó él.

...

Todo comienza sin que él pueda llegar a darse cuenta. Primero se confía y vuelve a hacer esfuerzos que el médico explícitamente le ha prohibido.

Se ve sano, y se promete solo un cigarro al día.

Todo va en aumento, hasta años después, caer rendido al suelo. El pecho le duele, y sus ojos ya ciegos no se pueden cerrar.

Se está muriendo, y no puede llamar a una ambulancia desde el suelo.

Pero nada de eso le resulta relevante ya, la muerte los espera a todos pacientemente. Lo que de verdad le duele, es que nadie bajará las escaleras corriendo para socorrerlo, nadie le dirá "¡papá, papá, ¿estás bien?!" y eso es en lo que piensa cuando los últimos minutos de su vida se agotan.

Reflexiona sobre lo solo que ha estado durante sus sesenta años de vida, las pocas personas a las que realmente ha querido, y esas han sido tan solo una; su querida madre, Amanda.

Y en el último segundo, lo último que hace antes de que su corazón se detenga, es derramar una pequeña lágrima.

......

Hey!

Bueno, tenía ganas de publicar esta historia, creo que me ha quedado justo como esperaba :)

La portada está hecha por looveever, muchísimas gracias, me encanta😍

Espero que os haya gustado

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estos comics no son míos créditos Asus respectivos creadores ☆☆☆☆☆☆☆☆