El Último Portador

By KSLovencrone

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Luna ha pasado toda su vida en el orfanato Sta. Lucía de la Piedad de Londres y, a diferencia de sus compañer... More

Capítulo I
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII

Capítulo II

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By KSLovencrone

Capítulo II

Edimburgo, Escocia

Martes 18 de Noviembre

Alphonse observaba con detenimiento la llama de la vela a medio derretir del candelabro de bronce que había sobre la mesa. Una pequeña lengua de fuego que se atrevía a combinar los más vivos colores, saltando del rojo al amarillo en un solo parpadeo y luego al anaranjado mientras, a la más leve brisa, ondulaba sensual y provocadora, como una pequeña bailarina de suaves y gráciles movimientos deslizándose por una pista de cera. La mirada parda del muchacho se encendía de la misma perturbadora forma del cirio al tiempo que, sus pupilas se contraían con braveza en aquellos enormes ojos gatunos suyos.   

Extendió el brazo hasta el candelabro y quiso apoderarse de la llama con un decidido zarpazo, pero como era de esperarse, nada inusual ocurrió. Fastidiado al no obtener el resultado querido, inició un drástico juego, pasando una y otra vez la palma sobre la cera encendida, jugando con el fuego como si de agua se tratase. Siendo perfectamente capaz de sentir el abrasivo calor que producía la vela en su mano, Alphonse continuó con aquella absurda diversión, anhelando en el fondo de su ser que la diminuta flama tuviese la fuerza suficiente para atravesar sus carnes. Cuánta culpa se hallaba anidada en ese cuerpo sin que nadie más que él supiese nada. Y los años seguían pasando y la impotencia seguía carcomiendo su ya quebrantado espíritu...       

Finalmente, aburrido de tanto esperar una pequeña señal de carne chamuscada, retrajo lentamente la palma, deteniendo abruptamente ese frenético vaivén de la mano para mirarla con desengaño. A pesar de sentir la piel caliente, ésta se encontraba completamente intacta, sin el más leve indicio de enrojecimiento o algo que se le pareciese, como si nunca hubiese expuesto su mano ante la llama.       

Era su elemento; el fuego jamás lo dañaría.     

La flama aún danzaba con gracia sobre el candelabro y él seguía contemplándola, pero algo había cambiado, su ceño estaba fruncido.       

Unos delgados brazos lo rodearon por la espalda a medida que un aroma fresco enlazado con ligeros tonos de canela, se introducían suavemente en sus pulmones.     

-¿Es necesario que vayas? –preguntó tiernamente Jessica sin dejar de abrazarlo. Alphonse seguía observando absorto la palma de su mano.       

-Sólo serán unos días –respondió él secamente sin mirarla.     

-No me gusta tenerte lejos por tanto tiempo, además, no creo que nada malo vaya a sucederle… No entiendo porqué tienes que ir a vigilar –agregó haciendo un mohín, al tiempo que apoyaba su frente contra la espalda del joven. Alphonse suspiró.     

-Voy, primero, porque es mi deber; y segundo, porque es necesario –el joven se giró para observar a la muchacha, y tomándola por el mentón le dijo: “Estaré aquí antes de que empieces a extrañarme”. Jessica lo miró sonriendo con aquellos rasgados ojos color gris que exigían cariño y, luego de acariciarle la mejilla, se levantó en puntillas para alcanzar sus labios.       

Un muchacho alto y contextura corpulenta ingresó a la sala justo aquel instante, y luego de observar a la pareja, alzando una ceja se apoyó contra el umbral de la entrada, cruzándose de brazos para enseguida carraspear con fuerza.     

-Lamento interrumpirlos, par de tórtolos, pero les recuerdo que esto no es un motel, por si no se habían dado cuenta –matizó Christopher, haciendo gran alharaca. Jessica se sonrojó hasta la médula al tiempo que Alphonse la tomaba con un brazo por la cintura –Toma; tu carroza está lista, Romeo –terminó con una socarrona sonrisa mientras lanzaba un manojo de llaves que Alphonse diestramente alcanzó en el aire.       

-Gracias, Chris.       

-Ni que lo menciones, viejo.       

Alphonse soltó por un momento a la chica y se acercó hasta un diván que había cerca para coger su abrigo negro. Luego, aproximándose nuevamente a ella, la tomó por el cuello para despedirse con un rápido y corto beso. Christopher puso cara de asco.

-Esto apesta a telenovela –escupió él haciendo arcadas burlonas.       

-¿Por qué no vas aullarle a la luna? –increpó Alphonse, tratando de deshacerse de su hermano.    

-¡Bah! –se quejó Chris, saliendo de la sala.       

Con Christopher ya fuera, Jessica abrazó a Alphonse pidiéndole que se cuidara.   

-Descuida; esto es sólo trabajo de rutina. Nos vemos –rápidamente Alphonse salió de la estancia a medida que Jessica lo observaba hasta perderlo totalmente de vista.   

Disponiéndose a retirarse de la sala también, la joven caminó en dirección a la salida cuando dio cuenta que el candelabro de bronce se hallaba encendido. Se devolvió para apagar las velas mientras se preguntaba con qué propósito Alphonse las habría encendido si la luz eléctrica de la casa funcionaba a la perfección. Al momento de estar frente a la lámpara, se detuvo en seco y contempló las diminutas flamas ondeando, recordando cómo el muchacho había jugado con el fuego y su preocupación al ver su mano completamente intacta. Un ligero escalofrío y pesadumbre le recorrieron la espalda. Sabía perfectamente a qué se debía tal cosa. De un solo soplo apagó los cirios y quedando totalmente en penumbras en medio de la habitación, se decidió finalmente a salir.

Alphonse, luego de atravesar las puertas de la mansión, escogió una llave del manojo que Christopher le había lanzado, y abrió la puerta del vehículo, entrando rápidamente en él, bajando la ventanilla para que una oleada fresca se introdujese al interior de éste. Ya había anochecido al momento de salir de la casa, y la fría brisa golpeándole el rostro le fue suficiente para lograr concentrarse en su próximo objetivo. Sin prisa alguna, encendió tranquilamente las luces de la Range Rover negra que le alumbrarían el camino hasta el aeropuerto mientras que, observando fijamente por el parabrisas, consideró los hechos que se estaban aproximando con abrumadora velocidad.     

-Cuando Elizabeth y yo estemos allá, te devuelves sin más contratiempos a casa –le recordó Leonardo, apoyando el brazo derecho sobre la ventanilla del piloto; sin embargo, el muchacho no respondió nada. Leonardo suspiró ante su silencio –Alphonse, ella estará bien. Nada le pasará con nosotros a su lado. Te lo prometo.       

-Lo sé –respondió Alphonse en un hondo suspiro.       

-Entonces, ¿qué es lo que te preocupa?   

Alphonse no supo cómo responder, a lo cual optó por guardar silencio nuevamente. Siempre había hecho todo lo posible para postergar ese momento. Pero la hora había llegado y no había forma de retroceder el tiempo ni las cosas. Todo parecía tan inevitable y lo peor era que estaba consciente de ello.     

-Entiendo que no te agrada la idea de tenerla en la casa porque crees que no sería bueno para ella que se involucrase con nosotros; pero, piénsalo de la siguiente forma: ella estaría mucho más segura aquí, en nuestro hogar, que en aquel orfanato. Todos nos encargaríamos de que tuviese lo que necesita; tú la tendrías más cerca, no tendrías que estar preocupado día y noche de lo que pudiera pasarle; y ella, ella tendría la familia y el cariño que realmente se merece. ¿No lo crees? –argumentó Leonardo tratando de convencer a Alphonse.       

-Sí, supongo que tienes razón… –contestó él haciendo una mueca de disgusto. Leonardo se sintió más satisfecho.       

-Nos veremos acá nuevamente.     

-De acuerdo.       

-Ve con cuidado, hijo.       

-Lo haré.   

Ambos se estrecharon las manos con fuerza en medio de la noche al tiempo que, Leonardo, con la mano que tenía desocupada, quiso dibujar la señal de la cruz en la frente del muchacho. Alphonse lo detuvo irónicamente diciendo: “¡Vamos, Leo! No pierdas tu tiempo en plegarias que nunca son escuchadas”. Leonardo, decepcionado, lo miró seriamente con el ceño fruncido.   

-Dios tiene un plan para todos nosotros, Al. Incluidos tú y yo –le recordó Leonardo, colocando gran énfasis en sus palabras. El muchacho se mofó riendo sarcásticamente.     

-¿Y entre sus planes estaba convertidos a todos en unos monstruos? Por favor, Leonardo; no me hagas reír. Tienes más de trescientos años y todavía, a estas alturas, crees que todo se mueve gracias a una fuerza suprema que todo lo ve y todo lo crea, para buscar nuestro bien común…       

-No tienes por qué ser tan sarcástico…     

-Tu Dios es simplemente un niño grandote jugando en una caja de muñecas. Él no está planeando nada. No sé cómo, todavía, puedes creer que tenemos “salvación”.       

-Si estás molesto por la decisión que tomamos Elizabeth y yo…       

-¡No se trata de eso…!       

-… no te da el derecho para jugar con la fe de otros ¿Te quedó claro?         

Alphonse bufó molesto, colocando las manos sobre el volante.     

-No entiendo cómo puedes ser tan…       

-Tan ¿qué? –inquirió furioso Alphonse.     

-Tan hipócrita –concluyó Leonardo enrabiado. Alphonse se volvió para verlo fijamente, lo último sí lo había ofendido.       

-No finjo al decir que no creo en tu Dios; es la verdad. ¿Acaso esperabas otra cosa?   

-Por venir de ti, por ser tú… esperaba algo más. Algo mucho mejor que todas las estupideces que estás diciendo –le recriminó molesto. Alphonse guardó silencio. Después de una tenue pausa, Leonardo prosiguió –Algún día sabrás para qué fuiste creado, y te darás cuenta de lo muy equivocado que estás.     

Leonardo dio la vuelta y se metió en la casa sin más mientras Alphonse, observando con rabia cómo su padre se perdía tras la puerta, pisaba el acelerador a fondo y se iba con la vista fija en frente.

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