Paralelos (#1 Líneas)

By paolabcourt

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Viviendo bajo el cuidado de unos estrictos, fríos y calculadores padres, Halle Price no ha tenido una vida de... More

Sinopsis.
ACTUALIZAR (2021)
Epígrafe.
Prólogo: El comienzo.
1. Dodge Charger.
2. El almacén.
3. Dulces dieciocho.
4. Camuflaje.
5. Invitados.
6. Mentiras en exhibición.
8. El color favorito de Lucifer.
9. Las mentiras de los Moore.

7. Chocolates y algo más.

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By paolabcourt

 Chocolates y algo más


Halle tenía un mal presentimiento esa noche.

No sabía cómo explicarlo, era algo que, como solía decir la abuela de Zoe, sentía en los huesos. Estaba allí, en la manera en que la noche parecía más fría que las anteriores, en los nervios que se alojaban en su estómago y le quitaban el apetito.

Lo sintió apenas llegó a casa después de su primera práctica en el equipo de porristas. Había sido terriblemente difícil, más de lo que imaginó.

Resulta que Halle y Zoe no eran las mejores en gimnasia, tampoco las peores, pero para ser animadoras necesitaban mucho más. Le dolía todo el cuerpo y moría por llegar a su bañera y quedarse ahí horas y horas.

Eso no le fue posible.

Apenas puso un pie dentro de la mansión Price, todo estaba en un silencio muy inusual. Mindy salió del pasillo del despacho de Joel, la vio allí de pie y se aproximó enseguida con su celular en mano y su agenda bajo el brazo.

—Halle, tus abuelos vendrán a cenar, será mejor que te vistas.

Perpleja, la dejó allí. No dio más órdenes ni indicó qué tipo de atuendo debería utilizar, quizá supuso que ya lo sabía. Parecía demasiado perturbada, o tal vez solo tenía la mente muy ocupada.

Halle se percató de que sus padres no estaban en casa y subió a darse un rápido baño de agua fría para estar lista a las seis en una braga manga larga que le llegaba a los muslos, la tela era la favorita de su abuela: de rayas rojas y negras, con botones azabache en el pecho.

Se apresuró a dejar su cabello en ondas perfectas, un maquillaje suave que cubriese las ojeras que últimamente no la desamparaban y se dejó libre de accesorios.

Había algo curioso en esa visita repentina de los abuelos Price. Ellos llevaban más de diez años viviendo en Santorini y desde entonces no habían puesto un pie en los Estados Unidos. Halle no sabía exactamente por qué, escuchaba a Joel decirle a sus conocidos que estaban demasiado cansados y deseaban disfrutar de Grecia los siguientes años de su vida, sin trabajo.

Pero eso no era cierto, porque también había escuchado Halle que el abuelo Price aún estaba activo en las empresas y emitía órdenes desde Santorini.

Iban a verlos unas pocas veces al año, o cada dos o tres. Tenían una villa bastante lujosa, con más habitaciones y cuartos de baños de los que realmente necesitaban, una espectacular vista y una hermosa piscina.

Halle disfrutaba la visita a sus abuelos simplemente porque adoraba Grecia, porque sus abuelos solo hacían aparición para desear los buenos días, estar presentes en las comidas y despedirse de ellos, y sus padres nunca estaban sobre ella ni al pendiente de lo que hacía o vestía.

Pero que mágicamente sus abuelos estuviesen pisando tierra estadounidense después de diez años era algo extraño, inesperado y de recordar.

Cuando bajó, había solo unos cuantos trabajadores preparando la mesa y terminando de armar la velada. Becca estaba entre ellos.

—Becca, ¿alguien más ya está en casa?

—Sí, mi niña. Tus padres y tus abuelos ya están en casa, llegaron hace una hora —le echó una rápida ojeada mientras organizaba las copas de cristal—. Estuviste lista temprano, eso les gustará. Ya deberían de estar por bajar.

Halle se sintió más confundida.

—Pero... ¿Por qué hay tan poca gente?

Becca la miró, parpadeando, quizá preocupada, indecisa.

—No lo sé, mi niña. El Sr. Price envió a casi todos a casa, unos pocos nos quedaremos esta noche para atenderlos.

«Extraño», pensó Halle.

Estuvo unos minutos sentada en el gran salón hasta que sus abuelos fueron los primeros en hacer aparición, seguidos de Mandy y Joel.

La abuela Price apenas se percató de Halle, observó su atuendo y asintió en aprobación.

—Linda tela, Halle. Muy buena elección —señaló.

—Gracias, abuela.

El abuelo Price solo agachó la cabeza en saludo y ella le sonrió. Algo que tenían los Price es que ninguno acostumbraba a saludarse ni cariñosa ni efusivamente como si no hubiesen pasado años, días, semanas, meses, desde la última vez que se vieron.

Mandy frunció los labios.

—Esos colores desencajan completamente para tu edad —comentó.

—A mí me parece que tiene clase —defendió la abuela caminando hacia el comedor—. Algo que todavía te falta a ti, Mandy Bonét. A pesar de los años.

Mandy unió los labios en una fina línea y no comentó más nada hasta que la velada inició.

Joel y el abuelo hablaron de trabajo, de las empresas, de Santorini y de su salud. La abuela Price de vez en cuando participaba con sus comentarios irónicos, opiniones totalmente sinceras o para quejarse de algo.

Halle sabía que la relación entre Mandy y la familia Price nunca logró ser muy buena, así como los Bonét raras veces aparecían por allí o eran capaces de llevar una conversación en paz con los Price. Zoe alguna vez había anunciado que Mandy y Joel eran la versión moderna y mala de Romeo y Julieta,

El abuelo Price, de repente, terminó hablando de los americanos y sus desagradables tratos.

—Sabía que no debíamos regresar. Detesto este lugar —comentó, dejando a Joel comiendo de su pescado con el cuerpo tenso y la mirada molesta.

— ¿Y a qué se debe su visita, abuelo? —se encontró preguntando Halle sin pensar. Cuando cayó en cuenta era demasiado tarde y Mandy la acribillaba con la mirada.

Todos la observaron en un silencio sepulcral, a excepción de la abuela Price, que seguía engullendo alegremente de su pescado.

—Ah, por ti, querida —respondió esta con indiferencia.

Mandy la miró sorprendida, mientras Joel le dedicaba una mirada con el ceño fruncido a su madre.

— ¿Por mí?

— ¡Por supuesto! —dijo, mirándolos a todos de pronto—. Cumples dieciocho en dos meses, ¿no es cierto?

—Sí, pero... No entiendo.

No era la única, aparentemente todos estaban expectantes a sus palabras. ¿Qué iba a decir?

— ¡Pues es un acontecimiento importante! —la miró intensamente—. Te haces mayor de edad, irás a la universidad, se decidirá el destino de tu vida. Vinimos ahorita porque no podremos estar aquí para ese entonces, Halle... Me temo que me han diagnosticado cáncer y viajaré a Alemania para tratarme allá. ¿Te parece bien eso?

Halle no supo qué contestar, pues parecía que había más cosas entre líneas en lo que la abuela Price acababa de decir, así que solo se dedicó a asentir. Tampoco supo qué pensar sobre su enfermedad, que sus dieciocho fuesen tan importantes como para hacerlos viajar después de diez años a Raleigh.

Últimamente a Halle todo le olía a mentiras y secretos, pero podían ser ideas suyas nada más.

Esa misma noche, después de que todos partiesen a dormir, Halle esperó pacientemente a que se dieran las doce, hora para la que había citado a Justin para recuperar su celular. Y cuando finalmente la hora marcó doce en punto, se colocó sus tenis blancos y se apresuró a salir por la puerta corrediza de la piscina.

La mansión Price era muy extensa, inclusive desde la entrada principal, cuando los guardias abrían la reja dorada, los visitantes debían atravesar un largo camino de piedras y árboles hasta llegar finalmente a la estructura moderna y exageradamente grande para ser solo la vivienda de tres personas.

Por eso, saliendo desde la parte trasera de la casa, Halle podía caminar por los jardines, perderse entre el laberinto de plantas y llegar hasta el rejado trasero. Allí, había una pequeña puerta de hierro, y varias veces Halle se percató de que sus padres no tenían ninguna cámara de seguridad que grabase directamente hacia ella... Por algún motivo que desconocía.

Esa vez se aseguró de llevar las llaves de repuesto que generalmente Becca cargaba encima, las había tomado después de la cena, llevándose solo las necesarias. Atravesó todo el jardín y cuando estuvo a punto de llegar a las rejas escuchó unas voces y se detuvo en seco.

Se inclinó detrás de un árbol y entrecerró los ojos para enfocar. Era Joel Price, hablaba por lo bajo con un hombre robusto. A Halle le pareció que era el mismo hombre misterioso de la fiesta.

Su padre estaba muy serio, discutía algo con el hombre, que dejó una paca de billetes en su mano y acomodó su esmoquin negro antes de salir por la reja. Joel gruñó, cerró los candados y guardando la paca en el chaleco de su esmoquin se fue a grandes zancadas hacia la casa, tomando otro camino en los jardines.

Halle esperó unos minutos, en caso de que su padre o aquel hombre regresaran. Esperó y esperó, y cuando parecía no haber nadie decidió salir. Se apresuró a abrir los candados y finalmente el frío de las calles chocó contra su rostro.

Miró a todas partes, estaba demasiado oscuro, pero a unos un Mustang negro mate encendió y apagó rápidamente los faroles. Halle lo supo, era Justin.

Caminó apresuradamente hacia el auto, justo a tiempo para verlo bajar de él y mirarla con ojos entrecerrados.

— ¿Debería suponer que estamos haciendo algo ilegal? —preguntó con un deje de diversión en la voz.

Halle medio sonrió de lado.

—No precisamente, pero mi familia es muy peculiar.

Justin sonrió y luego frunció los labios.

—Ya lo creo, hace un momento un hombre salió de allí y se fue en una camioneta con otros hombres.

— ¿Lo viste? —Halle se sobresaltó.

—Sí, pero ellos a mí no —había curiosidad en sus ojos—. ¿Sabes quiénes eran?

—No —ella negó—. Pero también he visto al hombre. Tuve que esperar un momento para poder salir.

—Ya veo —musitó, pensativo.

— ¿Cuántos hombres iban con él?

—Asumo que unos diez, no lo sé, eran tres camionetas más. Cuatro lo esperaron afuera de la reja y dos en la puerta de la camioneta —respondió y se encogió de hombros, de pronto recordando por qué estaba allí.

Se inclinó dentro del Mustang y tomó el celular de Halle para luego tendérselo.

—Gracias.

—No hay de qué. Siempre que quieras dejar tu celular botado después de una carrera, me complacerá venir de incógnito a dejártelo.

Eso pareció divertirle porque rió bajito.

—Ah, no sé si haya una próxima.

—Ya veremos.

Se observaron un rato, disfrutando del silencio entre ellos que no se sentía para nada incómodo. Pero la magia acabó, porque él abrió la puerta del auto para poder entrar.

—Debo irme, corro en treinta minutos —musitó mirando su reloj y luego hacia ella.

Halle asintió.

—Bien, lo entiendo. Suerte. Y gracias de nuevo —dijo, señalando el celular en su mano. Esperó hasta verle sonreír antes de dar la vuelta y encaminarse de regreso a la reja, pero él la llamó.

— ¿Halle?

Ella se detuvo y giró en redondo.

— ¿Sí?

— ¿Por qué quieres camuflarte en el Dodge?

Ah, esa pregunta que ni ella misma se sabía responder.

—Por Zoe —respondió inmediatamente, pero no sonó muy segura.

—Zoe ha estado yendo desde hace meses sola. ¿Por qué ahora? —él esperó con la frente arrugada.

Entonces Halle contestó lo único que realmente podía garantizar que era una parte de la verdad:

—Me preocupa. Temo que sus diversiones algún día sean muy grandes para manejarlas.

Y era completamente cierto. Halle amaba a Zoe, era su hermana, su única amiga, la única que conocía sus secreto, el secreto. Zoe la había ayudado tanto durante los últimos años que no podía imaginarse viviendo sin ella, era su verdadera familia.

Temía por ella, con todas sus fuerzas, y no sabía cómo salvarla o procurar no perderla en su rebeldía. Quizá no estaba tomando el mejor camino, pero lo intentaría... Prefería intentarlo.

Solo que su atractivo hacia el Dodge no se debía solo a Zoe.

Justin no dijo más nada y Halle lo interpretó como el fin de la conversación. Volvió a girar sobre sus talones y se adentró a la residencia de los Price.



Halle y Zoe estaban agotadas, una al lado de la otra acostadas en la cama de Zoe. Llevaban ropa deportiva y apenas entraron en la residencia de los Terrence pidieron suplicantes una limonada fría que se acabaron en dos segundos.

—Pensaba que lo peor había pasado, pero no. Estamos en el mismo infierno y Maisie es Lilith —dijo Zoe aún sin ser capaz de recobrar por completo el aliento.

Ambas habían llegado tan rojas como un tomate, los empleados habían estado entre preocupados y divertidos ante la escena de dos adolescentes glamurosas, empapadas de sudor, despeinadas, enrojecidas y sin aliento suplicando frío y agua.

Apenas pasaban la segunda semana de entrenamientos en el equipo de porristas y aún no lograban estar a la altura. Cada vez se ponía peor.

Por otra parte, Halle le había comentado a Zoe de la visita repentina de los abuelos Price y al igual que a ella, le pareció muy curioso, sobre todo las palabras de su abuela concernientes a sus dieciocho.

Sin embargo, no había querido darle muchas vueltas al asunto y tampoco habían tenido demasiado tiempo para pensarlo. Entre el instituto, las prácticas de porristas y una que otra escapada al Dodge, estaban muertas y demasiado ocupadas para pensar en cualquier otra cosa.

Zoe se puso de pie dispuesta a limpiarse el rostro.

— ¿Quieres que nos metamos a la piscina un rato? Es viernes, podemos relajarnos.

Halle ni siquiera lo pensó dos segundos.

— ¡Sí, por favor! —exclamó.

Mientras Zoe reía, introduciéndose al baño, Halle rebuscó en el clóset de Zoe algún traje de baño suyo que hubiese dejado veces anteriores. Cuando lo encontró, tres golpes sutiles resonaron en la puerta del dormitorio.

— ¡Halle! ¡Abre, por favor! Estoy haciendo pis —suplicó Zoe desde el baño—. ¡Debe ser Prudence con más limonada!

Con una sonrisa en labios, se apresuró a abrir, topándose con el mayordomo.

—Señorita Price —inclinó la cabeza—, han dejado esto para la Señorita Zoe en la entrada —dijo, extendiendo una caja de bombones que llevaba en sus manos.

—Oh. Gracias, Maurice —le sonrió al mayordomo y este se retiró.

Halle cerró la puerta tras ella observando con ojos entrecerrados la caja de bombones en su mano, llevaba una nota.

Espero lo disfrutes tanto como yo disfruto verte.

B.

Estaba sorprendida y repentinamente indignada para el momento justo en que Zoe salió del baño en ropa interior.

— ¿Y la limonada?

— ¡¿Quién es B?!

Zoe se detuvo, confundida, luego miró la caja de bombones en sus manos y pareció sobresaltarse.

—Ah, déjame ver —pidió antes de arrebatarle de las manos la caja de bombones.

Leyó la nota, pero ningún sentimiento pasó por su rostro.

— ¡Zoe! —insistió Halle.

—No es nada —se encogió de hombros y dejó la caja en su escritorio—. ¿Vamos a la piscina?

Halle le miró con los ojos entrecerrados, intentando descifrar los secretos de su mejor amiga.

— ¿Es el profesor Bryce? —soltó de repente, sorprendiéndola.

—Eh, sí —asintió, mirando hacia alguna parte en su dormitorio.

— ¿Tienes algo con él? ¿Por qué no me lo habías dicho? —preguntó, de repente extasiada, emocionada. Zoe había tenido un flechazo por su tutor de matemática y física desde que tenía quince y había intentado seducirlo desde entonces.

—Bueno... No algo como tal. Aún no. Por eso no te había querido contar, son solo notitas y bombones como estos —dijo simple y volvió a encogerse de hombros—. Iré a cambiarme —anunció, tomando el primer traje de baño que encontró e introduciéndose nuevamente en el baño.

Halle observó durante un rato la caja de bombones sobre el escritorio hasta que finalmente decidió ir hasta ella y destaparla. Era como cualquiera otra, a excepción de que el aluminio que envolvía a los bombones parecían mal colocados, medio sueltos y muy arrugados.

Frunció el ceño y desenvolvió uno. Eran dos semi esferas pegadas con chocolate. Se extrañó, pues no eran los bombones que solía vender la marca y el chocolate en medio aún estaba medio húmedo. Tomó uno entre sus dedos, lo apretó y se deshizo, saliendo polvo blanco de él.

Halle se sobresaltó. Volvió a guardarlo todo dentro de la caja y se limpió las manos con la toalla que había llevado para la práctica.

Cuando Zoe salió del baño lista para ir a la piscina, Halle le regaló una sonrisa rígida antes de introducirse ella dentro y cambiarse.



El mismo viernes en la noche, Justin entraba al taller de los Tyker donde en el viejo mueble terracota le esperaban Robert, Grace y Peter. Todos lo saludaron alegremente mientras seguían charlando de nuevos corredores que venían de Rusia y llegarían ese fin de semana al Dodge.

— ¿Tú qué has escuchado de ellos, Justin? —le preguntó Grace, intentando llamar su atención.

Este ni siquiera la miró, se encogió de hombros y respondió distante:

—Lo mismo que han escuchado ustedes. No sabemos demasiado, más que son dos hermanos, uno ha estado en Raligh hace años y el otro vendrá desde Rusia. Pero solo uno correrá este sábado.

—Muy misteriosos, ni siquiera los Gilbert quieren decir mucho al respecto —comentó Peter.

Justin asintió con la cabeza, jugueteando con una pieza vieja de un vehículo.

—Quizá no quieren decir más para que no sepamos que nos va a patear el culo en las carreras —apuntó Robert y Justin lo miró.

Grace lo notó y unió los labios en una fina línea. No sabía qué le pasaba a Justin, pero llevaba varias semanas distante de ella, solo hablaba con Andrew, Peter y Robert —porque Todd era de muy pocas palabras y solo estaba junto a ellos en el Dodge, no fuera de él—. También le daba la mala sensación de que todo se debía a Zoe Terrence y su amiga Halle, desde que habían llegado juntas al Dodge, Justin se había estado comportando extraño a su alrededor.

Peter resopló ante el comentario de Robert.

—Yo seré el que le patee su culo ruso —dijo muy seguro de sí mismo.

Justin reviró los ojos y volvió a mirar a Robert, este asintió hacia él y ambos salieron del taller, dejando a una Grace extrañada y un Peter exaltado hablando hasta por los codos dentro.

— ¿Encontraste algo? —preguntó Justin mientras ambos caminaban por el sendero de tierra que daba hacia las casas.

—Sí —Robert asintió, sacando del bolsillo de su chaqueta de cuero marrón la fotografía vieja que Justin le había entregado, devolviéndosela—. Es un modelo, su nombre real es Neil Fournier.

— ¿Neil Fournier? —Justin arrugó la frente.

—Es de Alemania, igual que la empresa que fabrica los portarretratos que me mencionaste —dijo, mirando a Justin de reojo—. Intenté con el nombre que me diste, encontré a algunos hombres de nombre Michael Aldrin, pero fallecieron entre la primera y segunda guerra.

Justin apretó los dientes y maldijo por lo bajo.

— ¿Ninguno vivo o muerto hace veinte años?

—No —Robert negó, preocupado—. Justin, no quiero preguntar, pero el saberlo quizá me facilite la investigación...

—Lo sé. Es mi padre, o eso creía.

Robert lo miró confundido.

— ¿Qué...?

Justin había crecido en un hogar muy pobre, todos en el grupo lo sabían, así como que su familia solo había estado conformada por sus abuelos y su madre Kelsey. Pasó toda su niñez preguntándole a su madre sobre su padre y por qué él no estaba presente como con el resto de los niños de la escuela pública.

Su madre le había dado esa fotografía, la guardaba ella misma como si de verdad se tratase de un viejo amor. Ella le había dicho que su padre había muerto de cáncer antes de saber que estaba embarazada, y que su nombre había sido Michael Aldrin.

Pero cuando vio la misma foto en un portarretratos a la venta en tiendas costosas de la ciudad, supo que era una mentira. ¿Pero entonces por qué Kelsey le había mentido? ¿Quién era realmente su padre?

—No lo sé, Robert. Mi madre me ha estado mintiendo durante años sobre mi padre, me dijo que era el hombre de esta foto, que ese era su nombre. Pero obviamente no lo es.

—Y quieres saber por qué.

—Sí.

— ¿Y no sería más fácil preguntárselo a ella, encararla?

Justin apretó la mandíbula.

—Sí, sería lo más fácil, pero si vuelve a mentirme —dijo y esta vez lo miró—, quiero saber cuál es la verdad.

Robert asintió. Le prometió seguir buscando y en cuanto tuviese noticias le llamaría. Partió a casa, porque esa noche una de sus hermanas habían preparado una cena especial para su madre que cumplía cincuenta años.

Justin emprendió camino hacia la casa de Andrew cuando vio a este salir de ella mirando la pantalla de su teléfono celular.

— ¡Eh! Zoe aceptó venir esta noche —contestó, tecleando regreso un texto en el aparato.

Justin elevó las cejas.

— ¿Le entregarás el brazalete?

—Sí —asintió, mirándolo con ojos preocupados—. Espero que me perdone, al menos me devolvió el mensaje.

—Buena señal, ¿no? —dijo, sonriendo.

—Supongo. Ah, e irá con Halle —añadió rápidamente, esbozando una sonrisa como quien sabe que eso significa algo más.

Halle, Halle, Halle. Estaba metiéndose hasta el cuello en el mundo de Andrew y Justin, y este último creía que de un momento a otro ya no tendría salida. No estaba seguro de, ahora, querer que realmente se fuera o alejara.



Halle llamó a casa esa noche para avisar que se quedaría a que los Terrence estudiando Francés. Sabía que era una excusa muy tonta, pero sus padres estaban tan concentrados en la visita de los abuelos Price que no pusieron ninguna objeción, más bien parecían aliviados de no tenerla allí hasta el sábado.

Zoe y ella se enfundaron en unos jeans ajustados casuales y unas blusas sencillas. Halle se colocó unos tenis y Zoe unas botas de tacón bajo, no sabía a dónde iban, pero Zo había dicho que no era el Dodge.

— ¿Dónde me dijiste que quedaba eso? —volvió a preguntar Halle, cuando en el auto de Zoe llegaban a una zona muy solitaria de la ciudad.

—Está cerca del Dodge. Es otra vieja construcción abandonada, pero allí no asiste nadie, o casi nadie. Los chicos van de vez en cuando para pasar el rato.

Halle no pareció muy convencida, pero no dijo más.

Finalmente, llegaron a una vieja estructura sin paredes. No demasiado grande como el Dodge, pero en su momento quizá fue un intento de oficinas. Zoe entró y aparcó justo al lado de otros autos, Halle supuso que serían los de los chicos, y juntas bajaron y se encaminaron dentro.

Tuvieron que subir unas escaleras de concreto hasta el último piso que quedaba a la intemperie, donde se encontraron con Andrew, Peter, Justin y Grace alrededor de una fogata. Cuando Halle vio a la chica, la embargó la incomodidad y el recelo, pues siempre que ella estaba cerca parecía acribillarla con la mirada y hacerle querer irse.

Casi quiso marcharse y estuvo a punto de decirle a Zoe que podrían volver temprano a casa, quizá estar solo una hora y luego partir, pero apenas las vieron, Justin giró su rostro encontrándose con ella y le sonrió.

Halle sintió las piernas debilitarse y el corazón pegar un brinco cuando los ojos de él la observaron brillantes, como si pudiesen iluminar toda la ciudad.

No sabía lo que estaba pasando, pero de pronto no quiso regresar más nunca al mundo real. No quiso volver al Instituto, tampoco a las fiestas glamurosas y muchísimo menos a la mansión Price, quería quedarse allí en medio de latas, tierra, bloques de concreto y cenizas, con alguien que la mirase calurosamente como Justin a ella.

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