A2plus: Esencia Evanescente I...

Af Juan_A_M

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YA A LA VENTA EN LAS MEJORES LIBRERÍAS DE AMÉRICA Y ESPAÑA. La Tierra se muere y lo hace en silencio. Un sigl... Mere

Sinopsis Libro 1: La Asesina de Cabellos Verdes.
Preámbulo: El Último Dia de los Vivos (edición final).
Trailer del Libro A2plus: Esencia Evanescente.
Capitulo 0: La pesadilla de Lisa (edición final)
Capitulo 1: Sin Piedad, Sin Alma. (1ª Parte) Edición Final.
Capitulo 1: Sin Piedad, Sin alma. (2ª Parte) Edición Final.
Capítulo 2: Night Carnival ( 1ª parte) Edición final.
Capitulo 2 Night Carnival ( 2ª Parte)
Capitulo 3: La Resistencia. (revisado)
Capitulo 4: Sospechas. (revisada y adaptada a Wattpad)
Capítulo 5: El Monstruo (1ª Parte) (Revisado)
Capítulo 5: El Monstruo (2ª Parte) (revisado)
Capitulo 6: Amigos de Infancia. (corregido)
Capitulo 7: La Mujer de Cabellos Verdes
Capitulo 8: SEGDIAN
Capitulo 9a: Tras la pista (1ª Parte)
Capítulo 9b: Tras la Pista (2ª Parte) (Corregido)
Capitulo 10: El ingenio de Ántrax
Capítulo 11: Rastro de Calor.
Capítulo 12: Un Grito en el Alma. (1ª Parte)
Capítulo 12: Un Grito en el Alma (2ª Parte)
Capítulo 13: ¿Contaminación Mental?
Capitulo 14: El Sacrificio.
Capítulo 15: ¡Al Rescate!
Capítulo 16: El Aliento de los Dragones Negros.
Capitulo 17: Hálito de Caronte
Capítulo 18: El Tercer Renacimiento.
Capítulo 19: Aliados por la Fe
Capítulo 20: Marcados por el Destino (1ª Parte)
Capitulo 20: Marcados por el Destino (2ª Parte)
Capítulo 20: Marcados por el Destino (3ª Parte)
Capítulo 20 Marcados por el Destino (4ª Parte)
¡Anuncio para mis lectores!
Libro 2: Sinopsis.
Capítulo 21: Un Peligro Latente.
Capitulo 22: El Silencio debe ser Apreciado.
Capítulo 23: La Ciencia de Josef Mengele.
Capítulo 24: La Cúpula del Poder.
Capítulo 25: Los Hermanos Postizos.
Capítulo 26: El Ojo de Zeus (1ª Parte)
Capítulo 26: El Ojo de Zeus (2ª Parte)
Capítulo 26: El Ojo de Zeus (3ª Parte)
Capítulo 27: Sangre de Nephilim (1ª Parte)
Capítulo 27: Sangre de Nephilim (2ª Parte)
Capítulo 27: Sangre de Nephilim (3ª Parte)
Capítulo 27: Sangre de Nephilim (4ª Parte)
Capítulo 28: Supervivencia (1ª Parte)
Capítulo 28: Supervivencia (2ª Parte)
Capítulo 28: Supervivencia (3ª Parte)
Capítulo 29: La Anomalía (1ª Parte).
Capítulo 29: La Anomalía (2ª Parte)
Capítulo 29: La Anomalía (3ª Parte) (Por Editar)
Capítulo 29: La Anomalía (4ªParte)
Capítulo 30: ¿Aún hay un alma en tu corazón, Hans? (1ª parte)
Capítulo 30: ¿Aún hay un alma en tu corazón, Hans? (2ª Parte)
Capítulo 30: ¿Aún hay un alma en tu corazón, Hans? (3ª Parte)
Capítulo 30 ¿Aún hay un alma en tu corazón, Hans? (4ª Parte)
Capítulo 31: Sí, aún lo hay. (1ª Parte)
Capítulo 31: Sí, aún lo hay (2ª Parte)
Capítulo 32: El Plan. (1ª Parte)
Capítulo 32: El Plan (2ª Parte)
Capítulo 33: Confusión antes del caos.
Explicaciones y portada de A2plus.
Capítulo 34: El Ángel de la Muerte. (1ª Parte)
Capítulo 34: El Ángel de la Muerte (2ª parte)
Capítulo 34: El Ángel de la Muerte (3ª parte)
Capítulo 34: El Ángel de la Muerte (4ª Parte)
Capítulo 35: ¿Qué viste en mí?
Capítulo 36: Atalaya y Escila (1ª Parte)
Capítulo 36 Atalaya y Escila (2ª Parte)
A2plus volumen 1 ya a la venta en papel
Capítulo 36 Atalaya y Escila (3ª Parte)
Capítulo 37 Lisa Easwood
Capítulo 38 Agonía de una esperanza (Parte 1)
Capítulo 38 Agonía de una esperanza (parte 2)
Mensaje importante para los lectores
Capítulo 39 Novosibirsk
A2plus en youtube
Capítulo 39 Novosibirsk (parte 2)
39 Novosibirsk (parte 3)
Capítulo 39 Novosibirsk (parte 4)
Capítulo 39 Novosibirsk (parte 5)
Novosibirsk (Parte 6)
7 de Noviembre, ¡sale A2plus!
YA A LA VENTA
Capítulo 40 Ἡ ἀντίθεσις
Capítulo 40 Ἡ ἀντίθεσις (Parte 2)
Capítulo 40 Ἡ ἀντίθεσις (Parte 3)
Capítulo 40 Ἡ ἀντίθεσις (Parte Final)
Epílogo: La tumba de las esperanzas.
Anuncio y sinopsis 3er libro
A2plus ya a la venta en México
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Venta Borrador A2plus II
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Ya a la venta el borrador de A2plus II

Novosibirsk (Parte final)

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Af Juan_A_M



Capítulo 39

Novosibirsk (parte final)

(Si queréis sentir lo que yo sentí cuando escribí este capítulo, escuchad las melodías)



Saliendo de un pequeño restaurante popular, a escasos metros del grupo de soldados, apareció un matrimonio sonriente. Junto a él, agarrando con una de sus pequeñas manos la colorida falda de su madre, había una niña de rasgos mongoles. La pequeña era el vivo ejemplo de la dulzura, y tenía parte de la cara manchada del helado de chocolate que se estaba comiendo. ¡Aquello no podía ser cierto! ¡La chiquilla era idéntica a la del enigmático sueño de Yao Ming! ¡¿A qué se debía esa locura?!

Tal fue el impacto de ver a aquella pequeña que el oriental, presa del miedo, se quedó sin aliento y su corazón incluso amenazó con pararse. Todo su cuerpo se paralizó; algo de lo que, en un principio, no parecieron percatarse los demás soldados. Ajenos a lo que había contemplado Yao Ming, los demás expedicionarios aún continuaban mirando la ciudad sin comprender bien que era lo que estaba pasando.

Ignorante de la aterrada y desconcertada mirada del chino, la misteriosa familia se alejó de los spetsnaz caminando, deprisa, hacia un paso de peatones. Parecían dirigirse hacia el parque donde se estaban organizando los eventos festivos más importantes. Yao Ming no pudo hacer nada para evitar que aquellas personas se fuesen; su cuerpo estaba paralizado por el terror y de su boca no quería salir palabra alguna. Fue ya cuando la familia estaba cruzando la amplia carretera de seis carriles, casi medio minuto después, que el chino salió de su estado de shock y se dio cuenta de que estaba a punto de perderlos de vista. Eso lo alteró muchísimo. ¡No podía permitirlo! ¡Necesitaba respuestas!

—¡Ahí está esa mocosa! ¡¡Está viva!! —clamó el oriental de repente, ante la sorpresa de los otros tres militares.

Sin mediar más palabras con sus compañeros, el sargento salió corriendo entre la marabunta, al tiempo que trató de mantener localizado al matrimonio y a la niña. Pero no lo consiguió. La acumulación de gente en aquella calle era tan grande que acabó perdiendo su pista. Al ocurrir aquel contratiempo, Yao Ming emitió un grito de fastidio y renegó varias veces. Aún así, no se rindió y siguió corriendo. Asombrados por la frenética actitud del sargento, Mussorgsky y el resto del equipo —que aún no entendían nada de lo que estaba pasando— no dudaron en seguir a gran velocidad a su enajenado compañero, mientras lo llamaban a voz en cuello. Querían saber que era lo que estaba pasando y el porqué de tanta prisa.

Pero Yao Ming ni siquiera los escuchaba. La escafandra de plástico de su cabeza, al doblarse y estirarse, producía una enorme cantidad de ruido en sus oídos mientras trataba de abrirse paso entre la masa. Más no era esta la principal razón. Por encima de todo, lo que de verdad impedía al chino reparar en las palabras de su teniente y del resto de su equipo era su propio cerebro. Su mente solo pensaba en que debía volver a encontrar a aquella enigmática niña que era idéntica a la de su ominosa pesadilla. Necesitaba respuestas; y tan intenso era el afán que tenía, que ni siquiera le importó que el semáforo de la carretera se acabase de poner en rojo. En un peligroso acto, el chino cruzó la vía aun a riesgo de ser atropellado. Los otros spetsnaz, muy preocupados por la inusual actitud del sargento —que era poco dado a los actos impulsivos—, también se aventuraron a atravesar la amplia calzada de seis carriles. Lo hicieron, no obstante, casi diez segundos después, por culpa del gran gentío que obstaculizó su avance.

Finalmente, Yao Ming llegó al parque donde creía que podría encontrarlos. Estando allí, y viendo el panorama que lo rodeaba, de inmediato se dio cuenta de que encontrar a aquella familia sería como buscar una aguja en un pajar. En aquel hermoso lugar, henchido de hermosísima vegetación, se había concentrado una gran muchedumbre alrededor de una ingente cantidad de puestos de venta ambulante. Estos atraían mucho la atención de los niños, pues ofrecían toda clase de juguetes y chucherías para ellos. Pero también eran visitados por los jóvenes de la ciudad, pues en ellos podían encontrar accesorios para disfrazarse de las formas más ridículas imaginables, y esto, en tiempos de fiesta, era algo que atraía mucho a la juventud.

El chino comenzó a buscar a su alrededor con la mirada, desesperanzado y desesperado. Caminó de un lado a otro, tratando de moverse entre la densa masa de alegres habitantes. Muchas de estas personas miraban al chino con curiosidad y cierto recelo, no tanto por el aparatoso traje que llevaba puesto, sino más bien por el arma que llevaba colgada al hombro. Varios minutos después, Mussorgsky y el resto del equipo consiguieron encontrar a su amigo. Lo hicieron gracias a que estuvieron preguntando a la gente si habían visto a alguien vestido como ellos. Tan inusual apariencia llamaba demasiado la atención como para ser pasada por alto. Así, cada vez que preguntaban a un ciudadano, si este lo había visto, no dudaba en indicarles la dirección a la que se dirigía su compañero.

Yao Ming se disponía a salir corriendo de nuevo cuando, de pronto, sintió la férrea mano del teniente sobre su hombro desde atrás.

—¡Eh! ¡Yao! ¡Maldita sea! —le dijo Sergei al tiempo que lo giraba de forma brusca para enfrentarlo—. ¡¿Qué pasa contigo?!

Yao Ming pestañeó varias veces, como confundido, y siguió mirando alrededor.

Mussorgsky, al ver su estado de excitación y su evidente turbación, lo zarandeó varias veces con fuerza.

—¡Eh, sargento! ¡Vuelve en ti! ¡¡Es una puta orden!! —le espetó de mal genio el líder.

El suboficial de pronto pareció darse cuenta de lo que estaba pasando y, por fin, fue consciente de la presencia de sus compañeros. Sus ojos, antes atribulados por el pánico y la obsesión, volvieron a parecer los de una persona en su sano juicio. No obstante el nerviosismo no desapareció.

—¡He visto a la mocosa de la pesadilla! ¡De esa maldita pesadilla que tuvimos en Svyatogor! —le dijo, muy alterado.

—¿Estás seguro de eso? —preguntó el teniente, sin dar crédito a las palabras de su subordinado.

Pero la respuesta de Yao Ming nunca llegó. De pronto, entre la multitud, volvió a ver a la familia que tanto llamó su atención, y sus ojos negros y rasgados se quedaron mirando a la tierna chiquilla mofletuda.

Entonces ocurrió algo inquietante. La niña, que hasta entonces parecía ajena a la presencia de los soldados, se quedó mirando fijamente a Yao Ming. Después, tras observar al chino durante unos segundos, lo sonrió con una candidez infinita y, acto seguido, llena de entusiasmo, empezó a llamar la atención de su madre, tirando de la manga de su brazo.

Sin saber cómo, a pesar de la gran algarabía, el chino pudo escuchar —entre el gentío y las diferentes melodías que sonaban en aquel parque— lo que la niña le dijo a su mamá. Era como si todo sonido hubiese quedado amortiguado precisamente para que él pudiera escuchar lo que la niña iba a decir.

—¡Mami, mami! ¡Mira! ¡El chino...! ¡El chino que soñé! —dijo la chiquilla, muy alterada.

Los ojos de Yao Ming se abrieron en una expresión de absoluto terror. Fuera de sí, el oriental vociferó a todo pulmón, hasta casi rasgarse las cuerdas vocales:

—¡¿Quién eres tú, niña?! ¡¿Qué es todo esto?!

Las personas a su alrededor, incluidos los tres militares, se asustaron al escuchar al sargento; pero, entonces, ocurrió lo más chocante. Sin sobresaltarse, tanto los padres como la chiquilla giraron rápidamente sus rostros para enfrentar a Yao Ming. Este repentino acto aumentó el pavor del spetsnaz, pues la expresión de los tres no correspondió con la que deberían haber mostrado después de semejantes gritos. Los progenitores miraron al oriental con una mirada terriblemente fría, desapasionada, y la niña dejó de sonreír.

—¡¡¿Qué ocurre, Yao?!! —gritó Mussorgsky muy alarmado.

Pero el oriental ni siquiera escuchó a su superior, pese a tenerlo al lado. Todo su horror estaba enfocado en aquella familia que lo observaba en silencio, con una mirada que helaba la sangre.

De improviso, la niña soltó la manga de la chaqueta de lana sintética de su madre y, estrechando sus ojitos, sonrió melancólicamente.

—Eres lindo. Me gustas. Sé que eres bueno —dijo con una voz muy dulce y desconsolada—. Pero... pero no puedes estar aquí. Sal de aquí, Yao Ming, o...

Los ojos del chino se abrieron y sus pupilas temblaron por el miedo.

Al tiempo que la infanta decía aquellas últimas palabras cargadas de una inconmensurable tristeza, Yao Ming observó, entelerido, como los bracitos y el negro cabello de la niña se empezaban a cubrir de un brillante polvo cristalino de tonalidad rosácea. Con una última sonrisa a Yao Ming, y con los ojos inundados en lágrimas, la hermosa niñita de amplios y sonrosados mofletes se desplomó en el suelo. Sus padres la miraron en silencio, con expresión neutra, también llorando. Al igual que la niña, sus cuerpos se estaban cubriendo de aquel fantasmal polvo de cristal que se adhería a ellos como una marca de muerte. Asustado, Yao Ming miró en derredor y se dio cuenta de que había polvo de cristal flotando por todas partes.

No fue el único en percatarse. Sus compañeros también parecieron darse cuenta de aquel inaudito acontecimiento. Aterrados, comprobaron que el vidrioso material también se pegaba a sus trajes NBQ. Esto puso muy nervioso al grupo.

El terror llegó al clímax cuando vieron que más y más personas, cubiertos sus cuerpos por estas ominosas partículas, también se desplomaban bruscamente al piso. ¿Acaso a ellos les esperaba el mismo destino? ¿Era aquello obra del temible Síndrome de los Cristales Fantasmas del que tanto habían oído hablar? Una desagradable sensación de mareo pronto tomó control de sus mentes y de sus cuerpos. Las fuerzas comenzaron a menguar y los cuatro se vieron obligados a hincar sus rodillas en el suelo. La debilidad se convirtió en extrema y el frío sopor de la muerte comenzó a adormecer cada uno de sus músculos y a desvanecer sus consciencias. Su fin parecía haber llegado.

Entonces, caminando despacio entre la gente que caía muerta, con sus ojos acerados y brillantes contemplando fijamente a los cuatro moribundos, apareció el portentoso pro-human de cabellos plateados que había sido rescatado por la tripulación de Svyatogor. Alto, fuerte y de facciones hermosas, la prodigiosa creación de A2plus se dirigió a ellos en un tono sereno y casi paternal.

—Aún no ha llegado el momento de que os rindáis, seguid un poco más, yo estoy con vosotros, velando por vuestra alma. Os he podido matar en cualquier momento. Aún os podría matar, a todos, en cualquier momento. Y en cambio, yo, Atlas, el último heredero del saber perdido de A2plus, estoy aquí, en vuestras cabezas, protegiéndoos de una muerte segura, y abriéndoos los ojos para que podáis dar una última oportunidad a vuestro mundo, un mundo que se acaba. Despertad, o moriréis.

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Mijaíl abrió sus ojos de repente y, al instante, empezó a toser y a aspirar enormes bocanadas de aire, como si hubiese permanecido un largo tiempo sin respirar nada de oxígeno. El resto de sus compañeros también pareció sufrir aquella sensación tan agónica.

El novato se había despertado boca abajo, sobre un suelo embaldosado que brillaba de tan pulido y limpio que estaba. El plástico de su escafandra se había mellado un poco, quizás a causa del golpe producido por una repentina caída. Muy confundido, el más joven de los elegidos miró a su alrededor y descubrió que sus tres superiores sufrían la misma situación que él. Todo el grupo se había despertado de lo que parecía haber sido una espeluznante ensoñación.

—¡¿Qué...?! ¡¿Qué ha sido todo eso?! —preguntó Mijaíl convencido de no haber sido el único en verlo.

—¡¿Tú...?! ¡¿Tú también lo has visto?! —preguntó ansioso Oleksander.

Mussogsky sentía un gran dolor en una de sus rodillas, debido a la brusca caída que debió de sufrir al quedar inconsciente. No obstante, a pesar de ello, trató de ignorar el intenso padecimiento y miró en derredor, muy preocupado. Se sorprendió al comprobar que él y sus hombres nunca habían llegado a salir del edificio de las oficinas aduaneras. Perdieron el conocimiento justo a punto de abandonarlo, en el enorme salón que conducía a la salida de aquel complejo estatal.

Al igual que sus compañeros, Yao Ming se había despertado sofocado. Del mismo modo, al principio también se había sentido muy desorientado, pero —a diferencia de los demás— el todavía era incapaz de reaccionar. Su ánimo había sido destrozado por aquella visión. Él, uno de los hombres menos dado a sentimentalismos dentro de aquel grupo, se veía a sí mismo llorando, impactado por la crueldad de la ensoñación que acababa de sufrir. A aquella niñita, de una forma que no comprendía, llegó a sentirla en lo más profundo de su ser. Por un momento, el chino fue capaz de conectar su espíritu con el de la irreal pequeña, y se sintió muy enternecido por la bondad que, sin duda, ella destilaba. Pero, entonces, acto seguido, la vio morir; arrancada su ánima de la forma más cruel posible, como si su alma fuera una esencia evanescente que es desvirtuada y se esfuma. Aquel evento, aunque ilusorio, lo había traumatizado.

El doctor, que nunca olvidaba del todo su papel como médico, fue el primero en darse cuenta del lastimero estado anímico del oriental. Enseguida quiso comprobar el estado de su amigo.

—¡Yao! ¿Qué te ocurre? ¿Estás bien? —le preguntó el médico mientras se acercaba a él y le apretaba el hombro.

El chino, avergonzado y dolido, se limitó a bajar la cabeza. No deseaba hablar.

Mussorgsky, consciente de lo precaria situación, se incorporó con algo de dificultad. Su articulación aún le molestaba, pero ya no tanto como al principio. Preocupado, miró su reloj; habían permanecido dormidos unos veinte minutos.

—¡Arriba, soldados! ¡Aún tenemos una misión! —ordenó con un vozarrón a sus subordinados—. Nos queda apenas una hora antes de que Svyatogor nos deje abandonados aquí.

Oleksander, que aún trataba de consolar a su compañero, miró con preocupación a su teniente.

—Algo raro le pasa a Yao Ming, no está nada bien —le comunicó el médico a su líder.

Mijaíl, obedeciendo al teniente, recogió su arma del suelo y se incorporó.

—Tengo un mal presentimiento —confesó el novato.

Mussorgsky suspiró y asintió: le ocurría lo mismo.

—Sea lo que sea, tenemos que averiguar qué es lo que está pasando aquí —aclaró con severidad el teniente, tratando de aparentar una entereza que se desmoronaba por momentos—.

Yao seguía sin reaccionar, y Oleksander trataba de ayudarlo hablándole de la forma más tierna y amigable posible.

—¡Vamos, amigo! No fue algo real, nada de lo que vimos lo fue. Fue un horrible sueño, pero no ocurrió realmente.

El chino, no obstante, continuó pensativo, afligido. Ante aquello, el teniente decidió actuar como más le gustaba hacerlo.

—¡Sargento Yao Ming! —gritó fingiendo una desmedida ira—. ¡Mueve tu sucio culo amarillo de una puta vez —se acercó al chino y le sujetó la cabeza con ambas manos— o te juro que te voy a usar de saco de boxeo durante dos jodidos días, basura asquerosa! ¡Es una puta orden, llorica de mierda!

Las palabras agresivas de su líder tuvieron la cualidad de sacar al oriental de su patético estado. Mirando a su teniente, con una sonrisa mordaz dibujada en sus labios, el chino le dijo.

—Estar a sus ordenes es como estar en el infierno, señor.

—Lo sé —dijo con una sonrisa el teniente—. Por eso sois los mejores.

—Y los más traumatizados —rezongó Yao Ming, recuperando un poco de su viejo sentido del humor.

El oriental recogió su fusil del suelo y, aparentemente recompuesto, se incorporó y se colocó a la derecha de su superior, con el arma empuñada entre sus manos.

—Salgamos fuera y veamos que ocurre en esta ciudad de mierda —dijo el teniente.

Los cuatro elegidos caminaron juntos hacia la puerta de salida. A diferencia de la primera ilusoria vez, en esta ocasión no hubo ninguna luz cegadora emergiendo de la entrada. De hecho, comprobaron que tal iluminación nunca podría haberse dado, pues si bien las puertas eran de cristal, la salida estaba cubierta por una reja metálica que había sido bajada y anclada al suelo. Esta reja, destinada a evitar posibles robos, tan solo dejaba pasar algo de luz a través de una serie de minúsculos agujeros que tenía a lo largo de su estructura.

—¿Estamos encerrados? —se quejó Yao Ming.

—Quizás clausuraron el edificio por el tema de las compuertas abiertas que vimos al llegar —comentó Mijail—. Puede que incluso todo el sector esté vacío. ¡Ojalá!

—Sí, ojalá. En esta ciudad cada sector se puede aislar de los demás con unas compuertas especiales que solo se usan en caso de emergencia.

—No tenemos tiempo para hipótesis, necesitamos respuestas ya —dijo el teniente.

—Entonces... —dijo Yao Ming, que no se encontraba del mejor genio.

El chino colocó dos minúsculas cargas de explosivo en las zonas donde parecía que se anclaba la reja. Acto seguido, pidió a todos que se alejasen, introdujo un código de cuatro dígitos en un pequeño detonador que llevaba adherido a su manga, e hizo explosionar los dispositivos que había adherido. Al instante las cerraduras se desintegraron tras sendas pequeñas explosiones. Una vez logrado esto, el chino no tuvo dificultad en levantar el obstáculo que les impedía salir al exterior.

Y entonces, cuando asomaron, la ciudad mostró su verdadera cara, aquella que tanto habían llegado a temer. Compungidos, sin acabar de creerse lo que sus ojos se empeñaban sin piedad en mostrar, los hombres salieron al exterior y descubrieron el gran secreto que desde el principio había guardado la otrora bella ciudad.

Al igual que en su reciente ensoñación, se encontraban en una larga avenida engalanada para la celebración de una fiesta, mas no había una multitud alegre paseando por las calles, ni cientos de autos cruzando a gran velocidad la ancha avenida. Al fondo, en efecto, se encontraba el parque que durante su sueño habían recorrido los militares con tanta prisa; no obstante, en el no se escuchaba ahora música de ningún tipo, ni paseaba por entre la vegetación persona alguna. Todo estaba envuelto en un siniestro silencio. El termómetro de las máscaras de los cuatro elegidos mostraba, ahora sí, la misma temperatura exterior para todos: diecisiete grados bajo cero, una lectura no muy alejada de la que Yao Ming percibió al entrar en las oficinas aduaneras. Ante ellos había un escenario espantoso, de quietud absoluta. Miles y miles de personas yacían sin vida en el suelo, cubriendo cada palmo de terreno, con sus cuerpos aparentemente congelados. La muerte se extendía hasta más allá de donde alcanzaba la vista. Un extraño polvo cristalino, rosado y en suspensión, aparecía de vez en cuando ante sus ojos, para inmediatamente después desaparecer sin dejar rastro, como si fuese producto de la imaginación o tuviese un origen fantasmal.

Los soldados, al ver aquel escenario, se estremecieron. A pesar de ser militares, jamás habían contemplado tantos cadáveres juntos en su vida. Todos se sentían conmocionados y, enseguida, se dieron cuenta de las funestas consecuencias que todo aquello habría de tener en el futuro.

—Esto... —dijo llorando Oleksander, al tiempo que se dejaba caer de rodillas al suelo—. Esto... Esto es... el maldito legado de A2plus. La extinción total del género humano.

Mussorgsky y Mijaíl también lloraban en ese momento. Ahora empezaban a tener sentido las palabras de Atlas, el pro-human que les había hablado de aquella catástrofe.

«En Novosibirsk hallaréis la muerte; solo los elegidos deben ir».

Presa de un nefasto presentimiento, Yao Ming buscó con la mirada el restaurante que tenía a escasos metros de donde se encontraba. Con cuidado de no pisar los muchos cadáveres que se encontraban esparcidos a lo largo de la acera, el chino llegó hasta el establecimiento y, muy a su pesar, allí la encontró. Preservada por el frío reinante en la ciudad, el cuerpecito de la chiquilla de sus visiones apareció entre las víctimas de aquella catástrofe, junto a sus inertes padres. El chino, que hasta ese momento había tratado de mantener a raya sus sentimientos, al verla, ya no pudo evitar ponerse a llorar. Completamente derrumbado, sus dedos temblorosos acariciaron el angelical rostro de la pequeña. Una inocente infanta que, a pesar de todo, pareció morir en paz.

—Lo siento mucho, pequeña. En verdad, lo siento muchísimo, cosita hermosa.

Yao Ming agachó la cabeza y se sumió en la tristeza más absoluta.

Novosibirsk estaba definitivamente muerta. La tercera ciudad más poblada de la Unión Soviética, con sus más de treinta millones de ciudadanos, había sucumbido. Todos sus habitantes habían perecido en masa por culpa del misterioso Síndrome de los Cristales Fantasmas. El decreto más funesto de la humanidad se anunciaría tan solo unos días después de descubrirse esta catástrofe. El tiempo de la esperanza había concluido.


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Bueno, por fin pude concluir este capítulo 39. Sin duda ha sido el más largo de todos los que he escrito hasta ahora. Ninguno ha tenido tantas partes como este. Sin embargo es, quizás, el capítulo más importante de este segundo libro y el que más consecuencias futuras va a tener. El epílogo, de hecho, tendrá mucho que ver con lo mostrado aquí. La historia va a dar un vuelco impresionante, ¿estáis listos? je je. ¿Qué os ha parecido? ¿Os gustó?

Ahora le llega el turno a Hans Ansdifeng y Odelia. ¿Que destino les habrá aguardado?

Fortsæt med at læse

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