La Magia de la Noche (Editand...

By Pau_Martinez

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Sinopsis... La noche siempre fue considerada un misterio para todos pero cuando la noche posee magia, la vida... More

Prólogo
Capítulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4

Capitulo 1

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By Pau_Martinez

El sol estaba en lo alto del cielo. Podía ver claramente su reflejo que se extendía sobre el mar. El amanecer me daba cierta satisfacción, ya que eso significaba que iba a tener mis piernas de nuevo. No odiaba nadar, ya que formaba parte de mi naturaleza de sirena pero cuando lo hacía, extrañaba un poco mi vida en tierra firme. Todas las noches, cuando la marea sube, me transformo. 

Me escapé de casa, ósea del mar, hace tres años. Cuando llegué aquí, tuve que aprender su lengua, la de los humanos, porque no me podía comunicar.  Ahora, tres años después, obtuve trabajo en la cafetería de la isla. Tengo pocos amigos, y vivo sola, ya que me escapo todos los días y no regreso hasta que sea de mañana. Cuando el sol se eleva, mis piernas aparecen. Una sola gota de agua sobre mi cuerpo y pum... la cola aparece. Siempre debo tener cuidado con los baldes. 

Mi mejor amiga y compañera de trabajo se llama Melani. Nos conocimos en el trabajo hace dos años y medio, y nos hicimos inseparables. Nunca le conté a nadie mi secreto, porque tengo miedo de que me hagan daño, si saben que soy diferente. Ella me dice que soy un poco antisocial, y se queja de que no voy a las fiestas nocturnas que organiza. Pero ella no sabe que si voy, tendré que arrastrarme todo el camino hasta su casa. 

Mi otro compañero de trabajo, Steven, es muy... bueno. Muy lindo. Aunque lindo, no lo define completamente. Es amable, gracioso, sexy, fuerte, estudia karate y... me quedaría toooodo el día hablando de él. Somos amigos hace un año, cuando entró a trabajar con Mel y yo, en la vieja Cafetería de La Luna. Un lugar muy divertido cuando es fin de semana, donde se reúnen los chicos y chicas para pasar un buen rato. Y yo, bueno, además de Melani y Steven, no hablo con mucha gente, a menos que sea para tomarles su pedido. Sólo nosotros tres. Los compañeritos de trabajo. 

Nuestro jefe, Eliot, es el mejor jefe del mundo. Nos deja comer allí, y divertirnos un rato. Obviamente que nos quejamos siempre cuando ciertos clientes entran, pero tratamos de poner la mejor cara posible. Hay viene el pesado de las tostadas, o llegó la chica latte. Siempre nos burlados de todos. Más de uno deja buena propina, y no solo eso: Números de teléfono, cartas de invitación a fiestas, mensajes, caramelos, etc. Tengo un tacho de basura con toooodos los números de los chicos que me hacen guiños o sonrisas de más. Yo, sólo tengo mis ojos marrones para uno. Y ya saben de quien les hablo. Steven. Suspiro cada vez que lo veo. Melani me dice que soy una mala actriz y que él se dará cuenta, algún día. Aunque eso... lo dudo ya que es un poco despistado. 

Yo sé que se preguntarán porque me fui de casa ¿no? Les contaré la historia. Resulta que los 16 años para una sirena es lo peor que nos puede pasar, porque nuestros padres nos obligan a casarnos con alguien que no conocemos. Un príncipe de otro mar, o algún otro pez que se les cruce por su cabeza llena de algas. Como rey del Mar Sibérico, Arlec, mi padre quería que me casara con el Príncipe Lucian , pero claro que yo no estaba de acuerdo con eso. Mi madre, la Reina Mirla, como siempre se quedaba callada sin decir nada, entonces discutí con mi padre y escapé cuando supe que se avecinaba una tormenta. Era la oportunidad perfecta para huir, y la aproveché. No me iba a quedar con los brazos cruzados ante tal injusticia. Y no iba a aceptar a alguien que no conocía, y que no estaba enamorada. 

No me imagino que habrá hecho mi padre cuando se enteró de que escapé, pero tampoco me importaba. Así que, ahora con 19 años, estoy aquí viviendo como una mortal (cosa que no soy), con un trabajo normal, un departamento y sin nadie que me moleste. 

Me puse la ropa que había preparado en la noche. Un short negro y una musculosa fucsia. Caminé hasta mi bicicleta, que había escondido entre las grandes rocas que bordeaban el mar. Cuando la encontré me subí y fui directo a mi depto. Hacía mucho calor, era pleno enero y la ropa se me pegaba al cuerpo. Llegué al edificio donde vivía, guardé la bici en el garaje y cerré la puerta. Tomé las llaves del bolsillo del short y abrí la puerta de entrada. Lo bueno de la ubicación que elegí para vivir es la hermosa vista al mar. A veces, me pongo triste si recuerdo mis días en él, pero enseguida borro esos recuerdos. No voy a volver. Este es ahora mi hogar. Tengo todo lo que quiero. Entré al ascensor y apreté el número 3. 

Cuando llegué a mi casa. Fui directo a mi cuarto, para prepararme la ropa del trabajo. Remera y pollera color verde. Fui a darme una ducha de agua fría. Después de secar muy bien mi cola de sirena con la secadora, cambiarme y todo, llamé a Mel para que viniera a buscarme, pero me dijo que tenía problemas y que no podía venir. 

Sus padres tienen muchas propiedades en la isla, pero ella trabaja porque no quiere ser una chica dependiente del dinero de su padre. Yo siempre sonrío cuando ella lo dice. Me causa gracia. Maldiciendo internamente, me preparé para salir. Cerré la puerta de mi casa y fui al elevador. Mientras esperaba a que bajara, el ascensor se detuvo en el piso 2. Unos hombres vestidos con uniformes marrón claro entraron. Hablaban del trabajo que estaban haciendo. Acomodando y subiendo las cajas para el nuevo inquilino. No sabía que alguien se iba a mudar. No creo que Laura se vaya, asi que estoy segura que el piso 2 pronto va a estar ocupado. Espero que sean una buena familia. Suspiré. Fui al garaje, donde estaba mi bicicleta. Tenía que llegar temprano al trabajo, ya que hoy iba a estar sola atendiendo. 

-Bienvenido a la Cafetería de la Luna, ¿qué deseas pedir?- Le pregunté al chico que estaba sentado en la mesa. Lo observé como usualmente miraba a todos, sin realmente prestarle atención. 

-Emm... ¿Cuál es el menú de la mañana... Marina?- Entrecerró los ojos para leer mi cartel. Yo rodeé mis ojos. Maldito cartel que delataba mi nombre. Eso era lo único que odiaba del uniforme. 

-Si.- Le dije, tratando de sonreír. -Ah... el especial de la mañana es un café cortado con dos medialunas.- Le respondí. 

El chico me observaba fijamente. -Marina, eh. Bien, Marina. Tráeme eso.

-De acuerdo.- Me di vuelta y pasé por la barra. Fui a la cocina a decirle a Joe, el encargo de preparar los pedidos. -El chico de la dos quiere el especial, Joe.- Le sonreí. 

Joe asomó la cabeza por la ventana que daba al comedor. -¿De donde salió ese tipo?- Me preguntó. Yo me giré y miré. 

-Creo que no es de por aquí. Nunca lo vi en la isla.-

-Yo tampoco, que raro. Quizás, debe ser algún turista.- Me dijo joe. 

Asentí. -Si, tal vez.- No me importaba para nada un desconocido. 

Escuché las campanas de la puerta que anunciaban la entrada de clientes. Salí de la cocina y me quedé en la barra esperando, a que los dos chicos que habían llegado se sentaran en algún lado. A ellos si los conocía. Alex y Thomas. El rubio y el colorado. Mayormente les decían Naranjas. Siempre cargosos y pesados. Suspiré y traté de serenarme lo más que pude. Salí de detrás de la barra y me dirigí a ellos. 

-Bienvenidos a la Cafetería de la Luna, ¿qué desean pedir?- Les pregunté. 

-Hola, Mina.- Me dijo Alex. El rubio, y más alto de los dos. Su pelo corto y su flequillo un poco despeinado lo hacía lindo, pero hasta ahí, ya que en realidad no es recomendable para ninguna chica. Con fama de mujeriego, no es considerado por nadie, a menos claro, las turistas que no lo conocen. 

-Hola, Alex. ¿Qué van a pedir?- Le dije de mala manera. 

-Huuu. ¿De mal humor? Vamos, Mina. No seas así.- Me dijo sonriendo. Ese apodo me lo había puesto Steven, como se atrevían a usarlo. 

Cerré los ojos, respiré y exhalé. -Mira, Alex. Me pagan para tomar pedidos, no para entablar conversaciones. Así que, dime lo que quieres o ve a buscarlo tú mismo. ¿Entendiste?- 

-Sip, está de mal humor.- Le dijo Thomas a él. Los dos empezaron a reírse entre ellos. 

-Me están haciendo perder tiempo.- Les dije. Me di vuelta pero sentí que algo sujetaba mi muñeca. 

Desvié la vista hacia ella y una mano la sujetaba. 

-¿Qué estás haciendo? Suéltame.- Le ordené a Alex. Sacudí mi mano pero no la soltaba. -Que me dejes, te dije.- Le grité. 

Ellos solo se reían. -Hoy no vino Steven. Mejor, él si es una distracción.- Le comentó Thomas. 

-Sí, mucho mejor.- Dijo Alex. 

-La chica te dijo que la soltaras.- En un abrir y cerrar de ojos, Alex estaba tirado en el suelo de madera. Parpadeé y me quedé con la boca abierta. Lástima que no tengo súper fuerza. 

-¿Estás bien?- El chico me preguntó. 

-S-si.- Fue todo lo que pude decir. 

-¿Te hizo daño?- Tomó mi muñeca y la examinó. -No, no hay daños.- Me dijo. 

-¿De donde eres?- Le pregunté, cuando nos sentamos en la punta del comedor. 

-Ah, no soy de por aquí.- Me dijo. Sus cejas castañas se movieron. 

-Ah, ya veo. ¿Secreto confidencial?- Le pregunté. Y sin querer se me escapó una sonrisa. Como si estuviera coqueteando con él. 

-Algo parecido.- Sonrió. -¿Hace mucho que trabajas aquí?- Me preguntó. 

-Sip. Dos años y medio, mas o menos.- Asentí moviendo la cabeza. Me sentía nerviosa, era la segunda vez que me sentía así. Y la primera fue cuando vi por primera vez a Steven. 

-¿Conoces a esos tipos?- Cabeceó en dirección a los Naranjas. 

-Lamentablemente.- Sonreí. 

-¿Siempre son así?- Miró mis manos que no dejaban de moverse. 

-Ehhh, casi siempre, a veces son peores. Pero ya estoy acostumbrada. Es el trabajo que me tocó.- Me encogí de hombros. 

-Si, el trabajo a veces es una maldición.- Él suspiró. 

Había algo en lo que dijo, ¿Maldición? ¿Qué clase de trabajo tiene? Entrecerré los ojos. 

-¿De qué trabajas?- Le pregunté. 

-Emmm, m-mi familia caza.- Apenas se escuchaba su voz. Parecía avergonzado de decirlo. 

-¿Qué cazan?- Le pregunté curiosa. 

-En los mares, océanos...- Me contestó.

Sonreí. -Te pregunté qué, no donde.- Le dije. 

-Ah, si claro, lo que cazan todos...- Me dijo nervioso. Me daba la sensación de que ocultaba algo. 

-¿Peces?- Le pregunté.

-Si, peces.- Asintió con la cabeza. 

-Aja. Bueno, discúlpame pero debo irme. Mi turno está a punto de terminar. Así que...- Empecé a levantarme de la silla. 

-Fue un placer salvarte,- me dijo sonriendo. -Ah, por cierto, me llamo Jonathan.- Me saludó con la mano mientras yo cruzaba la barra. 

Jonathan. Lindo nombre, para un chico lindo como él. Antes no me había molestado en mirarlo pero ahora lo pude ver claramente y de cerca. Con su voz grave, pelo castaño claro, ojos marrones, más alto que yo. En una palabra: Lindo. Sacudí mi cabeza con su recuerdo, no, no, no, yo sólo tenía ojos para Steven, que casualmente hoy no podía venir ya que su abuela estaba enferma. Estaba sola con Joe atendiendo la cafetería. Eliot tenía unos asuntos del contrato que arreglar, Melani tuvo problemas con su padre, por eso no tuve otra opción mas que abrir con Joe. No quiero decir que Joe sea una mala persona, pero hay algo en él que me da mala espina. Al igual que la familia de Jonathan. ¿Por qué no me quiso decir que cazaban? Este chico oculta algo, de eso estoy segura. Miré el reloj de la cocina, faltaban quince minutos para cerrar pero ya no quería atender a nadie. 

-Vamos a cerrar, Joe.- Le grité mientras me dirigía al comedor. Milagrosamente estaba vacío. Di vuelta el cartel de -Abierto- a -Cerrado-, y trabé la puerta de entrada. Giré la llave y las dos cerraduras hicieron clic. 

Fui a la cocina, donde Joe estaba apagando las hornallas y el horno. 

-¿Estás listo?- Le pregunté. 

-Si, no veo la hora de salir de este infierno.- Me dijo sacudiendo su remera para darse un poco de aire. 

Estaba de acuerdo con él. La cocina era prácticamente el infierno. Sentí el sudor bajar por mi espalda, estaba transpirando. 

-Vamos.- Por suerte. Eliot me había dado un juego de llaves por las dudas. Así que cuando él no estaba, yo era la responsable de todo. Nos dirigimos a la puerta de empleados que estaba al fondo de la cocina. Abrí la puerta y respiré el aire fresco. Suspiré. Con llave en mano trabé la puerta y me despedí de Joe hasta la tarde, cuando volvíamos a abrir. Pero esta vez no iba a estar sola, ya que Melani me iba a acompañar. 

Cuando llegué al depto, me descambié y tiré la ropa en la cama. Estaba cansada pero no quería estar encerrada en mis horas de descanso. Fui al ropero y agarré el short negro y la misma musculosa de la mañana. Estaba decidida a dar un par de vueltas en la bici. 

El edificio donde vivo tiene tres departamentos, el mío está en el tercer piso, en el segundo no vive nadie (por ahora) y en la planta baja vive la señora Laura, una señora de unos cuarenta años, que prácticamente podría ser mi madre. Es amable, pero sólo cuando está de buen humor. Ella tiene muchos... pretendientes. Si me entienden lo que quiero decir. 

Salí del garaje donde el auto de la Señora Laura estaba estacionado. Un hermoso Godol en verde. Cada vez que lo veía, me imaginaba a mi misma manejándolo, con el viento moviendo mi cabello largo, música a todo volumen. 

Algún día lo iba a tener, tal vez si trabajaba un milenio. Quizás, dos. Ojala el desear cosas funcionara en mi misma. Según la leyenda, si un mortal desea algo delante de una sirena, ésta está obligada por su magia a cumplir el deseo, siempre y cuando sea posible. Hasta el día de hoy, nunca me pasó, así que creo que es un mito. 

Estaba en la calle, andando en la bicicleta. Observaba como los niños corrían, cuando escuché un -¡Cuidado!- giré y vi un auto que estaba a punto de atropellarme. Lo único que sentí fueron unos brazos sosteniéndome la espalda y mis piernas elevadas hasta que todo se fue oscureciendo...

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