Inaudio

By Viam29

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Una marca que te lleva a conocer un nuevo mundo en tu propio mundo, te lleva a conocer personas que comparten... More

Inaudio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 4
Capítulo 5
¡Nos mudamos!
Booktrailer

Capítulo 3

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By Viam29

Santiago y Mateo hablaban de cosas que para mi eran irrelevantes. Supuse que tenía que ver con asuntos que ambos vivieron antes de que llegaran a esta situación conmigo. ¿Qué habría hecho Mateo para que estuviera aquí? No vi la marca en él. ¿De todos estaba en el cuello? Y fue cuando comencé a maldecirme. ¿Cómo no me fijé en si Santiago tenía la marca en el cuello? Él no tenía el cabello largo ni nada por el estilo, debería estar ahí… y si la miraba seguro me explicaría que significaba.

Me detuve y esperé que pasaran por mi lado para poder quedar a sus espaldas y ver su cuello. Había una marca allí, pero otra marca en el brazo me llamó la atención.

— ¿Qué es eso? — pregunté, apuntándole al brazo.

— Un tatuaje, ¿Tú no tienes alguno? – respondió como si no importara. Mi abuelo me hubiera cortado ese pedazo de piel si descubría que tenía un tatuaje.

— ¿Y el de tu cuello? ¿También es un tatuaje?

— Sí, pienso hacerme otro en el pecho. — dijo levantándose la camiseta para que viera su torso bien formado. Seguro se ejercitaba mucho… ¿Estaba pensando en su abdomen? Moví la cabeza para aclarar mis ideas.

Me quedé sin palabras y eso pareció hacerle gracia.  Siguió caminando riéndose con Mateo.

—De hecho…— dije llamando su atención. Ambos voltearon para mirarme. — Tengo uno.

Me puse el cabello a un lado y mostré mi cuello desnudo donde supuse que debía estar la marca. Quise girarme y ver su expresión y cuando lo hice se lo veía tranquilo.

—Muy lindo. — dijo como si nada. — ¿Por qué lo ocultas detrás de tus dorados rizos?

Sin poder evitarlo me toqué el cabello…

—Porque…  Dime que significa este tatuaje.

—Tú te lo hiciste, deberías saber qué significa…

— ¿Qué significa el tuyo? — pregunté interrumpiéndolo. No iba a rendirme tan fácilmente, pensaba insistir hasta que me dijera qué significaba el mío.

—Este de aquí — dijo enseñándome el de su brazo. — es uno familiar, toda mi familia se lo hace. Y el de mi cuello es de los cuatro elementos.

— ¿Por qué te capturaron? ¿Por qué los están castigando aquí? — pregunté directamente. Santiago borró la sonrisa que tenía y tomó a Mateo y siguió caminando. — ¡Responde!

— ¿O si no qué? —dijo retándome pero no se detuvo para nada. — ¿Te irás?

Podía hacerlo y morir un poco más adelante. “Ante todo el orgullo” me dije a mí misma. Me crucé de brazos mientras ellos seguían avanzando. Tal vez Santiago no sabía a dónde estaba yendo, tal vez sólo se hacía el que sabía para que Mateo no se preocupara.

De todas formas los tres moriríamos adentro, ¿Importaba si uno lo hacía antes que otro?

— Bien. — gritó Santiago volteando para mirarme. Estaban ya lo suficientemente alejados, así que hablaba a gritos. —Lárgate.

Fruncí el ceño, pero le obedecí. Le di la espalda y caminé por donde habíamos venido. Sabía que encontraría a alguno de los cazadores si iba por ese camino, pero en ese momento no me importaba.

En unos minutos quedé sola. No escuchaba nada más que mi propia respiración y el viento que hacía mover las hojas haciendo que algunas cayeran.

—Sólo quiero saber qué significa. — dije hablándole al aire.

“Tal vez sólo te estás volviendo loca” volvió a hablar la voz de mi cabeza. “Tal vez sólo quieres pensar que tienes algo especial, ese algo que siempre has creído que tenías”

Tal vez Santiago no sabía nada y sus marcas eran tatuajes. A lo mejor ni existían esas marcas y sólo era una excusa para tener gente que divierta a los empresarios.

Comencé a sentirme mal, a marearme. Todo lo que tenía alrededor comenzó a darme vueltas, y sentí punzadas repetidas en mi cuello, justo donde debía estar la marca. El dolor era tan fuerte que hizo que me arrodillara y sujetara mi cuello con las dos manos. Sabía que estaba gritando, pero no sabía exactamente qué estaba gritando.

Incluso ni se me paso por la cabeza que esos mis gritos podían atraer a los cazadores, sólo quería que el dolor se detuviera.

Escuché varios pasos junto a mí. Y de nuevo me sujetaron por mis cabellos de la nuca y me llevaron hacia atrás.

— Por favor—supliqué, aún sujetándome el cuello aunque no lo decía a nadie en particular. —Por favor, que se detenga.

Varias armas apuntaron en mi dirección.  Quizá ese dolor tan horrible terminaría sin me mataban, de todas formas no tenía a dónde ir, no tenía manera de sobrevivir.

Me soltaron y caí contra el piso. Me arrastré tan rápido como pude sin saber por qué me soltaron o qué estaba pasando detrás de mí.

— ¿Estás bien? — reconocí la voz de Mateo, pero no podía responderle aunque quisiera, no podía emitir ningún sonido que no fuera un grito de dolor o algún gemido.

El dolor se hizo aún más intenso cuando me arrastraba más lejos. No pude aguantarlo más y me desmayé.

Abrí los ojos. Parpadeé varias veces para que la luz no me lastimara los ojos.  Miré hacia arriba y me di cuenta que era un techo, que ya no sentía la brisa que sentía en el bosque, no había árboles, si no varias camas en esa habitación.

Giré mi cabeza a los lados para ver si estaba sola, y efectivamente, estaba sola. La habitación si era  una enfermería. Había algunos estantes al fondo de la habitación que tenía varios frasquitos con sus etiquetas por debajo.

— Ya despertaste. — dijo una voz femenina entrando por la puerta. La mujer aparentaba tener sus 50 años.  Vestía una blusa y una falda blanca. Tenía el cabello bien recogido en un moño donde parecía que no se le escapaba ni un solo cabello. En sus manos tenía una tabla donde apoyaba sus papeles. Al verme escribió un poco en sus hojas. — El Director querrá verte.

— ¿Dónde está Santiago? — pregunté sin darme cuenta.  Podía haber preguntado dónde estaba, o qué hacía allí, o cómo me habían encontrado, quiénes eran… había tantas preguntas que podía haber hecho en vez de esa pero, de alguna forma, si Santiago estaba ahí podría sentirme más segura. Él me inspiró seguridad desde que escuché sobre que lo iban a traer conmigo.

— El señor Zarkozy vendrá  junto con el director. — dijo la enferma. Supuse que el señor Zarkozy era Santiago, aunque nunca me dijo cómo apellidaba. – Ha estado desmayada durante unos días. Creíamos que no se iba a poder recuperar.

— ¿Qué pasó?

— Oh… el Señor Director te lo explicará todo, pero tendrás que quedarte a dormir aquí esta noche…— La puerta se abrió y entró un hombre vestido con un traje de gala negro y una camisa blanca.  El hombre  estaba bien afeitado. Su cabello  estaba bien peinado hacia un lado. Caminaba en mi dirección firmemente. A su lado iba alguien mucho más joven, vestido igual con un traje de gala pero se veía más casual. Recién cuando se detuvieron delante de mi cama me di cuenta que el joven era Santiago.

Santiago no tenía heridas, no parecía lastimado ni siquiera parecía que hubiera estado en el bosque.

— Buenas noches. — dijo el hombre mayor sonriéndome. – Soy Raúl Jensen, Director del  Instituto Inaudio.

— ¿Instituto Inaudio? —pregunté. Nunca antes escuché sobre un instituto que llevara ese nombre, de todas formas fui educada por mi abuelo, así que no sabía exactamente cómo era la educación en un instituto ni cuántos había.

—Es correcto. Enfermera Rodríguez, — dijo el director mirando a la enfermera. — ¿me acompañaría un momento afuera? El señor Zarkozy tiene que hablar con la señorita...

La enfermera y el Director salieron de la enfermería. Santiago se quedó mirándome y no parecía dispuesto a iniciar la conversación.

—Entonces…— comencé esperando que él siguiera la frase.

—Entonces…— repitió con mi mismo tono.

— ¿Cómo llegamos aquí?

—Culpa tuya. — dijo sentándose en la silla que había junto a mi cama. — Empezaste a chillar y Mateo insistió que volvamos para buscarte. Llegamos y los cazadores estaban a punto de matarte. Creo que ninguno de los tres hubiera salido con vida de no ser por la seguridad del Instituto que nos encontraron.

— Y que nos encontraran ¿es culpa mía?

—De hecho sí, si no hubieras chillado no se habrían percatado de nuestra presencia en el bosque. Los de seguridad estaban inspeccionando el bosque, y siguieron el sonido de tus gritos, y déjame decirte que tus gritos se pudieron escuchar en Marte.

—Hubiéramos muerto en el bosque tarde o temprano. — dije sin prestar importancia a lo último que dijo.

—Sí, — dijo dándome la razón. — pero igual moriremos aquí.

— ¿Tan malo es este lugar?

—No tienes idea, Maleen.

— ¿Ya has estado aquí? ¿Escapaste? ¿Qué se hace aquí?

—Tranquila, no preguntes tanto. — parecía incómodo. — Ya he estado aquí, y no se puede escapar de aquí… al menos  no para siempre.

—Santiago… ¿Me dejarán quedarme aquí? — era un lugar seguro, donde no me trataron mal desde un inicio y donde tendría un techo y un plato de comida.

—Tú perteneces aquí. — dijo sonriéndome. – Es su deber dejarte quedar aquí.

— ¿Pertenezco aquí? ¿Cómo es eso posible?

—Creo que es mejor que te lo explique otro día, ahora deberías descansar.

—He estado desmayada durante días. — dije recordando lo que la enfermera me dijo. – No creo que necesite descansar…

— No dije que necesitaras, dije que deberías. — dijo poniéndose de pie. — Mañana estaré aquí temprano para llevarte a clases…

— ¿Clases? — dije interrumpiéndolo. — Yo no tengo dinero para pagar clases aquí… ¿Ves el tamaño de su enfermería? Ni siquiera podré pagar esto… no tengo nada de dinero.

—Deja de preocuparte por el dinero, eso ya está cubierto… me voy, duerme bien. — no esperó que yo dijera nada más y salió por la misma puerta que por la que entró.

Me quedé completamente sola ya que la enfermera no volvió. Traté de distraerme pero no había nada para hacerlo. No tenía ni una pizca de sueño. Me giré en la cama repetidas veces hasta estar segura que era la posición en la que quería dormir pero tampoco funcionó. ¿Por qué Santiago se negaba a explicarme todo lo que sabía? No éramos amigos, ni mucho menos, pero creí que haber estado juntos a punto de morir haría que se formase un “lazo” entre nosotros. Él sabía exactamente qué significaba la marca, qué era el instituto Inaudio y quién… o qué era yo.

—Despierta. — abrí los ojos. No estaba segura a qué hora logré dormir, pero lo había hecho, aunque ahora pensaba que no era el tiempo que necesitaba. Santiago estaba al pie de la cama sujetando una bolsa. Me la lanzó. — Vístete.  Hay un baño en el fondo donde puedes ducharte y vestirte.  Tienes 30 minutos, si tardas más me voy sin ti.

Obedecí y cuando salió de la enfermería fui al baño. Ese baño era más grande que la casa en la que viví con mi abuelo. Todo era de mármol blanco y hacía que se viera todo muy elegante. Me miré en el espejo y vi que mi cara estaba raspada y con una crema encima. Estaba desastrosa,  ni quería imaginarme cómo estaba antes de llegar a este lugar.

Me duché tan rápido como pude, el agua hizo que me tranquilizara un poco. Me vestí con la ropa que Santiago me dio. Se trataba de un pantalón azul de tela que se pegaba un poco a mi cuerpo a la altura de mis muslos, una blusa blanca y un saco azul con detalles verdes.  Los zapatos estaban al fondo de la bolsa, eran zapatillas planas negras.

Desenredé mi cabello con un peine que también encontré en la bolsa. Me lo dejé suelto y puse un par de mechones a los lados. No me veía tan mal…

— ¿Ya estás lista? — era la voz de Santiago que hablaba desde el otro lado de la puerta. Metí  las ropas sucias dentro de la bolsa y salí del baño. — Ahora si estás presentable… ¿Tienes hambre? Vamos a desayunar… deja la bolsa ahí.

Dejé la bolsa en el cajón que Santiago me indicó. Salimos juntos de la enfermería, pero no hablábamos. Por lo poco que vi del instituto podía asegurar que era un lugar enorme. Los pasillos por los que caminamos eran anchos y bien decorados. En las paredes había retratos de distintos hombres y algunos candelabros pegados al papel tapiz.

Bajamos 2 pisos hasta llegar al comedor. Estoy segura que mis ojos se iluminaron al tener esa imagen frente a mí: a ambos lados de la habitación había varias mesas. En cada una de las mesas había algo distinto. En una de ellas había todo tipo de masitas, de todo tamaño. Había panes de dulce, de coco, con relleno, masitas dulces, saladas, con queso, con jamón. En otra mesa había fiambres y quesos de todo color.  En otra mesa había verduras picadas, como tomate, pepino, zanahorias.  En otra había jarras de jugos de varios colores, jarras de leches que tenían etiquetas de “Leche de chocolate” “Leche”  “Leche de soya” “Leche de frutilla” “Leche descremada”. En otra había varios tipos de cereales…

Nunca en mi vida vi tanta comida, ni siquiera en mis sueños. En el centro del comedor había varias mesas negras con sillas a los lados. Varias de ellas estaban ocupadas por jóvenes que vestían igual que Santiago y yo.

Caminé detrás de Santiago para servirme el desayuno. Sólo me serví un poco de cereal con leche, en cambio, Santiago se sirvió un vaso de leche, un pan con queso y jamón, pan dulce, un jugo de naranja.  Nos sentamos en una de las mesas más cercanas.

— ¿Y Mateo? — pregunté tratando de iniciar una conversación.

—Con mi familia. — respondió mordiendo su pan.

— ¿Tú tienes familia?

—Sí… pero no es algo de lo que me gusta hablar en el desayuno…

—Entonces Santiago Zarkozy ha regresado. — interrumpió un chico rubio y alto. Vestía igual que Santiago, estaba bien arreglado y detrás de él tenía a dos chicos más que parecían sus guardaespaldas. 

—A mí también me alegra verte, Jones. —respondió Santiago y le dio otro mordisco a su pan.

—Creí que durarías más tiempo afuera. —dijo el chico rubio riendo como si hubiera dicho algún chiste realmente bueno.

— ¿Tú sabes algo de afuera?

—Sé que duraría más tiempo que tú…

—Eso no es cierto.- —dije. El rubio giró un poco la cabeza para verme, creo que antes no notó mi  presencia allí. – No creo que sepas qué es lo que hay “afuera”. Te gusta comer ¿no? — su bandeja respondía por él.  Tenía mucha más comida que la bandeja de Santiago. — Afuera no podrías tener esa comida ni aunque trabajaras 20 años sin gastar ni un solo centavo.

— ¿Y tú quién eres?

— ¿Acaso eso importa? De todos modos olvidarás mi nombre cuando te tragues todo eso.

Antes de irse me dedicó una mirada de “esto no va a quedar así”. Miré a Santiago y él parecía divertido con la conversación que tuvimos.

— ¿Y bien? — pregunté tratando de hacer que borre la sonrisa de su rostro.

—Eh… sí. Recuerda, tienes clases en las aulas 2, 8, 4. Nos veremos en el almuerzo para que te de tu uniforme se entrenamiento.

—Espera… ¿Y tú? — Me aterraba la idea de estar sola en clases. Me costaba mucho hacer amigos, y Santiago era la única persona que ahora podía ser considerada una persona de confianza, aunque no estaba segura si lo que sentía por Santiago era confianza.

—Tengo otras clases.

— ¿Me vas a explicar qué es este lugar? ¿Quién eres tú?

—No creo que eso importe, te estoy ayudando sólo por ahora. Es una obligación que me dio el Director. Considero que es un castigo. — Así que estar conmigo era un castigo. Fruncí el ceño y me levanté de la mesa. No terminé de comer mi cereal y no sabía a dónde ir, pero no me importó. Quería alejarme lo más rápido posible de Santiago, sabía que de otro modo lo golpearía aunque, pensándolo bien, no tenía por qué golpearlo, no tenía por qué sentirme enojada o dolida porque éste era el mundo de Santiago, él pertenecía aquí y yo no.

Por otro lado, podía aprovecharme de este momento. No tenía a dónde ir, y si escapaba del Instituto no tendría ni comida ni techo, además no iba a irme sólo porque Santiago dijo que me consideraba una obligación. Podía sacar algo de todo esto… sólo tenía que averiguar qué era lo que necesitaba, pero para eso primero debía averiguar qué era este lugar.

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