Mara (I)

By Larena_Aquifolia

104K 8.8K 2.8K

Hace dos años acabaron con casi toda nuestra civilización. Hace dos años nos obligaron a huir a un universo... More

Nota de la autora
Mara
Prefacio
Capítulo 1 (parte 1)
Capítulo 1 (parte 2).
Capítulo 2.
Capítulo 3 (parte 1).
Capítulo 3 (parte 2).
Capítulo 4.
Capítulo 5 (parte 1).
Capítulo 5 (parte 2).
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14 (parte 1).
Capítulo 14 (parte 2).
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Capítulo 32.
Aviso importante
Capítulo 33.
Capítulo 34 (parte 1).
Capítulo 34 (parte 2).
Capítulo 35.
Capítulo 36.
Epílogo
¿Y ahora qué?

Capítulo 23.

1.1K 135 62
By Larena_Aquifolia

Ciro pegó un respingo desde su asiento cuando escuchó la inconfundible voz de Valia Alaine en la cabina de la aeronave. Con los ojos como platos, dirigió su mirada al resto de sus compañeros para ver si ellos también lo habían oído, o si por el contrario se trataba de una mala jugada por parte de su subconsciente. Las dudas quedaron disipadas en cuanto escuchó a Evey contestar a través del comunicador.

—¡¿Valia?! —preguntó, claramente sorprendida.

La respuesta se demoró unos segundos que a Ciro le parecieron horas.

—¡Evey, menos mal! ¿Dónde estás? ¿Tienes a Mara?

—¡Me pillas en mal momento! —chilló la piloto para hacerse escuchar por encima de la marabunta que había en la cabina—. ¿Dónde estás tú?

—Te mando mis coordenadas. He empleado la puerta dimensional cercana a la número 24 terrestre.

Un proyectil impactó a escasos metros de su posición, obligando a Evey a realizar un giro brusco hacia la izquierda para no comerse la metralla procedente del suelo que amenazaba con romper el cristal de la nave.

—¡No puedo mirar el comunicador ahora, Valia! ¡Tengo a tres naves enemigas pegadas a mi culo, me quedan sólo tres proyectiles y aún no sé si la que maneja los mandos del cañón es una chica o un puto Tiranosaurio rex!

Ciro escuchó a Iri soltar un improperio desde la retaguardia, pero él no pudo evitar sonreír. Tenía que reconocer que Evey era una mujer con un humor muy peculiar, independientemente de si lo hacía con intención de herir o para relajar la tensión del ambiente.

—¿Qué? ¿Tres naves? —Valia realizó una breve pausa—. De acuerdo, deshaceos de ellas. Yo trataré de ponerme a cubierto. Avísame cuando hayáis terminado.

—¡Recibido!

La seguridad con la que Valia había transmitido su último mensaje reconfortó Un poco a Ciro. No tenía la más remota idea de qué se conocían ambas mujeres, pero estaba claro que tenían algo parecido a una estrecha relación y que se tenían plena confianza. Valia sabía con certeza que Evey conseguiría huir de aquella situación, y Evey parecía confiar en que Valia encontraría dónde meterse mientras esperaba nuevas noticias del pelotón. ¿Cambiaría su relación cuando Alaine se enterase de que su compañera había matado a Aera?

El caos volvió a reinar en el aerodeslizador. La conversación entre ambas mujeres le había hecho olvidar en cierto modo el estruendo provocado por la velocidad que llevaban y por la orquesta de diferentes pitidos que avisaban del peligro constante y de la pérdida del alerón derecho. La realidad abofeteó a Ciro con crueldad, devolviéndole al infierno de piruetas y zigzagueos a los que Evey les estaba sometiendo para tratar de salvar el pellejo.

Se retorció en su asiento para intentar ver cómo de lejos se encontraban las naves de los soldados, pero el cinturón apenas le permitió ver por el rabillo del ojo a una Iri sentada en una butaca giratoria y con los mandos del cañón Gauss agarrados con firmeza. Se sintió inútil y tremendamente mal desde su posición. Mientras Evey controlaba los mandos de la nave e Iri controlaba los mandos del cañón, él permanecía sentado, a la espera de recibir algún mensaje por el comunicador junto a su jefe de pelotón y Sylvan. ¿No podía hacer nada más? ¿Tendría que conformarse con ver cómo eran asediados por tres naves enemigas y esperar a que algunos de sus proyectiles les diese de lleno?

De repente una idea magnífica surcó su cabeza. Si tan sólo disponían de tres proyectiles más, ¿por qué no usar el rifle Gauss que llevaban encima? Tal vez no tuviese la misma potencia que el cañón, pero Evey les había dicho que solía emplearse para vehículos pesados. Sin pensárselo dos veces, Ciro se desabrochó el cinturón de seguridad y se arrastró por el suelo del vehículo hasta coger el rifle con ambas manos.

—¡¿Qué te crees que haces?! —inquirió Trax a sus espaldas.

Ciro puso los ojos en blanco, exasperado por el afán de su capitán por controlarlo todo. Había abierto la boca para replicar cuando un volantazo le hizo chocar violentamente contra la estructura metálica del flanco derecho de la nave, provocando que se mordiese la lengua con fuerza. Un quejido de dolor salió de su garganta y sobresaltó a Evey.

—¡¿Pero qué cojones haces ahí tirado?! ¡Vuelve a tu sitio! —rugió sin desviar apenas la mirada del radar—. ¡Capitán, hazme el favor de controlar a tus soldados! —añadió refiriéndose a Trax.

El aludido optó por pasar por alto el comentario para tratar de imponer a Ciro que volviese a su asiento. El explorador, lejos de obedecer, tragó saliva para deshacerse de la sangre en la boca y volvió a por el rifle Gauss.

—¡Voy a disparar con esto! —anunció mientras trataba de olvidar la sensación de la lengua medio dormida a causa del mordisco.

—¡¿Tú estas loco?! ¡No tienes por dónde disparar, el cristal no tiene aberturas y si las haces saldremos volando por los aires! —bramó Evey—. ¡Vamos demasiado rápido!

—¡Pues frena! —intentó razonar—. No nos desharemos nunca de los soldados si no los atacamos como es debido.

—¡¿Que frene?! ¡¿Y luego qué?! No podemos alcanzar la velocidad del sonido con el cristal roto; perderá resistencia y terminará rompiéndose. ¡Además, tendría que bajar los escudos anti-plasma, y si se dan cuenta estaremos bien jodidos!

Cansado de escuchar negativas, Ciro se incorporó dejando el rifle en el suelo y avanzó hasta ponerse a la altura del asiento de Evey. No podía establecer contacto directo con su mirada, pero se aseguraría de que la mujer no se perdiese ni una sola palabra de lo que iba a decir.

—¡¿De qué nos servirá alcanzar la velocidad del sonido con los soldados pegados a nosotros?! —inquirió mientras se aferraba al asiento del piloto para no perder el equilibrio—. ¡¿Qué más dan los escudos anti-plasma, si con un proyectil del cañón Gauss pueden destrozar el deslizador por completo?! La nave de Ikino apenas tiene autonomía para un par de horas y nosotros tal vez consigamos volar algo más, pero no lo suficiente como para alejarnos de los deslizadores que nos persiguen y que sin duda tendrán combustible para dar veinte vueltas a Sílica. Si no los derribamos ahora que son tres, ya nos podemos olvidar de acabar con cinco. ¡Tenemos que aprovechar la oportunidad y acabar con ellos ahora! Además, puede hacerse un agujero limpio con la pistola de plasma para evitar que el cristal se resquebraje, y al encontrarse en la retaguardia de la nave apenas notará el rozamiento del viento.

Ciro vio cómo la mujer proyectaba su afilado mentón hacia delante, como si tratase de mantener a raya su orgullo. El recuerdo de Aera cruzó fugazmente por su cabeza. Su compañera de pelotón también se caracterizaba por ser cabezota y orgullosa, y aquel gesto que Evey acababa de hacer de manera inconsciente era muy usual en ella. La ira atravesó el cuerpo del explorador, fulminándolo como un rayo y aumentando cada vez que recordaba el gracioso ademán de su amiga.

Al cuerno con pedir permiso para hacer cualquier cosa. Evey había asesinado a un miembro de su pelotón por una decisión que ella sola había tomado; él haría lo mismo porque además estaba convencido de que era la mejor opción.

—¡Frena! —ordenó.

Sin esperar respuesta por parte de la piloto, el joven explorador cogió el rifle Gauss y se dirigió a la retaguardia, donde Iri observaba el radar con la cara perlada de sudor y con varios mechones de cabello oscuro adheridos a su frente. Por un instante dudó en si lo que pretendía hacer era lo correcto. Si el cristal de la cabina se rompía, no podrían alcanzar en ningún momento la velocidad del sonido. Estaría dando la espalda a una de sus posibles vías de escape y además permitiría a los soldados dispararles con plasma en cualquier momento. Pondría en peligro las vidas de todos los pasajeros del aerodeslizador, pero sobre todo pondría en peligro la vida de Iri.

A pesar de haber alcanzado la mayoría de edad escasos meses atrás, la joven italiana bien podría haber sido la capitana del pelotón EX:A-2 de no ser por su corta experiencia en batalla. Fiel a sus principios, curiosa pero no imprudente y leal a sus compañeros, Iri siempre trataba ponerse en el bando más desfavorecido cuando alguna discusión estallaba en el seno del pelotón, generalmente ocasionadas por Ciro, Aera y Trax.

Si Aera había sido como su hermana gemela, Ciro siempre tuvo la sensación de que Iri era lo más parecido a una hermana pequeña para él. Algo en su interior le instaba a protegerla por encima del resto cuando salían de expedición a la Tierra, a pesar de tratarse de una exploradora perfectamente capaz de defenderse por sí sola. De hecho, cuando el explorador se ponía demasiado pesado y trataba de sobreprotegerla, ella misma se encargaba de recordarle que habían sido sus cualidades y no su pasado en la Tierra lo que le había permitido formar parte de la sección de exploradores.

El explorador notó cómo la aeronave frenaba progresivamente, lo que significaba que Evey había tomado su propia decisión. Sin más preámbulos, el explorador desenfundó su pistola de plasma y apuntó al cristal de la nave, a un metro de distancia de donde se encontraba Iri. Mantuvo el botón de carga pulsado apenas un segundo y disparó. Un chorro de luz ultravioleta impactó contra la superficie, haciendo en ésta un agujero perfecto. El diámetro no era suficiente para meter el cañón del rifle, así que tendría que seguir disparando hasta conseguir el tamaño adecuado.

Al cabo de unos instantes, Ciro había conseguido dibujar una circunferencia limpia y perfecta de aproximadamente doce centímetros de diámetro. El cristal en forma de círculo cayó fuera de la nave, dejando así que el aire exterior penetrase en la cabina. El explorador se apresuró a introducir el cañón del rifle por la nueva abertura para impedir la pérdida de resistencia del material tanto como fuese posible.

—¡Dispararé a las turbinas! —informó mientras accionaba el arma que tenía entre las manos y verificaba la munición en la pequeña pantalla de la misma.

—¿Qué turbinas? Las aeronaves con pilas de combustible no usan turbinas. Si quieres apuntar a algo en concreto, hazlo al tanque de hidrógeno que se encuentra bajo el alerón izquierdo. Si aciertas, los mandarás a tomar por culo —replicó Evey.

Sintiéndose algo estúpido, Ciro trató de comprobar lo que le había dicho la mujer. Entrecerró los ojos  y trató de discernir algo parecido a un depósito, pero la noche de Sílica y el color negro de la carrocería no le permitieron ver prácticamente nada. A ello debía sumarle el hecho de que el fuselaje de su propia nave le tapaba parte de su campo de visión. Si quería disparar, debía situarse por debajo de su objetivo para conseguir un buen ángulo.

—¡Necesito menos altura! ¡Evey, necesito tener a las naves enemigas sobre mí! —pidió a gritos.

La piloto se apresuró a cumplir su petición sin andarse con rodeos. Una sensación de estar cayendo al vacío se apoderó del estómago del explorador durante unos breves segundos, recordándole que la nave apenas tenía un margen de tres metros para variar su altura. Tendría que conformarse con eso.

Sin perder un solo instante, volvió a comprobar el alerón izquierdo desde su nueva posición. Allí estaba su objetivo, lo suficientemente grande y visible como para no fallar el disparo. Apenas disponía de unos segundos hasta que los soldados se diesen cuenta de su maniobra, así que se apresuró a acercar uno de sus ojos a la mirilla computerizada para apuntar y asegurarse de acertar. Decenas de datos comenzaron a aparecer delante de sus ojos, pero Ciro estaba ya estaba acostumbrado a eso. Las mirillas de los rifles usados en el Cubo también usaban ese tipo de tecnología, aunque sin duda estaba mucho menos desarrollada que la empleada en el rifle Gauss que sostenía entre sus manos. Apuntó al depósito y lo fijó como su objetivo. Instantáneamente, la mirilla proyectó la trayectoria que haría el proyectil si fuese disparado en ese preciso instante. Según el sistema, las probabilidades de éxito eran del 64%. No era demasiado, pero Ciro no podía esperar. Sin pensárselo dos veces, apretó el gatillo.

El potente retroceso del arma le pilló desprevenido. La culata del rifle embistió su hombro izquierdo, y a pesar de ser consciente de ello y tener el cuerpo preparado para ello, la fuerza del golpe le hizo soltar el arma y retroceder un par de pasos entre espasmos de dolor.

—¡Ciro! —chilló Iri desde su asiento—. ¡¿Estás bien?!

Antes de que pudiese contestar, el sonido de una explosión a escasos metros de su nave le hizo encogerse en un acto reflejo. El deslizador se iluminó momentáneamente, y por un momento Ciro pensó que serían engullidos por las enormes lenguas llameantes que se expandían en todas direcciones.

—¡Le has dado! ¡Sí, joder! —celebró Evey.

Sí, había dado al deslizador, pero aún quedaban dos más a abatir y él no podía sujetar el rifle con el hombro que claramente tenía dislocado. El vaivén de la nave le estaba haciendo ver las estrellas y se veía incapaz de levantarse para ir a su asiento. Sylvan pareció percatarse de ello, porque con un rápido movimiento se deshizo del cinturón y gateó por el suelo de la cabina hasta alcanzar el rifle. Por su parte, él permaneció tumbado sobre el suelo metálico, apretando su brazo izquierdo contra su torso para tratar de moverlo lo menos posible.

La euforia por haber abatido a una de las naves se esfumó en cuanto una ráfaga de disparos de plasma cayó sobre ellos. Sus perseguidores apenas habían tardado un minuto escaso en comprender lo que había pasado y no dudaron en emplear toda su munición. El cristal de la cabina se derrumbó sobre sus cuerpos en una lluvia letal y obligó a todos a cubrirse la cabeza con los brazos. Evey soltó el timón en un acto reflejo y la nave se desvió peligrosamente hacia la derecha, forzada por la ausencia de medio alerón. Ciro supuso que estaría soltando varios improperios por la boca, intentando tomar de nuevo el control de la situación mientras él trataba de cubrirse la cara con el único brazo útil que tenía en ese momento.

Los disparos plasmáticos consiguieron a su vez atravesar gran parte del fuselaje, haciendo del mismo un colador por el que el aire con olor a quemado y el ruido de los disparos se filtraba sin piedad. Ahora sí que sería imposible comunicarse con el resto de pasajeros, ni siquiera a gritos.

Estaban acabados. O la nave de Ikino les sacaba de aquella situación o morirían en alguna de las ráfagas de fuego enemigo. No podían acelerar más y apenas podían moverse de sus sitios por miedo a ser alcanzados por un disparo. Sylvan permanecía en el suelo con el rifle entre las manos, tratando de encontrar la manera de apuntar a la nave enemiga sin ser blanco fácil; el asiento donde segundos antes había estado Trax se encontraba destrozado y su dueño se arrastraba hacia la parte delantera de la nave para tratar de hablar con Evey. Iri permanecía en su asiento junto al cañón Gauss, asiendo con fuerza los mandos de éste para volver a disparar.

—¡IRI!

Ciro chilló con toda la fuerza de sus pulmones, pero el estruendo era tal que apenas él podía escuchar su propia voz. Si dejaba que su compañera permaneciese allí, probablemente moriría. Tenía que bajarla de allí a toda costa.

Gateó penosamente por el frío suelo del deslizador sin hacer uso de su brazo izquierdo hasta llegar a los pies de su compañera y tiró de su pantalón para hacerla bajar, pero ella no pareció percatarse. Una nueva ráfaga de plasma impactó sobre la nave, y la cabina  se iluminó de un color violáceo cuyos destellos Ciro pudo ver reflejados en los ojos de la joven italiana.

Y pudo ver su determinación. No se bajaría de allí hasta no haber cumplido su misión.

Iri abrió la boca en lo que Ciro supuso era un grito de furia, y con los ojos fijos en el radar disparó el antepenúltimo proyectil Gauss que tenían. Tan sólo había transcurrido medio segundo desde su último disparo cuando Iri volvió a accionar el cañón, disparando de nuevo. Apenas tuvo que esperar unos instantes para ver cómo el cielo se iluminaba con la explosión de una de las naves enemigas. Iri había conseguido burlar la pericia del piloto, disparando allí donde su instinto le había ordenado y adivinando, tal vez de pura casualidad, la trayectoria que trazaría el deslizador para esquivar el primer proyectil.

El bramido alegre de Ciro se convirtió en un aullido de terror cuando vio un rayo de plasma atravesando el costado derecho de su compañera. Aferrándose a la silla para poder ponerse de pie, el explorador desabrochó a duras penas el cinturón para permitir que el cuerpo de la chica resbalase hasta el suelo, donde estaría menos expuesto a nuevas ráfagas de disparos.

El corazón le dio un vuelco cuando vio el rostro de Iri contraído en una mueca de dolor. Estaba viva. Sin perder un segundo y a pesar de la poca luz existente, Ciro trató de localizar la herida para estimar la gravedad de la misma. A la altura del hígado, el plasma había dejado una estela carbonizada a su paso y era imposible distinguir dónde acababa la tela del traje y dónde empezaba la carne de la exploradora. No apreciaba rastro de sangre, pero sabía que una herida en el hígado podía llegar a ser mortal si no le ponía remedio cuanto antes.

El recuerdo de Evey usando zeptorobots en Sylvan días atrás acudió a su cabeza, y sin pararse a pensar un solo segundo avanzó por el maltrecho fuselaje hasta llegar a la mochila donde la mujer había metido todos los utensilios que había robado del almacén de Ockly. A pesar de no saber cómo debía usar las cargas, recordaba el aspecto que presentaban.

Vació todo el contenido en el suelo y tanteó los objetos con su mano útil hasta dar con un estuche de pequeñas dimensiones. Con suerte, el aplicador también se encontraría ahí.

La noche de Sílica se volvió a iluminar tras la explosión de la última nave enemiga. La capitana del pelotón EX:B-18 parecía haber acertado su último disparo, librándoles así de sus perseguidores. Sin embargo, Ciro no se sintió especialmente contento. La nave había quedado para el arrastre, su hombro izquierdo estaba dislocado e Iri moriría si no era capaz de inyectarle los zeptorrobots en breves.

El deslizador aminoró la marcha hasta detenerse por completo sobre el oscuro y arenoso suelo. El ruido cesó al instante y dejó tras de sí un pitido molesto en los oídos del explorador.

—¡Iri está herida! —chilló desde la retaguardia del vehículo—. ¡Necesita ayuda urgentemente!

Como un rayo, Evey se desabrochó su cinturón y, tras salvar las distancias entre ambos, cogió el estuche de las manos de Ciro. Mientras cargaba el aplicador, la mujer encendió el comunicador de su muñeca.

—Valia, ¿me recibes? —inquirió.

—¡Evey! —La voz de Valia destilaba puro alivio—. ¿Estáis todos bien?

—Tenemos una herida —contestó mientras echaba un vistazo al resto de tripulantes—, y parece que uno se ha dislocado el hombro. El resto estamos bien. ¿Dónde estás? ¿Tus coordenadas son las mismas? —preguntó mientras inyectaba los zeptorrobots en la pierna de Iri.

—Sí, no hay nada en kilómetros a la redonda donde poder esconderse. ¿Estáis muy lejos?

—No, pero nuestro aerodeslizador está en las últimas —bufó Evey—. Tenemos otro, aunque apenas tiene hidrógeno para un par de horas. Pondremos orden aquí e iremos a por ti.

—Bien —accedió Valia—. Llámame si ocurre algo.

—Recibido —Evey terminó de inyectar la carga en Iri y se giró hacia Ciro con una sonrisa ácida en sus labios—. Ahora es tu turno, samurái.

—Prefiero que lo haga otra persona —refunfuñó el chico, a sabiendas de que Evey disfrutaría haciéndole sufrir—. Pero accederé si me cuentas de qué conoces a Valia Alaine.

La sonrisa de Evey se hizo todavía más ancha.

—Tienes la mala costumbre de meterte donde no te llaman —contestó mientras se acercaba hacia él—, pero imagino que tarde o temprano acabaríais sabiéndolo. —La mujer posó sus manos en los hombros de Ciro sin romper el contacto visual entre ambos—. Valia Alaine y yo trabajamos para la misma organización.

—Eso ya lo suponía —se burló el explorador—. ¿Qué organización?

—El Frente Multiversal Armado.

Antes de que pudiese reaccionar ante la respuesta de la mujer, Ciro sintió el tirón de cuatro manos recolocándole el hombro, haciéndole gritar de dolor.

Continue Reading

You'll Also Like

865K 95.3K 50
⭐️Historia destacada de Romance de Octubre 2017⭐️ ⭐️Historia destacada de Ficción General Enero 2020⭐️ "¡Bienvenidas a la Feria de Apolo! Aquí tenemo...
348K 44.9K 66
Él: La sigue persiguiendo. Ella: Lo sigue evitando....creo. Sus amigos: Están planteándose seriamente fingir que no los conocen. Lo que los une: El c...
48.2K 7.5K 43
En un mundo en donde los héroes y los hechiceros conviven con cierta armonía la cual se vera rota
97.6K 11.1K 33
Denisse siempre ha odiado las reglas implícitas del amor romántico y jamás ha entendido el porqué las personas a su alrededor siguen cayendo en su re...