AntebelluM - 30 Seconds to Ma...

By SGabrielaD

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¿Alguna vez te has preguntado cómo nace un copo de nieve? . . . #TomoMilicevic, #JaredLeto & #Shanno... More

INTRO
Prólogo
Capítulo 1 - El Festín
Capítulo 2 - Esa Alma
Capítulo 3 - Rosas nocturnas y aterciopeladas
Capítulo 4 - Dulce Caos
Capítulo 5 - ¿Zorro o Pomerano?
Capítulo 6 - Artificios
Capítulo 7 - Lazos Consanguíneos
Capitulo 8 - ¿Olvidar o recordar?
Guia Multimedia de Personajes
Capítulo 9 - Gacelas y Depredadores
Capítulo 10 - Combustible Negro
Capitulo 11 - El Desafío del Ángel
Capitulo 13 - Las voces del mañana
Capitulo 14 - Amo esta Vida
Capitulo 15 - Bajo Presión
Capitulo 16 - Esos Cuatro Muros
Capitulo 17 - Ella era Diferente

Capitulo 12 - Nuestros propios dioses

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By SGabrielaD


Nuestros propios dioses

"El poder no es un medio, sino un fin en sí mismo" ―George Orwell


En teoría, cualquier bruja o brujo puede hacer magia desde el momento en que abre los ojos por primera vez cuando nace, hasta que los cierra el día de su muerte.

En teoría, también es posible que estos desarrollen más de un poder a lo largo de su existencia, pero la realidad siempre es distinta y los casos varían considerablemente.

Un brujo puede tener habilidades para la cronoquinesis, pero si no se ve expuesto a una situación de alta tensión que le obligue a necesitar controlar el tiempo, es posible que nunca se entere que este poder reside en su alma.

Para evitar problemas, controlar la población de magos y los poderes de estos, seis mil años antes de nuestra era se creó el Orbe; un lugar donde se forjaron las leyes, se velaba por su cumplimiento y se educaba a los jóvenes para que fuesen los mejores de cada generación. El Orbe también se encargaba de la selección de brujas y brujos cuando estos alcanzaban la mayoría de edad para incluirlos en la sociedad como parte activa de esta.

En casos excepcionales, aquellos que no pasaban las pruebas debían realizar trabajos manuales sin magia por el resto de sus vidas en las adyacencias de las principales ciudades mágicas, o en su defecto, optar por el exilio en algún planeta no mágico.

En el presente, el Orbe sigue aplicando estas reglas a los habitantes mágicos de los cuatrocientos treinta mundos conocidos...


///



― ¿Estás concentrada o te estás durmiendo?

― ¿Un poco de ambas?

Valentina abrió un ojo y observó a Jared con rostro iracundo sentado frente a ella en la alfombra, adoptando la misma posición de loto.

Llevaban en esa posición aproximadamente cuarenta minutos, cuando él y Macklix habían rodado todos los muebles contra las paredes para tener más espacio de práctica. Aunque el apartamento, al ser bastante reducido, limitaba esa área al tamaño que poseía la alfombra hindú floreada de cuatro metros por tres que decoraba la sala.

― Eso no es gracioso Valentina, si no practicas nos quedaremos aquí sentados toda la mañana, la tarde y noche. ―le amenazó, moviéndose disimuladamente para despertar la nalga derecha que tenia dormida­― ¿Y tú? Dijiste que ibas a colaborar.

El zorro, al escuchar el reproche alzó la cabeza por detrás del mueble que había escogido de fuerte para protegerse y entornó los ojos, mientras se acomodaba el colador de pasta que usaba de casco con una mano.

― Estoy colaborando, aquí tengo el extintor ­en caso de incendio ―lo alzó en alto para que todos observarán― y el teléfono, con un número de emergencia a la mano. Solo en caso de que exploten la casa. La hoz no la conseguí, así que más vale algo que nada ―se encogió de hombros.

― ¡Valentina no va a explotar su propia casa! ―replicó el ojiazul.

― Tienes razón, ya lo hizo con la tuya así que no se valen repeticiones ―rió éste tomándole el pelo.

Jared gruño por lo bajo, frustrado de que nadie le quisiera hacer caso― Pero ella la reparó luego ¿no es así? ­―miró a Valentina un instante, la fotógrafa asintió con los ojos cerrados­― No tengo idea cómo, pero la última vez que entré a ese cuarto estaba en perfectas condiciones.

― Usé una posición restauradora.

― Así que tienen pociones ―estaba impresionado― Nada mal. Ya sé, tengo una idea. Por cada intento de telequinesis que hagas me puedes hacer una pregunta, la que quieras, así haremos amenas estas clases.

― ¿Y que gano a cambio con eso?

― Una orgía con la banda, artículos BDSM, la satisfacción de cualquier fetiche que tengas. Tú decides. ―bromeó Jared para diversión de la pelinegra, que formó una media sonrisa en sus labios sin poder evitarlo.

Solo Jared Leto podía pronunciar sadomasoquismo y sexo en una misma frase y aun así sonar inocente, e incluso encantador.

«Pervertido»

― Conociéndote, me quedo con los artículos BDSM, al menos los podré vender en eBay y ganar algo de esta locura.

― Está decidido entonces. ―apremió inclinándose ligeramente hacia adelante― Comienza Valentina.

La chica soltó un bufido y abrió los ojos repitiéndose mentalmente la siguiente frase: "Mientras más rápido realice algún truco, mas rápido me libraré del quisquilloso Jared"

Bajaron la mirada al florero vacío que reposaba en el medio de ambos y Valentina dio un último suspiro.

La tarea no era tan difícil si se concentraba, bastaba con observar y estudiar el objeto que deseaba mover, luego motivarse con todo su ser a cambiarlo de lugar pero sin tocarlo y posteriormente mover sus manos con mucha delicadez en un ademan en la dirección de su preferencia.

También podía moverlo sin usar sus manos, pero eso era más agotador...e incluso desastroso para ella.


Concentración – Deseo – Acción

Concentración – Deseo - Acción

Concentración – Deseo – Acción


Las tres palabras mágicas, el mantra de su día a día si se dedicaba a la magia.

Concentración. El hermoso florero de cerámica azul cerúleo y flores de jazmín blancas pintadas a mano que tanto le gustaba para decorar su mesa. Se lo había regalado su vecina Dorothea tres años antes por su cumpleaños, con un hermoso bouquet de lirios blancos. No necesitaba tomarlo para saber cómo lucia por todos sus ángulos, conocía cada detalle, cada línea a la perfección. ¿Qué diría su quería amiga si rompía aquella reliquia de la dinastía Ming?

Deseo. Devolverlo a la mesa del comedor donde reposaba antes, solo allí seguiría intacto y sin un rasguño. Alejado de las garras de aquellos dos hombres que no valoraban el arte ajeno.

Acción. Enviar toda su energía al objeto y moverlo de lugar.

El jarrón tembló sobre su eje después de unos segundos en los que Valentina mantuvo su mano izquierda alzada en su dirección. Jared, emocionado por el repentino cambio se tensó y abrió los ojos como platos, expectante.

Seguidamente, como si de un hilo invisible se tratase, la vasija comenzó a elevarse lentamente en el aire. Cuando llegó a los tres metros sobre el suelo, inició su movimiento a la derecha por sobre todos los objetos de la sala hasta llegar a la mesa, donde descendió impecablemente sobre esta.

Los aplausos de Jared hicieron que Valentina volviera su atención a él― Eso fue genial, nada mal para comenzar. Muy bien.

La fotógrafa asintió en agradecimiento, no estaba acostumbrada a recibir halagos de los demás, cosa que se estaba haciendo costumbre últimamente.

― Ahora con esto ―el vocalista colocó una pila de cincos gruesos libros ante sus ojos― Veamos que tal lo haces con el reto del equilibro.

Ella repitió sus tres leyes mágicas y en efecto, un minuto más tarde los libros se encontraban apilados sobre la encimera de la cocina.

Y así continuaron con diferentes objetos, unos más grandes que otros. Envases plásticos, cuadros, discos de vinyl, jarrones con plantas, platos de vidrios, entre otros tantos...para cuando se dieron cuenta la casa estaba hecha un desorden monumental.

¿La parte positiva de todo? Valentina se encontraba cómoda realizando magia y a medida que avanzaban, lograba mover las piezas con mayor rapidez y precisión. Pero más allá de todo, estaba haciéndolo bajo la motivación de la última persona en la faz de la Tierra que pudo imaginarse: un humano quisquilloso llamado Jared.

― Encontré otro ―le dijo Jared agachándose para dejar una tetera de metal en el centro.

― El último, ya me estoy sintiendo fatigada de tanta práctica.

­― ¿El ultimo hasta después que almorcemos? ―inquirió con inocencia. En respuesta ­Valentina se cruzó de brazos haciendo una mueca― No pensarás dejar tu apartamento desordenado y dudo que te vayas a poner a recoger como humana después de todo esto.

― ¡Bien! Almorzamos, devuelvo todo a su puesto y terminamos las clases de hoy.

­Jared le sonrió pícaro antes de continuar― ¿Tan rápido te quieres deshacer de mi?

― ¿Tu qué crees?

Valentina le dio una última mirada suspicaz y se concentró en la tetera de metal, uno más y descansaba...uno más. Aunque no podía negarlo, le estaba agarrando el gusto.

Concentración – Deseo – Acción

La tetera se elevó, como tantos otros artículos aquella mañana, sin prisa y con delicadeza en el aire. Su destino era uno de los estantes de la cocina, así tendría menos trabajo luego.

Lo haría rápido y sin vacilaciones. Después de todo ya poseía el suficiente valor que necesitaba.

El recipiente estaba flotando ante sus ojos y antes de poder subirla un poco más un enorme estruendo se extendió por toda la casa.

¡BAM! ¡PUM! ¡TAN! ¡TAN! ¡TAN!

Los nervios y el asombro la invadieron y sin encontrar el causante de tanto escándalo, bandeó su mano hacia adelante y la tetera chocó de lleno contra la frente de Jared que cayó de espaldas sobre la alfombra y se golpeó la parte posterior de la cabeza contra un mueble cercano profiriendo un quejido.

Sombras de inferno y noche despojada de sus luceros,

bajo pobre cielo, por nubes hasta el colmo encapotada,

no tendió ante mi rostro tan gran velo como el humo que allí nos envolvía,

ni me ofendió con tan rasposo pelo;

que el ojo estar abierto no sufría;

y, así, mi escolta sabia y complaciente se me acercó,

y el hombro me ofrecía.

Unas palabras musicales, un canto. La tetera se había destapado al caer más allá y ahora volcada, movía su tapa mientras emitía el canto XVI de la Divina Comedia entre la confusión.

Solo en ese instante recordó quien le había dado aquel objeto mágico, era otro regalo de cumpleaños por supuesto, pero esta vez de su tía Paulina. Según la experiencia, la susodicha tetera cantaba cuando se calentaba, anunciándole que el té estaba listo.

Como era muy escandalosa, ella siempre la mantuvo guardada. Al parecer a la tetera no le gustaba ser golpeada y mucho menos contra la frente de alguien.

Valentina la dejó ser mientras giraba la cabeza y veía como Macklix salía de su escondite con paso altivo, y el colador de pasta, que antes usaba de casco protector, se encontraba muy cerca de ellos en el suelo.

No tardó mucho en unir los puntos, el desgraciado había lanzado el colador en su dirección a propósito para que perdiera la concentración. Antes de que ella le soltara una imprecación, Jared se le adelantó incorporándose con una mano en la frente y otra en el cuello.

― ¡¿Qué demonios pasa contigo?! ­―gritó éste levantándose del suelo, ladeándose ligeramente en el proceso.

― Creo que es bastante obvia la situación que tenemos aquí. ―protestó Macklix― Valentina no tiene problemas con su telequinesis, está más que obvio que puede mover los objetos si le place hacerlo.

­― ¡¿De qué estás hablando?! ―le fulminó Jared con recelo, una gran protuberancia rojiza se comenzaba a gormar en el centro de su frente― Estábamos llegando a algo cuando interrumpiste.

― Piensa humano ¿Qué tienen en común tu habitación destruida, tu cocina llena de ponche y la noche que estab....? ―la mirada asesina que le dio Valentina bastó para reconsiderar su lista― Bueno, dejemos esas dos opciones por ahora.

Jared se quedó en silencio unos instantes tratando de encontrar la relación, instantes que le parecieron eternos al zorro― Que estaba sola.

― Si...y no. ―respondió ligeramente decepcionado― La razón por la cual se equivocaba era porque alguien o algo aparecían en escena. Los pasos que se escuchaban acercándose en dirección a la habitación o tú, irrumpiendo en la cocina durante la fiesta. Si quieres ayudar a Valentina, haz que controle su miedo a ser vista.

― ¿Y como se supone que haremos eso ge-ni-o? Practicar en el exterior implica personas y creía que eso era lo que ambos estaban evitando.

― No lo sé, tu eres el señor perfecto aquí. Alquila un polígono de tiros o algo. ―propuso, dejándose caer en el mueble― Procura que sea lo suficientemente ruidoso el lugar y presto.

― Nadie va alquilar nada ―ahora la que se unía a la discusión era Valentina¸ dio dos pasos en dirección a la tetera, se inclinó para recogerla y le cerró la tapa. El canto de Dante Alighieri terminó de inmediato, dejándolos con el ruido de la tormenta que aun continuaba en el exterior como fondo musical― Las clases finalizaron.

― No puedes hacer eso, estabas mejorando. ―chilló Jared, molesto de que todos sus planes se desmoronaran ante sus ojos por culpa del guardián.

― Por primera vez, y creo que me arrepentiré luego de decirlo en voz alta, estoy de acuerdo con el kitsuné. ―el zorro hizo una reverencia y sonrió satisfecho al escuchar aquello― Por el bien de todos los que me rodean, creo que lo mejor es seguir como antes...

― Practicar aleatoriamente y cometer errores enfrente de extraños ¿es eso lo que quieres?

― Quiero seguir con un perfil bajo Jared, no espero que lo entiendas, no conoces nada sobre mi antiguo mundo ni sobre mí, así que te pido que te mantengas alejado de todo esto.

― Bueno, pero explícamelo. Así no seré una carga para ti nunca más.

Pero Valentina no se quedó a explicarle nada a nadie, y antes de que pudiera seguir la discusión, ambos se encontraban solos nuevamente.

Jared se giró para encarar al pelirrojo con rabia y un fuerte dolor que había hecho presencia en su cabeza― Gracias, muchísimas gracias.

― Yo no hice nada malo, solo les mostré la realidad aunque les duela.

― Pues nadie te la pidió ¿sabes? Tu único trabajo aquí es asegurarte de que nada le haga daño. Punto. De todo lo demás me encargaré yo.

Sentenció y sin decir más avanzó hasta los taburetes de la isla central de la cocina, tomó su chaqueta y el diario de Valentina que había ocultado adentro y se encaminó hasta la entrada a grandes zancadas.

«Voy a obtener respuestas, con o sin su ayuda» se dijo abriendo la puerta.

Antes de cerrarla nuevamente con ímpetu para dejar en claro su enojo con ellos y con todos los vecinos también, observó como el zorro se detenía impasible en el marco al final del pasillo con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón.

Al mirarlo por última vez un pensamiento surcó la mente de Jared como el flash de una cámara: que Valentina no era la única persona en ese lugar que guardaba un secreto.


///


Tres horas más tardes, con el cuerpo yacente sobre su cama y la vista clavada en las líneas externas de luz que se colaban y proyectaban en el techo, permanecía Valentina.

Allí, quieta y sola, con un ligero frío en sus brazos y pies desnudos.

Su estómago gruñó levemente por cuarta vez en la pasada media hora, se removió en las sábanas con algo de incomodidad y dejó que pasara. Si bien su organismo le pedía el vital alimento, todo su ser le replicaba lo contrario: no tenía hambre o simplemente no quería comer.

Quizás si se concentraba lo suficiente, podría desvanecerse allí mismo y desaparecer. El poder de la invisibilidad no le caería mal después de todo. Cerró los ojos con fuerza y apretó los puños a sus costados, clavándose las uñas en el proceso.

Nada.

Al abrirlos la oscuridad atenuada por la luz grisácea del exterior estaba allí, junto a esa atmósfera pesada de humedad y polvo que se impregnaba en los espacios luego de estar mucho tiempo cerrados.

Una palabra: Poder. Valentina volvió a sumirse en sus pensamientos una vez más, una práctica que era mucho más eficiente para dejar que se consumiera el tiempo sin mucho esfuerzo. Unos pensamientos que le llevaron a preguntarse una vez más como habría sido su vida de haber tomado las decisiones correctas.

Apretó la mandíbula al recordar la escena de aquella mañana, años atrás, en Ónix. Eran las siete y treinta, y como era costumbre, bajó los escalones dando pequeños saltos con sus zapatitos negros y brillantes de charol.

Al llegar al comedor de seis sillas, su madre y sus hermanas mayores ya se encontraban allí desayunando y listas para una nueva jornada.

― Siéntate aquí cariño ―le pidió su madre Kira señalándole un lugar vacío a su lado con la mirada, mientras le llenaba un plato con avena caliente.

Luego de dar tres sorbos, Valentina extendió su mano en dirección al pan tostado que se encontraba en la fuente central.

― Avena y pan, no me extraña que esos sean los causantes de tus enormes mejillas.

Valentina retiró sus manos rápidamente y las ocultó bajo la mesa ligeramente apenada. Era verdad, su cara cuya palidez se hacía notable, estaba delineada en un perfecto ovalo con dos gemas negras que fungían como sus ojos, combinando con su largo cabello turmalina.

― ¡Eleonor, más respeto con tu hermana! ―le reprendió la tía Paulina que entraba en ese instante al lugar, alimentando una mini planta carnívora que llevaba en la mano con moscas verdes.

Desde que su hermana Isabel había metido a sus nietas en clases extracurriculares de etiqueta y protocolo, Eleonor se estaba convirtiendo en una insufrible con todos, en especial con aquellos que fuesen híbridos mágicos y eso incluía a la mitad de su familia.

― Bueno ­―replicó la pelirroja alzando un timbre en su tono de voz con falsa modestia, mientras estiraba la servilleta que reposaba en su regazo― Mi abuela siempre me dice que en toda familia hay una manzana podrida.

― Si Eleonor y tú eres el gusano de ésta. ―respondió Alexandra, su hermana mayor con una sonrisa malvada.

Todos suprimieron una risa, mientras a la chiquilla le temblaba el labio inferior de pura rabia y frustración. Para ella, todas las mujeres que le rodeaban eran una vergüenza, de la cual solo se salvaba su querida y adorable abuela Isabel.

Una que no tardó en irrumpir el desayuno con su suave pero autoritaria voz.

― ¡Hora de irnos, es tarde!

Su largo sobretodo beige y sus manos enfundadas en gruesos guantes les decían a todas que no tenía tiempo para un "Buenos días" ni mucho menos para un "¿Cómo les ha ido?". Estaba allí por una razón, para llevar a sus tres nietas al Orbe y a sus clases de magia, lugar donde ella también trabajaba como directora del consejo.

Aun así, Paulina le lanzó la siguiente pregunta solo para molestarla.

― ¿No quieres un té hermana? Hace frío afuera. ―propuso alzando su taza en alto.

― No gracias, tengo mucho que hacer hoy y en mi trabajo sirven el té cada tres horas.

― Estoy segura que sí, después de todo ya debes estar acostumbrada al frío, considerando...

Isabel entrecerró los ojos. No pensaba iniciar una discusión tan temprano, en venganza, decidió volcar su enojo en sus nietas, o para ser más específicos, en dos de ellas cuando pasaban por su lado.

― Alexandra, arréglate el tirante de tu jumpsuit hazme el favor, y tu Valentina, vamos a ver si nos cortamos esos cabellos. Mientras Alexandra posee las intensiones de transformarse en un hombre tus las tienes por ser una Banshee.

― Yo solo quiero emular a mí querida abuelita ―dijo Alexandra con una risita, observando el corto cabello rubio de Isabel con diversión antes de iniciar una carrera a la salida para escaparse de una reprimenda.

― ¡Pero que insolente! ―bramó― Deberías ponerle reparo a tus hijas Kira, yo no voy a estar haciéndolo por ti siempre.

― Solo tiene trece años madre, déjala ser por una vez.

― Tengo más a mi favor entonces, en cuatro años será seleccionado su futuro y eso también implica que será mayor de edad.

Valentina siguió avanzando hasta la entrada dejando atrás el problema, para ese entonces nada podía evitar aquellas discusiones matutinas.

Cuando llegaron al Orbe todas se separaron. Su abuela se perdió a grandes pasos en dirección al ascensor que la llevaría al último piso del edifico, sus otras dos hermanas se movilizaron a sus aulas según las clases de aquel día.

Cada clase estaba limitada por el tipo de poder de cada brujo o bruja, y el límite de edad variaba desde los cuatros años hasta los diecisiete en un mismo salón. Solo las clases teóricas poseían estudiantes de varias especialidades y de vez en cuando podía ver a Alexandra o Eleonor en ellas.

En su clase de Telequinesis cursaban quince estudiantes de diferentes edades siendo ella una de las del medio con nueve años. Mientras que en la de Empatía pasaban de cien por ser un poder muy común entre los habitantes de Ónix.

El punto de cada una era hacer que usaras la magia en diferentes situaciones y al final del día la controlaras a la perfección, pero cuando el entorno resultaba un páramo helado o un desierto, las cosas se complicaban un poco.

Aquella mañana les habían preparado un simulador de un naufragio. Los estudiantes, divididos en dos grupos, debían usar su magia para llegar al lado opuesto del simulador donde residía una isla artificial mediante el uso de sus habilidades.

― ¿Debemos cambiarnos de ropa maestro? ―preguntó Valentina acercándose a su profesor.

Este era un anciano de mediana estatura, barba espesa corta y de tono gris¸ enfundando en el típico traje de vestir negro, con una bufanda dorada sobre los hombros que distinguía a los maestros honorarios de clases prácticas.

― No, si algún día se hunde tu barco no podrás elegir la ropa que usarás ¿o sí? Ahora rápido, tú estás en el primer lote.

Valentina asintió sin muchos ánimos y regresó con su grupo, no se le daba bien nadar y tampoco quería mojar su uniforme: un jumpsuit de cuadros rojos grandes y líneas negras, de falda corta con pechera y tirantes; acompañado de una camisa blanca de mangas tres cuartos.

Siete de sus compañeros, incluyéndola, se subieron a una pequeña embarcación que fue llevada hasta el centro del simulador bajo las órdenes mágicas del profesor, un erudito de la telequinesis en persona.

Después de cinco minutos de aburrimiento y expectación se desató una fuerte tormenta que volteó la nave, mandando a todos al agua en segundos para que iniciaran su lucha por sobrevivir.

Valentina extendía y recogía los brazos mientras pataleaba por mantenerse a flote, una braza detrás de la otra. Había olvidado por completo la tarea de la clase y en su mente lo único que residía era el terror de una inminente muerte por ahogamiento.

A pesar de que todos sus compañeros cayeron a sus costados, en ese instante ya no veía a ninguno y las olas, cada vez más altas y fuertes, la hundían con prontitud en la oscuridad.

Mientras más lo intentaba, la isla artificial con su arena clara y sus palmeras estaba más distante de sí.

Después de quince minutos que se reflejaron en su escueto cuerpo como horas, decidió sucumbir al oleaje y a ser arrastrada por la corriente hacia las profundidades. Una vez debajo del agua, alzo la vista y miró la superficie, con su seductor movimiento del oleaje en el que danzaban los pedazos de embarcación.

Unas últimas burbujas flotaron a la superficie desde su nariz y boca, y luego, sintiendo el cuerpo tan liviano como una pluma, cerró los ojos y se dejó arrastrar por las garras de las tinieblas...


///



El incesante pitido de un aparato arrastró de regreso a Valentina de nuevo al presente, su corazón latía con prisa en su cavidad torácica pero sus sentidos se encontraban adormecidos.

Extendió su mano en dirección a la mesita auxiliar para tomar el celular, reparando con dolor que tenia aquel brazo entumecido por haber dormido sobre el. Después de un par de toques a la pantalla táctil y la continuidad del pitido, notó que se trataba de una llamada entrante y no de su alarma para despertarla.

― Hola ¿Quién habla?

― Hola, es Shannon. Te llamo para avisarte que mi amigo ya reparó tu escarabajo azul.

― Hey, eso es maravilloso. ―finalmente escuchaba buenas noticias­― ¿Cuándo podré ir por el?

― Mañana mismo si quieres, ¿te parece bien a primera hora de la mañana? Puedo pasar a recogerte en mi moto.

Por supuesto. ­Valentina se incorporó en su cama con lentitud y observó el reloj digital de la mesita cuando daban las 7:00 pm, después de dormir toda la tarde dudaba seriamente en conciliar el sueño aquella noche― Pero dime, cuanto te voy a deber por este gran favor Shannon. Y no me digas que "nada".

Escuchó la respiración de Shannon unos instantes mezclada con una risa gutural y supuso que lo estaba pensando. Finalmente respondió:

― Está bien Valentina. ¿Qué te parece si me pagas el favor con una cena?

.


.


.

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