Los Deseos de Demetrius (�...

By Donatella1212

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Un nuevo siglo empieza. En pleno año 2000, Demetrius Strauss lucha por salir a flote después de la muerte de... More

Prólogo
El Universo
El paquete
Retroceder
La cita fallida
El autosabotaje
El crucero
Demasiado tarde
Aceptando culpas
Una noche en un millón
Frustración
El plan
La ansiedad
Disputas
No hay nada como la familia
Trascender
La sexualidad pasó de moda
La verdad sobre Matheus
Vivir en pecado
Las frustraciones
Mathilde se come el mundo
Perdiendo la razón
El santo desorden
El suicidio
Si fuese por el sexo
Relación directa con la ilusión
Nostalgia de último momento
Sacude tus cimientos
Aire fatuo
Gélida como la nieve
Amistad fallida
Salvaje e imparable
Felino
Sorpresas
Lo real y lo efímero
Epílogo
Portada y booktrailer

Momentos

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By Donatella1212

    Pues sí, lo admito, ¿qué tiene de extraño? Mis deseos eran súbitos (será que mi mente piensa en sus pies y no en el brillo de sus ojos) y a decir verdad, mi corazón no se equivoca porque dentro de mi subconsciente siempre esta Mathilde... Nosotros no sabemos si existe una verdadera historia de amor, no es tan fácil para plantearlo como si fuese un menú de noche buena. Qué va.
Digo más: ¿Y si ella no siente lo mismo? Habría que crear una reciprocidad, porque ninguno de los dos se atreve ni siquiera a meter los pies en el mar.

—¡Monique pará con esa música del demonio por favor te lo pido! —a todo volumen puso el puro metal, sin escuchar que ya eran las doce en punto —. ¡Monique, carajo!

Mamá giró su cuerpo del sofá para poder alcanzarme las copas de cristal del aparador.

—¡Demetrius, dile que apague esa música de aficionados! —exclamó mi madre.

Matheus notó la incomodidad de Monique. De todos modos la miró con desprecio y desenchufó de un tirón el aparato de música. De a poco, Monique pudo componer su agitada respiración; los demás la observaban conteniendo la risa. De repente se oyó un sonido mayor, más agresivo, provenientes de las alturas. Las cañitas voladoras.

Chocamos las copas entre todos y salimos al jardín para observar los fuegos de artificio que iluminaban el cielo azul. Matheus levantó su copa y dijo:

—Quiero brindar por las promesas incumplidas.

Mathilde le dijo a Boyd que había hecho para enganchar al espécimen de su hermano. Un rubio, treintañero, egoísta y levemente promiscuo. Ella hablaba ofuscada en contra de su hermano, mientras Patty bebía champagne de forma casi compulsiva. Pero en ningún momento ellos se miraron a los ojos, Mathilde le gustaba intentar desenmascarar a el rubio con una cuota de mordacidad, dado que prefería que Monique esté con Matheus.

La rubia estaba tan preocupada por el estado amoroso de Monique que insistía en monologar con Patty. Ya se había vuelto irritante. Entonces tomó la mano de su hermano y la entrelazó con la mano de Monique. Luego se dió vuelta para mirar de frente a Patty. Pero al encontrarse con los ojos de ella, le sonrió picáramente como diciendo: Ahora te jodés.

Desde ese instante, Matheus y Monique quedaron hipnotizados viendo el cielo. Finalmente Matheus la vió a los ojos y le brindó una tierna sonrisa. Le ofrecí otra copa de champagne y ellos comenzaron a conversar como si nada hubiese pasado. Con gran sorpresa Matheus notó que Monique estaba enamorada.

La fiesta seguía su curso: diversión, música agradable, todos emborrachandose sin control, pero sin embargo ellos habían comenzado de cero. Había adrenalina en sus pupilas. Por otro lado Boyd estaba con cara de perro bailando sin zapatos con Mathilde. Yo no quería que esa noche terminara nunca.

Ya eran las cinco de la mañana, tan solo estos trasnochados me insistían para bailar. Mi madre estaba juntando las botellas con una bolsa de polietileno negra en la mano. Ya amanecía.

Una vez en la calle, caminaron hacia el auto de Matheus con la inercia de seguir jodiendo. Pero noté que Patty no quería subir al vehículo al ver como los labios de Monique eran besados por los de Matheus una y otra vez, frente a su cara. Patty volvió hacia el comedor de mi casa eufórica. Se cruzó de brazos, pero luego de un rato corrió para el baño para vomitar.

Mathilde la llamó desde la puerta del toilette. Perdida entre su júbilo se había olvidado de ella. Cuando salió, sin premeditación, más bien como algo natural, le dijo que se acostara en su cama. La llevó a la habitación, le sacó el saco de hilo fino y le aflojó el corpiño. La rubia todavía estaba energizada e insomne. Como si estuviese tan emocionada y llena de ansiedad.

—Ahora que acosté a frígida de Patty, tendré que dormir contigo.

La miré y le vi la cara de American Psycho. ¿Qué querrá de mí? Se acuesta y me franelea y pienso: ¿Necesito terapia? La miro y está babeando la almohada. Se cortó la onda. En estos momentos me siento un neurótico sin reparo. La vuelvo a mirar y la beso. Mathilde estornudó en mi cara, estiró los brazos y me abrazó. Cerré mis ojos pensando que quizás estamos mucho mas equilibrados en el amor que antes.

Abrí los ojos y no vi a Mathilde en mi cama. No sabía dónde estaba. Mamá si estaba, la escuché pasando la aspiradora. Era raro porque la rubia no salía la calle ni para hacer las compras, entonces me senté y puse los pies en el piso. Estaba mojado y viscoso.
¡Mierda! Le grité a mi madre para que venga a ver.

—¿Qué pasa, hijo?

Le señalé mis pies.

Mamá entró a la habitación y abrió las ventanas, me miró pero no me respondió.

—Mamá, fíjate si Mathilde vomitó aquí.

—No. Pero deberías fijarte que cosas dejás tiradas en el piso. Hacele un nudito por lo menos —dijo con voz trémula.

Me miró haciendo un gesto sumiso.

—¿Qué?

—Hijo, estas pisando materia primordial humana para dar forma a una persona.

Me refregué los ojos y dejé caer mi cabeza hacia abajo. Habia un preservativo desplegado envuelto en mi propia sustancia. ¡Mierda!

—Yo no voy a tocar esa inmundicia. Límpialo.

Mi madre hizo una mueca de asco.

Brillante. Pensé que solo había sido un sueño. Me toqué el pecho con ambas manos.

—Sí, creo que se me fue la mano. Vino a dormir aquí porque mi otra colega se quedó durmiendo en la otra habitación. Lo que pasa es que, ¿viste como es Mathilde?, está media chapita.

—¡Sos tarado hijo! Limpia eso.

—¿Ya te vas para tu casa? No mami, dejá...

—Sí, dejé la casa sola y me olvidé de entrar la ropa del tendedero del patio. Esta gente tira esos faroles flotantes... mirá si me quemaron la poca ropa que tengo.

—Está bien. Andá.

—Demetrius, no sos mentecato porque hiciste la cochinada, lo sos porque te gusta mucho —dijo con voz gutural.

—Sí. Pero vos querés que me case y la familia debe tener una estructura jerárquica bien establecida.

—¡Pamplinas! —masculló mamá.

¿Por donde empezar? Ya no tenía fuerzas para nada, solamente atiné a limpiar la porquería del suelo. Tomé un trozo grande de algodón y vacié media botella de alcohol puro en el suelo. Tratando de no hacer ruído, la rubia se metió en mi cama.

—Demetrius ¿Qué es eso? —dijo Mathilde sin vacilación.

—Esto es un forro usado. ¿Acaso no te acuerdas de nada?

—No mucho, bebí demasiado y ahora tengo dolor de cabeza —dijo con voz risible.

—¿Dónde está tu amiga?

—Ya se fue la perra de Patty. Salió junto a tu
madre —dijo Mathilde con suspicacia.

Me volví a acostar y sentí su narcótico perfume. El problema era que no lograba entender que era lo que ella quería. Me abrazó y cerré los ojos para divagar.

Pensaba que a veces llegaba tan cansada que no quería ni cenar. ¿Cuanto tiempo más iba a aguantar su bipolaridad? A pesar de todo, me sentía afortunado de tenerla aquí en casa. A veces, ella me despertaba con un café y otras veces me dejaba hacerle masajes en sus pies con aceite de almendras. Otras veces, no me hablaba durante días y cenabamos separados, ella en la cama y yo en la cocina.

Imaginé que un día se agotaría de este ritmo de vida que implica trabajar todo el día y venir a casa a dormir. Por mi parte, yo la esperaba con ansias para ir a pasear los fines de semana al barrio Chino. Ese es su lugar predilecto en esta ciudad. Ahí aprovechavamos para comprar Sushi y algunas porquerías exóticas para beber.

Pasó el verano y después de un tiempo se puso seria y dijo que extrañaba a Rubí. Comenzó a llorar y a fumar como loca. Entonces le compré un Narguile de color rosa y dorado, que por cierto ella adoró.

—El trabajo me tiene absorbida y todavía no me adapto a vivir con vos. Tenme paciencia, esto va a cambiar. Es temporal, mi locura y mi impaciencia va acabar.

¿Te acordás cuando dije? Que todo lo está aquí también es tuyo, (tal vez lo sabe y no necesito decírselo otra vez) que no es preciso andar desnuda por la casa para provocarme. Que los días de invierno son mis favoritos porque duermes y estás mansa como un río. Nunca te dije que tengo miedo al compromiso ¿Será que soy un pusilánime? ¿Será que me autosaboteo? ¿Será que no puedo arrancar de mi esta cobardía? Tu blanda respuesta a todo esto me conmueve, más mi palabra áspera hace quitar el furor.

Va a ser duro, Demetrius. Bastante complicado. Lamentablemente, estoy en entre dos amores que se disputan mi alma... Pero, seguiré trabajando porque en primer lugar está la plata. Y debo actuar a conciencia. Después del asalto no me siento completo. Ni siquiera la lujuria y el sexo podrían llenar este vacío que llevo dentro. Pero no te preocupes por mí —dijo Matheus mientras bebía una taza de café en la oficina.

El rubio estaba exaltado y tenía sentido. Parecía que lloraba por dentro, sin embargo hablaba mucho y sentía su malestar mental.

—Ojalá que todo lo malo pase —le dije—. Somos amigos y estoy para vos en las buenas y en las malas.

Matheus abrió un sobre de sacarina en polvo y, temblando, dijo que tenía miedo de no poder llenar su cuenta bancaria otra vez. Allí estaba todavía, sentado mirando por la ventana observando a Monique en la vereda hablando con el vendedor de bocadillos de salchicha.

—¿Será que el vendedor ambulante tiene el número de Monique?

Boyd entró con un tupperware en las manos.

—¿Qué pasa, rubio?

—Patty, él esta viendo como Monique se come la salchichita.

Boyd flotó hacía la ventana y observó para abajo.

—Literalmente —le dijo y por primera vez su voz sonó divertida, llenó el ambiente e hizo aullar a Matheus, que subía y bajaba la mirada.

El rubio dijo que se encargaría de que Monique lo sepa. Con un gesto nos obligó a callarnos. Cuando Monique subió a la oficina todos nos quedamos en silencio. Ella ensayó una excusa: "Me encantan las proteínas" .

Faltaba poco para que Matheus explote, él necesitaba una purificación mental. Se sentía la incomodidad, el rubio observaba con vehemencia los pies de Monique, suspendidos, ya que se había sentado en una silla alta que estaba en la esquina. Ahora podía sentir esa luz sombría que irradiaba el rubio. ¡Fuera Satanás!

Matheus supo que tenía que ser valiente. Monique tambaleaba sus pies y lo miraba fijamente.

—Monique, tienes mostaza en el pecho —dijo el rubio con voz gutural.

—El vendedor salpicó el condimento —respondió dudosa.

Ella sintió que le aflojaron las piernas. Abrió la boca para excusarse pero no le salían las palabras. Patty retomó la conversación mientras comía su ensalada.

—¿Te acuestas con el vendedor de hot
dogs? —preguntó luego, y al no escuchar una respuesta rápida una sonrisa macabra soltó.

—Mirá, Patty, esa pregunta es inapropiada e inconveniente —respondió con voz debilitada y temblorosa.

—¡Estás subiendo muchos escalones, arpía! 

—Adelante, te escucho ¿Que tienes para decir?  —chilló Monique.

Del otro lado de la mesa, Matheus intentaba decir algo. La ganas de gritar que tenían las dos me exasperaban. De repente llegó el jefe  y todos guardamos un absoluto silencio forzado. Él buscaba a Mathilde.

Fui a buscarla. La rubia estaba en el baño, frente a la cóncava bacha de mármol blanco. Estaba con el rimel corrido y los ojos enrojecidos. Me acerqué y apoyé mi mano izquierda en su hombro. Miré y la escena era mucho más caótica de lo que pensaba, ella estaba vomitando.

—¿Te sentís bien, querida?

—No.

Algo fue curioso: Mathilde aseguró que estaba bien. Me pareció lo correcto dejar de interrogarla, aunque hubiese querido estar junto a ella. A la rubia le gustaba la soledad y la dicha que le daría mi propuesta con este Data entry de cabello exótico era algo para guardar hasta hallar el momento justo y correcto.

Caminamos hasta la oficina comedor y le servi una taza de té con limón. Nadie mencionó el desastre de su cabello y nada a cerca de su rimel corrido, como si fuese normal que ella tuviera una conducta excéntrica y distraída como una loca. La rubia bebió su infusión con la cabeza inclinada sobre mi hombro dedicándole a todos una sonrisa infantil y ausente.

Mathilde mencionó que había comprado entradas para un concierto de Guns n' Roses para esa misma noche. Se trataba de una banda de Rock que ella amaba desde que era una niña. Había hablado sobre eso muy a menudo. Ella sentía una fuerte devoción por Axl Rose. Dio la casualidad que volvieron a hacer giras mundiales y estarían tocando en el estadio de La Plata. La rubia compró tres entradas y estaba exitada; la perspectiva de sentir nuevamente a su ídolo la había llevado a un transe imaginario.

A penas puedo esperar. Recuerdo el primer concierto que vi, tenía catorce años en esa época. ¿Es posible que haya pasado tanto tiempo?

Claro que sí, Mathilde. La radio decía que habían estado retirados por un tiempo prolongado —acotó Boyd.

¡Hoy lo veré al fin! Él es mi ídolo, mi amor, mi sueño frustrado, mi esposo perfecto cuando tenía... ¿Cuantos años pasaron? ¿Estará viejo y rechoncho? Claro que no. Recuerdo cuando cantaba Sweet child o' mine. ¿Recuerdas cuando fuimos al concierto, Matheus?

El rubio miró fijamente a su hermana. Éste se ruborizó, comenzó a reír a carcajadas y dijo:

La loca recortaba fotos de los periódicos y las revistas y pegaba en un álbum.

Mathilde elevó una ceja, haciendo caso omiso del evidente desagrado que tenía por su hermano, ante los recuerdos nostálgicos de su adolescencia rebelde y dijo:

—¡Cállate, subnormal!

Me dió tanta gracia que decidí unirme a él. Empezamos a burlarnos del Ganso Rosa con el objetivo de que quede encolerizada.

Una advertencia, Demetrius. Si no cierras tu puta boca en este preciso momento, me iré sin ti esta noche —dijo Mathilde sin vacilación, ni temor.

Todos se rieron de mí... todos menos Patty, que miraba con cara de asco a la rubia. Sin embargo, Monique, en ese momento parecía alucinada y entusiasta.

¿Me invitas al concierto? Yo también quisiera ver en vivo al dios místico de Axl Rose —dijo Monique, con una voz descarada.

En realidad compré tres entradas para invitar a mi querido hermano y alguno más que quiera ir, pero ahora los veo con esta actitud... no se merecen nada —masculló Mathilde.

Cuando la rubia soltó esas palabras de su boca todos esperamos que el rubio diga algo. Esperábamos que él recuperase el domínio de sí mismo.

Después llegó la hora de ir a casa a cambiarnos de ropa. Mathilde vino con nosotros en el Fiat 600. Cuando entramos se metieron a la ducha juntas. Pues, no quedaba mucho tiempo y el viaje hasta el sitio del concierto quedaba bastante alejado sin contar con el tráfico.

Monique salió de la habitación vistiendo el espantoso vestido de lentejuelas color bordeaux que le había prestado a la rubia en navidad. En cambio Mathilde se puso un jean oxford y una remera con el logo de la banda. Corrí a bañarme a toda prisa hasta que divisé que una de las dos había olvidado un asqueroso tampón usado arriba de la tabla del sanitario. Abrí la puerta y grité para que alguien lo quitase de mi vista.

Monique entró y lo recogió entre sus manos mientras me miraba ojiplática pasándome el shampoo por mi cabello. Fue solo un segundo, pero sin duda uno muy incómodo. Me había visto completamente desnudo.

Al llegar al recital reaccioné al ver gritando a la multitud haciendo la fila para entrar. Para mí era emocionante ver el estadio de noche, repleto de luces de colores como si fuese un gran espectáculo navideño. Tenía un rutilante aire diáfano y eso me hizo renovar mi alegría.

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