Los Deseos de Demetrius (�...

De Donatella1212

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Un nuevo siglo empieza. En pleno año 2000, Demetrius Strauss lucha por salir a flote después de la muerte de... Mais

Prólogo
El Universo
El paquete
Retroceder
La cita fallida
El autosabotaje
El crucero
Demasiado tarde
Aceptando culpas
Una noche en un millón
Frustración
El plan
La ansiedad
Disputas
No hay nada como la familia
Trascender
La sexualidad pasó de moda
La verdad sobre Matheus
Vivir en pecado
Las frustraciones
Momentos
Mathilde se come el mundo
Perdiendo la razón
El santo desorden
El suicidio
Si fuese por el sexo
Relación directa con la ilusión
Nostalgia de último momento
Sacude tus cimientos
Gélida como la nieve
Amistad fallida
Salvaje e imparable
Felino
Sorpresas
Lo real y lo efímero
Epílogo
Portada y booktrailer

Aire fatuo

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De Donatella1212

    —¿A donde fue Monique, mi buen amigo? —dijo Matheus—. Se enoja por todo y no escucha.

—Esta enfadada —dije mientras estaba bostezando.

—La pelinegra estaba buena, más que buena, estaba terrible —añadió el rubio.

—Me imagino el espectáculo tan asombroso, sí —dije lentamente, deteniendome para mirarlo a los ojos—, pero todo esto le causó espanto a tu novia. ¿Sabés lo que pasará después? Me parece que habrá mucho drama y ahora mi cabeza es atacada por una intensa jaqueca.

—Perdón —añadió el rubio—, no tenía idea de que Monique estaba aquí. Ahora se ofenderá hasta confundirse. Por otro lado lo que me sucedió fue algo inesperado. Me quedé ojiplático cuando la muchacha me besó.

—Quién sabe porque la moza actuó de esa manera... —manifesté—. ¿Por qué las mujeres te caen del cielo?

—Son cosas de la vida. Estaba tan serena la noche, que seguramente se enamoró de mí.

—¡Ja! Qué cosas dices —dije y puse los ojos en blanco.

—En la recepción, resonaba la voz de la pelinegra con un simpático acento de cortesía y sus miradas para conmigo eran fugaces y momentáneas —dijo mi amigo con una mirada cristalina.

—Vos prestás atención a aquello que te conviene recordar... —repliqué, sin alzar la mirada.

—¿Por qué lo dices?

—Por si no lo notaste, tu novia estuvo enojada durante toda la noche porque Patty te hizo un regalo —le dije con una mirada introspectiva.

—¡Pobrecita! Qué se joda —dijo Matheus
en un tono risible.

—Dios o el universo, está siendo demasiado generoso contigo —murmuré con malicia.

—Estás equivocado, Demetrius —replicó el rubio con cierto orgullo—. Yo no hago nada de malo. Sin embargo, es agradable que la gente me tome en cuenta.

—Pero eso crea una grieta en los sentimientos de tu novia y la vida no es un lindo jardín de rosas.

—¡Ja! Me gusta esa analogía —inquirió Matheus. ¿Como creés que salió la fiesta?

—Verdaderamente, me sentí bien en mi propia piel —continúe, impertérrito —; tienes que tomar tu vida con más sutileza.

Matheus tomó asiento en la poltrona y asintió con un gesto regio.

—Así es —convinó Matheus. Con Monique estuvimos saliendo un poco, sé que tenemos buena química y una conección increíble y aún la tenemos, pero cuando se pone celosa ella cambia y se torna muy tóxica —rechistó enervado.

—Esto es triste pero no estás muerto, sabés —dije acercándome a la ventana.

—Demetrius, yo no sé lo que siento —añadió con turbación y con el semblante pálido.

—Lo he notado. El problema es que Monique te idolatra como un ángel. Sé que a veces su actitud parece muy agresiva, pero así son las mujeres —argumenté.

Matheus estaba casi durmiendo que casi iba a caer al suelo desvanecido. El rubio hizo un ademán para acomodarse en el sofá. Lo tomé de la mano y lo llevé a acostarse a la antigua habitación de Mathilde. Él alargó su mano y me agradeció.

Con los ojos cerrados y su aliento fatigoso, Matheus parecía haberse olvidado de Monique. Después lo cubrí con una manta y cerré la puerta.

Matheus hacía que leía el periódico. Desayunamos canapés y sandwiches recalentados que habían sobrado de la fiesta. Lo peor, era que el celular de el rubio no paraba de vibrar sobre la mesa, como un ruído ensordecedor de fondo. Tomanos unos mates y miramos un programa de chismes en la televisión pública. Bah, yo hacía que miraba la tele, pues no podía prestar atención con esa vibración permanente.

Me harté de esperar que Matheus reaccione y agarré su móvil. Todo bien, hasta que manda un SMS donde dice: "Podés irte a la mierda rubio hijo de puta". Abrí los ojos como platos con perplejidad y luego con ganas de responderle. Me dejó tan descolocado que con disimulo fui a la vereda y cerré la puerta para que crujieran los goznes. Saqué mi celular de mi bolsillo y le marqué.

Monique me dijo que tenía la autoestima hecha pedazos por culpa de las travesuras de mi cuñado. Le dije que a él no le gustan detenerse para dar explicaciones incómodas, pero que no había de que preocuparse y ella dijo que no lo iba a perdonar.

El lunes nos enteramos que Monique había pedido dos días por enfermedad y dos más para realizarse un exámen médico. Eso hizo que el rubio se alivianara y actuara en el trabajo como si nada.

Pasaban los días en el hipermercado, ya ni se acordaba de su novia. Un día comenzó a coquetear con una nueva repositora de una marca de medias de vestir. La mujer intercambió su número de teléfono y le sonrió con una sonrisa falsa. Ya no tenía esa presión de tener que tener ojos en las espaldas y entonces salía airoso por no tener la supervisión de su novia.

Por suerte, Monique se reincorporó y fue directamente a charlar con mi esposa. En esos días, la pareja de tórtolos se ignoraba ¿cuánto tiempo más iban a poder aguantar sin hablarse? A pesar de todo, Monique estaba radiante y más coqueta de lo normal.  Ella se mostraba más pulcra con su uniforme planchado y sus zapatos lustrados a la perfección. Sus ojos estaban maquillados y su boca resaltada por su labial color rojo fuego.

A veces mi amigo estaba tan ojeroso y cansado que no quería hacer nada. Por otro lado, Monique siempre llegaba fresca y ansiosa por charlar con Mathilde. Emanaba un aroma a jazmín encantador.

Yo a veces escuchaba lo que decían. Un día le dijo a Mathilde: "Hoy saldré con él". Entonces pensé que a lo mejor el rubio se había arreglado con ella.

El viernes de esa misma semana, oí por la ventana algo que me desconcertó. El vendedor de bocadillos de salchichas le gritó en la vereda del hipermercado, que le proponía encontrarse en el cine para ver una película. Pensé que era una proposición algo extraña, hasta que vi que ella se acercó a su rostro y lo besó. No era un beso normal en la mejilla, era un beso en la boca, muy profundo y prolongado.

Después de verlo yo me encontré inquieto, no sabía qué hacer y estaba muy nervioso.

Bien, Monique no tiene por qué estar mal. Alguien más esta dispuesto a encargarse de ella, lo que es más de lo que se puede decir, realmente, de un desconocido. Escuché que el vendedor de bocadillos de salchicha es un ex presidiario. Dicen que peleará con el rubio. Matheus está tan idiotizado que no sabe que hay alguien más.

Y ahora voy al grano. No le he dicho nada y me es imposible explicarle lo que ocurre. Y hay algo más. Todos dicen que mi cuñado es un cornudo consciente.

—Tú, tú, tienes la culpa —dijo mi esposa, aplicándome un pellizco en el hombro izquierdo—, porque no le dices nada... Ya sabes que está preocupado por sus finanzas, es que quiere un auto nuevo.

—No te enfades, nena —repliqué—; todo lo que podría decir podría hacerlo estallar de rabia, y es que estoy buscando el momento justo.

—Pues mira, mañana mismo se lo dirás —gritó Mathilde, viendo que Boyd estaba a una larga distancia—. No pierdas el tiempo divagando.

—No, nena, porque esta misma noche vendrá a cenar. No te metas, déjame decirle cuando tenga una copas encima.

—¡Ja! Pobre mi hermano —dijo la rubia—. ¡Quién diría que mi amiga se iría con un vendedor!

—Matheus no es un santo.

—¡Es un desamparado de la sociedad! —dijo con impertinencia.

—¿Quién?

—¿Quién más? —replicó Mathilde.

—¿Tu hermano?

—Claro que no. ¡El salchichero! —exclamó con los ojos desorbitados.

—Pero tu amiga tiene dignidad y la estimación en sí misma —agregué— , esto solo debe ser un juego para encolerizar a tu hermano.

—...¡Oh!, un juego donde se besan y después tienen sexo.

Sensible y nerviosa, Mathilde se volvió de espaldas y se quitó su blazer rojo.

—Bueno, no digas que ese tipo es poca cosa porque ni siquiera lo conocemos —insistí— en resumidas cuentas he visto últimamente la satisfacción en los ojos de Monique.

—Calla, Demetrius... ¿Pues qué, creés que ella se enamoró de ese sujeto?... Deja tú las cosas en mis manos.

—Pero ahora está ocurriendo otra cosa. ¿Quieres que te diga? —inquiri.

—¿Qué sucede?

—Sucede que si ellos no están juntos a mí no me importa. Porque de todas maneras haremos el viaje.

—¡Eh..., Demetrius! —chilló mi esposa con voz apacible, con el más destemplado sonido de voz.

La rubia cerraba los ojos y luego lo volvia a abrir. Era absolutamente imposible adelantarse a lo que iba a pasar, un horror instintivo me decía al oído que algo malo iría a suceder.

Finalmente, esa noche durante la cena, cenamos pollo al horno con puré de batatas. Bebimos sidra de manzana y después de un determinado momento le escupí todo lo que sabía a mi amigo.

Los ojos claros de Matheus se volvieron chispeantes, y vi la aversión y la repulsión, como para destruir la admiración y el respeto que tenía para con Monique.

De pronto el rubio soltó lo que tenía atorado en la garganta. Las palabras que brotaban de su boca eran un fracaso de la verdad. No tenía nada bueno que decir, solo el asombro se apoderó de su rostro y de su mente.

El amorío de la pelirroja no significaba nada. Yo le había dicho a Monique que se despegue del rubio, que no luche en vano. Yo la quiero y no voy a negarlo, pero todo esto es tan inusual. La verdad que todos nos confiamos. Pero nada pasó hasta ahora y en momentos como este no sé que decirle a Matheus.

La luz tenue del porche no iluminaba demasiado. Estaba pensando y bebiendo cerveza. Y allí me encontraba sentado en una silla de mimbre, tomando aire, sin una sola idea práctica.

Al día siguiente, a la mañana, Monique se reunió con su tío, el paraguayo. Ella quería que despidan al rubio, diciendo que él había tenido relaciones sexuales en un baño del hipermercado con una prostituta.
Esa misma mañana, nuestro jefe nos dijo cómo serían las cosas de ahora en más. Monique estaba de pie, junto al escritorio del paraguayo con la mirada vidriosa, jugueteando con el pliego de su camisa blanca. Matheus no dejaba de beber café. Y el resto de los empleados permanecimos en silencio con las miradas dubitativas.

—¿Quiero saber quién es el degenerado que trajo una prostituta al hipermercado? —dijo el jefe con voz tajante.

—Nunca pasó eso —dijo Matheus señalando las cámaras de seguridad —, pueden revisar las cintas.

Por un momento pensé que iban a echar a Matheus.

—Lo haremos.

Monique dijo con una voz diabólica que no era necesario. Me acerqué silencioso y negué con la cabeza.

—Jefe, no hay prostituta —inquirió Mathilde—, mi hermano solamente se besaba con Monique en horario de trabajo. Solo es eso, no hay nada más que eso.

Monique se quedó paralizada escuchando lo que había dicho mi esposa. De alguna manera, hizo que el jefe se enfadara.

—¿Y tú? ¿Qué tienes que acotar?  —exclamó el jefe con el entrecejo fruncido —, ustedes dos se conocieron en este hipermercado y burlaron las normas.

—Pero, no me van a condenar a reclusión perpetua... —agregó asustada.

—De su casamiento se enteró todo el mundo. Ustedes no tuvieron miedo al despido y ahora están casados legalmente —añadió el paraguayo irónicamente.

Mathilde estaba sudando frío, sabía que el momento del castigo había llegado. La pateé tímidamente en su tobillo y ella se quejó de dolor, y entendió que era el momento propicio para ablandar el corazón del paraguayo. La rubia se agarró el pecho y comenzó a lloriquear como una niña. Luego exageró y dijo que le dolía el pecho. Ella cayó de rodillas y balbuceó que llamaran rápido a la enfermera.

Matheus abrió los ojos como platos y gritó que le estaba por dar un infarto. Me acerqué a consolarla y vi que su rostro estaba enrojecido, ahí comprendí que no se trataba de un acting para persuadir al jefe.

La enfermera llegó con su maletín de primeros auxilios y al revisarla dijo que había que llamar a la ambulancia urgente. Mi esposa se tocaba el cuello y se empezaba a ahogar. Parecía que quería vomitar.

—Señor, recátese —dijo la mujer.

—Señorita, yo soy el esposo —dije sin vacilación.

Entonces la miré confundido y sentí que una debilidad extrema recorría rápidamente mi cuerpo.

La mujer se puso los anteojos, se acercó a mí y dijo:

—Si tienes vehículo, ve al hospital y espéreme ahí. Por qué aquí estorbas.

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