Los Deseos de Demetrius (�...

By Donatella1212

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Un nuevo siglo empieza. En pleno año 2000, Demetrius Strauss lucha por salir a flote después de la muerte de... More

Prólogo
El Universo
El paquete
Retroceder
La cita fallida
El autosabotaje
El crucero
Demasiado tarde
Aceptando culpas
Una noche en un millón
Frustración
El plan
La ansiedad
Disputas
No hay nada como la familia
Trascender
La sexualidad pasó de moda
La verdad sobre Matheus
Vivir en pecado
Las frustraciones
Momentos
Mathilde se come el mundo
Perdiendo la razón
El santo desorden
El suicidio
Si fuese por el sexo
Relación directa con la ilusión
Sacude tus cimientos
Aire fatuo
Gélida como la nieve
Amistad fallida
Salvaje e imparable
Felino
Sorpresas
Lo real y lo efímero
Epílogo
Portada y booktrailer

Nostalgia de último momento

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By Donatella1212

      Sigo impactado por la experiencia particular de esta pareja. Antes su comportamiento era nocivo y se rompía antes de empezar. Matheus siempre tuvo ciertas dudas sobre Monique, pero veo que ese pensamiento se esfumó. Ella cambió y él también.

Mathilde los veía desde lejos, besarse de una forma lujuriosa. Ella se preguntó que había visto su amiga para querer engancharse románticamente con el maquiavélico de su hermano. Ella hablaba ofuscada mientras se acercaba al pecho un tupperware con ensalada Waldorf y le daba un sorbo a su cerveza, que la hacía pasar por jugo de manzana en una botella de plástico transparente. Mientras comía observaba el espectáculo con una cuota de mordacidad, aprovechando de el jefe no volvía hasta las dos de la tarde.

La presencia de Boyd ya no lo incomodaba a su hermano, sin lugar a dudas. Sin embargo ella fue condescendiente mientras aguantó y se retiró al baño como un escape seguro para seguir bebiendo su sopa caliente.

Ni bien volvió del baño, Patty encendió la radio. Sin premeditación, más bien para evitar girar la cabeza en dirección a Matheus, se sentó y comenzó a leer una revista People. Hasta yo me di cuenta que tenía una crisis de ansiedad.

—¿Quieres café? —le ofrecí, mientras me servía una taza.

—Siii —siseó, como quejándose desconsolada.

Extendió sobre la mesa un pequeño trozo de toalla color azul y apoyó sus manos.

—Boyd, intenta no mirarlos —dijo Mathilde con una mirada ávida.

—¿Por qué? —replicó, contemplando a los enamorados con cierto arrobamiento—. Cada uno sabe donde gastar sus alfileres.

—Por Dios, Nena, parece que tu mirada se clava como puñal —repuso Mathilde riendo.

Subió el jefe y con su voz objetiva abrió las ventanas de la realidad. Matheus corrió hacia el baño escondiendo una ligera erección, mientras que Monique disimulaba.
Fui hacia el baño para hablar con él y le dije:

—¡Matheus! —dije contrayendo levemente el entrecejo—, el paragua no te pescó con las manos en la masa por una mínima de segundo.

Lo sé, ¿podrías hacer un sonido de pájaro la próxima vez, no? —dijo el rubio en un tono de reprensión.

—Pues si lo haré...El paraguayo no es muy razonable. No quiere parejas, es una política de trabajo —dije con voz áspera.

—No quiero que me atrape con Monique —añadió con turbación, con el rostro pálido.

—Apenas pude gritar tu nombre.

—Yo me asusté tanto que pensé que me iba a caer al piso desvanecido —dijo el rubio secándose las manos con una toalla de papel.

Observaba el bulto en sus pantalones, el rubio movió los ojos y alargó su mano para abrir la puerta. Hubo una pausa angustiosa y con la voz temblorosa dijo:

—¿Cuándo se casan por civil?

—Este viernes a las doce del mediodía —anuncié.

—¿Es posible que nos dejen salir un momento para ir al registro civil? —exclamó con un ahogada voz.

—Solo vos, recuerda que sos uno de los testigos —vociferé mientras me alejaba a mi oficina.

—Llegó tu hora amigo —gritó Matheus, bastante agitado.

Mathilde sintió como se rompía el cierre de su falda en el instante mismo que se estaba vistiendo para ir al Registro civil. Era lo último que le faltaba para terminar de ponerse de mal humor. Faltaba solo media hora, pero tener que coser el cierre no me puso feliz en lo más mínimo. Cuanto más nos apurabamos peor salían las cosas al fin.
Con prisa para maquillarse, Mathilde casi se cae al suelo por tropezar con los tacones amarillos pastel. Hasta que derrepente, aleluya. Terminó de maquillar las pestañas y salió a buscar su cartera de cuero blanca la cual tenía todos los documentos.

Yo estaba en el baño intentando hacerme un jopo en el cabello, al estilo Elvis Presley. Mathilde seguía aplicándose bálsamo labial rojo y se rociaba sobre el trajecito una deliciosa colonia inglesa.

Qué buena suerte tengo, pensé desde mis adentros. Ella se sentía tan bella que me hizo lagrimear durante un instante. Corrí a buscar la cámara de fotos y salimos a la calle esperando encontrarnos con los testigos. Como el casamiento de civil es un evento público, Mathilde tenía que traer un testigo y yo también tenía que traer otro de mi lado, entonces sería mi madre y Matheus.

Cuando finalmente llegaron fuimos de prisa como una bala. Llegamos algo tarde, cinco minutos tarde. Nos hicieron pasar rápido y un juez de Paz nos casó en un santiamén. Fue algo rápido y especial, me gustó ver su sonrisa circunspecta mientras le colocaba la alianza de oro en su dedo.

Monique fue la última en llegar. Nos arrojaron arroz con vehemencia. Matheus con la voz ronca le dijo a su hermana: "Ahora solo te queda cerrar el trato amigable con Demetrius". La estruendosa algarabía resonaba en mis oídos. Por fin todos gozaban de una felicidad impoluta.

De regreso, de pie por un barrio desolado, mamá afectada por mi casamiento porque no había sido compartido por mi padre y por mi tío. Me dió pena verla sollozar y la abracé fuerte hasta arrugar su camisa contra la mía. Llegamos a casa y destapé una botella de champagne para brindar. Mamá bebía rápidamente para calmar la soledad que tenía adentro como una angustia acumulada.
Mathilde se sintió consternada al ver a mi madre. Temió que esa vibra sombría se pudiera apoderar de la noche.

Había tocado el timbre Patty y las chicas estaban como locas bebiendo cerveza. Salí a abrirles y la vi parada en el porche con un vestido de lamée, con unos volados floridos en una manga, parecía muy extravagante para la ocasión. Ella había sido la encargada de armonizar los colores del salón y de el catering. Cuando Mathilde y Monique la vieron pusieron cara de miedo, aunque no tenían fundamentos. Sin embargo, Patty estaba tensa evitando a los parientes que acaban de llegar y la confundían con la novia.

Mi madre se paraba y se sentaba. Se veía incómoda imaginando cosas que no van a suceder. Boyd la notó cansada y le fue a hablar.

—¿Quieres un café? —preguntó con una mirada cálida.

—¡Sí!

Patty se paró rápido para poner en funcionamiento la cafetera. Matheus también se puso de pie y le pidió un café de pocillo. Monique se sorprendió al ver a Patty con un vestuario tan despampanante, inmediatamente su rostro se tornó enrojecido por los celos.

Decidí también tomar un café negro mientras esperaba que sean las ocho de la noche para ir hacia el salón de fiestas.

Viejo, cómo te extraño. Pensaba mientras hacíamos tiempo. Todos los padres tienen la ilusión de ver a sus hijos casados. Está bien, todavía me es difícil aceptar que mi padre ya no está para verme. No había duda de que mi pensamiento era lógico. Pero no le importa a nadie, excepto a mi madre.

—¿Por qué tienes esa cara? ¡Tenés que aprovechar, Demetrius! —exclamó mi madre.

—Es verdad, solo estaba pensando que esta alianza me aprieta el dedo. La semana que viene iré con el joyero para que me la agrande un poco.

¿Nunca te pusiste a pensar que podrías haberte casado hace un año? —preguntó mi madre efusivamente—. ¡Qué bueno que por fin lo lograste! Aunque ha pasado demasiado tiempo.

—Ciertamente, me hubiese gustado haberlo hecho antes —repliqué— , para Rubí pudiese ver la evolución de su gemela.

Mamá se puso a meditar sobre todo esto, hasta que soltó una risa y me dijo que seguramente, si Rubí estubiese viva pensaría que soy un hombre traicionero y deshonesto. Pero la pregunta era: ¿Ella me amaba? Para suponer cosas... bueno, podemos imaginar lo que queramos a estas alturas de la vida. Rubí no era precisamente Blanca Nieves, sin embargo, estuve meses esperanzado —si por casualidad— ella quería tener algo conmigo. Yo amaba su ímpetu a la hora de vestir, usaba prendas doradas a toda hora, pero ridícula no era.

—Mientras más edad tienes, te das cuenta de quienes son merecedores de estar en tu vida —dijo mi madre, como si estuviese asombrada de su propia intuición.

Mi madre tenía un pensamiento ecuánime, siempre fue serena y equitativa. En la mesada había un montón de tazas sucias, y en la mesa habían latitas de cerveza abolladas. Apareció Patty y se puso a limpiar el desorden provocado por Monique, Mathilde y su parentela. Cuando terminó se acercó con un repasador en su mano y su teléfono celular en la otra. Llamó al salón y al cortar la llamada abrió los ojos como platos.

—Hace media hora que llegó el servicio de lunch al salón de fiestas —gritó— , ¡Vámonos ahora!

Todos la miramos paralizados y salimos por la puerta como si fuéramos ganado. Mathilde en cuanto salió, otra vez sintió la necesidad de ir a orinar y retocarse el maquillaje. Adujo que padecía ansiedad.

En la calle íbamos caminando, otros en auto. Por efecto de la niebla, el pésimo alumbrado público y el alcohol que llevábamos dentro, hacía que vayamos a paso de tortuga.

Cuando llegamos al lugar vimos que la luz verde se acentuaba en las paredes espejadas. Todo estaba muy bonito decorado en verde y rosa. Las mesas eran redondas y estaban adornadas por rosas rosas y pequeñas macetas con un buen mantillo de helechos.

Mathilde tomó mi mano y me llevó a una barra angosta y larga. En la pared había infinidad de licores finos en repisas de madera. El mozo se pasó la mano por su frente y nos preguntó qué queriamos beber.

—Quiero un Blenders —pidió con determinación.

En ese momento Matheus apareció y le entregó gentilmente a su hermana una pulsera de oro grabada con tres nombres: Matheus, Rubí y Mathilde. El rubio rompió el clima (créanme) su hermana rompió en llanto antes de poder dar un trago a su destilado.

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