Los Deseos de Demetrius (�...

By Donatella1212

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Un nuevo siglo empieza. En pleno año 2000, Demetrius Strauss lucha por salir a flote después de la muerte de... More

Prólogo
El Universo
El paquete
Retroceder
La cita fallida
El autosabotaje
El crucero
Demasiado tarde
Aceptando culpas
Una noche en un millón
Frustración
El plan
La ansiedad
Disputas
No hay nada como la familia
Trascender
La sexualidad pasó de moda
La verdad sobre Matheus
Vivir en pecado
Momentos
Mathilde se come el mundo
Perdiendo la razón
El santo desorden
El suicidio
Si fuese por el sexo
Relación directa con la ilusión
Nostalgia de último momento
Sacude tus cimientos
Aire fatuo
Gélida como la nieve
Amistad fallida
Salvaje e imparable
Felino
Sorpresas
Lo real y lo efímero
Epílogo
Portada y booktrailer

Las frustraciones

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By Donatella1212

     

 

Al llegar a casa me senté sobre tu taburete en silencio, junto al árbol de navidad que Mathilde estaba decorando con pequeñas estrellas metálicas de color rojo. Los ojos de la rubia centellaban al ver las lucecitas parpadeantes del arbolito.

Sin embargo, en mi cabeza resonaba una y otra esa palabra: casamiento. Pero ¿qué es el matrimonio? Yo siempre creí que era un salto fe para las personas que creen en el destino. En cambio para mí es una apuesta importante, tal como cuando tenés una pugna y tiras cientos de pesos en una apuesta de deportes.

Aunque la gente que nos rodea ha estado arrojando los dados, apostando si la rubia y yo terminaríamos casados. En contraposición, Mathilde no parecía tener planes para su futuro.

Realmente amaba a mi compañera a mi manera. Siempre sentí que dependía de ella. No solo nos unía las razones emocionales y financieras para permanecer conectado a ella.

Pero siempre temí que el pasado con su hermana Rubí, en algún momento se volvería en contra de todo. Sabía que no había que hablar de ello, porque podría romper esta imagen de amistad feliz que ahora tenemos. Sin duda, me gustaría que Mathilde se enamore de mí en algún momento. Pero me daba miedo hablarlo con ella, porque sentía que eso podría ser el preludio de una incomodidad horrible.

Mis colegas del hipermercado habían corrido el rumor que nosotros dos estábamos viviendo una mentira, también decían que teníamos secretos muy bien guardados y que pronto podrían salir a la superficie.

Ya nadie juzgaba a Matheus y su enmarañada red de engaños. ¿Cómo es que siempre logra salir ileso? Sin embargo, me sentía un poco dolido, porque él siempre se la salía con la suya. Matheus siempre tuvo mucha labia y cortesía, y eso podría llegar a convencer a cualquier persona con mucha facilidad. Él siempre guardaba secretos y yo ya no podía soportarlo.

Finalmente, decidí tragar mi orgullo y llamarlo por teléfono para invitarlo a la cena de Nochebuena. Cuando me le llamé, él se sorprendió demasiado por mi invitación. Matheus se quebró emocionalmente, el tono de su voz se tornó gutural, debilitada y temblorosa. Parecía que estaba sollozando. Pero cuando Matheus se recompone, dice que tiene una historia impactante para contarme y que era un secreto.

El rubio me dijo que se sentía mal. Su voz temblaba. Comenzó a contarme que días atrás había ido al departamento de un amigo llamado Paulo para intercambiar unas revistas mexicanas del fetichismo. Él dijo que estando en ese apartamento había escuchado disparos que provenían de una de las habitaciones y que se presentó ante él una mujerzuela de cabello naranja estridente portando un arma.

Matheus dijo que esa mujer lo llevó al cajero automático de un banco que estaba cruzando la calle a punta de pistola y que esa mujer sabía que mi cuenta bancaria tenía grandes cantidades de plata.

El relato del rubio parecía corroborar la versión de los macabros hechos, pero me había puesto a pensar de que algo no estaba del todo bien en esta historia. No tenía la sensación de todo eso sea muy certero. Yo sabía que sus ahorros era su bien más preciado y era capaz de matar con tal que plata esté intacta en su cuenta. Había muchas dudas rondando por mi mente. ¿Por qué su amigo no lo ayudó? ¿Por qué no reportó el asalto a las policía? ¿Por qué me lo cuenta ahora?

Cuando colgué el teléfono, le conté lo sucedido a Mathilde. Ella planteó que era un suceso espeluznante y apoyó la idea de que podría ser un relato falso para llamar la atención. Pero... ¿con qué propósito?

A medida que pasaban los minutos, el concepto de la idea de un asalto se volvía cada vez más débil, pero tampoco habría algo real que descarte que era un invento. Ella desarrolló la teoría de que su hermano quería ser incluído y no juzgado por los demás durante la festividad.

Su teoría sugiere que cuando venga a pasar la nochebuena, nosotros debemos mostrarnos compasivos y entregarle nuestra alma como si fuera papas fritas en un recipiente, conectando nuestro espíritu navideño con su conciencia ¿Tenía sentido? ¿Por qué su propia hermana era tan temerosa? ¿Por qué él siempre logra revolucionar nuestros pensamientos? 

Mathilde dejó el tema de lado y se puso a cocinar. Había que preparar un gran banquete y no había mucho tiempo disponible, ya que lo habíamos ocupado con una gran limpieza. Mientras la rubia pelaba las papas dejó escapar un sonido, como un quejido. Al levantar su cabeza, vi el sudor en su frente y sus ojos se clavaron en los míos.
Con el cuchillo en su mano, logró erguir su cuerpo. Moví mi mano ligeramente para darle entender que estábamos con prisa.

Ella me lanzó una mirada de odio y señaló con el dedo el reloj de la pared que marcaban las diecisiete y cuarentena minutos. Subí la potencia del ventilador de techo y ella se quitó el vestido quedándose en ropa interior, y antes que pudiera reaccionar, me selló la boca con un corto beso. Supuse que estaba muerta de calor ya que la temperatura era muy alta. Estaba haciendo 34° C.

Sofocada, solo atinó a seguir preparando la comida. Sin embargo mis ojos vagaron desesperados hacia la calle. La ventana estaba abierta y las vecinas de en frente ya estaban cuchicheando. Con tirón energético cerré la persiana americana. No era reconfortante saber que esas viejas podrían hacer denuncias falsas.

—¿Qué ocurre? —dijo con voz gutural—. Necesito luz.

—Las vecinas son unas cotorras y te estaban observando desde la vereda de en frente.

Cuando le dije lo que pasaba mi miedo se evaporó en el aire. Mathilde se inclinó y entreabrió la persiana. Ella no reaccionó; ni siquiera parpadeó.

—Esas viejas son unas chusmas de barrio —respondió con su voz áspera—. En lugar de anteojos deben tener binoculares. A veces tengo la sensación de que alguien me observa.

La comprendía muy bien: este vecindario no se parece al otro.

—Es posible, siempre están alerta.

—Parece que nunca vieron a una mujer en esta casa —bromeó la rubia mientras me dirigía una falsa sonrisa.

—¡Ja! ¿Enchanté no cuenta como mujer? —exclamé mientras salpimentaba el pollo.

—Supongo, tu tío cuando se vestía para el espectáculo si que parecía una auténtica mujer —anunció Mathilde con confianza.

Eché una mirada a la rubia y vi que comenzaba a bañarse en sudor. Ella respiraba con pesadez.

—Creo que voy a comprar un aire acondicionado esta semana —chillé.

—Sé que estoy sudando como puerco, pero no te pongas en un gran gasto ahora —cuestionó en un modo autoritario.

—Lo haré porque tengo plata —repuse—.¿Olvidaste que vendí el cuadro de Andy Warhol?

Mathilde no dijo nada y sacudió violentamente su cabello rubio.

—Es tu dinero —inquirió mi amiga.

La cena estaba semi preparada, solo faltaba hornear los vegetales, la carne y el pollo. Respiré hondo. Me sentí invadido por el entusiasmo al pensar en esta cena. Pero esta vez sería mejor, porque las conversaciones y la alegría podría durar para siempre.

Todo pasa por una razón, como indica la paradoja: Menos es más. Así fue la cena entre amigos, donde la comida fue justa y el alcohol fue demasiado. Me miré en el espejo del botiquín del baño y, por primera vez sonreí, me sentí satisfecho con todo lo que había bebido. Luego me entristecí viendo los portarretratos arriba del estante de madera de roble que coronaba la estufa de leños. El recuerdo de Lalo me entristeció, pero tomé una bocanada aire y me senté nuevamente en la mesa.

Mathilde estaba incómoda, se había puesto un vestido de lentejuelas color bordeaux que le había regalado Monique y no paraba de rascarse el escote. Matheus estaba hablando con mi madre en la cocina.
Patty y Monique estaban susurrandose al oído y riendo como ebrias, sentadas una encima de la otra en una poltrona.

Me dispuse a levantar la mesa. Intentaba poner mi cuerpo erguido para que no se me note que realmente estaba pasado de copas. Matheus me vió recogiendo los platos y corrió a ayudarme. Me dijo al oído que las mujeres iban a terminar vomitando si seguían bebiendo como bestias.

Él era implacable y muy filoso en sus observaciones, como siempre él era mas inteligente que todos y, daba la impresión de que su rapidez mental le surgía con tanta naturalidad que siempre vivía alardeando de su sapiencia. Pero él también estaba ebrio, lo supe cuando mamá me hizo un gesto de que él había estado flirteando con ella. ¿Flirteando con mi madre? Me pregunté desde mis adentros. El mundo en el que el rubio estaba, no era el mismo en el que yo vivía.

Mathilde se acercó y me dijo que mi madre tiene la ventaja de ser mujer. En cambio Monique, dijo que no lo preste atención, que debe estar pasando por una situación crítica. Que lo quería ver haciéndose el fuerte, provando lo eficiente que era y que ahora con la una cuenta bancaria en cero, sus ánimos debían estar por los suelos.

Todos sabíamos que Matheus no iba a hablar del incidente o más bien dicho: Del asalto. Él puede que sea muy bueno en todo lo que hace, pero también decían que el rubio es la encarnación de la injusticia.

—Chicos, dejen de beber —Matheus lo había dicho con una carga de ira interna. Patty lo observaba con una mirada lujuriosa y una copa de champagne en la mano.

Mathilde lo cortó en seco:

—Es nochebuena, ¿entendés? Déjanos disfrutar, todavía. Si no quieres beber nada ve a flirtear con alguna de las chicas.

—Bueno, hermana, relájate y no pongas esa cara de fastidio. ¿Qué sos? ¿Madonna? Por qué no te cambias ese vestido. Se nota que te queda apretado como una morcilla... — le sonrió con complicidad.

—Típico de hombres, yo cociné y limpié la casa desde la mañana, no quiero que me critiques. Para que lo sepas, yo me pongo lo que quiero, cuando quiero.

Matheus le lanzó una mirada inquisidora a su hermana, después besó a Patty mecánicamente. Ella le respondió y le dijo que había estado esperando durante la cena que le dé algún indicio de cariño. Él puso una cara de confusión y se disculpó a medias. Después de un rato nos saludaron efusivamente, dijeron que iban a caminar un rato hasta que llegué la hora de brindar.

—Me están jodiendo, verdad. ¿Estos dos se fueron a cojer? —preguntó Mathilde con los ojos enrojecidos.

La verdad, que no había que renunciar a la cotidianidad. Lo suyo eran las minas y la guita.

Dicen que soy como una máquina, he bebido tu néctar y también tu gasolina. Tengo una última posibilidad, es como la novena vida de un gato.

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