Sangre Enamorada: Sangre enam...

By NataliaAlejandra

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♥PRIMER LIBRO DE LA SAGA♥ Cuando Alejandra vio por primera vez a aquel desconocido, nunca imaginó cuánto se... More

Nota de la autora
PRIMER LIBRO
Playlist
#SE - Capítulo 1
#SE - Capítulo 2
#SE - Capítulo 3
#SE - Capítulo 4
#SE - Capítulo 5
#SE - Capítulo 6
#SE - Capítulo 7
#SE - Capítulo 8
#SE - Capítulo 9
#SE - Capítulo 11

#SE - Capítulo 10

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By NataliaAlejandra

NIKOLAV YA HABÍA ESTADO ESPERANDO un par de horas que Alejandra volviese, sintiendo curiosidad por saber lo que estaba haciendo. Pero la dejaría sola; sabía que podía confiar en ella para que hiciera lo que fuera que le pidiese. Los vampiros funcionaban de esa manera; todos sentían lealtad por sus progenitores. Ella no lo traicionaría ni apoyaría a las hadas después de haber recibido toda la información y la memoria de los vampiros. Tenía que ponerse de su lado, de la misma manera en que él estaba del lado de Siron.

Sabía que la mitad vampiro sería dominante. Razzmine le había dicho que, mientras Alejandra fuera más humana que hada, las posibilidades eran mucho mayores de que el lado vampiro predominase y que, por ende, se volviese ciegamente fiel a él. Por eso había ordenado que se llevaran a Lilum ni bien supieron que podían comunicarse de cierta forma desconocida. Había sido el hada encargada de cuidar y vigilarla durante los últimos años, y no fue hasta que la capturaron con la ayuda de Razzmine que la bruja al fin pudo localizarla en Buenos Aires. Lilum tenía el poder de hacer que cualquier presencia fuese ocultada del radar de las brujas y los vampiros. Pero una vez la tuvieron, las hadas no pudieron esconder más a Alejandra. Y ahora, gracias a la ayuda de Razzmine, Alejandra le pertenecía por completo, como él siempre había soñado, y lo ayudaría a alcanzar todos sus objetivos.

Nikolav miró el reloj. Faltaba alrededor de una hora para el amanecer. Alejandra debía apurarse. Estaba a punto de subir las escaleras para corroborar que todo estuviese bien, cuando la vio bajándolas, trayendo en sus manos el legendario sable junto con una llave sagrada similar a la suya.

—¡Lo has logrado! —exclamó Nikolav, pudiendo corroborar por sí mismo que el sable realmente existía.

—Por supuesto, querido —respondió ella con una amplia sonrisa en sus labios.

—Ya mismo le avisaré a Siron... no creo que quiera perder el tiempo.

Supongo que mañana mismo estaremos todos listos para la batalla.

—¿Cómo le avisarás?

—Snorr le enviará el mensaje. —Nikolav se dio la vuelta para llamar a uno de sus guardias—. ¡Snorr!

El corpulento guardia caminó desde la puerta hasta donde Nikolav estaba parado.

—¿Sí, señor? —preguntó.

—Ve hasta el palacio del rey y dile que ya tenemos el sable. Apúrate, que ya casi amanece.

—Por supuesto, señor —contestó Snorr. Luego, se dirigió a la puerta, se transformó en un águila en un abrir y cerrar de ojos y salió volando en la dirección ordenada.

—Wow —exclamó Alejandra—... ¿Él es un cambiaformas, no?

—Sí, lo es. Los cambiaformas, algunos de ellos hombres lobos, trabajan como nuestros guardias, más que nada durante el día. Durante la noche también tenemos guardias vampiros.

—Claro —dijo, entendiendo que hacía falta guardias que pudiesen estar despiertos durante el día, cuando los vampiros estaban obligados a ocultarse y descansar. Era su momento de mayor vulnerabilidad—. ¿Ellos también pelearán en la batalla?

—No —contestó él—. Ellos se mantienen neutrales, solo nos prestan sus servicios a cambio de mantener la paz con nosotros. Tenemos una larga historia de enemistad, pero ahora mantenemos la paz y nos ayudamos mutuamente.

—Ya veo... ¿Y las hadas oscuras?

—Ellas sí están de nuestro lado. Pero ahora, princesa, debemos guardar el sable en un lugar seguro e irnos a dormir. Tenemos que recuperar las energías para mañana. Será una larga noche.

Antes de que Alejandra pudiera contestar, el águila entró por la ventana y se transformó nuevamente en el guardia Snorr.

—Señor —dijo, dirigiéndose a Nikolav—, el rey dice que ya todo está listo para mañana y que se citará a las hadas en el campo Sconn para luchar luego del atardecer.

—Perfecto —dijo Nikolav—. Estén alertas. Puede llegar a haber intrusiones durante el día.

—Sí, señor —dijo el guardia, tomando su lugar de vigilancia.

—¿Me das el sable? —le pidió Nikolav a Alejandra.

—Claro —dijo ella, extendiéndoselo. Le daría todo lo que él quisiese de ella.

Nikolav tomó el sable de sus manos y lo inspeccionó unos minutos, mirando cada detalle de la hermosa arma.

—Ven, vayamos a nuestro cuarto —le dijo finalmente.

El sol estaba a punto de levantarse cuando los dos llegaron a su habitación, se encerraron en ella y depositaron el sable en un gran baúl.

—Aquí Stumik estará a salvo hasta mañana —aseguró Nikolav—. Ningún hada puede entrar en esta habitación. Está protegida.

Ella asintió y se preparó para acostarse. Nikolav deseaba poder leer los pensamientos de su bella princesa, mientras la miraba desvestirse. La deseaba con todas sus fuerzas, pero ahora no había tiempo para sucumbir ante sus deseos carnales. Ganar la batalla era de mayor importancia y ellos debían dormir para recuperar la energía que necesitaban para la noche siguiente.

Se acostaron para descansar las últimas horas que les quedaban de paz. Todo cambiaría al día siguiente, aunque en esos momentos nadie podía llegar a predecir de qué manera.

***

—¡Alejandra! ¿Qué has hecho? —se escuchaba decir a una voz femenina en la distancia.

Ella estaba caminando en un bello prado verde, el sol resplandecía, pero todo se volvió negro y oscuro una vez retumbaron aquellas palabras.

—¿Qué has hecho? —la voz le repetía.

—¿Quién anda ahí?, ¿quién es? —preguntó, tratando de ver en la oscuridad en la que estaba sumida.

—La pregunta es: ¿quién eres tú? —dijo la voz, volviéndose poco a poco cada vez más lejana.

—¿Cómo que quién soy yo? —preguntó, pero ya no hubo respuesta. Todo seguía negro a su alrededor y no podía ver nada.

Siguió caminando en la oscuridad; de pronto, sintió que se estaba metiendo dentro de una fuente de agua, quizá un lago. Quiso dar media vuelta y salir de ahí, pero unas fuertes manos tomaron sus piernas y comenzaron a jalar de ellas, llevándola dentro. Quiso luchar por escapar, pero no pudo. El agua entraba por su boca y estaba aterrorizada, temiendo morir, aunque de todas formas el agua no la ahogaba, como había imaginado que sucedería. Podía seguir respirando con normalidad.

Las manos la siguieron arrastrando hacia abajo y, de repente, pudo ver luz en el fondo. En un abrir y cerrar de ojos, estaba fuera del agua y dentro de una habitación llena de espejos. Se preguntó cómo había llegado tan rápido a ese sitio.

—Mírate en el espejo y verás —dijo de nuevo la voz.

—¿En cuál de todos? —preguntó, perpleja.

—Ya te darás cuenta —contestó la voz, antes de volver a desaparecer.

Alejandra comenzó a recorrer los espejos y a mirarse en de ellos. En el primero, no vio nada raro. Tan solo se reflejaba ella con su nuevo aspecto de vampira. Nada espectacular.

En el segundo espejo, se volvió a ver a sí misma, pero... estaba distinta. Miró con detenimiento para ver cuáles eran las diferencias y se dio cuenta de que en este espejo tenía su aspecto anterior. «Nada espectacular tampoco», pensó antes de pasar al tercer espejo.

En el tercero, vio una especie de alas transparentes en su espalda. ¿Alas de hada? Hasta ahora no había visto a ninguna de ellas portar alas, pero tal vez estas representaban su mitad hada y no eran alas físicas sino psíquicas o astrales.

No quiso mirar mucho en este espejo y enseguida pasó al siguiente. Pero lo sorprendente era que allí ella no se veía a sí misma, sino a una escena de su vida: dos niñas, una pelirroja y otra con el pelo rubio oscuro, se encontraban en una habitación ensombrecida, ambas sentadas en la cama de la niña rubia.

—Shhh, habla despacio o nos van a escuchar. Quiero contarte una historia —la niña pelirroja le decía.

La niña rubia estaba entusiasmada.

—¡Dale!, ¡contáme! —decía con su acento argentino.

—Había una vez un país lejano en el que vivían muchas hadas. Ellas eran muy felices, bailaban y cantaban todo el día, hasta que un príncipe oscuro vino y se llevó a una de ellas.

—¿Y entonces qué pasó? —preguntó la niña rubia, asustada por el porvenir de aquella hada.

—Se la llevó a un castillo muy feo y oscuro. Ella no podía salir de allí, no podía cantar y bailar con sus amiguitas, no podía ser feliz. El príncipe malo quería tenerla con él para siempre, pero el papá del señor malo, el rey, era aún más malo. Era un monstruo que quería comérsela.

—¡No! ¿Y se la comió?

—No —continuó la niña pelirroja—. Un día, la pequeña hadita se miró en el espejo y vio que tenía unas diminutas alitas en su espalda.

—¿Y entonces qué hizo?

—Pensó que tal vez podría escaparse antes que la comiesen. Entonces, se subió a la ventana del castillo tan feo y oscuro y se echó a volar.

—¿Y no se cayó?

—No. Voló y voló, lejos del lugar, convirtiéndose en mariposa para que nadie la pudiese agarrar. Volvió a su país y fue feliz por siempre.

La niña rubia se durmió luego de escuchar esta historia, mientras que la otra la tapaba antes de desaparecer en una bola de luz amarilla.

Alejandra recordaba eso ahora. Lilum solía contarle ese tipo de historias, por lo general de hadas y princesas que escapaban de la oscuridad. «Pero, ¿cómo escapar de la oscuridad cuando eres parte de ella?», se preguntó, alejándose del espejo.

—No hay forma de escapar —dijo una potente voz masculina que le parecía conocida—. ¡Ahora estás bajo mi control!

Se asustó al sentir que la voz aterradora se acercaba cada vez más a ella, así que comenzó a correr y a correr con el corazón palpitándole a mil por hora. De pronto, abrió los ojos. Se encontraba en la cama junto a Nikolav, quien todavía estaba dormido. Todo había sido un horrible sueño. ¿Pero cuánto de real podría haber en él?

Se levantó de la cama, sintiendo mucha sed luego de esta pesadilla tan fea, y recordando que un sirviente había traído una botella con sangre a la habitación antes de que ellos se acostasen a dormir, se sirvió un poco en el vaso y se lo tomó apresurada. Luego se sirvió más, y más, hasta terminar toda la botella.

Nikolav seguía dormido, de seguro aún sería de día. Alejandra no se animó a aventurarse fuera de la habitación por miedo a que el sol la dañase y volvió a acostarse, aunque ya no pudo dormirse de nuevo. No quería encontrarse una vez más con esa horrible voz.

Se quedó despierta, mirando el techo sobre su cama, hasta que Nikolav mostró señales de vida, levantándose de un salto.

—Es hora de prepararnos —dijo sin más—. Ya ha atardecido.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó ella.

—Siempre me despierto exactamente cuando atardece —contestó él—. Debemos vestirnos para la ocasión.

—¿Cómo se viste uno para la guerra? —preguntó ella, recordando no haber visto ninguna especie de ropas especiales o armaduras en las memorias que se le habían implantado.

—Con las mejores ropas —contestó él—. Así se pelean las guerras aquí.

—Eso es extraño —objetó y se dirigió al armario, donde sabía que ya habían sido ubicadas sus ropas, para buscar el vestido que más le gustaba.

—Con nuestras habilidades —siguió Nikolav mientras se vestía—, no necesitamos protección añadida a nuestras vestimentas, sino más bien que se adapten y nos dejen libertad de movimiento.

Después de mirar unos instantes, Alejandra escogió un amplio vestido negro, en el que ella se vería bien, pero que a la vez le permitiría moverse con agilidad. El vestido tenía redes en las mangas y se sentía cómodo y liviano para andar una vez que se lo había puesto. Luego se colocó unas botas negras sin tacones, pero con suela reforzada, sabiendo que posiblemente debería correr bastante y que, con la velocidad con la que los vampiros corrían, cualquier calzado se vería dañado pronto.

Luego, puso la llave que había encontrado el día anterior en una cadena y se la colgó del cuello, en caso de que llegase a necesitarla. Nikolav había puesto la suya en el bolsillo de su camisa.

Él se detuvo un instante a admirarla.

—No sabes lo hermosa que te ves, mi princesa guerrera —le dijo, con una sonrisa dibujada en sus labios.

—Gracias, mi príncipe oscuro —contestó ella, sonriendo al tomar el sable Stumik en sus manos.

Algo le decía que lo que estaban por hacer no era lo correcto, que debía quedarse allí encerrada y devolver el sable al lugar donde debía estar. Pero no quería escuchar esa suave y débil vocecita dentro de ella y, en vez de eso, decidió seguir sus instintos vampíricos que le decían que sus intereses eran los de su especie.

Ambos salieron de la habitación y se dirigieron al gran salón del castillo. Siron los estaba esperando allí, sonriendo con maldad y mostrando una tremenda satisfacción en su rostro. Era obvio que pensaba que tenía la victoria asegurada.

—Buenas noches, mis queridos príncipes —les dijo, saludándolos—. ¿Estáis listos para la noche más importante de vuestras vidas?

—Por supuesto —dijo Nikolav. Alejandra solo asintió.

—¿Dónde están los demás? —preguntó.

—Esperando afuera —contestó Siron—. Cuando se les ordene, entrarán al castillo en fila para dirigirse al portal, una vez que esté abierto.

—¿Al portal? —preguntó Alejandra.

—Sí —contestó Nikolav—. La batalla se lucha en tierra neutral. En este caso, en un campo de batalla a un kilómetro de la prisión interdimensional que viste.

—Un campo de batalla interdimensional, entonces...

—Exacto —respondió Siron—. ¿Estás lista, querida?

—Sí —dijo ella, con la frente bien en alto.

Siron dio la vuelta y caminó hasta la ventana, hablando a la gran multitud de vampiros que estaban fuera esperando:

—¡Prepárense para entrar ni bien la puerta esté abierta! ¡El que no tenga el valor para luchar, puede retirarse ahora!

Alejandra no se encontraba mirando, pero estaba segura de que ninguno abandonaría el lugar. Había cierto orgullo en los vampiros que no les permitía desertar, podía ver eso en ellos, en todos ellos. Además, los vampiros creían en sus habilidades. Ninguno creía a las hadas capaces de vencerlos, y mucho menos con Stumik de su lado.

—Ven —dijo Nikolav, guiándola hacia el portal—. Nosotros debemos entrar primero.

Luego abrió el portal. Allí se veía el cielo rojo, con nubes negras y grises. El sol ya se había ocultado. A lo lejos, podía verse a las hadas entrando y tomando posiciones en el campo de batalla. Alejandra se había estado preguntando si ellas tenían la posibilidad de rehusarse a luchar o si tal vez no se presentarían para la contienda. Pero era obvio que estaban ahora allí y, junto a ellas, también otras criaturas fantásticas que las acompañaban. Estaba segura de que estas criaturas compartían el mismo mundo con las hadas y de que indudablemente ese era el motivo por el que eran aliadas.

Segundos más tarde, el rey de los vampiros cruzó el portal. Tras de él, miles de vampiros comenzaron a pasar, avanzando para tomar sus posiciones. Ya todo estaba casi listo para que la gran contienda comenzase. Alejandra y Nikolav caminaron junto a Siron, ubicándose al frente de todos.

Unos doscientos metros más adelante se encontraban las hadas. Al frente de ellas estaba la actual reina, junto con Lilum y un joven rubio que Alejandra creía haber visto con anterioridad, supuso que cuando había visitado a las hadas en su forma astral.

«Ya no hay marcha atrás», pensó Alejandra, mirando a su alrededor. Todas las cartas estaban echadas y deberían jugárselo a todo o nada. Ella se ubicaba del lado vencedor y eso era lo que le importaba. Aunque por dentro algo se retorcía y quería gritar, no lo permitió y se quedó parada, firme, mirando al lado oponente, sin pensar en la moralidad o inmoralidad de lo que iba a suceder a continuación.

Trató de recordar la forma en que se suponía que una batalla comenzaría. La imagen vino a su mente: el líder de cada uno de los grupos debía reunirse en el medio del campo de batalla para discutir las condiciones e intentar llegar a un acuerdo sin la necesidad de luchar, aunque todos sabían que jamás se llegaba a ningún acuerdo.

Así fue. En cuestión de minutos, tanto Siron como Muriz estaban caminando hacia el centro del campo, ambos mostrándose serios. Muriz fue quien comenzó a hablar.

—¿Con qué excusa comienzas ahora una guerra contra nosotras, Siron? Visto que siempre respetamos nuestros tratados con ustedes, incluso permitiendo que engañasen a Alejandra para que se casara con tu príncipe Nikolav y siendo que las consecuencias de tu derrota anterior han sido bien claras. Nos parece una total falta de respeto.

—Los vampiros no estamos para nada de acuerdo con las condiciones expuestas en el tratado anterior. Deseamos movernos por el mundo humano y el mundo de las hadas pudiendo tomar lo que queramos sin consecuencias. Queremos ser libres para ser lo que somos —contestó Siron de inmediato.

—¡De ninguna manera! —exclamó Muriz enojada—. No vamos a permitir que se tomen la libertad de pasar por encima de los derechos de otras razas y de exterminarlas a su antojo. Los humanos hubieran desaparecido de la faz de la tierra si no se los hubiera controlado a los vampiros, con vuestra viciosa sed de sangre. ¡No volveremos a la edad oscura!, ¡no lo permitiremos!

—Entonces acabaremos con todos y cada uno de ustedes y no nos detendremos hasta que declaren la derrota.

—¡Nunca! —exclamó Muriz—. No seas tonto. Los vampiros no podrán penetrar nuestras defensas. Algunos de los nuestros tienen el poder de crear escudos. No podrán contra nosotros.

—Eso es lo que crees tú... tu sobrina se encargará de lo contrario.

Tenemos a Stumik de nuestro lado.

Muriz palideció.

—No creo que sea capaz de levantar su mano contra su especie —dijo en un tono más tenue.

—Te equivocas —respondió Siron—. Su parte humana era más fuerte al momento de transformarse... por consiguiente, su parte vampira lo es ahora. No contradecirá mis órdenes ni las de Nikolav. No hay forma de que la puedas recuperar ahora. Deberías haberlo pensado antes de dejarla con los humanos.

Muriz sacudió la cabeza, parecía no poder creer el rumbo que las cosas estaban tomando.

—Decídete ahora. Te doy la oportunidad de retirarte sin derramar sangre de hada en este campo, si accedes a garantizar la libertad completa de los vampiros. Es simple, Muriz.

—¡No! ¡Nunca! Las hadas no nos daremos por vencidas y no permitiremos tus abusos de nuevo contra ninguna especie. Soy yo la que te exige que te retires o las restricciones contra los vampiros serán aún mayores cuando ustedes pierdan esta guerra. Les quitaremos toda zona liberada y deberán abandonar Nueva Orleans y Veliko Tarnovo. ¿Te gustaría eso?

Siron comenzó a reírse a carcajadas:

—Has perdido la cabeza, Muriz. Nos vemos en mi próxima cena.

Y con esto, Siron dio la vuelta, volviendo a su posición. Muriz hizo lo mismo. Las hadas se veían cambiadas, algunas un tanto asustadas, pero la mayoría seguía en pie, reteniendo el valor con el que habían venido, lo cual era admirable, teniendo en cuenta que en esos momentos se encontraban en una gran desventaja.

—¿Qué se supone que debo hacer? —preguntó Alejandra por lo bajo a Nikolav, luego de haber escuchado el intercambio entre los líderes de cada grupo.

—Deberás romper las defensas que algunas de las hadas generan — contestó Nikolav con tranquilidad.

—¿Cómo se hace eso? —preguntó, sintiendo el peso del gran sable en sus manos.

—Para empezar, deberás usar Stumik para romper la barrera invisible que ellas crearán, la cual tu mitad hada te permitirá ver. Luego, deberás eliminar a aquella o aquellas hadas que la generan antes de que puedan volver a hacerlo.

Alejandra asintió, tratando de tener bien claro el lado en el que estaba ahora, aunque en su estómago experimentaba un sentimiento extraño, desagradable. No deseaba matar a nadie, pero no podía desobedecer las órdenes.

Miró al lado de las hadas. La mayoría de ellas estaban vestidas con túnicas simples, al contrario de los vampiros, en cuyo bando tanto mujeres como hombres cargaban ropas de gala, como si estuvieran yendo a una fiesta. Algunos elfos vestían una especie de armadura con cota de malla y casi todos los que estaban en ese bando llevaban estacas de madera bien afiladas en sus manos y mochilas abiertas, con más esperando en sus espaldas. La estaca parecía ser el método favorito para acabar con un vampiro.

Los vampiros no tenían armas, en su mayoría, pues su mejor defensa eran sus poderes y sus colmillos. Las hadas morirían si se les quitaba la totalidad de su sangre. No se desangrarían con una herida, ya que sanaban con velocidad, por lo cual un vampiro debería drenarlas por completo para poder matarlas. Otra manera de hacerlo sería atravesándolas con el sable Stumik, del cual Alejandra era portadora. No había especie que fuese inmune a su filo.

Ella esperó la señal de Siron para hacer su parte. Lilum y Muriz la estaban mirando, como queriendo hacerle llegar un mensaje, pero Alejandra se bloqueó mentalmente para no escuchar nada que ellas quisieran decirle, y ni bien Siron levantó el brazo, desenvainó el sable y corrió rumbo a donde las hadas habían tomado posición, pudiendo ver una especie de tela transparente, un tipo de círculo protector alrededor de ellas. La cortó con el sable, haciendo que la barrera se destruyese. Las hadas estaban tomando posición con sus estacas, listas para tratar de evadir los ataques de los vampiros que ahora se abalanzaban en masa hacia ellas.

Alejandra no atacó a nadie, se mantuvo en la distancia, enfocándose con su mente en aquel o aquella hada que estaba intentando volver a construir las defensas alrededor de su grupo, sabía que podría reconocer su identidad. Mientras tanto, cientos de vampiros ya estaban atacando; algunos habían hundido sus colmillos en unas hadas, otros no tuvieron tanta suerte y recibieron a cambio una estaca en su corazón.

No sentía pena por ninguno de los ahora caídos, ni siquiera al oír los agónicos gritos de unos cuantos, solo se concentró en encontrar a quien había logrado construir otra barrera que mantenía a la mitad de los vampiros, aquellos que aún no habían logrado entrar al territorio de las hadas, del otro lado.

Finalmente, logró encontrarla, mas su corazón dio un salto al descubrir quién era. No había esperado que fuese ella a quien debería matar: Lilum...

Ella se situaba en lo alto de unas rocas, proyectando las defensas alrededor del grupo de hadas, aunque algunos vampiros ya habían logrado atravesarlas; y generaba, a su vez, una defensa alrededor de sí misma, haciendo que todo vampiro que quisiera atacarla recibiese una fuerte corriente de energía que lo dejaba como desmayado por unos instantes, lo suficiente como para que otra hada viniese y le clavase una filosa y mortal estaca en el corazón.

Alejandra caminó hacia Lilum, pero se detuvo a unos metros, sintiéndose inhabilitada para avanzar. Sus entrañas se le revolvían, dándole una sensación de inestabilidad. Eso no podía estar bien, no podía estar pasando. No podía matar a Lilum, simplemente no podía hacerlo. Ella había estado siempre a su lado desde pequeña, protegiéndola, ayudándola aun cuando ella misma se encontraba en peligro.

—¡Hazlo! —gritó de pronto Nikolav, quien se encontraba a unos metros de distancia.

—¡No puedo! —exclamó Alejandra, sintiendo una gran presión en su corazón.

—¡Te lo ordeno! ¡Como tu progenitor te lo ordeno! —gritó Nikolav, quitándose de encima un duende que se le había trepado a la espalda tratando de detenerlo, y lanzándolo por el aire, haciéndolo volar cientos de metros de distancia como si fuese un proyectil.

Alejandra sabía que, como vampira, no podía negarse a obedecer la orden de su progenitor. Hasta ahora nadie lo había hecho. Le resultaba físicamente imposible hacer que su cuerpo dejase de moverse en dirección a Lilum. Era como si no pudiera evitar que su propio ser obedeciera las palabras de Nikolav. Era una lucha entre su cuerpo, su mente y su corazón, que le decía que no podía matar a aquella bella hada que era su prima y su amiga.

Estaba ya a un metro de Lilum, quien tenía los ojos cerrados, concentrada en mantener la barrera activa, sin mirarla mientras ella elevaba el sable Stumik, lista para romper el círculo de protección que la rodeaba, lista para matarla. Cerró los ojos, tratando de ordenar a su cuerpo que se detuviera, que dejara de obedecer las órdenes de su esposo y creador.

Los abrió otra vez, apenas logrando evitar que sus manos batiesen el sable contra Lilum, justo a tiempo para ver a Siron luchando contra Muriz. Se veía que ella había logrado evadir los ataques del rey vampiro bastante bien hasta el momento. Pero al ver a Alejandra a punto de atacar a su hija Lilum, esta se desconcentró, dándole la posibilidad a Siron de encontrar su punto débil y atacarla. Él se lanzó sobre la reina, que ahora yacía bajo su peso, y le clavó sus colmillos en el cuello.

—¡No! —gritó Alejandra con desesperación, encontrando de pronto las fuerzas para controlar su cuerpo y correr hacia donde Siron y Muriz se encontraban. Sin dudarlo un segundo, usó el sable contra Siron, quien intentaba levantarse, y lo decapitó con un solo movimiento.

La cabeza del rey de los vampiros voló por los aires y acabó tirada en un pequeño lago cercano, tierra abajo, hundiéndose en él. De repente, todos los vampiros que estaban atacando, tanto como los que se encontraban fuera del campo de protección, se pusieron de rodillas, incluyendo a Nikolav. Todos se veían confundidos, como tratando de encontrar sentido a lo que ocurría. No entendían lo que estaba pasando, perder a su líder los había dejado en un grave estado de confusión. Les llevaría unos buenos minutos reponerse.

De pronto, comenzó a llover con intensidad. Todas las hadas se congregaron alrededor de Muriz, quien yacía en el suelo, sin vida. Alejandra intentó tomar su pulso, sin tener suerte alguna. Su tía, la reina de las hadas, ahora estaba muerta. Y todo había sido su culpa.

Las hadas lloraban, tratando de reanimar a su reina, sin lograr nada. Alejandra estaba confundida. Había logrado acabar con una de las mejores personas que había conocido por no haber sabido reconocer a tiempo quién era ella en realidad.

Ahora lo sabía: era un ser peligroso que no debía haber existido desde un principio. «Este sable es una maldición y no debería haber nadie capaz de usarlo», pensó.

Se alejó de la multitud de hadas, caminando rumbo a una ciudad abandonada que se vislumbraba a la distancia, bajando la colina. La reconoció como la ciudad del cuadro de su madre. Todo se veía igual, excepto que esta vez no llovía sangre. Sin embargo, se había derramado mucha esa misma noche y todo por su culpa.

Se puso de rodillas frente a un charco que parecía estar compuesto de sangre al reflejar el rojo del cielo, dejando a Stumik en su amplia falda, mientras tomaba una estaca de madera que había encontrado tirada a su lado. Debía haber volado hasta allí durante la batalla.

Nadie la detendría. Tanto los vampiros como las hadas estaban confundidos tratando de asimilar la pérdida de sus líderes. Nadie se daría cuenta de lo que estaba a punto de hacer, nadie podría evitarlo. Pensó en toda la vida que podría haber tenido, en el futuro que podría haber construido si no se hubiera dejado seducir por Nikolav, el apuesto y carismático vampiro a quien ella aún amaba a pesar de todo, a pesar, incluso, de haber sido usada para sus oscuros propósitos. «Será mejor para todos si dejo de existir», pensó. «Incluso para él».

—Dulce y oscura seducción —murmuró—. Me has costado mi vida...

Y habiendo pensado esto, sin dudarlo un instante más, se clavó la estaca en su pecho. Sintió un dolor agonizante mientras el filo perforaba su corazón y acababa con su vida. Todo se volvió negro alrededor y no vio ni sintió nada más mientras se sumergía en esa inmensa oscuridad.


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