Los Deseos de Demetrius (�...

By Donatella1212

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Un nuevo siglo empieza. En pleno año 2000, Demetrius Strauss lucha por salir a flote después de la muerte de... More

Prólogo
El Universo
El paquete
Retroceder
El autosabotaje
El crucero
Demasiado tarde
Aceptando culpas
Una noche en un millón
Frustración
El plan
La ansiedad
Disputas
No hay nada como la familia
Trascender
La sexualidad pasó de moda
La verdad sobre Matheus
Vivir en pecado
Las frustraciones
Momentos
Mathilde se come el mundo
Perdiendo la razón
El santo desorden
El suicidio
Si fuese por el sexo
Relación directa con la ilusión
Nostalgia de último momento
Sacude tus cimientos
Aire fatuo
Gélida como la nieve
Amistad fallida
Salvaje e imparable
Felino
Sorpresas
Lo real y lo efímero
Epílogo
Portada y booktrailer

La cita fallida

868 396 513
By Donatella1212

  Durante los días posteriores a la visita, Mathilde había comenzado a maldecir mucho, ella me volvía loco. Parecía infeliz de esa manera. Ella era precipitada y cuando no conseguía algo se tornaba necia.

—¿En que andan ustedes? —exclamó Matheus— ; siempre andan discutiendo como si fueran perro y gato.

—Yo no discuto —mascullé— tu amiga esta obsesionada conmigo.

—¿Hacía donde crees que se dirige esta relación? —replicó el rubio— no quiero presionarlos...pero deberían resolver sus problemas maritales fuera del horario de trabajo.

—¡Ja! Qué ridículo —dijo Mathilde.

Luego levantó su brazo derecho, me abrazó por el cuello y me plantó un beso sonoro y robusto en mi mejilla. Sentí su rostro frío por el viento que entraba por la ventana, pero en contraposición sus labios estaban tibios.

—Seré jocoso pero no idiota —dijo Matheus con una actitud risible— ¿Por qué besas a Demetrius?

La verdad que el gesto de Mathilde fue sumamente agradable, pero también fue un gesto de camadería.

—¿Estás celoso?  —agregué.

—Quizás —dijo el rubio mientras tecleaba en mi computadora— , sería mucho más eficaz si te quedarías con las dos hermanas.

—¡Basta!  La reunión terminó —chillé—, salgan de mi oficina, que el Paragua ya regresó de su desayuno.

—Tengo que ir al banco a depositar dinero —inquirió Matheus, mientras cubría sus hombros con su chaqueta de tweed beige.

—¿Cómo es posible que te vaya también con las finanzas? preguntó la rubia mientras se preparaba para bajar a la zona de cajas del hipermercado.

Porque yo, desde pequeño tuve una buena educación financiera —agregó el rubio.

—¿Y eso que significa? ¿Que venís de una familia de elitistas? —pregunté, echándole a Mathilde una mirada de advertencia para que se fijase si nuestro jefe estaba cerca.

—Si reducís gastos, vas a permitirte poder ahorrar —añadió Matheus, mirandome deliberadamente.

—Yo no te veo vivir en la miseria, es más tu casa está llena de lujos —agregó la rubia— , tenés un mobiliario de lujo, dos televisores y una computadora en tu habitación.

—¡Aja! —dije— , ¿hasta la habitación conocés?

Mathilde dió un paso hacía mí y, con voz más suave, deslizó sus dedos por mi mejilla provocándome incomodidad.

—Termínala, Mathilde —dije pronunciando su nombre con énfasis.

—Demetrius, mucha gente tiene dificultades para poder ahorrar y esto se debe a la mala optimización de la economía, esto significa que tienen una mala organización financiera —dijo el rubio observándome con recelo.

Permanecimos juntos en mi oficina hablando durante varios minutos aferrados el uno con los otros. Finalmente la voz de nuestro jefe hizo que nos separaramos con rapidez. En unos instantes volvimos a trabajar a nuestros puestos de trabajo como de costumbre.

....

   No soporto la frustración. Es triste saber que con casi veinticuatro años, mis amigos me tienen que presentar mujeres. En verdad
—y odio tener que pensar en esto— me arrimé al borde de la baranda de la escalera
—precisamente delante de todos, con una angustia irremediable—, para hacerle señas con las manos a Mathilde.

  Estaba nervioso y sudado, pero sentía frío al mismo tiempo, sentía mi cuerpo como plomo y hasta me temblaban los brazos.
¡Que mierda! ¿Por qué tengo que recurrir a mi amiga para conseguir una estúpida cita?
¡Bueno, maldita mi vida y maldita suerte!
Siempre fui un chico un poco tímido, de esos que en lugar de ir a patear en la cancha, siempre terminaba de arquero en un amistoso de fútbol.

Siempre tuve lo que quise, una casa, un auto y una familia —bueno, aunque mi padre siempre me presionó para que siguiera su legado en el campo automotriz—, siempre amarrado a la falda de mamá, con una mente que luchaba por contener mis deseos.

  Poco a poco iba creciendo como todos: realmente llegué a ser lo que soy ahora, un fracasado en el amor y en las finanzas.
¿Por qué no soy inteligente como Matheus?

No podía salir del cascarón. Aunque solo pude seguir fingiendo, como lo había hecho hasta ahora. Recuerdo que entonces dije en voz alta: "Jesús, perdóname. No quiero tener ese fetiche tan extraño". Sin embargo, ahora que sé que Matheus tiene la misma fijación y sin embargo es exitoso en la vida; yo me pregunto: ¿Y ahora qué? ¿Debo decírselo? ¿Se reirá de mí?

  Quizás lo mejor es ocultarlo, o ir directamente a decírselo y contar la verdad, en la forma exacta de como la estoy pasando con este secreto. También diría que, el infortunado paquete de revistas, lo había dejado a merced de las burlas. Yo lo hice sin premeditación ni alevosía, ni siquiera sabia que a Matheus le gustaban los pies de las mujeres.

  Si se lo digo, ¿Después qué? Me culparían al bajar la mirada. Tal vez —no; certeza que no— Mathilde comenzaría con sus juegos de mal gusto. Y entonces, quizás podría caer en una irremediable depresión. Después de todo tengo que mantenerme en pie por la salud de mis padres.

  También me preguntaba, si Matheus incorporaba su adoración, durante el coito sin que las mujeres piensen que lo que él practica es una herejía. Sin sus consejos podría llegar a estar tan confuso y atrapado, como en un callejón sin salida.

  Pero así, corro el riesgo de no encontrarme a mi mismo. Es similar a estar parado en la calle, observar a un BMW con chapas Francfort y no poder subirse, y no poder conducir con el placer de poder palpar con emoción aquello que tanto me atrae.


.

....

Finalmente tuve que aceptar una cita arreglada por mi amiga. El encuentro sería en un bar del microcentro.

Cuando estacioné el auto, pude verla a través de los cristales del local. A simple vista se veía bonita. Vestía un blazer blanco en combinación con sus zapatos de tacón. Cuando entré por la puerta entrecerré mis ojos con una mirada complacida. No quería que Rubí sienta mi estado de éxtasis.

—Hola querido—. Me dijo tendiendo la mano y al sentir la suavidad de su piel, mi corazón comenzó a latir con más fuerza de lo usual.

Si alguien no llega pronto con dos Mimosas, terminaremos siendo muy buenos amigos —añadió Rubí, con una sonrisa.

—¿Qué te pasó cuando me viste en tu
casa? —pregunté tímidamente.

—Sonará extraño, pero es una de las primeras cosas que pensé hoy —inquirió Rubí—, fue que en verdad eres alto y tienes unos ojos azules muy atractivos.

Cuando la hermana de Mathilde dijo esas palabras, en mi interior dije: ¡Sí!

—Es bueno que no te hayas asustado — agregué—, es que irrumpimos en tu departamento sin previo aviso.

—¿Qué pensaste tú al verme? —exclamó temblorosa —odio preguntar eso... pero tengo curiosidad.

—Pensé que eras linda, creo que nunca estuve con la hermana gemela de alguien — dije con un tono de voz sutil— , no pareces ruda como tu hermana Mathilde.

—Me siento incómoda —dijo Rubí.

Cuando mencionó que estaba incómoda, me sentí en un callejón sin salida. Pero quizás no. ¿Que haría Matheus en esta situación? Seguramente comenzaría a alardear para conseguir la aceptación de su cita. De golpe me di cuenta que tenía que ir a vomitar, y ni siquiera habia tomado un sorbo de mi cóctel.

—Bueno, es mejor que brindemos por esta cita —dije conteniendo la respiración.

—¡Chin chin! —respondió ella con una sonrisa que volvió inmediatamente a su rostro.

De la calle me llegó un sonido de la puerta metálica del bar al abrirse de golpe. ¿Matheus? ¿Por qué esta aquí?

Miré por la ventana y vi a mi compañera de trabajo, del departamento de cobranzas del hipermercado, Monique. Ella estaba de pie en la vereda fumando un cigarrillo, con un vestido mugriento y un labial rojo que le había pintado sus dientes.

Matheus llegó como un impestuoso fantasma, entre la luz tenue del local. Él caminó en dirección oblicua hacia mi mesa e hizo una seña con la mano y para que salgamos a hablar a la acera.

—Demetrius, te estuve buscando durante horas —dijo el rubio—, tu padre tiene mi auto en el taller.

—Lo sé —agregué— ve a buscarlo, ¿tocaste el timbre de mi casa?

Matheus odiaba que le retengan su vehículo, él estaba exasperante y quería que vaya hacía el local de mi padre para poder sacar el auto.

—¡Estoy en una cita! —mascullé.

Mi jersey era grueso y estaba sudando de los nervios. Sin contar que el putesco perfume que traía mi amigo, que me provocaba que mis náuseas se intensifiquen.
Contuve la respiración y dije:

—Monique, ven aquí. La señorita que está sentada allí es la hermana de Mathilde
—expliqué— , ¿puedes acompañarla en la mesa?

—Oh, sí —dijo Monique—, pensé que era Mathilde.

—¡Eh, tómatelo con calma! —me gritó Matheus.

—Explícale a la señorita que tuvimos un percance, que vuelvo en un santiamén.

Monique río sacarronicamente y dijo:

—¿Es tu cita? ¿Sales con ambas hermanas?

—Tú y tus chistes, son cada vez peores — dije— , ya volvemos.

.

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