7:00 am.
Suena mi despertador.
Me giro para apagarlo y vuelvo a mi postura original. Y entonces te veo.
Y pienso. Pienso en lo que guapo que estabas ayer con mi camisa blanca y pienso en lo guapo que estás en pijama.
Sonrío.
¿Recuerdas la noche de ayer? Porque yo me acuerdo perfectamente.
La música sonando y nosotros bailando, a su son, dejándonos llevar por su melodía. Y entonces lo hice. Te cogí de la mano.
Sonrío.
Después de aquello me dirijiste una mirada cálida, silenciosa a la que no supe responder con palabras, así que hice lo primero que se me vino a la cabeza y te besé.
Sonrío.
Y para sorpresa de los dos, no fue un beso lleno de lujuria y deseo. Fue un beso tierno y cariñoso. Tus labios son tan delicados y tú eres tan frágil.
Sonrío.
Recuerdo cuando todo se acabó y tuvimos que regresar a la habitación.
Todavía seguíamos teniendo las manos entrelazadas y ninguno de los dos queríamos separarlas, así que simplemente volvimos unidos. En cuerpo y alma.
Te echaste a la cama y susurraste un "estoy agotado" tan bajo que no creerías que nadie fuera a oírte. Pero yo sí, yo lo oí.
Sonrío.
Lo que pasó después es algo que solo tú y yo debemos saber.
Acabamos agotados tanto del día como de la noche, pero yo ya no sé elegir cuál fue mi momento favorito.
Suena otra vez la alarma. Esta vez es la tuya.
Sonrío.
Te beso.
Y nos besamos.