Sangre Enamorada: Sangre enam...

By NataliaAlejandra

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♥PRIMER LIBRO DE LA SAGA♥ Cuando Alejandra vio por primera vez a aquel desconocido, nunca imaginó cuánto se... More

Nota de la autora
PRIMER LIBRO
Playlist
#SE - Capítulo 1
#SE - Capítulo 2
#SE - Capítulo 3
#SE - Capítulo 4
#SE - Capítulo 5
#SE - Capítulo 6
#SE - Capítulo 8
#SE - Capítulo 9
#SE - Capítulo 10
#SE - Capítulo 11

#SE - Capítulo 7

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By NataliaAlejandra

ESE DÍA FUE REALMENTE LARGO, más de lo previsto, y Alejandra no tuvo mucho tiempo para pensar. Razzmine la mantuvo ocupada todo el tiempo haciendo alguna cosa: eligiendo flores, probando tartas, seleccionando manteles y platería, entre tantas otras preparaciones que debían realizar para la boda. Ambas se habían asegurado de que esta fuera fantástica, por más que no habían dispuesto del tiempo suficiente para organizarla con gran detalle. De alguna extraña manera, Nikolav se las había ingeniado para invitar a cientos de personas que ya habían confirmado que vendrían. Bueno, la mayoría no serían personas. Serían vampiros. Alejandra estaba bien al tanto de ello.

Cuando terminaron con todo y Razzmine al fin se retiró, ya había oscurecido. Alejandra, entonces, fue a su habitación. No quería que Nikolav la viese antes de la boda, y sabía que él pronto se levantaría. Ya allí, cerró bien las puertas y se dispuso a relajarse. Sentía muchos nervios, estaba siendo forzada a casarse, y necesitaba poder pensar de manera más clara. Fue a su baño y llenó la tina con agua caliente, a la que le agregó sales relajantes. Luego de desvestirse, se sumergió en aquel líquido tan agradable, cerrando los ojos mientras su cuerpo disfrutaba del tratamiento.

Mientras estaba así, trató de recordar la manera como había conocido a Nikolav, e hizo un gran esfuerzo para que su mente volviese atrás en el tiempo. Recordó ese viernes por la tarde cuando volvía a casa después de clases, y recordó ver a Nikolav subiendo al autobús y dirigiéndose directamente a ella. Ahora sabía que ese encuentro no había sido para nada casual; él la había estado buscando y la había encontrado. También pudo acordarse que lo que más le había llamado la atención en él eran esos extraños ojos de un color celeste claro, tan celestes y tan fríos como el hielo de un iceberg que se encuentra a la deriva en el mar. Rememoró esa sonrisa un tanto sugestiva que le había obsequiado, una sonrisa de satisfacción por haber logrado su objetivo.

Luego, comenzó a repasar los acontecimientos insólitos que sucedieron. Su iPod se había apagado... ¿había sido Nikolav quien había causado aquello?, ¿tendría la habilidad de apagar objetos electrónicos? Tal vez... ¿Y que más había sucedido? Después, se habían dirigido unas palabras; él había preguntado dónde quedaba el bar Stiller y ella había contestado que quedaba justo donde ella se bajaba, ya que era frente a su casa. ¿Habría él elegido ese lugar solo porque ella vivía en frente? A Alejandra ya no le quedaban dudas de ello. Nikolav había planeado todo a la perfección.

Recordó después haberse bajado del autobús y haberle indicado a Nikolav donde quedaba el bar, luego de lo cual se fue a su piso.

«Espera...», pensó, «¿realmente me fui a mi departamento?». Realizó un gran esfuerzo para poder encontrar la pieza del rompecabezas que le estaba faltando, y finalmente lo logró. No, no se había ido a su piso. Cuando había querido hacerlo, Nikolav la había tomado con esas manos tan frías que él tenía y la había mirado directamente a los ojos, hipnotizándola con ese truco que solía realizar con su mirada...

—Ven conmigo y haz todo lo que yo te diga —había dicho. Alejandra había hecho caso y lo había seguido. La llevó hasta detrás del bar, donde había una lujosa residencia.

Ella había preguntado si ese lugar le pertenecía, y él le había dicho que sí, que todo eso ahora era suyo, incluido el bar. Luego, la había tomado de la cintura, trayéndola cerca de él, como si ambos ya estuviesen familiarizados. Ella había comenzado a entrar en pánico.

—Tranquila, tan solo déjate llevar. No tengas miedo —había propuesto él, tranquilizándola con su voz, mientras abría su boca dejando ver dos grandes colmillos blancos.

Después, Alejandra no había sentido nada de miedo en absoluto, no le había parecido extraño ver eso, ni siquiera cuando la cabeza de Nikolav se había dirigido directo a su cuello, mordiéndola, bebiendo de su sangre.

—No recordarás nada de lo que pasó después de que me dijiste cómo llegar hasta aquí. ¿Entendido? —le dijo una vez que la soltó. Ella había asentido, moviendo su cabeza de arriba hacia abajo.

—Ahora —había continuado Nikolav—, quiero que me des eso que quisiste esconder de mi vista. —Se estaba refiriendo a su dibujo.

Entonces, había abierto su mochila y le había entregado el dibujo que aún estaba sin terminar.

—Muchas gracias, mi princesa —le había contestado él, y luego la había vuelto a acompañar a la parada de autobuses, desde donde ella había caminado hasta su edificio, había abierto la gran puerta transparente y lo había mirado a él, una vez más, ya sin acordarse de lo que le había hecho.

Pero ahora se acordaba, y todo volvía a cobrar sentido. Ahora sabía cómo había perdido la memoria, cómo había llegado a olvidarse de veinte minutos de su vida y cómo había perdido su dibujo, que más tarde vería colgado en el bar, en una versión ya finalizada. Una versión que Nikolav de seguro había terminado él mismo, si es que poseía dotes artísticas, o había hecho terminar por otra persona.

Abrió los ojos, sin saber cómo sentirse ahora que podía recordarlo todo. Prefirió no seguir repasando lo que había sucedido luego, cuando se había encontrado con Nikolav en el bar y había terminado en su cama. Tal vez más tarde lo intentaría, pero por ahora era demasiado.

No sabía cómo era posible que su vida hubiera cambiado de forma tan drástica, y que a la vez se hubiera adaptado tan bien a esos cambios. Había perdido prácticamente todo lo que había tenido, aunque eso no fuera demasiado, y lo que ella había sido ya no volvería a serlo jamás. Todo esto le causaba una especie de tensión, un dolor en su interior; pero era como si hubiera nacido para eso. Quizá por tal motivo no le costaba amoldarse, acostumbrarse a las nuevas condiciones. Puede que incluso disfrutara de lo que le estaba pasando. No sabría decirlo.

De a poco iría acomodando en su mente todas aquellas experiencias y la información que había ido acumulando. Sabía que aún le quedaban muchas cuestiones por aprender, tal vez más habilidades por descubrir. El destino era todavía muy incierto, pero Alejandra esperaba que todo lo que sucediese fuera para mejor, que la ayudase a crecer.

Salió de la bañera y se envolvió en una pesada toalla negra. Caminó hacia la ventana tan solo con esta puesta y miró hacia afuera, hacia el jardín. Una enorme luna se veía en el cielo. Era similar a la luna llena que estaba acostumbrada a ver en Buenos Aires, aunque se la veía un tanto rojiza, y un poco más grande de lo normal. Le daba un especial toque de belleza, aunque a la vez creaba la sensación de que algo no estaba del todo bien. Le generaba un mal presentimiento. Algo malo ocurriría. Cerró la ventana para no ver más la luna y se vistió, poniéndose una larga camisola negra. Quería acostarse a dormir, estaba cansada, y el sábado sería un largo día.

Comprobó que el último cuadro que había pintado estuviera en el mismo lugar donde lo había dejado y, luego, se metió en su cama, en aquella nueva cama donde ya se había acostumbrado a dormir. Se preguntaba si dormiría también allí la noche siguiente o si Nikolav tenía otros planes para su noche de bodas. Se quedó pensando por tan solo un par de minutos, pues al rato ya estaba dormida.

***

Alejandra se encontraba recorriendo las calles de una vieja ciudad abandonada. El cielo se notaba gris y había muchísimo viento. Se podía oír el ruido de ventanas azotándose con el impetuoso poder del aire, pero ella seguía caminando sin prestar atención a eso. Una tormenta se avecinaba y quería marcharse antes de que la lluvia la alcanzase. Caminaba rápidamente, sintiendo que era urgente salir de allí, hasta que oyó la voz de una mujer, con un acento fuertemente marcado.

—¡Señorita!, ¿quiere que le prediga el futuro? ¡Le leo la mano!

Se sorprendió de que alguien aún estuviese allí, y se dio vuelta para ver a la mujer que le hablaba. Era una vieja gitana, quien llevaba un pañuelo atado en la cabeza y sonreía amablemente.

—No tengo dinero para pagarle —contestó, dándose cuenta de que no llevaba nada consigo, sus bolsillos se encontraban vacíos.

—No importa —contestó la mujer—. Le leo la mano gratis. No se preocupe.

—Está bien —asintió y se acercó a la gitana. ¿Qué podía perder?

La anciana le tomó la mano izquierda con las dos suyas y se concentró en mirar cada detalle. Casi de inmediato, levantó la vista soltándole la mano con brusquedad. Se la notaba asustada.

—¡Dios mío! —exclamó la mujer—. ¿Qué es lo que eres?

—¿Por qué me pregunta eso, señora? —cuestionó Alejandra.

—No eres humana, de eso estoy segura... y lo que serás en el futuro aún es incierto... pero de ti depende la supervivencia de una especie, o su extinción completa. El amor podrá cegarte, pero no importa lo que suceda, deberás buscar dentro de ti la luz que te guíe para tomar las decisiones correctas. Eres... peligrosa.

Alejandra no entendía nada. ¿Peligrosa, ella?, ¿ella que nunca había matado un mísero mosquito podría lograr semejante daño?

—No termino de entenderle, señora —le dijo, perpleja.

—¡Ay, hija! No creo que sea posible que ahora lo comprendas, sin embargo es de vital importancia que recuerdes todo, en absoluto, y que puedas recordarlo de nuevo en cuanto vuelvas a cambiar. No te olvides de quién eres realmente.

—Gracias por su consejo —respondió Alejandra. Luego, se dio vuelta y siguió caminando, queriendo salir de aquel lugar lo más rápido posible.

Pronto, comenzó a llover. Pudo ver cómo grandes y pesadas gotas de sangre caían sobre su piel, sobre su pelo y sobre sus ropas; y entonces comenzó a correr horrorizada, como si de ello dependiera su vida.

Abrió los ojos, casi saltando de la cama. Estaba agitada, pero se dio cuenta de que todo había sido solo un sueño. No había nada de sangre en su cuerpo ni en su cabello. Suspiró aliviada. Aquella había sido una terrible pesadilla. Esperaba que las palabras que le había dicho la gitana en el sueño también fuesen mentira.

Luego, después de repasar un poco, sentada en su cama, recordó haber visto el lugar de su sueño en algún otro lado antes. ¿Dónde? Sí, ya lo sabía. Se levantó y caminó hasta el pasillo, donde recordaba haber observado ese cuadro que tanta impresión le había causado. En él se veía una antigua ciudad en ruinas con enormes nubes grises encima y, a lo lejos, se veía la figura de una pequeña mujer. Pudo reconocer allí a la gitana con la que había hablado, por más pequeña que se la veía en la imagen.

«¡Cielo santo!», pensó, «¿cómo puede ser?».

Eso ni siquiera lo había pintado ella, ni era un lugar que hubiera conocido. ¿Cómo habría ido a parar allí?

Examinó un poco más la pintura y vio la firma que en ella había, decía «Anja».

—¿Anja?, ¿mi madre biológica?, ¿ella pintó esto? —se preguntó Alejandra en voz alta, entendiendo ahora de dónde venía su don descubierto. Ese lugar debía de tener algún significado especial si su madre lo había pintado. ¿Pero cuál?, ¿y quién era esa gitana con la cual había hablado?

Recordó las palabras que la mujer había dicho.

—Recordar, debo recordar —se repitió a sí misma, mientras volvía a su habitación.

Entonces, se volvió a acostar y se durmió.

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