El desconocido.

By NaiaraHernandezGonza

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Vicky buscaba olvidar en aquella noche, con lo que no contaba es que apareciera el hombre que turbaría sus su... More

El desconocido.
Capítulo 1: ¿Quién es el desconocido?
Capítulo 2: Volver a caer.
Capítulo 3: Un despreciable mentiroso.
Capítulo 4: Una propuesta inesperada.
Capítulo 5: Seamos amigos.
Capítulo 6: Sorpresa, sorpresa...
Capítulo 7: Mi nota favorita.
Capítulo 8: Don't know why.
Capítulo 9: La confesión.
Capítulo 10: Deseo concedido.
Capítulo 11: Una fiesta, un orgasmo y muchos celos.
Capítulo 12: Como niños.
Capítulo 13: Y llegó...
Capítulo 14: Olvidar...
Capítulo 15: Secretos desvelados
Capítulo 16: La nueva Vicky
Capítulo 17: La verdad y solamente la verdad.
Capítulo 18: Dejando de ser una desconocida.
Capítulo 19: Te necesito.
Capítulo 20: Buscándome.
Capítulo 22: Una desagradable visita.
Capítulo 23: Otro punto de vista.
¡SEGUNDA PARTE!
La Desconocida.

Capítulo 21: Vacaciones.

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By NaiaraHernandezGonza

Capítulo 21: Vacaciones.

Inglaterra era magnifica. Había soñado con visitar aquel país desde que en mi manos cayó Romeo y Julieta, quería conocer el lugar donde había vivido el gran Shakespeare.

En cuanto llegué al aeropuerto Heathrow cogí mis maletas y me dirigí, con la ayuda de los carteles informativo, a la parada de taxis. Me subí en el típico taxi londinense; elegante, negro y antiguo, aunque por dentro era otro cantar, la apariencia añeja del exterior desaparecía.

Me hospedé en un hotel en el centro de la ciudad. En cuanto vi la inmensa cama de la habitación no pude resistirme a dejarme arrastrar a los mundos de Morfeo. El viaje y toda la extenuación del fin de semana me cobraron factura.

A la mañana siguiente mi móvil fue el encargado de despertarme a las nueve en punto. Mel llamaba para preguntar como me había ido el vuelo y como me encontraba, simplemente le dije que todo estaba bien, no sabía si le mentía o por el contrario me encontraba bien. Ni yo misma conocía mi estado de ánimo. Durante media hora hablamos y hablamos, le pedí que no le dijera a nadie donde estaba y que no llamara, pensaba apagar el móvil, desconectarme de mi vida y disfrutar. Le prometí que  al menos me pondría en contacto con ella una vez al día para asegurarle que todo iba bien.

Entusiasmada me preparé y fui a conocer la capital de Inglaterra.

Con un café en la mano caminé por que aquellas calles, parecía que me hubiese transportado a otra época. Londres siempre me había parecido un lugar con la elegancia de los años veinte. Mientras andaba imaginaba una historia de amor, un beso perfecto bajo la luz de la luna, con la antena mirada del Big Ben y la preciosa estampa del Támesis. En cuantos mis ojos captaron aquella imagen saqué una pequeña libreta y un bolígrafo de mi bolso, me apoyé en un muro del puente Westminster y comencé a escribir, únicamente levantaba la vista de la hoja para observar a alguna gaviota que sacudía su alas cerca de mi.

Mi estómago rugió, miré la hora y me sorprendí al ver que había pasado más de cuatro horas escribiendo.

Comí en un bar acogedor. Me decanté por el típico plato ingles “Fish and chips” que consistía en una merluza rebozada y patatas fritas, con un rodaja de limón. Entre el hambre que tenía y que la comida estaba buenísima, lo engullí en menos de cinco minutos.

Volví al palacio de Westminster, pero aquella vez decidí entrar y conocerlo por dentro. Era simplemente espectacular.

Estaba disfrutando como una niña pequeña en aquel país, alejada de todos mis problemas, pero todo el esfuerzo que había hecho por mantener a Ryan fuera de mi mente se fue abajo en cuanto la noche cayó.

Me senté en un pequeño bar cerca de la orilla del Támesis, los enormes ventanales me permitían observar a los viandantes y las tranquilas aguas del río.

Imaginé que Ryan estaba sentado frente a mi, mirándome a la vez que sonreía con picardía y se llevaba la copa de Whisky a los labios, unos labios que echaba tanto de menos que me dolía recordarlos. Imaginé como un mechón de pelo le caería por su frente, como su sonrisa de ampliaría al yo, con dedos temblorosos le colocaba aquel mechón juguetón en su sitio.

Pegué un largo trago a mi Whisky, le empezaba a coger el gusto a aquella bebida, y observé como en el exterior la gente comenzaba a correr intentado resguardarse de las gotas de lluvía. Volví a sacar la libreta y volví a escribir hasta que el camarero me avisó que cerrarían en breve. Volví al hotel.

Encendí el móvil, acurrucada bajo el edredón y el aviso de veinte mensajes apareció en la pantalla.

Dos eran de Mel, pidiéndome que la llamara cuanto antes.

Uno de César recordándome que lo pasara bien y que disfrutara.

El resto era de… Ryan.

                             “Necesito hablar contigo”

                              “Vicky contesta a mi llamadas por favor”

                               “¿Se puede saber donde estas? Estoy preocupado, llámame”

Todos eran una larga sucesión de lo mismo, junto con otros de llamadas perdidas. Hasta el último mensaje enviado hacía tan solo diez minutos.

                                   “¿De viaje? ¿Te has ido de viaje? Por favor llámame, escríbeme, algo…

                                    me estoy volviendo loco.”

Cavilé durante varios segundos que debía hacer; llamarlo, escribirle o simplemente ignorarlo.

El móvil sonó, sobresaltándome.

Miré la pantalla: Mel.

–Te dije que yo te llamaría– le recordé.

–Lo sé, pero…– se calló unos instantes y continuó– Ryan ha estado en mi casa.

Aquellas palabras hicieron que me incorporara en la cama, apoyando mi  espalda en el cabecero acolchado.

–¿Cómo? ¿Qué hacía ahí? – Pregunté nerviosa.

–Me preguntó por ti, me dijo que necesitaba hablar contigo urgentemente.

–¿Te dijo de que se trataba?

Sentía el corazón martilleandome en el pecho.

–No, simplemente me dijo que tenía que hablar contigo cuanto antes. Parecía…–Volvió a dudar– desconcertado.

La imagen de un Ryan confundido mientras le rogaba a Mel que le dijera mi paradero hizo que un escalofrío recorriera mi cuerpo.

–¿No le habrás dicho donde estoy? – Aquella idea me hizo estremecer, había ido a aquel país a olvidarlo, no a encontrármelo al cruzar cualquier esquina, pero una parte de mi, una gran parte, deseaba, anhelaba encontrarlo.

–No, solo le he dicho que estabas de viaje, pero que ni siquiera quisiste decirme a donde ibas.

Solté todo el aire que no me había dado cuenta que contenía y susurré:

–Gracias.

Al colgar me acosté mirando al techo de la habitación. Agradecía a Mel que no le hubiera dicho donde estaba, pero a la vez me sentía desilusionada; me hubiera encantado que Ryan apareciera en Londres, que me dijera que me echaba de menos, que abandonaba todo por mi… Mi mente romántica no tenía remedio.

El móvil volvió a sonar, esta vez avisándome de un nuevo mensaje.

                                    “Entiendo que no quieras coger mi llamadas, pero necesito saber

                                     que estas bien. Por favor, respóndeme.”

Lo releí unas diez veces sin saber exactamente que tenía que hacer. Terminé respondiendo:

                                       “Lo estoy”

Apagué el teléfono, me di media vuelta en la cama y me dejé dormir. Aquella noche soñé con la misma imagen que imaginé junto al Támesis; un beso perfecto bajo la luz de la luna, pero en mi sueño las siluetas de los amantes tenían identidad, la mía y la de Ryan.

El martes me encantó ver que nevaba. El invierno era una de mis estaciones favoritas junto con la primavera. Ver nevar o llover era algo que me relajaba, siempre aliaba aquellos fenómenos atmosféricos con: chocolate caliente o café, un buen libro y quedarme horas sumergidas en una historia, sentada en el sofá con una manta. Pero dado que estaba de “vacaciones” aquella idea fue descartada.

Me subí en el metro y me dirigí a Marylebone Road, para conocer el museo Madame Tussaudg. Me perdí en un mundo de estrellas de cera. Me fotografíe con todas o casi todas. En cuanto tube delante la figura de William Shakespare sonreí con tristeza, me saqué una foto y seguí mi recorrido, imaginado a Ryan a mi lado, sonriendo y cogiendo mi mano. Al terminar cogí un taxi y en cinco minutos estaba el Museo Britanico, donde pude disfrutar de antigüedades prehistóricas y medievales, objetos de la Antigua Grecia o el Antiguo Egipto. Todo me cautivaba, miraba aquellas reliquias imaginando las grandes historias que habrían detrás. Miré maravillada el atrio situado en el centro del museo, con un techo de cristal perteneciente a la sala de lectura. Era como una niña pequeña en una tienda de chuches.

Estaba tan absorta en las piezas del museo que no me percaté del hambre que tenía hasta que salí en dirección al Ojo de Londres. Paré en un pequeño puesto donde me pedí un creps de chocolate que devoré con gusto, antes de subirme en la enorme noria.

La imagen que vi ante mí me enamoró; el gigantesco redondel se alzaba en medio de una calle con decoración navideña, iluminado en un tono azul que destacaba en contraste con el cielo negro. Mirar aquellos ciento treinta y cinco metros de altura hacía que me sintiera insignificante.

Tomé aire y con las piernas temblando entré en una de las cápsulas de cristal. Para mi poca suerte me tocó con cuatro parejas que estuvieron dedicándose miraditas y besitos, mezclado con palabras románticas unos en ingles y para mi sorpresa otros en español. Me giré, ignorándolos y me centré en las maravillosas vistas; Londres nevado era una imagen digna de ver. Las luces de los miles de hogares junto con los adornos navideños de las calles era una estampa preciosa. En aquel momento deseé tener a alguien que me abrazara desde atrás, susurrándome un te quiero, deseé tenerlo a él.

Me recordé lo idiota que parecía pensando en Ryan en ves de disfrutar de aquel magnifico lugar. Pero ahí estaba yo, imaginándomelo con la vista puesta en algún lugar de aquella ciudad mientras me abrazaba. Y él… él estaría ultimando los detalles para su boda.

Estaba realmente cansada de que mi mente me recordara lo que mi corazón quería olvidar.

El miércoles decidí descansar, llovía y hacía demasiado frío. Preparé las maletas para el jueves viajar hasta Warwickshire.

Hablé con Mel, con mis padres y con las Ret. Todos preguntaba una y otra vez cuando se acababan mis vacaciones, yo me limitaba a responder un “No lo se”. La verdad era que no quería irme de Inglaterra, tenía miedo de volver y encontrarme a un Ryan felizmente casado.

Casi cuatro horas y media entre metro y autobús llegué a Warwickshire, un precioso y encantador condado de Reino Unido. Elegí hospedarme en el municipio natal de Shakespeare; Stratford-Upon-Avon, en un acogedor hotel rodeado de jardines y con vistas al río Avon.

Estaba agotada por las horas de viaje, pero decidí salir y caminar por los mismo sitios que un día lo hizo el dramaturgo. No pude evitar sentir cierta emosión al ver la casa en la que vivió. Pensé en Ryan y en la cara que pondría al ver aquel lugar por primera vez. Lo echaba tanto de menos… No sabía si era peor saber que estaba a miles de kilómetros de mi, o tenerlo cerca sabiendo que no podía tocarlo.

Me mataba el hecho de no poder oírlo, mirarlo, besarlo… Lo necesitaba tanto como el oxigeno.

Mi mano agarró el móvil en un acto inconsciente, lo miré y dudé si debía hacerlo.

Encendí el aparato y los nervios me traicionaron al poner el pin, lo intenté una segunda vez y acerté. Miré los siete mensajes pendientes que tenía, ninguno era de él. Marqué el número que ya me sabía de memoria y el miedo me atenazó cuando sonó el primer pitido, al tercero me dispuse a colgar cuando su voz llegó desde el auricular, haciendo que temblara.

–¿Vicky? – sonaba sorprendido.

–Hola…– No tenía claro que debía decir.

–¿Dónde estas? ¿Estas bien? – Las preguntas se atropellaban unas con otras.

Me senté un un pequeño banco intentando aclarar mi ideas.

–Estoy de vacaciones. Y sí, estoy bien, no te preocupes…

–¿Qué no me preocupe? –Me interrumpió, parecía alterado– Has desparecido después de aquella noche. Lo ultimo que supe de ti es que te habías acostado con…– Se calló y oí como tomaba una bocanada de aire para tranquilizarse– Lo siento… yo… Me estoy volviendo loco sin tenerte a mi lado.

–Ryan…– intenté pararlo.

–Escuchame por favor– me rogó– Vicky no tengo ninguna idea clara en estos momentos, mi cabeza es un caos, solo se que te quiero, que te necesito a mi lado. Es lo único que quiero, tú eres lo único que quiero.

Me empezaba a dar cuenta que aquella llamada había sido un error y uno muy grande ¿Cómo iba a olvidarlo si aquella palabras conseguían que me derritiera?

–Ryan no puedes decirme esto. No si mañana vas a darle el si quiero a otra mujer.

–Pídime que no lo haga. Pídime que lo deje todo y lo haré.

La respiración se me cortó ¿Realmente habí oído bien?

–Pídemelo Vicky, por favor– su voz a penas fue un susurro.

Había escuchando perfectamente.

Cerré los ojos con fuerza, quería gritarle que lo hiciera, que abandonara todo, pero en lugar de eso dije:

–Lo siento Ryan, no puedo hacerlo. Tú eres quien debe tomar esa desición– Las lágrimas inundaron mi ojos, en ese momento sentía que moría– Yo solo quiero que seas feliz. Si fuera yo quien te lo pidiera sentiría que te estoy obligando a hacerlo.

–Vicky yo…

–Esta llamada ha sido una etupidez– dije con la voz entrecortada– Cuídate Ryan.

Y colgué.

Acababa de tener la oportunidad de pedirle que me eligiera a mí y en lugar de aprovecharla, la rechacé. Era una completa idiota.

Me tapé la cara con las manos y dejé que las lágrimas cayeran, con la esperanza de que se llevaran el dolor con ellas. No fue así.

Regresé al hotel encerrándome en la habitación. Había ido a aquel lugar con intención de encontrarme y en lugar de eso me había perdido aún más. En aquel momento me sentía como una autentica desconocida, cuando miraba mi reflejo en el espejo era como estar observando a una mujer totalmente diferente ¿Qué me había pasado? Había tenido la ocasión perfecta para intentar ser feliz a su lado y la desaproveché ¿Acaso me estaba convirtiendo en una masoquista a la que le gustaba vivir sumergida en el dolor?

Aquella noche no conseguía dormir, no paraba de recordarme que en pocas horas Ryan se casaría con Helena y yo podía haberlo impedido. Quise coger un vuelo, plantarme en aquella boda e impedírselo, en su lugar me acurruqué y lloré como nunca lo había hecho.

El teléfono de la habitación sonó, despertándome. Miré la claridad que entraba por la ventana, era viernes. Observé la hora que marcaba en pequeño reloj que colgaba de la pared, a esa hora Ryan y Helena eran marido y mujer.

Al contestar la llamada la recepcionista me informó que Mel Granet deseaba hablar conmigo. Mi amiga era la única que sabía donde me hospedaba.

–¡Vicky! –Chilló al otro lado de la línea, las siguientes frases que dijo no las entendí, hablaba demasiado rápido.

–Mel, me vas a dejar sorda– Me quejé– Cálmate, no he entendido nada de lo que has dicho.

–¡No lo ha hecho Vicky! ¡No lo ha hecho! – Chillaba eufórica.

Arrugué el ceño sin comprender a lo que se refería.

–¿De que hablas? ¿Quíen no ha hecho que?

–Ryan…–Respiró profundamente y pude oír como pegaba saltitos a la vez que decía– ¡Ryan no se ha casado! ¡No lo ha hecho!

Continuará…

Ha todos los seguidores de esta historia, os informo que esta llegando a su fin, pero no será el fin… Ya que he pensado en una segunda parte. Para saber más uníos a la página de Facebook:

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