Sangre Enamorada: Sangre enam...

By NataliaAlejandra

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♥PRIMER LIBRO DE LA SAGA♥ Cuando Alejandra vio por primera vez a aquel desconocido, nunca imaginó cuánto se... More

Nota de la autora
PRIMER LIBRO
Playlist
#SE - Capítulo 1
#SE - Capítulo 2
#SE - Capítulo 3
#SE - Capítulo 4
#SE - Capítulo 5
#SE - Capítulo 7
#SE - Capítulo 8
#SE - Capítulo 9
#SE - Capítulo 10
#SE - Capítulo 11

#SE - Capítulo 6

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By NataliaAlejandra

CUANDO DESPERTÓ, ya había amanecido y se encontraba de nuevo sola en la cama. Nikolav debía de haberse ido hacía ya un rato. Recordaba todo lo que había ocurrido la noche anterior y sabía que esa era la primera vez que había tenido contacto físico con él sin sufrir pérdida de memoria... porque no era la primera vez que estaban juntos y eso lo sabía muy bien. La noche anterior, su cuerpo parecía recordar muy bien el del vampiro, y le respondía. Parecían hechos para amoldarse el uno al otro.

Al fin había podido darse cuenta de qué día era tras haber estado dándole vueltas a ese pensamiento en varias oportunidades. Era ya jueves y faltaban solo dos días para su boda. Había llegado a ese lugar el domingo por la noche, se había despertado y había descubierto que estaba allí el día lunes, el día en el que había conocido a Lilum y que había tenido la fiesta en la que se comprometió con Nikolav. El martes por fin había descubierto la verdad de parte de Lilum y luego de Nikolav; pero a Lilum se la habían llevado, lo más probable era que a causa de haberse comunicado con ella cuando no lo tenía permitido. El miércoles había hablado con la extraña ave, había entablado contacto con su media hermana bruja y había recordado un momento clave de su niñez. Luego, tras enojarse con Nikolav, decidir que no quería casarse con él y exigirle que la llevase de vuelta a Buenos Aires, había terminado en la cama con él. Alejandra temía estar volviéndose estúpida. ¿Cómo se había dejado llevar así? ¿Por qué no podía resistirse al magnetismo de Nikolav?

Haber sucumbido ante la seducción de un vampiro era lo que le resultaba más difícil de explicar. ¿Qué era lo que ejercía esa atracción tan irresistible hacia él? Sabía que no podía tomar la decisión de no casarse ahora. Primero que todo, porque le preocupaba la seguridad de Lilum, y en segundo lugar, porque no podía evitarlo. No había forma de hacerlo. Estaba obligada de alguna manera mágica. Fuera uno a saber por qué... tal vez era el anillo o bien la promesa de las hadas.... Como fuese, no podía escapar de ese destino y tendría que convertirse en la mujer de un vampiro, de uno que se alimentaría de ella con frecuencia, aunque esa idea no le resultaba del todo repugnante. Que Nikolav bebiera de ella había resultado placentero, y sabía que terminaría volviéndose una adicción para ella también.

Se levantó y se vistió, luego bajó a la cocina y pidió que le preparasen el desayuno. Se estaba muriendo de hambre. No había comido nada desde el mediodía anterior y no quería parecerse a un palo de escoba dentro de su lujoso vestido de bodas, por más que no le importase en lo más mínimo la opinión de los invitados, que seguramente serían en su mayoría vampiros. «¿Estarán invitadas las hadas?», se cuestionó. Intentaría sonsacar a Nikolav cuando le fuera posible, aunque parecía que nunca podía preguntar aquello que pensaba a solas. Él siempre la distraía con alguna otra cosa, y terminaba huyendo de sus reclamos.

Luego de comer algo, Alejandra fue hasta el jardín. Creía que tal vez podría volver a encontrar al pájaro allí. Fue hasta el mismo lugar donde lo había visto el día anterior y se sentó. Miró a su alrededor, pero no lo vio en ninguna parte; entonces pensó que quizá podría llamarlo con su mente. Debía darle utilidad a ese don tan interesante que tenía. Cerró los ojos y se imaginó al ave. No sabía su nombre, pero pensó con ímpetu en él de la manera en como había aprendido a hacerlo con Lilum.

—Hola, Alejandra —dijo por fin la voz de la criatura.

—Hola, quería hablar contigo —contestó ella, sorprendida ante lo que había logrado hacer—. ¿Puedo hacerte unas preguntas?

—Claro —le respondió—, pero debes ser breve y concisa. No disponemos de mucho tiempo.

—Bueno... quería preguntar un par de cosas. Primero, ¿es cierto que se me prometió a los vampiros antes de que yo naciera?

—Sí, es así —dijo el ave—. Nuestra entonces reina, tu madre, hizo un pacto con los vampiros, más de mil años atrás. El trato consistía en que, si tenía una hija, esta se casaría con un príncipe heredero de los vampiros, pero eso caducó cuando empezó la guerra de los vampiros y las hadas. Ya nada te obliga por ley a casarte... excepto por esa sortija. Además, las hadas siempre deben cumplir las promesas que realizan. Está en su naturaleza, y por ello una parte de ti querrá obligarte a cumplir con tu palabra.

—¡Mierda! —exclamó Alejandra, sintiéndose engañada.

—Sí —dijo el ave—. Tú solita te metiste en este embrollo.

—¿Me quieres contar un poco sobre esa guerra? —le pidió Alejandra—. Pero antes, dime: ¿quién eres?, ¿qué eres?

—Soy Muriz —contestó el ave—, y esta forma en la que me ves es una de las tantas que tengo, ya que poseo la habilidad de desdoblar mi cuerpo y convertir mi doble astral en animales que puedo enviar donde quiera. En realidad, soy un hada, aunque no lo creas.

—¿Y puedes convertirte en cualquier animal? ¡Wow!

—Sí, lo hago para entrar desapercibida en este reino, porque si viniese en mi forma original correría el riesgo de que la bruja pudiese usarme y controlarme, o de que un vampiro me atacase. Y no quiero eso.

—¿Las brujas pueden controlar a las hadas? —preguntó Alejandra, un tanto incrédula.

—Sí, pueden hacerlo. Pueden hechizarnos para que hagamos lo que ellas quieren. Aunque esos hechizos no suelen durar mucho tiempo, como cuando hechizan a un humano o a un vampiro.

—Tienes tantas cosas por contarme... —acertó Alejandra, suspirando.

—Lo sé —contestó Muriz—. Pronto hablaremos, pero ahora no puedo mantener la conexión por más tiempo. Intenta encontrar esa llave dorada antes de que sea demasiado tarde.

—¿Tarde para qué? —preguntó Alejandra, pero el contacto con Muriz ya se había perdido.

Después de esto volvió al palacio y retomó su búsqueda de los aposentos de Nikolav para encontrar la llave. Quizás Muriz había insistido con esto porque creía que era la clave para huir de su promesa, además de que así podría liberar a Lilum. Lo único que le faltaba recorrer era el subsuelo, pero descubrió que la entrada al mismo estaba fuertemente resguardada. «Quizás quieren impedir que yo entre. Nikolav debe tener sus aposentos en ese sitio», pensó. De todos modos intentó pasar, pero los guardias se interpusieron en su camino y sacudieron la cabeza con seriedad.

No podría acceder a la habitación del vampiro antes de haber contraído matrimonio con él. No podría salvar a Lilum antes de esto, pero sería su prioridad sacarla de su prisión una vez pudiera robarle la llave al vampiro. De momento, debía seguir adelante con los preparativos para su boda.

***

Al mediodía, le trajeron un vestido para que se lo probara. Era negro por completo, y le encantaba cómo se veía en él. Las modistas tenían que terminar un par de pequeños detalles, pero estaba prácticamente listo.

Alejandra no sabía qué le depararía el destino al lado de un vampiro.

¿Qué sería de ella?, ¿se convertiría en vampiro también?, ¿qué pasaría con su mitad hada si eso pasaba?, ¿viviría para siempre?, ¿sería inmortal?, ¿qué habilidades tendría si fuera una criatura de la noche? ¿Cuáles serían los puntos positivos y los negativos? Una vez casada con él, ¿podría huir si ya no deseaba quedarse en ese sitio? Todas esas eran dudas que no podía dejar de preguntarse a medida que transcurría el día.

Durante la tarde, para distraerse, decidió ponerse a pintar un cuadro. No estaba acostumbrada a pasar tantos días sin hacerlo. Encontró pinturas, lienzos y lo demás que necesitaba en un pequeño cuarto al lado de la biblioteca. Llevó todo al jardín y se dispuso a crear el primer paisaje que se le vino a la mente: el que había visto en aquel hermoso lugar que había visitado con Nikolav.

Pintó el lago color azul profundo, el cielo púrpura, las piedritas celestes, el bosque y sus miles de luciérnagas. En un par de horas, el cuadro estaba listo y se veía perfecto. Ya faltaba poco para que anocheciera, así que lo tomó y guardó todos los instrumentos de nuevo en su sitio. Luego subió a su habitación y colgó el paisaje allí. Pensó que le daría un toque más personal al lugar ya que no había nada suyo allí. Todo se lo había dado Nikolav.

Se sentó delante del cuadro para observarlo con detalle y, después de mirarlo por varios minutos, le pareció ver cierto movimiento dentro de él. Pensó que algo debía estar mal con su vista, pero se acercó más a la pintura para asegurarse de que sus ojos no la estuviesen engañando. Cuando menos se dio cuenta todo a su alrededor había cambiado. ¡Se encontraba dentro del cuadro! O bien... al menos en el lugar que había inspirado el cuadro. Pero ella se veía diferente: lucía un simple vestido color violeta que se asemejaba más bien a una túnica y llevaba el cabello suelto y despeinado. Sus pies estaban descalzos. Caminaba por sobre las piedritas celestes pero estas no le molestaban; de hecho, se sentían suaves al andar.

Pronto, se encontraba frente al inmenso lago azul. Tan solo mirarlo le generaba una paz interior enorme. De repente, escuchó una voz que le dijo:

«¡Salta! ¡Salta dentro del lago!».

Miró para todas partes, pero no vio a nadie allí. Estaba desierto. Sin embargo, pensando que no tenía nada que perder, y como era buena nadadora, se zambulló dentro del lago. Se lo había imaginado frío, aunque era realmente muy cálido. Nadó por debajo del agua y, cuando salió de vuelta a la superficie, estaba en otro lugar, una zona similar, si bien a la vez muy diferente.

Varios pares de manos se extendían para ayudarla a salir del agua. Allí también el cielo era violeta, pero distinto; era un violeta un poco más claro, y en él se veía brillar las estrellas, a la vez que dos lunas adornaban el firmamento. El lugar estaba lleno de personas de rostros familiares, por más que a ella le parecía que nunca las había visto. Algunas tenían el cabello de color rojo como Lilum, otras negro como el de ella misma, otras de color rubio y otras castaño; pero lo que todas tenían en común era la hermosura de sus ojos, que variaban desde un azul intenso, como los de ella y como el del lago, a un violeta como los de Lilum, o el del cielo. Y todos poseían orejas puntiagudas, incluso los pequeños niños que correteaban por la orilla.

Alejandra salió, con la ayuda de todos. No sabía si hablar con la mente o usando su voz, pero una mujer, con una larga cabellera roja que le llegaba a la cadera, se dispuso a dialogar resolviendo su dilema. Hablaba en un idioma que no era español pero, para su sorpresa, Alejandra podía comprenderlo con facilidad, como si lo hubiese conocido desde la infancia.

—Bienvenida de vuelta a casa, mi querida sobrina —le dijo la mujer, cuya voz Alejandra reconocía. Era Muriz, aquella que antes se le había aparecido en forma de pájaro.

—¿Sobrina? —preguntó.

—Sí, soy tu tía, la hermana de tu madre y la reina actual de las hadas, al menos hasta que tú puedas reclamar tu puesto como heredera.

Alejandra ahora lo entendía todo. Muriz era la madre de Lilum; podía verlo en sus rasgos y, entonces, Lilum era su prima. Ahora entendía por qué de niña la había tratado como una primita, como la hermana que nunca había tenido.

—¿Cómo llegué hasta aquí? —cuestionó.

—Tienes la magia de las hadas y pudiste manifestarla por medio del arte. En tu pintura, creaste un portal interdimensional que te trajo a nosotras, mi niña. Aunque no trajiste tu cuerpo contigo, sino más bien un doble. Tu cuerpo estará reposando en tu cuarto en estos precisos instantes.

—Nunca supe que podía hacer eso —le dijo Alejandra, incrédula, sin entender por completo lo que Muriz le estaba queriendo explicar. No sabía mucho de esas cosas.

—Eso es porque tu mitad hada estaba dormida, pero ahora que la has despertado poco a poco podrás hacer cosas que nunca te creíste capaz de hacer. Todas las hadas tenemos poderes diferentes. Yo, por ejemplo, como ya te he dicho, puedo convertirme en cualquier animal. También hay poderes que se llevan en una familia y se transmiten de generación en generación como la nuestra, que puede comunicarse mentalmente. No todas las hadas son capaces de ello.

Toda esa información le resultaba en extremo interesante. Estaba redescubriendo una parte de ella que siempre había llevado en su interior, esperando el momento de salir a la luz.

Las hadas se pusieron a bailar para festejar que estaba allí y Alejandra no pudo evitar dejarse llevar por la música. Un sentimiento de felicidad la invadió mientras bailaba con aquellas, sus hermanas de toda la vida, con las que ahora se reencontraba después de tan largo tiempo.

***

—¡Alejandra! ¡Alejandra, despierta!

Eso era lo único que podía oír, a la vez que sentía como si la estuvieran arrastrando fuera de ese hermoso mundo feliz y armonioso en el que se encontraba. Nikolav la estaba sacudiendo. Ella yacía sobre su cama.

«¡Dormida!, ¡estaba dormida!», pensó, sin poder creerlo, sintiendo que esa experiencia había sido una de las cosas más reales que había vivido en su vida. No podía haberse tratado tan solo de un sueño. ¿Sería cierto que tenía el poder de usar sus cuadros como portales?

—¿Qué pasa? —preguntó, al ver el rostro de Nikolav. Si no lo hubiera conocido mejor, habría pensado que era de susto.

—Pensé que te había sucedido algo terrible —dijo él—. No había forma de despertarte.

—No entiendo —contestó ella—. No pudo haber pasado más de media hora desde que estoy acá.

Nikolav sacudió la cabeza.

—Hace como diez horas, por lo menos, que te dormiste. Ya falta poco para el amanecer.

Se levantó de la cama y notó que su habitación estaba más desordenada de lo que había estado antes. Y su nuevo cuadro... estaba roto. ¿Por qué?

—¿Qué pasó con mi cuadro? —preguntó, dado que era eso lo que más la preocupaba. Sus obras de arte eran como hijos para ella.

—¿El cuadro? ¡Ah! Razz lo rompió. Dijo que tal vez eso era lo que te mantenía dormida. Y así fue, ni bien lo rompió, empezaste a despertarte. Tal vez estaba maldito.

—Qué raro... —dijo Alejandra, decidiendo que lo mejor sería no mencionar nada sobre su pequeña aventura en el mundo de las hadas. Era mejor que su poder recién descubierto se mantuviese en secreto.

—Bueno, al menos ya estás de regreso —dijo Nikolav, dándole un beso en la frente.

No pudo evitar pensar que él se preocupaba por ella más de lo que aparentaba, pero aún le dolía haber descubierto la verdad y no lo perdonaría con tanta simpleza.

—Bueno —dijo, levantándose de su cama—. Supongo que ahora me tocará seguir despierta si es cierto que he dormido tantas horas. —Nikolav asintió.

—Hoy ultimarás los últimos detalles de la boda con Razzmine. Ella te ayudará con todo. Recuerda que faltan ya menos de cuarenta y ocho horas.

—¡Qué nervios que me da! —exclamó Alejandra—. Pero... no podés verme mañana a la noche. ¡No podés verme para nada durante las últimas veinticuatro horas! —Nikolav se rio.

—Estúpida tradición humana —dijo—. Pero, si eso es lo que tú quieres, mañana saldré para así no verte. Puedo pasar la noche en el palacio de mi progenitor.

Alejandra no se había imaginado que Nikolav tendría sus padres con vida, no con la edad que presumía.

—¿Progenitor? —preguntó con curiosidad.

—Sí. Es el rey de los vampiros y, aparte de ser mi progenitor como vampiro, me ha nombrado su príncipe heredero, en caso de que llegue a sucederle algo, o cuando decida retirarse.

«Claro. Considera su padre al vampiro que lo convirtió en uno de ellos», pensó Alejandra.

—Oh... cuéntame más de él —le pidió.

—No, preciosa, debo irme ahora. Ya casi amanece. El día de la boda te lo presentaré. ¿Te parece bien? —Ella asintió, aunque no estaba del todo segura de querer conocer al progenitor de Nikolav.

—Me parece bien. Nos vemos el día de la boda entonces.

—Nos vemos, mi querida princesa —dijo Nikolav, mientras depositaba un suave beso en sus labios. Después salió de la habitación.

A ella no le gustaba nada la idea de tener que pasar gran parte del día con su media hermana bruja, sin embargo, ella era la única que podía hablar español además de Nikolav, y necesitaría su ayuda si no quería perder tiempo valioso tratando de hacerse entender con los sirvientes.

Ni bien la dejaron sola en la habitación, se puso a examinar la pintura rota. En definitiva, no había forma de arreglarla. Suspiró llena de amargura, sintiéndose triste por haber perdido ese, su único cuadro en este lugar, y decidió tirarlo a la basura. Lo levantó de la pared y fue caminando hasta la cocina, donde había un recipiente para depositar residuos.

Cuando estaba saliendo de la cocina, vio a alguien que le llamó la atención, en el salón. Era un hombre moreno, de ojos color violeta y orejas puntiagudas. A causa de sus rasgos, no le cabía duda de que este también era un hada. Pero había algo extraño acerca de él: en vez de infundir ese sentimiento de alegría que las hadas que había conocido provocaban, este suscitaba una emoción sombría. Algo no estaba bien respecto a él.

Quiso hablarle de todas formas, por lo cual se le acercó, caminando con cautela. El hada no se dio cuenta de su presencia hasta que ella llegó a su lado.

—Buenos días —le dijo, hablando en ese nuevo idioma que recientemente había descubierto que podía utilizar.

—¿Puedes verme? —le respondió él, mirándola con cara de sorpresa.

—Pues claro que puedo —contestó ella—. Eres un hada, ¿cierto? —Él asintió.

—Lo soy, pero se supone que nadie puede verme... tengo el poder de la invisibilidad.

—Pues yo te puedo ver —le contestó en voz baja, en caso de que alguien los oyese—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Trabajo para el rey de los vampiros —respondió—. Y mi deber es corroborar que todo esté funcionando de acuerdo a sus planes.

—Ya veo...

—¡Mierda!, ¿por qué te he tenido que decir eso? —preguntó el hada de sexo masculino. Se notaba frustración en su voz.

—No lo sé —respondió Alejandra, también sorprendida por la honestidad de este.

—Pues no debería haberlo dicho. Por favor, nunca digas a nadie que te lo he confiado, o mi vida correrá peligro.

—No te preocupes —dijo ella—. No soy una soplona. Pero necesito que me contestes un par de preguntas más.

—Como sea —contestó él, resignado.

—Primero que nada, ¿cómo te llamas?

—Reinz.

—Y bien, Reinz, ¿qué hace un hada trabajando para los vampiros? Me han dicho que no se llevan para nada bien...

—Lo que dices es cierto —confirmó—. Pero mi familia es aliada de los vampiros en vez de ser enemiga. Se nos suele llamar «las hadas oscuras», porque somos amantes del poder, al contrario de las hadas benéficas, o hadas blancas, como prefieras llamarlas. Todos aquellos de orejas puntiagudas que viste en la fiesta el lunes, excepto Lilum, eran de mi familia, y somos aliados del rey Siron.

—Qué interesante —dijo Alejandra. No dejaba de aprender cosas nuevas—. ¿Y todos ustedes viven en esta dimensión, en el reino de los humanos?

—Reinz comenzó a reírse a carcajadas.

—¡Niña!, ¿quién te ha dicho que te encuentras en el reino humano?

—¿No lo estamos? —preguntó sorprendida. Sabía que las hadas vivían en otra dimensión, pero no estaba al tanto de que los vampiros también tuvieran su propia dimensión.

—No —dijo él—. Estamos en un nivel inferior, cuya entrada está en Bulgaria. Aquí los vampiros pueden hacer lo que les plazca, ya que es su hogar. No hay humano que entre aquí y salga con vida.

—¡Maldición! —exclamó esta vez Alejandra—. Pero, ¿por qué los vampiros también andan entre los humanos si tienen su propia dimensión para vivir?

—Porque hay lugares donde tienen permitido cazar. Pero en la mayor parte del mundo no pueden hacerlo, aunque pueden ir si lo desean, aun así, se les prohíbe matar a algún humano.

—¿Los vampiros están conformes con eso?

—No, no lo están, pero perdieron una guerra hace unos mil años y, desde entonces, deben permanecer ocultos aquí, en esta dimensión; y aunque pueden acceder a la humana, si llegan a faltar a tan solo una de las reglas, mueren: son quemados vivos.

—¿Qué? —preguntó incrédula—. ¿Cómo puede ser?

—Las leyes entre las criaturas sobrenaturales se forjan de esa manera, por la magia... la magia se hará cargo de que cada cual cumpla sus promesas y siga las reglas.

—Hmm... entiendo. ¿Eso se aplica a mi anillo de bodas? —preguntó ella, sintiendo que ahora todo estaba claro.

—Sí —contestó él—. La magia se hará cargo de que cumplas tu promesa de casarte con Nikolav. Ahora, ¿puedo irme, por favor?

—Claro —dijo ella, mientras veía desaparecer a Reinz.

Él no había parecido estar dispuesto a darle toda la información que había requerido aunque, por algún motivo, se había visto obligado a hacerlo.

¿Sería algún nuevo poder?, ¿sería cierto lo que decían sobre las hadas, que ellas no podían mentir? Siempre había sido honesta cuando alguien la confrontaba, por alguna razón que no entendía. Debería probarlo con alguien que no fuera un hada, tal vez. Decidió que más tarde lo haría.

Después de aquel incidente, se fue al jardín a pensar. Necesitaba lograr que poco a poco todo comenzara a tomar sentido. ¿Cómo hacerlo? Ni siquiera estaba en su propio mundo, sino en otra dimensión en la que los vampiros vivían, y de alguna manera había visitado inclusive una más, aquella en la que habitaban las hadas.

Sabía que no era su cuerpo físico el que había ido a ese lugar. Tal vez solo lo había soñado, aun así, todo había sido tan real que Alejandra pensó que tal vez su alma había viajado al sitio, conectándose con él gracias a su arte.

Luego de unos minutos de estar pensando en lo sucedido, recordó haber leído un libro sobre experiencias paranormales que Miriam le había prestado. No había puesto demasiada atención, ya que antes no creía en eso. Sin embargo, ahora lo recordaba: a eso se le llamaba «desdoblamiento astral» y consistía en una sensación como si el cuerpo espiritual se despegase de su cuerpo físico para irse a otro lugar, a veces incluso a otros mundos. Ese cuerpo espiritual también podía materializarse y actuar como si fuera un cuerpo físico hecho y derecho, fenómeno que se denominaba «bilocación». Seguramente, ella tenía el poder de hacer esas cosas, así como otras hadas tenían otros poderes. ¿Podría reproducir esa experiencia si hiciera una pintura de otro sitio?, por ejemplo, ¿si hiciera una de su departamento en Buenos Aires? Pensó que valdría la pena intentarlo.

Todavía había poco movimiento dentro del castillo y el sol recién salía. Razz no la molestaría hasta dentro de un par de horas. Ese era el momento ideal para actuar. Se dirigió entonces a la pequeña habitación donde estaban los instrumentos de pintura y se puso allí mismo a pintar la recámara de la primera persona en quien pensó, la persona con la que desearía hablar: Miriam.

En estos momentos, si la hora en esta dimensión corría de la misma manera que en el mundo humano, deberían ser alrededor de la una o dos de la madrugada en Buenos Aires, y Miriam estaría estudiando para presentarse a algún examen, o escribiendo en su blog, cosa que le encantaba hacer. Si su amiga la veía, tal vez podría ayudarla. O quizás no, pero nada perdía con intentarlo.

Apresurada, comenzó a dibujar la habitación de su amiga de la forma en que la recordaba, aunque se atrevió a hacer un cambio: no podía correr el riesgo de quedarse dormida de manera indefinida; haría un portal de regreso, esperaba que funcionase. Por eso, dentro del mismo cuadro, pintó otro en miniatura, en el que se ilustraba su propia habitación. No estaba segura de que eso la ayudara a volver a su cuerpo, pero algo dentro suyo le decía que debía hacerlo, que esa era la mejor manera de asegurarse la llegada hasta que se volviese más experimentada con el uso de su don.

Ni bien el dibujo estuvo listo, lo llevó a su habitación y lo colgó donde había colocado el anterior. Después, sentada sobre su cama para evitar posibles golpes, se concentró en él, prestando atención a cada detalle, hasta que de pronto, vio una luz encenderse dentro de su obra.

Cuando menos se lo esperaba, estaba en la habitación de Miriam, quien justo entraba al lugar, mirando hacia atrás, dándole la espalda. Un hombre estaba con ella. Alejandra podía, de cierta forma, ver un halo de oscuridad alrededor de él que lo diferenciaba de Miriam, quien tenía un montón de colores rodeándola. Fue por ello que se dio cuenta de que su amiga estaba con un vampiro.

Se preguntó si Miriam podría verla, pero pronto lo descubrió por sí misma ya que esta se dio vuelta y saltó de un susto, que pronto se convirtió en alegría.

—¡Alejandra! —exclamó, a la vez que corría a abrazarla—. ¡Estaba tan preocupada por vos! ¿Te dejaron ir?, ¿te escapaste?, ¿qué hiciste?

El vampiro entró a la habitación y miró a Alejandra con cara de sorpresa, como si se estuviera dando cuenta de que ella no debería estar allí. Pero Miriam, por su parte, no se percataba de nada, y de tan alegre que estaba al verla, no la dejaba hablar.

—Miriam... querida —dijo el vampiro, con acento estadounidense—... Me parece que... ella en realidad no está aquí.

Alejandra se dio cuenta de que ese debía ser Patrick, el vampiro que Miriam había conocido en Nueva Orleans, por la forma en que hablaba y porque era tal y como Miriam lo había descrito. Miriam se dio la vuelta, frunciendo el ceño, sin entender lo que Patrick quería decirle.

—¿Qué me querés decir?, ¿no la ves que está acá? —dijo con cierto tono de exasperación.

Alejandra asintió.

—Él tiene razón —le dijo a su amiga—. En realidad no estoy acá... este es mi doble astral. Mi cuerpo está en otra dimensión, a la que se entra desde Bulgaria. Veo que notaste mi ausencia...

—¡Sí! —exclamó Miriam—. Cuando no fuiste a clase y no contestabas mis llamadas, me preocupé mucho y fui a tu departamento. No estabas, así que tomé la llave que guardás en la maceta del pasillo y entré. Todo estaba como lo habías dejado, y recordé haberte visto esa marca de colmillos, así que supuse que un vampiro era el responsable de todo. Por eso llamé a Patrick, quien vino desde Estados Unidos de inmediato, y tras investigar un poco me confirmó que te habían llevado lejos... porque sos mitad hada... —Tras pausar por un instante, Miriam abrió los ojos bien grandes y la miró fijo—. ¿En verdad sos mitad hada? —preguntó.

Alejandra asintió una vez más.

—Sí, lo soy. Y ahora estoy por casarme... mañana mismo me caso.

—¿Qué?, ¡¿vos estás loca o qué?! —gritó Miriam.

—Es difícil de explicar —continuó Alejandra—. Pero estoy atada a una promesa y debo hacerlo.

Patrick se veía pensativo mientras Alejandra decía esto. Y luego, interrumpió la conversación entre las amigas.

—Ten cuidado con las intenciones de tu prometido y piensa dos veces antes de hacer cualquier cosa que te pida —dijo.

—¿Por qué? —preguntó Alejandra, pensando que pronto debería volver a su cuerpo.

—Porque sé que los vampiros de mayor autoridad te estaban buscando desde que naciste, y para algún propósito oscuro te quieren. Créeme lo que te digo.

—Gracias por el consejo —contestó Alejandra, después continuó mirando a su amiga—. Y Miriam... quisiera decirte que puede que no vuelva a verte más, por eso quiero que sepas que siempre te quise mucho y te considero una buena amiga. Quiero que, por favor, les digas a mis padres que me escapé con algún hombre, o hice algo por el estilo, para que no se preocupen por mí y no gasten una fortuna en buscarme.

—Entendido —dijo Miriam, dándole un fuerte abrazo—. Desde acá veremos si podemos ayudar de alguna manera. Pero no me quiero despedir, tengo la certeza de que nos volveremos a ver. Así que, hasta pronto.

Alejandra solo sonrió, sintiéndose mucho mejor luego de haber hablado con ella. Dio la vuelta para mirar el cuadro de su habitación que había pintado y que, tal como lo había esperado, estaba también en la pared real, como si fuera un cuadro de verdad. Lo miró por unos instantes, observó que en la cama estaba pintada ella misma, dormida, y se concentró en volver a su cuerpo. Aproximadamente un minuto después, estaba de vuelta.

Abrió los ojos, satisfecha por haber logrado regresar por sus propios medios. Y más satisfecha estuvo al darse cuenta de que solo le había llevado media hora visitar a su amiga.

Luego, se levantó de la cama y tomó el cuadro en sus manos. Pensó que debía esconderlo y buscó un lugar adecuado para hacerlo. Buscó y buscó hasta que, al final, terminó guardándolo en el cajón de la ropa interior, debajo de todas las prendas. Era posible que nadie lo vería allí. Al final, se dispuso a dirigirse al piso inferior para encontrarse con su media hermana. El día sería largo, y tendrían muchas cosas que arreglar y detalles que ultimar para la boda de la cual no podía escaparse.


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