Al observarte por tantos días, inconscientemente memoricé todas tus manías:
La de acomodar tus lentes negros de pasta gruesa sobre el puente de tu nariz, al menos una vez cada dos minutos.
Pasarte una mano por el cabello y, con un bello suspiro, darme a entender que estás frustrado.
Fruncir el ceño mientras lees, en señal de que te enoja lo que ves.
Asomar la punta de tu lengua por la comisura de tus labios, cuando estás extremadamente concentrado.
Quemarte cada mañana con el primer sorbo de café, por estar completamente sumido en tu mundo.
(Admítelo, eres algo torpe a veces).
Cerrar los ojos cuando tarareas la canción que suena en tus audífonos, golpeando con la yema de tus dedos la mesa, al ritmo de la música.
Pero de todas las que tienes, ¿sabes cuál es la que más me gusta?
Que se te escape una melodiosa risa por lo bajo, al leer por milésima vez ese libro gordo que te encanta.
Al mismo tiempo, tengo en frente de mí, mi cita favorita: presentada por las comillas que se forman en cada extremo de tu boca al sonreír.