Recuerdo la noche en que
le pregunte si me quería.
Me miró como si fuese estúpido,
pero sabía que su tierno corazón
en realidad leía el trasfondo de
mis palabras.
Me sonrió de lado, y
murmuró alguna idiotez sobre
lo irreconocible que me veía.
Luego de un rato, noto que
hablaba en serio.
Claro que te quiero, John.
No deberías preguntarlo.
Me dijo sin más.
Me sorprendía, me sorprende
que en un juego de artistas,
en un trabajo,
en una carrera del alma,
hubiese surgido un sentimiento
de cariño tan real y puro.
-Estábamos predestinados, John. Fue eso, nunca tuvimos elección- Proclamó Paul al texto, ante la tenue luz de la lámpara.