A prueba de sueños © (COMPLET...

By Themma

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Ximena experimentará aquello que juró jamás permitirse por temor a salir herida. Teo encontrará lo que jamás... More

- Sinopsis -
- A prueba de sueños -
Capítulo I
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V -Final-

Capítulo II

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By Themma

  Tori Kelly - Hollow  


– TE ENCONTRÉ –


Abrió la puerta del copiloto, reí al verlo hacer una reverencia como si se tratara de la realeza.

—Me dijeron que la llevara sana y salva y eso es lo que haré, señorita –se burló. Cuando entramos a la casa, unos minutos atrás, mi amiga jugaba cartas con unos chicos, iba ganando y me rogó la esperara. Refunfuñé perforándola con la mirada. Ya le había advertido, eran más de las tres de la mañana y yo debía despertar temprano para darle los últimos toques a lo que debía mandar. De inmediato, Teo hizo girar mi barbilla de una manera dulce y se ofreció a traerme. Camila alzó las cejas, divertida. La hice callar con mi dedo sobre los labios.

—Directo a casa, muchachos... —sentenció ella, con tono mandón. Teo asintió con pomposidad, colocó su mano en mi cintura, logrando que una onda eléctrica se regara por todo mi cuerpo y me guio hasta la salida sin que yo siquiera me percatase. No sé qué ocurría con ese chico, mi cabeza se ponía en "off" como si alguien apagara las ideas y peor aún, las alertas.

Durante el trayecto continuamos conversando sobre sus viajes, sobre cosas realmente impresionantes que me mantenían preguntando y preguntando, atenta, interesada. Era un hombre lleno de cultura, de experiencias, imposible no sentirse atraída.

—¿Viajarás pronto? –quise saber, ya había estacionado su auto frente al edificio donde vivía. Se giró pensativo, me miró y dejó salir un suspiro rudo.

—¿Comemos mañana? –sonreí sacudiendo la cabeza con timidez, ruborizada, bajando un poco la mirada. Pasó su bronceada mano por debajo de mi barbilla e hizo que la elevara. Dejé de respirar, mi piel se erizó—. Quiero averiguar hasta donde me lleva tu mirada... —pasé saliva con dificultad, pues esta se tornó arenosa de repente. ¡Eso me estaba sucediendo a mí?

—¿Comer? –repetí como una boba que no entendía nada. Sonrió con ternura, asintiendo.

—Comer, Ximena, solo comer –y me soltó guiñándome un ojo.

—Pues... no sé, es que... —su mano envolvió las mías que las movía nerviosa sobre mi regazo. Claro que quería, pero... ¿A dónde nos llevaría eso? No tenía sentido, y yo no era una chica que actuaba sin pensar en las consecuencias, eso era algo inherente a mí.

—Es que... —arrugué los labios, entornando los ojos—. Seré directa, Teo, no le veo sentido –juro que dejó de respirar por unos segundos. Ladeó su hermoso rostro alargando aún más sus ojos avellana, sus gruesas cejas descendieron un poco, se acercó de repente, tomó mi nuca y posó sus carnosos labios sobre los míos tomándome por sorpresa. Salí de este planeta al probar su sabor fresco, sentir su olor a hierbas, son roces sutiles, semejantes a las caricias de plumas de ángel. Rozó mi boca una y otra vez mientras yo, como si estuviera acostumbrada a ello, le respondí con movimientos sutiles, aun así, azorada. Una suave, pero inclemente marea llena de electricidad recorrió mi ser, mi mente, todo. Me separé un segundo después al comprender lo que ahí estaba ocurriendo. Su cuerpo estaba demasiado cerca, lo sentía cálido sobre mi palma al alejarlo. Inmediatamente se detuvo, sin poner distancia.

—Yo sí, Ximena, tú también... —susurró con firmeza—. No nos conocemos, pero lo que sabes de mí es absolutamente real, y si no me adentro más en esos ojos, no estaré en paz, tú tampoco, lo sabes... Solo a comer... Veamos a dónde nos lleva –su aliento cabalgaba sobre mi piel, tan agradable que casi me encuentro cerrando los ojos ante lo que me hacía sentir.

—No soy una joven que desea jugar, Teo, no tengo tiempo para esas cosas, ni para "pasar el momento" –entrecomillé con decisión, no era de las que me quedaba las palabras en la punta de la lengua por vergüenza, y pese a que me gustaba, porque sí, me gustaba muchísimo, eso no generaría que moviese nada de mi vida.

—De no darme cuenta de ello, no te estaría invitando a comer, Ximena... Deja el miedo, haznos ese favor –lo decía de una forma tan serena, tan llena de seguridad que me desarmaba con solo escucharlo hablar. Ese efecto es el que surte en mí.

—No es... miedo... —me defendí. Teo sonrió alejándose un poco, sacudiendo sus rizos al mover su cabeza.

—Te he observado por horas, Ximena, deseas ir más allá y te contienes, te limitas, temes lo que pueda venir de un impulso, de cada decisión –Mi corazón latió más rápido, abrí los ojos de par en par—. ¿Me temes o te temes? –quiso saber de repente. Mi respiración se disparó sin más.

—Ambas –admití con sinceridad y la garganta seca.

—¿Sabes? Eres como un acertijo que deseo descifrar y sé que al resolverlo, me dejará deseando más. Y no me importa, solo probemos... —Ya no pude negarme más, asentí sin argumento alguno. Su sonrisa se hizo enorme, dejándome atontada. Se bajó de la camioneta, abrí mi puerta y me tendió la mano para que diera un salto. En cuanto estuve en el piso tomó mi mano y se la llevó a sus labios de forma elegante, sensual.

—Gracias por traerme... —musité entre avergonzada y divertida por sus ocurrencias, se hallaba inclinado con su otro brazo tras la cadera.

—Un placer conocerla, conversar, verificar que llegara sana y salva y sobre todo –se acercó de nuevo con ese desgarbo que comenzaba a comprender, lo caracterizaba—, hacerme ver que un chico torpe como yo, puede robarle un beso a una joven tan correcta como usted –Le di un pequeño empujón, riendo.

—Eres imposible –se encogió de hombros, divertido, metiendo las manos en los bolsos de su jean.

—Mañana paso por ti a las dos, ¿está bien? –preguntó de pronto en tono fresco.

—Si te digo que no, sacarás mi perfil psicológico y no tengo tiempo, debo trabajar, ¿lo recuerdas? –alzó las cejas riendo.

Okay, no más acoso, solo recuerda probar que tu móvil sirva, si no, ya sabes, me ocuparé –sonreí rodando los ojos.

—Ya noté que no ves los obstáculos aunque estén frente a ti –negó ligeramente.

—La mayoría suelen están en nuestra mente, así que no, no les prestó atención... —Después de intercambiar números, se despidió dándome un cándido beso en la mejilla.

No tengo idea de cómo entré al apartamento, estaba sumergida en un trance decadente y desconocido. Aturdida llegué hasta mi cama y me dejé caer mirando el techo. Sus ojos no salían de mi cabeza. ¿Se podía sentir tanto tan rápido?

Por la mañana mandé lo que debía por OneDrive, la coordinadora hizo observaciones al tiempo que yo modificaba lo sugerido y mostraba las tablas dinámicas y gráficos respectivos que realicé en Excel. A la una terminamos, así que en tiempo record me duché y vestí. A la hora pactada el timbre sonó. Mauro gruñó desde su habitación. Llegó cuando el sol había salido y odiaba lo despertaran. Lo ignoré y salí casi corriendo con el bolso colgando de mi hombro. Al abrir la puerta mi pulso se detuvo. Estaba a menos de un metro de mí, con sus brazos cruzados, recargado en el muro de manera desgarbada. Sonreí con el rubor a todo babor.

—Buenos tardes, señorita —Me saludó riendo, mostrando sus dientes de aquella forma seductora, imposiblemente atractiva. Alcé la mano para devolver el gesto.

—Eres puntual —señalé recargándome en la puerta que acababa de cerrar.

—Cuando hay interés, ya sabes... —me guiñó el ojo—, lo imposible es posible. ¿Vamos? —Sin más se acercó, besó mi cabello y rodeó mi cintura con esa familiaridad que se dio el día anterior a la que aún no me acostumbraba. Asentí acalorada.

Puso en marcha su Pick-up y condujo.

—¿Y vamos a... —sonrió negando.

—Conmigo no controlarás todo, ya verás —entorné los ojos.

—¿Me estás diciendo controladora? Eso no es caballeroso, ¿sabes? —acercó su mano a mi pierna y la apretó, divertido.

—No pretendo serlo, quiero verte relajada. Mejor dime, ¿acabaste? ¿Cómo salió todo? —Nos sumergimos en cuestiones tecnológicas sin percatarnos, pese a que no era muy "amiga" de esas cosas, las entendía y había aprendido a comprenderlas pues eran necesarias. Sin más, noté su entusiasmo en el tema, sabía bastante, y conocía cualquier cantidad de aplicaciones, sobre todo de Microsoft, curiosamente la plataforma preferida de mi jefa. Sonreí, seguro eso me ayudaría más adelante con dudas que solía tener.

—Así que eres fanático de los aparatos —Se detuvo frente a un restaurante que nunca había ni visto ni escuchado nombrar, lucía tranquilo.

—Es una manera también de vivir, y no sentir la distancia, y en mi carrera, ha sido la diferencia. Llegamos —anunció. Un mesero nos condujo a una mesa. Era una casona adaptaba, y el área donde Teo eligió fue lo que debió ser en su momento la terraza. El sitio era agradable, nada pretensioso, íntimo.

—Me lo recomendó un amigo, nunca había venido –admitió relajado. Al sentarnos, un agradable mesero nos tendió los menús. Pedimos una cerveza cada uno y luego nos miramos, de inmediato él rio.

—No pude dejar de pensar en ti toda la noche –admitió como si hablara del clima. Pestañeé ruborizándome.

—Deja de hacer eso... —musité bajito, apenada. Se acercó colocando sus codos sobre la mesa.

—¿Te incomoda que sea tan directo? O prefieres que me ande por las ramas. Te aviso que no es mi estilo –negué sonriendo y humedeciendo mis labios.

—Me tomas desprevenida y no sé qué responder –me sinceré. Se frotó la incipiente barba torciendo sus gruesos labios.

—Nada, no es necesario, tus ojos dicen ya demasiado –y me guiñó uno—. Mejor háblame de ti, tu familia, por qué estudiaste Literatura, todo, tenemos tiempo, ¿no es cierto? –Lo observé fijamente. No sé qué me ocurría con él, me hacía sentir diferente, extrañamente alegre, optimista y es que esa manera que tenía de hablar, de moverse tan masculina y ligera a la vez, me dejaba casi con los labios abiertos, eso sin contar sus rizos moviéndose al compás de sus gestos, o sus ojos oscuros penetrando mi piel, mis células, cada neurona y yo, yo era consciente de ello de una manera extraordinaria, atípica por completo.

Conversamos sobre mí gran parte de la comida, que por cierto sabía muy regular, y ambos coincidimos, sin embargo, como imaginé, lo tomó a la ligera, y la desilusión de una mala recomendación no trascendió pues ambos nos hallábamos inmersos en nuestras palabras.

Es raro encontrar a alguien con quien de pronto puedas hablar de casi todo lo que en tu interior habita, las mayores alegrías y dejar mucho al desnudo de tus mayores temores, tus momentos de dolor. Su madre murió al nacer él, por lo que su padre lo crio. Cada palabra dicha destilaba el amor hacia ese hombre que hizo todo por ser lo que Teo necesitara. Ambos, hombres inquietos, con aspiraciones, con una cabeza privilegiada al parecer pues el señor era escritor, relataba bitácoras sobre sus viajes y eso le había dado la posibilidad de sostenerse a sí mismo y a su hijo sin problemas, por lo mismo Teo, desde niño, viajó todo el tiempo. La inquietud por captar en imágenes y no en palabras lo que sus ojos veían, apareció a muy temprana edad, por lo que obtuvo su primera cámara a los once años y desde ahí jamás se detuvo. En vacaciones ambos armaban excursiones asombrosas e iban a conocer sitios nuevos. La cultura y lo vivido se le notaba con tan solo mantener fija la vista en su pupila, y el amor a lo que hacía, tan solo con esa sonrisa potente y llena de orgullo. Él era vida.

—¿Qué es lo que más deseas, Teo? –Quise saber de repente. Ya llevábamos más de cinco horas en el local, gente había entrado y salido mientras nosotros continuábamos absortos en lo único que nos importaba, lo que nuestros labios podían decir. Meditó un momento meneando su bebida.

—Tener un ancla que me jale a la realidad, Ximena –fruncí el ceño sin comprender. Acercó sin más su mano a la mía, también su cuerpo a mí. Pasé saliva, seria, expectante—. Volar tanto a veces hace que desees más que nada un lugar donde todo sea estabilidad, donde la rutina sea parte de la vida y que al despertar veas lo único que importa –susurró de una manera extraña. No lo entendía, sus palabras eran extrañas, desconcertantes.

—Pero a ti te gusta viajar, por qué entonces buscar eso –señalé aturdida.

—Porque no hablo de cosas, hablo de una persona, de alguien que se convierta en eso para mí –iba quitar mi mano cuando de pronto tomó mi cuello delicadamente con su palma y me acercó a sus labios. Su roce llegó tal cual lo esperaba, delicado, sin prisa, pecaminosamente decadente, etéreo, indescriptible para mis sentidos, para mi mente que sentía desde el día anterior había mandado de paseo a cualquier bosquejo de cordura.

—Empieza algo conmigo, y veamos en qué termina –murmuró sobre mi boca, su aliento era tan agradable pese al alcohol ingerido. Coloqué mi palma sobre su mano abriendo los ojos.

—Te temo y me temo... —admití bajito—. Nos conocimos ayer –le recordé respirando un tanto agitada.

—El tiempo no se mide por horas, sino por la intensidad con la que se vive cada una de ellas –soltó sin alejarse. Sentir aquella adrenalina que genera el hacer algo que no se piensa tanto, que te atrae y que sabes que si la razón entra en ese juego te alejará de ello por el inminente peligro. Era como si mi cuerpo, con tanto solo esos momentos a su lado, con esas asombrosas charlas, tuviera la necesidad de aventarse desde un acantilado sin ver, pero aferrada de su mano. Por un momento, por ese instante mágico que lo cambia todo en el destino de las personas, elegí lo que nunca hubiera elegido, acepté no tener todo bajo mi control y permitir que ese chico de sonrisa limpia, de mirada profunda, me sumergiera en esa locura que sabía estaba a punto de cometer.

—Bien, solo... empecemos –acepté con una sonrisa nerviosa. La euforia lo embargó y de inmediato volvió a besarme, ahora de forma más exigente, sugerente.

—Empecemos, Ximena –repitió satisfecho.

—No soy fácil, tampoco sencilla, Teo, no me conoces y... —me besó nuevamente, esta vez respondí al gesto con mayor fervor, con ansiedad incluso y es que aunque evidentemente no era el primer hombre que besaba, nunca había sentido como si toros en plena faena se escabulleran en mi estómago y justo cuando lo probaba, corrieran como unos desquiciados por todo mi ser. Eso era irreal, absurdo y lo deseaba, necesitaba ir más allá.

—Eso es exactamente lo que estamos haciendo, lo demás, no me importa, lo quiero ir descubriendo, yo también tengo mi parte, ya la sabremos –admitió divertido. Lo hacía ver tan simple. Asentí asombrada por lo rápido que iba todo, emocionada por lo que sentía al tenerlo a mi lado, por saberlo atraído de esa forma hacia mí y yo... sentir lo mismo por él.

Siempre hay un momento en el que una decisión lo modifica todo, que puede cambiar los rumbos de tu camino y el de los que te rodean, por el simple hecho de haber dicho "sí" o "no". Ese instante, en aquel restaurante fue eso. Y de esa manera comenzó la aventura más asombrosa de mi vida, la que lo cambió absolutamente todo en mí, en él, en nuestros destinos.

A partir de ese momento, ya no pudimos separarnos. Esa noche terminamos charlando agarrados de la mano en un parque cercano a mi casa. La conversación fluía como si de un rio tranquilo se tratase. Reíamos sin parar y gozábamos de nuestra cercanía, de nuestros roces, de aquellos inocentes besos, cargados de ingenua necesidad, de ternura inimaginable.

Los días pasaron y la necesidad de estar unidos, creció. Comíamos juntos, para después ir a mi apartamento, o al suyo, que por cierto era tan agradable que podía pasar horas en ese pintoresco espacio pensando en la nada, con él a mi lado, perdida en las impresionantes imágenes que tenía colgadas por doquier, o hacer cualquier tontería en donde fuera que nos encontráramos. Con Teo jamás sabía qué ocurriría el minuto siguiente. Me sentía una niña a su lado, bien podía perseguirme por la calle mientras yo gritaba, como podíamos entrar al cine y comenzar a aventarnos palomitas hasta que nos mandaban callar, o comprábamos algún juego de mesa y durábamos apenas si unos minutos pues de inmediato las trampas comenzaban y las risas nos atacaban. Muchas veces cocinábamos recetas que él veía en Facebook o So Cookbook y que por supuesto al intentar replicarlas no nos salían ni cercanamente similares.

Al percatarse de que mi móvil no sirvió, llegó con uno igual al suyo, por lo que pasaba horas mostrándome aplicaciones y la manera de usarlas ya que las manejaba a la perfección. Desde las más sencillas, como redes sociales, o Skype, incluso la maravilla de Spotify, hasta la forma de mantener mi PC sincronizada con el móvil pues compartían la plataforma de Microsoft. A su lado aprender eso no era tan aburrido como pensé, e incluso me encontré varias veces, cuando ya no estaba a mi lado pues se había tenido que ir debido a que era muy respetuoso con mis horas de sueño, indagando un poco más, y si era sincera, asombrada por la cantidad de cosas que ahí se podían hacer, debo de admitir que incluso me simplificó varias de mis tareas.

Mauro y él se conocieron el siguiente fin de semana. De inmediato congeniaron, tanto que en un descuido los encontré jugando frente al televisor un partido de fútbol. De inmediato comenzamos la revancha y quien ganara, jugaría contra mí. Mi novio fue quien perdió, así que nos observó a mi hermano y a mí con los ojos abiertos de par en par.

—Por favor dime que no juegas así en una cancha –Lo miré de reojo.

—No sabía que eras machista... Señor fotógrafo –me mofé sin soltar el comando. Teo no tenía absolutamente nada de eso, al contrario, su visión de la vida era incluyente, y eso, entre tantas cosas, había logrado que me fuera enamorando de esa manera vertiginosa que aún me cuesta creerla posible, pero que era real, demasiado. Negó asombrado.

—Sabes que no, señorita sabelotodo, pero si es así, erraste de profesión, eres un "crack" –Mauro soltó la carcajada.

—Eso mismo se lo he dicho, pero ya ves, prefiere estar tras un libro –Le di un empujón y continuamos en la competición.

Conocí a su padre dos fines de semana después de emprender este arrebato que disfrutaba como jamás pensé hacerlo. Aquella comida terminó en una cena colmada de risas, charla amena e intercambio de opiniones sobre temas culturales que a los tres nos atraían. Entre ellos la relación era cercana, cálida, tan amorosa. Ese era el entorno de Teo, algarabía, sonrisas y flexibilidad.

Poco a poco, lentamente, con el paso de los días, de las semanas, mi cuerpo se fue soltando, me sentía menos presionada, la tensión de alguna manera ya no me sometía y me sentía capaz de comerme el mundo a mordidas. Podía reír todo tiempo y hasta soñar despierta, de repente "mi plan" ya no era tan inflexible, creía que podía adaptarlo, que de hecho, debía tener algunas variantes donde se incluyera mucha más diversión, sin embargo, fue satisfactorio comprobar que después de tantas conversaciones entre él y yo, estaba donde deseaba y hacía lo que más me gustaba.

Su trato era sutil, delicado, siempre midiendo mis reacciones, observando mis movimientos, esperando el momento indicado, diciendo las palabras correctas. Mi carácter a veces tan rígido parecía atraerlo fuera de repelerlo, como temí al inicio. Le gustaba convencerme, le encantaba "corromperme", echar por tierra mis esquemas y abrirlos a diferentes posibilidades.

—Sé que tus padres viajan todo el tiempo, pero... ¿Por qué jamás hablas de ellos, Ojitos? –Me preguntó una noche, mientras me ayudaba a pintar mi habitación. El rojo me agradaba, así que decidí darle ese color a una pared. Obviamente todo hubiera sido más rápido de haberlo hecho sola, pero nunca hubiera reído tanto. Ese apodo lo comenzó a usar un par de días después de aquella comida, jamás me quejé pues de alguna manera sabía la razón, siempre me miraba tan fijamente que parecía poder ver el universo en ellos. Él era absolutamente irreal, imperfectamente ideal. Bufé recargando mi cabeza en el colchón, dejando mi trozo de pizza sobre el plato.

—No tengo mucho qué decir, Teo –arrugó la frente dándole su trago a la cerveza, mirando su alrededor con interés. Sabía que en algún punto se percataría de ello.

—Son tus padres, siempre hay algo qué decir –musitó girándose hacia mí con interés.

—Me mudé de ciudad en ciudad casi toda mi niñez, jamás logré tener amigos, cada año, a veces menos, teníamos que irnos y comenzar de nuevo... Mientras eso sucedía, a Mauro y a mí nos cuidaban nanas que jamás habíamos visto. Me las arreglaba sola para mis deberes, para peinarme, y... hacerle sentir de alguna manera a mi hermano que no estaba solo... —hablar de ello era algo que jamás había hecho. Un nudo en la garganta apareció, era como si una bola de sensaciones enterradas se abriera paso y apareciera para hacerme ver que era momento de dejarlas salir. Acarició mi mejilla, luego mi frente, en silencio, observándome—. No sé qué sentir respecto a ellos, agradecimiento siempre, pero... no quiero repetir esa historia, ¿comprendes? Por eso me... me he vuelto tan controladora, tan rígida. Quiero estabilidad, certezas, echar raíces —acunó mi rostro, pasando su pulgar por mi labio inferior.

—Eres madura, Ojitos, realista, y eso me enloquece de ti. Forjarás tu destino, pero hazlo por las razones correctas, no por llevar la contra... Sé que eres capaz de encontrarlas... Yo te encontré a ti –sin más me besó de manera intensa, inundado todos mis sentidos con su esencia, con su sabor. Rodeé su cuello acercándolo para tener mejor acceso a su piel, a su ser. Nos probábamos con deleite, sus labios de pronto encontraron la curva de mi cuello, gemí.

—Quiero estar contigo –musité bajito, con intensidad. Elevó el rostro, contrariado, pero con ese brillo especial que demostraba todo lo que sentía por mí.

—Si es tu momento, es el mío –anunció con decisión. Habíamos aguardado, no quería correr, sin embargo, con Teo nada estaba dicho y esa noche lo quería a él, deseaba perderme en su aroma, en su tacto, en su sabor. Me dejé guiar por las sensaciones, por lo que generaba en mí ser, amándolo como jamás creí poder lograrlo. Quería todo lo que me pudiera ofrecer, todo lo que tuviera para dar. Teo era el arcoíris en mi existencia y ya no sabía cómo era que podría vivir si sus colores, sin embargo, aprendería a hacerlo.

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