_________ POV.
-¿Podrías dejar de bromear, idiota? Es algo
importante- me quejé fulminándolo con la
mirada frente al espejo. Acomodé mi blusa
intentando que el escote no se vea tan
pronunciado.
-Te queda bien, fea. ¿Podemos irnos? No quiero
llegar tarde al primer día de clases.
Solté una carcajada irónica.
-¿Desde cuándo eres tan aplicado? Sólo quieres
ver a tu patético séquito de fans- le di un
codazo amistoso y él sonrió, suficiente.
Finalmente me di por vencida. -Oh no, le diré a
mi madre que deje de comprarme ropa, no es
por llevarle la contraria pero nada de lo que
compra luce bien en mí.
Harry me echó una mirada evaluativa.
-Sí luce bien- comentó tomando la tira de mi
blusa. Desvíe la mirada mientras el reacomodaba
la prenda en mí. Hizo el trabajo minuciosamente
sin que sus dedos rozaran siquiera mi piel.
Entonces dejó caer su mano y sonrió. -Ya está.
Perfecta.
Me observé al espejo de nuevo. Nada mal. Al
menos había logrado que no se me vea el
sostén.
-No sé cómo lo haces- le dije negando con la
cabeza.
Tomé el morral que se hallaba sobre mi cama y
me lo puse al hombro.
-La perfección me sigue desde que nací- se
autohalagó y solté una risita sarcástica. -No lo
niegues, soy perfecto.
Me encogí de hombros para no dar una
respuesta que dañara su ego.
Era nuestro primer día de clases en último año.
Aquello se supone que debería ser emocionante
e innovador, pero más que emocionarme, me
tenía aterrada.
Estaba a tan sólo unos cuantos meses de
graduarme e ir a la universidad,... si es que iba.
No tenía idea de a qué carrera quería
dedicarme. Nunca había tenido aficiones y eso
me atormentaba.
Me gustaban los deportes, la música y el arte, no
obstante, no quería pasar el resto de mi vida en
ello.
Había hecho una incontable cantidad de test
vocacionales que Harry me había mencionado,
pero todos terminaban en lo mismo.
Profesiones que detestaba y jamás en mi maldita
iba llevaría a cabo.
Supongo que a los diecisiete años a nadie debe
importarle nada más que pasarla bien junto a
sus amigos, salir a fiestas, embriagarse y quedar
inconsciente en alguna parte de la casa, pero
realmente eso no iba conmigo.
Jamás había tenido muchos amigos. Mi círculo
social se basaba en Harry y Liam, su primo.
Quién había sido transferido a un instituto en el
otro extremo del país.
Ellos dos eran los únicos con quienes tenía un
gran vínculo, y sólo porque nos conocíamos
desde pequeños.
Mamá era la mejor amiga de Anne -la madre de
Harry- desde que estaban en preparatoria.
Anne era como mi tía, y no recuerdo ni una sola
tarde que no haya pasado junto a su hijo en el
jardín trasero de aquella bonita casa.
Harry era definitivamente algo parecido a un
hermano mayor.
Lo adoraba en sus buenos y malos momentos,
pero a veces no soportaba su sobrevalorado
status social.
Él era algo así como el chico deseado que
siempre aparece en las películas juveniles.
No es que me molestase, pero a causa de ello
recibía el odio de la mitad de la población
femenina en la escuela.
La otra mitad simplemente me ignoraba.
Básicamente yo era un cero a la izquierda en
todos los aspectos de la secundaria y así era
feliz.
Nunca he sido partidaria de esos ridículos
intentos por destacar en un mundo de gente que
mayoritariamente me desagrada.
Harry me acompañó hasta mi casillero una vez
que llegamos a la escuela.
Los pasillos poblados de adolescentes,
saludándose, abrazándose y hablando de sus
increíbles vacaciones.
-No me molesta si te alejas de mí mientras
estemos aquí- le avisé viendo acercarse a su
grupo de amigos, como una masa gigante de
testosterona. -Hemos pasado juntos todo el
verano.
Él negó con la cabeza.
-Ya sé que no quieres arruinar mi reputación,
cariño- bromeó divertido y solté un bufido. -No
voy a alejarme de mi mejor amiga jamás- dijo
con voz melosa y apretando mis mejillas
suavemente. Me aparté bruscamente mientras
reía.
-Eres un tonto. Vete ahora antes de que las
miradas tengan poder homicida- le dije
entredientes y riendo. Él miró de reojo al grupo
de chicas a un par de metros, que lo observaban
y cuchicheaban entre ellas.
-Oh, son mis fans, puedo pedirles que no te
asesinen, no te preocupes- me guiñó un ojo y
luego le dio una palmadita a mi hombro. -Nos
vemos en el almuerzo, enana.
Asentí con una mueca y me dediqué a acomodar
los nuevos libros en mi casillero.
La campana sonó y se escucharon quejas y
bufidos.
Todo el mundo se apresuró a sus clases mientras
yo terminaba de anotar mis nuevos horarios en
un pequeño papel autoadhesivo color manzana.
Lo pegué en la cara interna de la puerta y la
cerré.