Si Pudieras Verme (#1)

By keypatts

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¡Aviso importante! La novela dejará la plataforma a partir del 30 de OCTUBRE del 2021. Forma parte de otra pl... More

Si pudieras verme
Antes de todo
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EPILOGO
Si Pudieras Verme
AGRADECIMIENTOS
Si pudieras verme

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By keypatts

Me sentía aturdida.

Me sentía... no sé, extraña. Como si repentinamente pudiera verme a mí misma desde otro ángulo.

Pude verme corriendo por los pasillos, luego chocando contra algo y caer. Desde el suelo me veía pálida, con los ojos desorbitados hasta más no poder. Un gesto definitivamente desfigurado en mi rostro.

Yo aún seguía de rodillas en el suelo viendo como aquel chico volvía a agazaparse y tanteaba el suelo en busca del delgado bastón blando que descansaba a mis pies. Una vez en sus manos, acomodó sus lentes oscuros y volvió a dibujar la burla en sus labios. Todos a nuestro alrededor miraban expectantes. Yo seguía inmóvil. Sentía como si la gravedad me pesara en esos momentos, pero entonces, en medio de aquel silencioso pasillo una voz extremadamente calma y varonil se hizo escuchar.

—Lamento no haberte visto —exclamó con cinismo y fingido lamento

—Yo... —pero se giró sin darme tiempo a disculparme siquiera; todo el pasillo volvió a tener vida mientras se alejaba sin tropezar con nadie más, eso hizo que me sintiera peor.

La estancia volvió a cobrar vida mientras todos desaparecían. La campana sonó una vez más a modo de advertencia.

—¡Demonios! —grité con frustración mientras me ponía en pie y corría hacia el salón en el segundo piso.

Los escalones los subí de dos en dos con cuidado de no caerme y no tropezar con nadie más. En realidad no tropezar con él. Al fin llegué al aula 487 con los pulmones quemándome por el esfuerzo, y solo quería matarme. Desde una de las rendijas de la puerta pude ver al profesor escribiendo su nombre y el número de cátedra en la pizarra. Mientras maldecía, retrocedí unos pasos hasta llegar a la pared y dejarme caer. Tras segundos de seguir maldiciendo me crucé de piernas exhalando un suspiro de frustración.

—¿Cuál es tu excusa? —escuche decían, yo continuaba con la vista en la puerta— ¿Tienes alguna? —insistieron cuando no respondí; de mala gana giré mi rostro en dirección a la voz y no podía creer lo que veía.

—Yo... —fue todo lo que pudo salir de mi garganta. El mismo chico. Se encontraba sentado en una de las bancas con las piernas extendidas cuan largo era, un gran morral oscuro descansaba de mala gana a sus pies.

—¿Qué pasa? ¿Te comieron la lengua los ratones? —preguntó burlón con su cabeza girada en dirección a la puerta, volví a abrir la boca.

—¡Lo lamento, en serio! —grité de pronto apoyándome en mis rodillas arrastrándome hasta llegar a él.

—¡Tú! —exclamó pasando de la sorpresa al enojo y por último a la burla una vez más, entonces, sin explicación alguna comenzó a reír con malicia.

—¿Qué te causa tanta gracia? —lo ataqué frustrada, el continuó riendo, esta vez a carcajadas; presa de la furia y la vergüenza comencé a sentir mis mejillas arder.

—No puede ser...—dije llevando mis manos al rostro para asegurarme que efectivamente había calor allí.

—¿Qué ocurrió? —Preguntó preocupado dejando de lado la burla.

—Nada —me apresuré a decir a sabiendas que no podía verme, un pensamiento maligno de mi parte, e inclusive me imaginaba a mí misma riendo de manera triunfante por ello.

—Como sea —dijo en tono seco—. Por culpa tuya he llegado tarde a mi clase. ¡Nunca lo he hecho antes!

—¡Siempre hay una primera vez! —Solté cruzándome de brazos— Además, ¿por qué me hechas la culpa? ¡Tú estabas en mi camino! —Levantó sus cejas por encima de sus lentes— ¡Lo lamento!

—me retracte de inmediato.

Pero antes de que pudiera él replicarme o yo pudiera disculparme, la puerta mis espaldas hizo un sonoro ruido al abrirse. El profesor, que en apariencia no superaba los cincuenta años, nos miró a ambos con desaprobación mientras nos poníamos en pie.

—¿Cuáles son sus excusas? —inquirió con desdén ante nuestra falta de respeto. ¿Nos habría escuchado cuando el Cieguito reía de manera estrepitosa?

—Lo lamentamos Profesor —inició—, es que cuando salía de la oficina principal una alumna atolondrada—enfatizó—, tropezó conmigo dejándome tirado en el pasillo. Por suerte, esta alumna amable y educada estuvo allí para ayudarme. Fue culpa de la desubicada—volvió a enfatizar—, el que ambos llegáramos tarde.

¿Acaso era la única que notaba la burla en sus palabras? El profesor parecía convencido ante su arrogante y estúpida explicación... ¡No lo puedo creer! Gritaba dentro de mí.

—¿Es eso cierto? —Al no estar segura de sí mi voz saldría, solo me limite a asentir con fingida alegría.

—Bien, dado que esta joven lo ayudó de tan buena voluntad hoy,

¿no le parece conveniente que sea ella misma quien lo ayudé en clases y futuros seminarios?

—¡¿Qué?! —Me alarmé.

—No se preocupe Señor, ya se lo he propuesto, y ha aceptado en- can-ta-da —la última palabra, por alguna extraña razón lo reproducía en mi mente a cámara lenta. Entonces una de sus manos, que ya se encontraba en mi hombro izquierdo, me sacudió al percatarse de mi inmovilidad ante tal honor.

El profesor nos invitó a entrar al salón, y cuando me disponía a traspasar la puerta, el mayor hizo un sonoro carraspeo preguntándome con la mirada si de verdad pensaba entrar al aula sola y dejar a su colega sin su asistente.

¡Mierda, mierda, y mil veces mierda! Repetía para mis adentros mientras me ubicada delante del Cieguito para que apoyara su mano en mi hombro. Nuevamente pude ver la burla en sus labios.

Como el Profesor fue el primero en pasar, no tuvo el placer de escuchar al chico cuando con malicia en la voz y burla en su rostro me dijo al oído: KARMA. Una palabra. Dos silabas. Tal vez fuera una exagerada, pero en mi cabeza su voz se repetía letra por letra.

Enojada por su comentario dejé la puerta a medio abrir para que se lo llevara de frente. Y eso pasó. Con un sonoro estruendo hizo su entrada a la estancia. Yo, comprimía mi risa maligna mientras lo ayudaba. Él, colorado de la vergüenza susurró lo suficientemente bajo:

—¡Esto no te ayuda! —pronunciando cada palabra entre dientes; vi como todos miraban en nuestra dirección ante semejante aparición, pero no me importo ponerme más colorada de lo que estaba. Este Cieguito me las iba a pagar.

—¡Bien clase! —inició el profesor mientras yo tomaba asiento en la única silla disponible: delante y frente a la mesa donde el intolerable chico estaba ubicado—. Como les estaba explicando hace un momento, este año la materia se dividirá en tres especificaciones en las cuales el señor Esteban Becker, graduado con honores en esta preciada universidad en la carrera de Musicoterapia...— repentinamente el salón se llenó de murmullos molestos — Ya sé — elevó la voz al notar al desacuerdo del alumnado, éstos de inmediato guardaron silencio, el profesor ejercía cierto respeto y autoridad con solo elevar la voz—. Ya sé que creen que esa carrera no tiene nada que ver con las que ustedes han elegido. Pero el joven ha presentado al consejo estudiantil un proyecto minuciosamente analizado que podría ser beneficioso para sus investigaciones y desempeños futuros. Lo dejo en sus manos Señor Becker —dio lugar el profesor.

—Aunque somos diferentes, temperamentos diferidos, tendemos a realizar el mismo patrón de comportamiento —inició poniéndose en pie y llamando la atención del grupo.

He de admitir que su proyecto no estaba nada mal. El trabajo consistía en dividir el área en tres tipo de situaciones donde la personalidad pudiera sufrir cualquier tipo de quiebre; las ramas: en primer lugar accidentes, discapacidades y limitaciones físicas, en segundo vida cotidiana abarcando los catalogados estereotipados, y por último capacidades mentales, lo denominados genios. Mientras él explicaba los motivos que lo impulsaron a realizar semejante trabajo, eche un vistazo a sus espectadores. Algunas lo miraban de marera provocativa. ¿Se habrían dado cuenta que no podía ver? Aunque mirándolo bien, no parecía ser ciego, solo porque lleve lentes oscuros no significa que este ciego, ¿verdad? Además, no se encontraba a la vista el pálido bastón. Y había que felicitarlo por no volvió a tropezar.se movía por la estancia como si realmente pudiera hacerlo. Otras cuchicheaban sobre quién sabe qué y otras... Otras simplemente prestaban atención como los espectadores masculinos.

—¿Alguna pregunta? —dijo de pronto llamando nuevamente mi atención al frente.

—Yo tengo una profe —exclamó una alumna voluptuosa y provocativamente vestida que se encontraba a tres filas desde mi lugar.

—¡No me digan profesor! ¡Me hacen sentir más viejo! Sin ofender profesor Maldonado—todos rieron, menos yo— ¡Dios! ¡No debe de haber mucha diferencia de edad entre ustedes y yo! —Proclamó simpático haciendo que todos volvieran a reír, menos yo —pueden llamarme por mi nombre, y tutearme, ¿vale? Ahora dime... —dijo en dirección a la chica.

—Bien, entonces Esteban, ¿quién será tu asistente? —ronroneo cual gatita en celo. Algunas de las alumnas la fulminaron con la mirada mientras que otras solo esperaban una respuesta, yo, sin embargo, solo deseaba que la tierra me tragara.

—Eso...

—¡Eso lo veremos más adelante! —interrumpió el chico al profesor — Si no hay más preguntas, por mi está todo dicho —y se dirigió de nuevo a la mesa.

Maldonado indicó que ya podíamos retirarnos, y yo sin perder tiempo comencé a tomar nota de los materiales y apuntes que nos harían falta para esta cátedra. Mientras me concentraba en eso, el titular se retiró del aula. Algunas aprovecharon y rodearon al nuevo docente. Repentinamente me sentí como en la secundaria.

Juro por lo más sagrado que no deseaba mirar en esa dirección. Pero era tan repugnante pues estaban frente mío, y me era imposible apartar la vista de las tres coquetas alumnas que coqueteaban con el coqueto Profe nuevo. ¡Ni que fuera la gran cosa! No es que me importara el hecho de que intentaran seducirlo, pero no me dejaban copiar lo que había en la pizarra.

—¡Es ciego! —dije mientras me ponía en pie e intentaba hacer una salida dramática.

—¡Aldana! —escuché. Y sin éxito...

Me encontraba a centímetros de llegar en la puerta cuando escuche mi nombre. Estaba enojada. ¿Cómo es que ya sabía mi nombre? Me giré con cara de asesina que obviamente él no se percató, pero sí las tres chicas que salieron apresuradas del salón dejándonos solos.

—¡Tú! Me debes algo...—exigió colgando su morral al hombro.

—¡Yo no te debo nada! —Me cruce de brazos.

—¡Sí, si me lo debes! Te salvé con el profesor después de que me hicieras llegar tarde a mi propia clase —decía esto mientras lentamente se iba acercando a mi encuentro.

—Yo no te pedí que lo hicieras. Además, ¡le dijiste al profesor que sería tu asistente! —reclamé.

—¡Y tú me lo pagas haciéndome tropezar con la puerta!

—Yo...

—¡Y evite que él se lo dijera al salón! —continuó diciendo, no sabía que decir.

—¡Touché! —dije de mala gana, sonrió satisfecho.

—Bien —dijo relajándose nuevamente—, ya que nos vamos entendiendo, ¿almorzamos juntos? —preguntó mientras me tomaba de la mano haciendo que una corriente eléctrica me tomara por sorpresa.






Bien, acá les dejo otro capítulo, espero les sea de su agrado :D

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¡Besos!

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